Capítulo 45
—Ni embarazada tienes cordura, ¿verdad?
Ya me extrañaba que pudiese avanzar sin problemas por estos conductos, sin encontrar trampas. Steven ha debido de desconectar las alarmas.
Está a mi espalda, y sé que si me vuelvo lo veré enfadado.
No he recapacitado después de todo lo que nos ha ocurrido esta mañana, me he pasado por el forro que me entregara su comisionado para no tener que verme luchar por la Causa, y para colmo, es de noche y estoy sola en el corazón del edificio que de un momento a otro será asaltado por una masa humana embrutecida, proveniente tanto de Eliturbe como de Suburbe.
Me giro despacio. Como supuse, me mira enfadado.
Steven está cruzado de brazos, revelando la anchura de estos bajo una simple camiseta de algodón, ¡que no podrá protegerle de las balas ácidas!, ¿y yo soy la inconsciente?
—¿Dónde está tu uniforme?
—¿Eso es todo lo que vas a decirme?, ya no soy tu comisionado, no vas hablarme de esa manera.
El tono Princesa se ahoga en mi garganta antes de salir, recuerdo que tiene razón y que ya no puedo mandarle, exigirle o recriminarle nada. Si no quiere ponerse el uniforme que puede protegerle, no se lo puedo reprochar.
—Lo siento, no pretendía que sonase así, solo me preocupaba por ti. Cuando te he visto sin él he pensado en lo que el taser o las balas del CAE pueda hacerte a través de esa insignificante tela.
—¿Preocupada por mí, Jul? Es una sensación dolorosa, ¿no crees? Pues imagínate vivir así el resto de tus días y llegar a hacer cosas que no quieres por conservarme la vida, como por ejemplo: Encerrarme.
Bonitas palabras para hacerme sentir mal por mi encierro en su casa.
Nos miramos en silencio esperando cada uno el ataque del otro. Yo no tengo nada que decir, me ha noqueado con su respuesta. Además, estoy mareada. El aroma de la nave es insoportable, tengo ganas de vomitar.
Y antes de que Steven hable, estoy encorvada echando el té de Megam, con el dulce que me obligó a comer.
Steven corre hacia mí los metros que nos separan y con infinita ternura me agarra del vientre para que termine de expulsar todo lo que me sobra. Que situación más ridícula, estoy dándole la razón con un vómito absurdo. Si no puedo cuidar de mí misma, ¿cómo voy a hacerlo con él y miles de personas que esperan mi ayuda?, ¿cómo voy a cuidar de mi bebé?
—¡Joder! Creí que lo había visto todo entre vosotros. Esto es siniestro.
Me alegra escuchar a Whseley, su humor hace que desaparezca poco a poco este malestar y recupere mi estómago.
—Whesley, ayúdame —le pide Steven en una súplica.
El grandullón me toma en brazos como si no pesara más que una pluma, aunque sabe que son más de cincuenta kilogramos no bromea con eso. Le sonrío y dejo que me cargue.
En ese momento Steven me da de su mochila un reconstituyente para que mi estómago se asiente. Se lo agradezco con una sonrisa y una caída de ojos, es cuanto puedo hacer, estoy agotada del esfuerzo por vomitar. Cuando estamos a punto de salir, los freno a ambos echando mi mano al brazo de Steven.
—¿Qué hay ahí dentro? —Los dos se miran, evitando decirme nada—. Por favor —añado para hacerles ver que lo pregunta una Julia preocupada y no la Princesa enrabietada. Porque algo ya empiezo a sospechar y necesito comprobarlo.
—Los recipientes que la Élite necesita para sus trasplantes —me dice Steven sin ocultarme nada.
Lo sabía. Miro a Steven para que me explique a qué cantidad se refiere exactamente. Y leyendo mi pensamiento como solo él sabe hacer, me dice sonriendo:
—Ahora no, Jul, cuando estemos a salvo.
Whesley se ha ido cuando se ha asegurado de que estoy bien. No hemos querido llamar a tía Viv para no preocuparla, así que hemos improvisado con los conocimientos médicos de Whesley. Sí, he dicho “hemos” y “hemos”, y creo que ahora me gusta más eso de compartir con Steven las decisiones.
Estamos en la casa que Steven tiene en Eliturbe. No le he dicho que sé que es suya, esperaré a que me lo confiese él. Debe de extrañarle que no le pregunte sobre ello, porque no me caracterizo precisamente por ser conformista y pasar la noche en un lugar ajeno sin averiguar de quién es antes, no es mi estilo.
Pero calla.
No me dice nada. Tan solo me ha preparado algo de cena que hace que mi estómago tome su ritmo habitual. Sé que no olvida que he despertado esta mañana de un letargo de dos días, que hemos provocado una ruptura entre ambos a los pocos minutos y que en las siguientes horas he echado el hígado por la boca.
Steven se sienta a mi lado en el sofá para asegurarse de que me lo como todo. Lo hago despacio, y entre bocado y bocado que me llevo a la boca, le sonrío. ¿Seguirá muy enfadado conmigo?, ¿me seguirá amando?
—No, Jul. No me pongas ojitos.
—¿Por qué? ¿No conseguiré nada?
Con una mueca de sorpresa, me hago la inocente. Sé cuánto le gusta a Steven que su mujer lo sea después de tener que soportar a la pedante de la Princesa mientras le da órdenes a cada instante. Me acerco a él, ya poco espacio queda entre nosotros. Siento el calor de tenerlo a mi lado, es un calor familiar que no quiero perder. Respiro alterada, y ahora no es para motivarlo, es que lo estoy de verdad.
—Te estás recuperando —me dice Steven con ese tono tan fantástico de calentón en su voz.
No ha dicho que sí, pero tampoco ha dicho que no. ¿Por qué ha conseguido que me excite solo con eso?
Sigo comiendo bajo su mirada sin conseguir nada, ni un beso, ni una caricia, ni un abrazo. Pero sé jugar a esto y Steven es mi hombre.
Esta vez tomo la fruta con la mano, sin usar el cubierto. Al dejar el trozo en mi boca, no me resisto y chupo el jugo de mis dedos. Lo miro con descaro. Los ojos de Steven se detienen en mi boca. Se muerde el labio inferior y se pasa la lengua por él, creo que se controla por temor a hacerme daño. ¡Estoy embrazada, joder, no dañada físicamente! ¡Puede hacerme el amor y yo lo estoy deseando!
Rr
—Steven.
—¿Mmm?
En lo que parece ser un gemido, Steven me presta atención y deja de mirar mis labios.
—Me gusta mucho tu casa, es muy blanca y muy bonita —le digo provocando una conversación.
Él me sonríe.
—Gracias. Podría ser la nuestra si tú lo quieres. Tendrás que acostumbrarte porque no es tan inteligente como la tuya, y tampoco tiene habitaciones secretas, ni parejas que den por culo, pero...
—Es nuestra y se pueden ver las estrellas —le digo sonriendo.
Steven me mira asombrado. No ha podido darme la sorpresa, pero no por ello está molesto. Me sonríe mucho más.
—¿Apagas la luz? —le pregunto acortando distancias, ya puedo sentir su calor.
—Hazlo mejor tú, ¿por qué crees que reconoce tu voz?
Y ahora soy yo la sorprendida. Es mi casa, claro que lo es, Steven la programó con mi voz. Sonrío antes de gritar:
—¡Apagar luces!
Y en la inmensa oscuridad de la sala, las bombillas de luz negra se encienden y un cielo estrellado aparece sobre nuestras cabezas. Me dejo caer en el cabecero del sofá para contemplarlas. Para contemplar nuestra felicidad.
Puedo distinguir algunas de las constelaciones que él me ha explicado en el norte de Suburbe. Cassiopeia, con sus cinco estrellas, es mi favorita, y Steven no se ha olvidado de incluirla, de hecho, es la que preside el techo.
Si lloro en esta intimidad, se me está permitido, ¿no? Hoy Julia domina a la Princesa.
—Es lo más bonito que he visto nunca.
—No llores, Jul. No lo puedo soportar.
¿Cómo me ha visto? Steven acaricia mi rostro para que las lágrimas desaparezcan. No lo consigue, la culpa que me invade, es demasiada, y de alguna manera la tengo que sacar de dentro. Es el momento para decirle todo lo que su amor me hace sentir.
Steven me abraza, me sienta en su regazo y me da fuerzas para que continúe, mientras acaricia mi pelo.
—Lo siento, Steven. Siento haber sido tan desconsiderada contigo. No he tenido en cuenta tu sufrimiento porque estaba demasiado ocupada con el mío. Quizás este año y medio no haya estado muy estable, pero es cuanto he podido hacer para no defraudar a nadie desde que se me dio el cargo, y mucho menos quise defraudarte a ti. Has sido mi mejor apoyo en todo esto, y créme que de no haber sido por tu paciencia, hace mucho que lo hubiese dejado todo. No tengo palabras para pedirte perdón como tú te mereces, pero déjame intentarlo, porque te amo tanto que de no tenerte a mi lado yo también me muero.
Steven me escucha en silencio. Odio cuando hace eso y me somete a esta dura espera. Siempre acaba él con su buen humor para sofocar la tensión del momento, pero ahora no lo veo tan claro. Eso sí, no ha dejado de abrazarme, algo significará, ¿no?
—Estoy dispuesto a olvidar todas tus borderías de este tiempo, si me haces una promesa— su tono es de súplica, aunque no lo parezca por la orden.
Tengo una oportunidad que no pienso rechazar. Estoy dispuesta a hacer lo que me pida. Me separo de su abrazo y le miro a los ojos, que bajo nuestras estrellas aún son más hermosos.
—La promesa que quieras, Steven, te lo juro. Solo tienes que decirme y lo haré.
—Yo mato a Parker.
Eso no tiene ni puta gracia.
Steven no ha utilizado su humor esta vez. Esperaba algo así como, “promete que me harás caso hasta que todo esto acabe, o de lo contrario tendré que azotar este lindo culo”, y después, me lo cogería con adoración para que lo pensase, o incluso que le prometiese algo como, “que nunca más estarás a solas con un jodido psicópata que lo único que quiere es lastimarte o de lo contrario si que te ato de verdad, pero a mi cama”. Ese era el Steven del que me enamoré, de él y su humor. No puedo creer que haya perdido hasta eso.
No, no tiene gracia que quiera matar a Parker, porque por lo que sé, Parker estaría encantado de hacer lo mismo con él.
—Entiéndelo, mi amor, lo necesito —Steven vuelve a saber qué pienso—. Te lo debo a ti, por todos los años que has tenido que estar a su lado. Se lo debo a Amy, y a todas esas personas que esperan para ser ocupadas, porque sin sus adelantos en el trasplante de ADN nada de esto estaría ocurriendo ahora. Y por último se lo debo a Whesley. Quiere emplear con él no sé que historias de un explosivo nuevo en su conducto anal.
Sonrío al ver que sigue siendo el mismo cuando me guiña el ojo. Y sin pensarlo le digo:
—Después de todo, resulta que sí somos una pareja explosiva ¿verdad?
Apoyo la frente en la suya y paso los dedos por sus mejillas antes de besarle y prometerle que sí. Que Parker es todo suyo.
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