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Capítulo 47

    
Ha llegado la hora. 

     Espero a Steven en la puerta, he decidido ser la última para verlos marchar con orgullo. Me besa con pasión, sé que piensa en la posibilidad de no volver a vernos y me contagia ese miedo.

     —Todo saldrá bien, Jul, confía en mí. 

     —Nunca dejé de hacerlo, mi amor, ni en nuestro peor momento. 

     —Lo sé, y me siento afortunado. Por eso tengo una cosa para ti.

     Steven saca de su mochila un paquete. Si ha esperado para poder dármelo a solas, tiene que ser algo muy especial para nosotros. Lo tomo con manos temblorosas. 

     Nos conocemos demasiado. Yo también voy a hacerle un regalo.

     Meto la mano por el cuello de mi uniforme y, a la altura del pecho izquierdo, desprendo la placa del comisionado de Steven. La he llevado oculta en mi cuerpo desde que me la devolvió, tenerla en mi pecho era tenerlo a él lo más cerca del corazón que me era posible. 

     —Necesito que te pongas esto. 

     —¿Mi insignia? 

     —Siempre será tuya. No es como si te diera un escudo vital pero me siento más tranquila sabiendo que eres el Comisionado de Suburbe, que lucharás como él. 

     Steven coge la insignia y besa mi mano. Me sonríe en agradecimiento.

     —La has tenido todo este tiempo contigo. —No es una pregunta, pero yo asiento sin hablar. 

     Steven agarra mi cara con ambas manos y me vuelve a besar. Si seguimos intercambiando regalos, besos o sonrisas, el conflicto llegará a su fin sin nosotros. 

     Me preparo para abrir mi regalo, del que no me olvido. No entiendo, ¿esto que es? 

     —No voy a impedir que luches por lo que crees que debes, porque lo necesitas tanto como yo. Esta eres tú, la mujer de la que me enamoré, Julia Klarence, y te amo por eso. Pero te pido de corazón que me dejes protegerte de alguna manera.

     ¿Tengo en mis manos un uniforme nuevo? Sigo sin entender. No es que esperase un anillo de pareja ni nada por el estilo, pero me siento defraudada. Bueno, no tanto. Si tenemos en cuenta que estoy más tiempo pensando en estrategias y planes de ataque, que en ponerme un vestido bonito, puedo considerarlo el regalo perfecto. Pero solo porque me lo ha hecho Steven, no porque no me guste lucir un anillo de pareja en mi dedo.

     —La malla tiene una cuádruple protección en esta zona —me dice cuando ve que no reacciono.

     Steven lo coge y lo abre más. Me muestra la zona protegida. Es la que va desde el corte del pecho, hasta el del pubis. Lo miro, ¿por qué esa zona precisamente?

     —No quiero que sufras jamás el dolor de la pérdida de otro hijo. 

     En este momento me gustaría que los hermanos Nishi me enfocaran con uno de sus  dispositivos de televisión para mostrarme al mundo entero, en el Informe de Urbes, llorando. La Princesa, pero sobre todo la mujer que ama a Steven, la madre de su hijo, está a punto de hacerlo. 

     Me abrazo a él en agradecimiento por su amor hacia mí. No sé si saldremos  vivos de esta, pero si lo hago, no tendré días de vida bastantes para amarle. 

     Steven me anima a que me cambie de uniforme. Lo hago de inmediato, mientras él me mira embelesado. Sé que está deseando ver el aumento de la barriga, aquella que se perdió en el último embarazo, y voy a vivir para que la vea. 

     Lo juro. 

     La malla es perfecta, se copla a mi vientre sin oprimirlo, pero es lo suficientemente gruesa en su acolchado especial para hacerme sentir segura. Steven me besa cuando ya estoy preparada, ahora sí podemos luchar para ser libres.

     Salimos a la calle, ya ha amanecido, y nos reunimos con el resto del equipo que nos espera impaciente. Tras las miradas de aliento mutuo, todos callamos cuando comenzamos a andar. La primera estrategia nos lleva a permanecer unidos hasta que entremos en el edificio de la Presidencia, luego allí, ya no será posible. 

     Rivera, con unos pocos hombres y mujeres, de Suburbe, ha dispuesto el encuentro con el resto del Comité de lucha eliturbano en Times Square con la Séptima Avenida, y ya llegamos tarde. Corremos con la precaución de ayudar a Viviam, Megam es la que se encarga de ella en último lugar.   

     Nos encontramos con muy pocos civiles, ya no sé si por la hora de la mañana que es o por el toque de queda que hemos recomendado hace unos minutos en el último Informe emitido por Hotaru, antes de abandonar NOVAVITA. A todos los despistados, volvemos a pedirles que regresen a sus casas. No se oponen al vernos armados y ellos mismos corren a ocultarse. 

     Pasamos de largo las ruinas de Central Park, y avanzamos decididos por la 59th  pegados a los edificios que puedan darnos protección. Trasladarnos en vehículos hubiera sido un suicidio, éramos más vulnerables de ataque en grupo por algún artefacto, así somos ahora más objetivos en movimiento para las inteligencia de las balas ácidas 

     La Séptima está completamente desierta, el panorama es desolador.  

     Cuando no es posible resguardarnos con la fachadas de los edificios, Rivera, abriendo el grupo, los observa a nuestra derecha en busca de francotiradores del CAE, Steven, que lo cierra tras Megam y Viv, nos protege por la izquierda. El resto permanecemos alerta a lo que ocurra a nuestro alrededor, a pie de calle. En cuanto uno dispare, todos responderemos. 

     Sabemos lo cobarde que es la Élite, y que está encerrada desde que Parker se reunió con ellos. Pero aconsejar por televisión al resto de eliturbanos que se escondan en sus casas, habrá puesto sobre aviso a su Comité Armado de nuestra llegada. Seguro que esperan un próximo ataque más organizado que simples civiles desarmados de Eliturbe enfadados por la falta de reservas a las puertas de la Presidencia. Parker ha debido decirles que podemos atravesar la Divisoria. 

     Y así será. 

     En menos de veinte minutos conseguimos reunirnos con el resto del comité, cien personas más, todos de Eliturbe. Verlos hace que me estremezca.
  
     Steven me agarra la mano porque sabe lo orgullosa que estoy de ellos y de ese valor que tienen. Su recompensa será inferior a la de Suburbe, no me cabe duda, pero lucharán como el que más por la Unión de todos nosotros. 

     Juntos, continuamos por Broadway. Aumentamos la velocidad del paso, casi corremos.
  
     Tenemos que alcanzar pronto el subterráneo, al que Whesley tendrá que perforar una entrada con sus explosivos, porque se cerraron los accesos de siempre. 

     —Gracias, Princesa —me dice el grandullón antes de meterse los dedos en los oídos, gesto que todos imitamos. 

     No da tiempo a que la onda expasiva termine, o el polvo del alquitrán desaparezca, cuando entramos ya por el hueco abierto. 

     Una vez dentro de la antigua red de metro urbano, a la que hemos accedido todos en tiempo record con la ayuda de unos a otros, seguimos las vías corriendo hasta la Sexta Avenida. Yo voy de la mano de Steven en todo momento, no creo que me dé otra opción. Sé que lo hace para que no tenga dudas de que me protegerá, y no me importa, quiero ir con él. De su mano siempre. 

     Calculando sobre el plano que nos enseñó Whesley, ya tenemos que estar en el final del tunel, la 34th con la Sexta, para bajar luego a la Quinta

     Exacto. 

     Al fin llegamos. Whesley se prepara ya para una nueva explosión que nos permita salir, mientras Steven al mando, y Rivera con él, acordona la zona de seguridad para el resto de nosotros. Yo agarro las manos de mis amigas, que miran atónitas lo que ocurrirá ahora, y me dejo besar por Viv, hoy más que nunca soy la mujer que no quiere ver crecer y que puede morir ante sus ojos. 

    No creo que el ruido esta vez de los explosivos, a menos de unos cuantos metros del edificio de la Presidencia, sea un problema. Ya están prevenidos contra nosotros. 

     Salimos del subterráneo como las ratas que nos obligan a ser, y nos ocultamos en la esquina opuesta. La de la 33th.

     Un cordón de tres filas del CAE custodia la esqunia del edificio con la 34th. Hasta en eso es despreciable la Élite. Ponen como primera barrera, para su seguridad, la vida de cientos de humanos.

     —Puedo distraerlos para bajar a la Quinta avenida —dice Whesley abriendo su mochila.

     —No, grandullón. Te verán aparecer y abrirán fuego en cuanto salgas de aquí —le digo para que ni piense en arriesgar su vida de esa manera. Casi dos metros de hombre, y con esa corpulencia, no son fácil de ocultar.

     —Yo lo haré.

     ¿Qué? No… Ni de coña. 

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