Capítulo 44
Megam me pasa un té de hierbas. Estoy demasiado nerviosa después de la ruptura con Steven. La segunda en los últimos cinco días.
Tal como Steven se fue de la casa, en la que me dejó con Rivera, pensé de inmediato en Megam. Ella es la única en Eliturbe que sabe de mí, de Amy, y ahora del bebé.
Mi amiga nos ha acogido en su casa, volver a la mía era echar demasiada leña al fuego del enfado de Steven. Además, sin saber de Parker, no iba a arriesgarme más de lo necesario.
—Está resultando todo un éxito los Informes de los Nishi. Eliturbe no se ha quedado impasible ante tantos crímenes contra la humanidad. Está agrupándose ante la Presidencia. Si siguen así, tendremos poderosos aliados cuando se dé el cruce.
Habla como una suburbana más. Primera persona del plural.
No presto mucha atención, en otro momento estaría dando botes de alegría. Sé lo que pretende Megam, ocupar mi cabeza con estrategias y planes de ataque. No se lo reprocho, por lo que ella sabe, y que yo misma le he contado, la Princesa acaba imponiéndose siempre sobre Julia.
Pero esta vez es distinto.
La mujer que ha dejado escapar a su pareja es la que necesita de una conversación que evada su mente en una tarde de chicas, sentadas en un confortable sofá y con un té de hierbas, relajante, entre manos.
—Era su casa, Megam, su casa en Eliturbe —repito de nuevo cortando su entusiasmo por la Unión de Urbes.
Creo que desde que he llegado, no he dicho otra cosa que no fuera: “Era su casa en Eliturbe” y llevo aquí al menos cinco horas.
Megam me obliga a beber un poco más de té para que empiece a hacer su efecto en mis nervios descontrolados. No la culpo. Verme en este estado debe ser desquiciante para cualquiera. Pero no puedo calmarme, aún veo estrellas cuando cierro los ojos.
En el instante que abandonaba la casa con Rivera, y ordené que se apagarán las luces, me di cuenta que era de Steven. Que ese lugar al que me había llevado en mi letargo, era suyo.
El techo se iluminó en lo que parecía un cielo estrellado suburbano, cuando se desconectó la luz.
—No lo sabías. No debes culparte y pensar más en ello.
—Pero Steven tiene un lugar para compartir conmigo aunque eso suponga su encierro de por vida, y yo he sido tan despiadada que le he acusado de quererme encerrar a mí. ¡A mí!, ¿no lo entiendes? Steven está dispuesto a ocultarse como un bicho raro en Eliturbe para estar conmigo. ¡Dejaría de ver el cielo de Suburbe solo por estar conmigo! —repito antes de llorar.
Megam no sabe qué hacer y me abraza. Lloro sobre su hombro durante unos minutos, hasta que le digo por fin entre hipidos lastimosos:
—Le pondré Liberty.
Megam me separa de ella y me mira sin saber a qué me refiero. Tengo que tener en cuenta que después de saber de la Princesa, de Amy y de Julia, es lógico que mi amiga no sepa quién de las tres le habla. Consigo sonreír.
—Mi hija, se llamará Liberty.
—Me gusta, es un nombre muy bonito. Y ya veo que te gustaría que fuera hembra.
Por Steven he de conseguir que lo sea.
—¿Crees que Steven me perdonará algún día?
—No necesitas de esto, Julia. Piensa un momento, no ha ocurrido nada entre vosotros. Solo llámalo y habla con él.
Niego con la cabeza. Megam insiste en que llame a Steven para solucionar nuestra gran diferencia de opiniones sobre mis múltiples personalidades. No estoy de acuerdo con ella. A lo mejor solo necesitamos que pase todo esto del conflicto para que tengamos una oportunidad de ser felices.
Y encima, para obtener tranquilidad personal no me ayuda saber que Steven no va luchar como comisionado del Comité, que no tendrá mi apoyo.
Miro de nuevo la insignia que tengo en mi mano, desde que he llegado, y no puedo evitar llorar. Como civil, Steven carece de ayuda y armas apropiadas cuando vaya a pelear, porque si conozco a Steven lo suficiente, que lo conozco, sé que entrará en Eliturbe dispuesto a recuperar su libertad sin importarle hacerlo solo.
—Cuando todo acabe. Hasta entonces no podemos entendernos.
—¿Y si no tenéis la oportunidad? No me hagas decirte todo lo que puede ocurrir cuando crucemos la Divisoria, Julia. Tienes que buscarlo —Megam está siendo cruel, muy cruel, metiendo imágenes de Steven muerto en mi cabeza. Pero también es directa y sincera, y se lo agradezco.
Termino el té que me ha dado y que ningún efecto está haciendo en mí.
Mi amiga tiene razón. Steven puede morir luchando, y así nunca podré decirle cuánto le amo y que es la persona más importante para mí. Ahora que él no está conmigo, no va a sufrir por mi inconsciencia y por lo que estoy a punto de hacer.
Me seco las lágrimas de un manotazo. No sé cómo aún me quedan.
—No te enamores nunca, Megam, es un asco —le digo sin venir a cuento, y me levanto del sofá—. Voy a buscar a Parker.
—¡No, espera! —me grita cuando ya estoy en la puerta—. No puedes irte sin él. ¿Qué hago yo con Gael? Gina nos ha dicho que se le pasará el efecto de la droga con el antídoto que ella le ha suministrado, pero… y si despierta y me confunde a mí… bueno, tú sabes ya con quien, ¿qué hago?
Sonrío. Comprendo el temor de Megam. Rivera tiene treinta y dos años y toda la fuerza de un hombre de su edad, por no hablar de la belleza salvaje que desprende por cada poro de su piel y que no le ha sido tan indiferente a mi amiga, cuando ha entrado en su casa, y nosotras lo hemos dejado en su cama.
—Rivera no te hará nada. Cuando despierte verá solo a una hermosa mujer de Eliturbe y entenderá que empieza a vivir en una nueva Urbe unida.
Megam me sonríe con inocencia. Me voy pensando que tal vez esa sea la solución para Rivera, y para Megam, que tanto aprecio parece tenerle a Suburbe.
La construcción de los dos pasadizos de mi casa, son de ida y vuelta. Mi padre los mandó hacer con esa intención, no solo son de huída, cuando me emparejó con Parker y debíamos entrar sin que él lo supiera.
Así que ahora puedo entrar y coger cuanto me haga falta de armamento y equipamiento para ir a la Presidencia. Si Parker es la mitad de importante que creo que es para todos ellos y sus operaciones de trasplante de ADN, lo tendrán a salvo allí. Tal vez en su búsqueda, dé con el auténtico motivo de mi lucha. El Presidente.
Antes de llegar a casa me comunico con Viv, que al parecer está aquí en Eliturbe. Se alegra de escucharme despierta del letargo y con la memoria intacta. No me deja hablar, está eufórica.
El Comité prevé un inminente ataque en las próximas horas. Está todo previsto. Al parecer el robo de las reservas de alimento, junto con la destrucción de la presa de agua ha hecho que Eliturbe despierte demasiado enardecido. NOVAVITA está cerrada, al igual que el resto de edificios dirigidos por la Élite. Y según nuestros miembros infiltrados en la cúpula elitista, el confinamiento de estos en la Presidencia acaba de efectuarse. Casi ciento veinte años después vuelven a huir. Están acorralados. Bien, es precisamente lo que necesito para mi propósito.
—¿Dónde estás tú? Steven no se ha comunicado desde esta mañana en el falso disturbio de la Divisoria, desapareció para buscarte. ¿Estás bien?, ¿va todo bien con el bebé?
No sé qué decirle. Espero de veras que no le haya ocurrido nada a Steven, que no haya ido a pagar su frustración con el CAE, como le gusta hacer cada vez que discutimos.
—Sí, tía, no te preocupes —consigo decir apartando malos augurios de mi cabeza—. Estamos muy bien los dos —con eso no miento, puede pensar que hablo de Steven o del bebé, me da igual, no quiero alarmarla ante lo que se nos viene encima—. Contéstame tú, ¿tan inminente es el conflicto?
—Por su puesto, mi niña. El Comité se ha dividido esta mañana, nosotros hemos vuelto a Elirurbe y los miembros suburbanos aguardan la señal para entrar, antes de comunicarlo al resto de los habitantes de Suburbe. ¡Qué tonta! Acabo de darme cuenta. Steven debe de estar con ellos, es el comisionado.
Un dolor penetra en mi pecho, en el lugar donde se coloca Steven su insignia.
—Te cuidado, tía, ocúltate bien. Tienes más cara ya de suburbana que de eliturbana —le digo riendo. No quiero preocuparla.
—Ya te digo, estoy hasta morenita.
Vivian se despide tranquila, sonriente seguro, de sabernos a todos en nuestro lugar. Yo aquí, Steven al otro lado. Yo no puedo decir lo mismo de él, cuando sé que ya no pertenece al Comité.
Atravieso Eliturbe cuando ya estoy preparada, con mi uniforme limpio. No ha sido difícil entrar y salir de casa, nadie me esperaba.
Las calles están vacías, se ha hecho efectivo un toque de queda, así que me desplazo por las alcantarillas. Porque si es verdad lo que muestra el Informe, me resultará ahora más complicado acceder al edificio Presidencial. No puedo pasar por miles de eliturbanos exaltados pidiendo justicia y respuestas por la vida que han llevado de miedo ante seres humanos que tan solo querían una oportunidad de vivir.
No he tenido otra opción que entrar por las catacumbas.
Mi intuición me dice que los tengo ya encima. Me cuesta demasiado trabajo no subir a la superficie y colaborar en los disturbios con el CAE.
Avanzó sin inconvenientes. Me resulta extraño no encontrar trampas mortales, ya dentro del perímetro de las catacumbas. Pero comprendo que tener a miles de eliturbanos que controlar en la puerta principal, hace que el CAE olvide el infierno de las catacumbas.
Los túneles son más fáciles de recorrer ahora, sin tanto sobresalto por lo que te puedas encontrar. Por un instante pienso que eso es en sí la trampa, que me dejan entrar para acabar conmigo dentro. Y al segundo, recapacito. Nadie sabe que estoy aquí.
Puedo llegar hasta el final, lo sé.
Cuando estoy a punto de llegar a las celdas, un nuevo pasillo oscuro llama mi atención. No entiendo que no lo viese nunca. Carezco de autocontrol y si puedo averiguar que hay en él, lo haré.
Camino con cautela, que no haya habido trampas hasta ahora no significa que en este nuevo pasadizo no las encuentre. No hay nada de pinchos o nada de sensor de peso, solo acero que envuelve paredes y techo. Eso sí, con una temperatura que puedo sentir extrema bajo cero a medida que avanzo y llego a una puerta. El vaho que sale de mi boca me hace sospechar.
Para mi desconcierto, no está bloqueada. Supongo que nadie se atreve a llegar aquí. Sin poder estarme quieta, o darme la vuelta, entro.
Es una nave inmensa que jamás creí encontrar en este nivel subterráneo, me recuerda a las antiguas vías ferroviarias que no se usan en Suburbe. La atmósfera que respiro, además de fría, tiene ese olor inconfundible que envuelve los alimentos que congelamos en casa. Solo que esta vez el olor está multiplicado por una enorme cantidad de ese conservante. Mis ojos se hacen a la oscuridad. No quiero aumentar el sensor lumínico, puede que al no registrar mi voz, dé la alarma de mi posición.
Pero ya no me hace falta luz. Acabo de distinguir cientos de cámaras congeladoras, y si tengo en cuenta el tamaño y dimensiones de todas ellas, esto parece ser un cementerio del siglo pasado, si no fuera porque están todos los cuerpos en posición vertical.
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