Capítulo 4
Me encuentro encerrada en el coche con él y creo que empiezo a tener miedo, un pánico que ya he sentido, pero… ¡no recuerdo cuándo!
¿Por qué insiste ahora en cruzarla? Si no lo conseguimos, moriremos achicharrados por la onda.
—¡Abrir!... ¡Abrir! —grito desesperada.
—Jul, mírame. —Parker me agarra de los brazos y me hace girar hacia él—. Todo va a salir bien, no tienes por qué temer. Nunca, óyeme bien, nunca haría nada para ponerte en peligro. Sé que te está resultando difícil creerme desde que has despertado, pero es verdad, no te haré daño, porque si te ocurre algo, yo me muero contigo.
Me cuesta respirar, no sé si es porque Parker me va a obligar a cruzar al otro lado, o por lo que me acaba de decir. ¿Puede considerarse una declaración de amor el que esté dispuesto a morir conmigo? Lo miro a los ojos, me veo en ellos, en esa profundidad tan limpia que se oscurece de nuevo en mi recuerdo.
Y entonces sé que confío en él.
¿Confío en Parker?
Siento una lágrima caer de mi ojo y con un hilo de voz que no me reconozco, le digo que confío en él. Como no puede ser de otra manera, y ya no es algo que me extrañe, me abraza y besa mo frente para devolverme su confianza.
Salimos del coche, y antes de que pueda reaccionar Parker me ofrece una chaqueta enorme de mangas largas, unos guantes y una gorra.
—Es para el sol al otro lado, dañará tu piel. Déjame a mí.
Primero acomoda la gorra en mi cabeza y luego me pone sobre el cuello un pañuelo, ahora ya no enseño un milímetro de piel. Estamos en verano, pero parece ser que él lo ha olvidado.
—Tenías una melena muy bonita, pero tengo que reconocer que este nuevo corte es más difícil de ver al otro lado de la Divisoria.
—¿Tú no vas a camuflarte?
—¿Bromeas? Tu belleza allí es un problema para nosotros porque nadie es tan perfecto, pero ¿qué tengo yo que ocultar en Suburbe?
No, el que está de broma es él.
No lo entiendo. El doctor que más operaciones estéticas ha realizado en Eliturbe no pensará que tiene nada imperfecto en su rostro, ¿verdad?
—Déjame tú a mí.
Sorprendiéndolo yo esta vez, revuelvo su cabello. Sonrío por nuestra complicidad, y mientras lo hago, busco con la mirada algo que me pueda servir. ¡Lo tengo!
Agarro su camiseta y tiro de ella hacia arriba. Parker levanta los brazos cuando adivina que se la quiero quitar. Está desnudo ante mí, hacía tiempo que no lo veía así. Y me gusta lo que veo. Mucho. Demasiado.
—¿Jul?
Tengo que dejar de quedarme en blanco cada vez que vea algo de este nuevo Parker que me guste, me atraiga o me excite.
Reacciono y tiro la camiseta al suelo. La carretera polvorienta hace el resto cuando la piso. Parker se ríe a carcajadas, espero de veras que no le tenga aprecio porque va directa a la basura cuando regresemos a casa. Me agacho y la recojo, pero no se la doy, se la restriego por la cara antes de que pueda hablar. Entonces yo le doy mi gorra para que se tape el pelo claro y yo me pongo la camiseta sobre el mío.
—No he estado nunca en Suburbe, espero que esto sea suficiente.
—Era bastante, créeme, pero ha sido divertido —me dice con la cara llena de polvo y alquitrán—. Y tú estás hermosa con lo que te pongas, princesa. ¿Preparada ahora?
No me paro a pensar en su halago, me ha dejado alucinada. Cojo la mano que me ofrece y corremos sin demora hacia el cine.
En el interior todo está oscuro y sucio, aunque él se mueve como quiere en esta sucia oscuridad. Yo en cambio, le sigo a ciegas porque sé que no me va a dejar caer, no sé cómo, pero sigo confiando.
Subimos algunos escalones y atravesamos un túnel oculto aún más oscuro, que puedo intuir, desciende esta vez. Esto no se parece en nada a una sala de cine de Eliturbe.
El corazón me va a mil por hora. De aquí sale una aventura que contar entre risas, o no cuento nada de esto porque acabo muerta. Sinceramente no me importa lo que me espera al otro lado de la Divisoria, la mano que me agarra me tiene a salvo y sé que su dueño me quiere.
¡Me quiere!
Freno en seco y tiro de Parker para que haga lo mismo, para que se detenga.
Me ahogo, y no es por la carrera. Esta sensación no es nueva para mí, es muy familiar. Correr entre escombros y basuras, a ciegas y sin esperanzas, rápido y con paso firme, pero sobre todo... sobre todo, con el hombre que me ama.
No es un secreto por descubrir, es un recuero por encontrar en mi memoria.
Miro nuestras manos que me resultan tan diferentes ahora de color.
—¿Por qué paramos? ¿Qué te ocurre, Jul?
No sé qué contestar. ¿Que mi cuerpo reacciona de diferente manera con él, ahora que he despertado? ¿Que mi estómago, mi corazón, mi cabeza o mis propias extremidades tiemblan o se agitan como respuesta a su contacto?
Cuando creo que lo convenzo de que estoy bien, Parker reanuda la carrera, esta vez con más calma para no sobresaltarme. Me encanta. No puedo olvidar que me quiere y está preocupado.
Parece que llegamos al punto que vamos a atravesar. Él coge de una mochila, que ha llevado todo el tiempo en la espalda, lo que podría ser un teléfono móvil. ¡Wow! No sé de dónde lo habrá sacado, porque hace años que no usamos uno en Eliturbe. Pero estoy convencida de que lo es, es un teléfono, en algún lugar yo he visto fotogramas de esos cacharros, aunque desapareciesen en los años ochenta.
En este momento hace una llamada, y cuando confirma su posición de satélite en voz alta, corta la comunicación. Se sitúa detrás de mí para rodearme con los brazos y me dice al oído:
—No te separes de mí, Jul. Cuando la onda nos rodee debes permanecer quieta. Deja que nos envuelva, pasará de largo de nosotros.
—¿Es que se mueve?
—¿Por qué crees que es tan difícil de atravesar? Nunca permanece en el mismo lugar y la intensidad calorifica cambia por la zona. El punto de cruce es diferente cada vez.
No pensé que fuera así y que Parker supiese tal cosa. Pero si he de permanecer quieta, quiero hacerlo mirando su rostro.
—¿Estoy a tiempo todavía de moverme?
—Un segundo, Jul, tienes solo un segundo.
No necesito más. Roto sobre mis pies y me sitúo de cara a él. Parker me agarra con fuerza, pegando mis brazos al cuerpo. Como solo puedo mover las manos, las echo a su cintura desnuda y lo abrazo yo también. Su piel me transmite un calor excitante.
Una luz cegadora me obliga a cerrar los ojos, ya no puedo ver los suyos. Parker, que tiene que saber lo que pienso, apoya su frente en la mía.
No sé cuánto tiempo debemos permanecer así, pero yo quiero estar toda la vida, y ese nuevo descubrimiento me asusta más que poder morir achicharrada por una onda electrofilomagnética que va atravesar mi cuerpo como si fuera mantequilla.
No, aun con la posibilidad de quedarme ciega decido que quiero verle.
Y aunque esté llena de roña, como antes de entrar en el cine, su boca ya no es su boca, su nariz tampoco lo es y sus ojos ahora son negros. Los ojos que tanto me gustan. Los ojos de mi desconocido suburbano.
Esa belleza natural, sin láser previo, me tiene tan hipnotizada que no me doy cuenta de que Parker ya no me agarra, que me ha soltado.
Cierro los ojos mareada porque el Parker de siempre ha regresado. Tan rubio, tan pálido, tan perfecto con sus ojos tan claros.
—¿Todo bien?
Él no espera a que le responda y me besa en un impulso. Asiento sin palabras y acompaño el movimiento de mi cabeza con una sonrisa. Sé que eso lo tranquiliza, pero ¿me tranquiliza a mí después de ese beso?, ¿después de haber visto un rostro tan bonito en él?
Nos reímos juntos, lo hemos conseguido, ¡estamos en Suburbe! Ahora no quiero pensar cómo ha sido, cómo sabe todo esto Parker o con quién habló antes del traslado a Suburbe. Estamos bien y voy a disfrutar de ese lugar importante que me va a enseñar.
Me llevo una grata sorpresa.
Salimos por el túnel, y acabamos a cientos de metros de distancia del cine, simplemente caminando. No nos ocurre nada, nadie pretende hacernos nada.
El sol me deslumbra. Es precioso, pero no puedo mirarlo directamente. Siento un calor placentero que está haciendo que mi cuerpo sude por debajo de la chaqueta. No es como cuando hago deporte, es un sudor caliente, y me froto las mangas para atrapar ese calor en mi cuerpo.
Parker ríe, y entonces me pide, con un susurro en mi oído, que abra bien los ojos y contemple toda la belleza que tenemos delante.
Nada se asemeja a lo que aparece en el holograma de televisión, cuando emiten el Informe de Urbes cada noche.
Sí, es verdad que hay mucha suciedad y basura en las calles, pero sin ellas se parecerían mucho a las de casa.
Estas calles están desiertas de vehículos y gente en su tránsito rutinario. Pero por lo demás, son bastante similares a las de Eliturbe.
La luz en ellas es la gran diferencia.
Continuamos andando, y yo no dejo de observarlo todo, sorprendida. El aires es puro, limpio. Es exacto al nuestro, puedo respirar sin problemas.
La poca gente con la que coincidimos a nuestro paso no está exaltada como animales enjaulados, como nos hace ver el holo en sus Informes puntuales, y ni mucho menos están pendientes de atravesar la Divisoria a cada instante buscando acabar con nosotros, los eliturbanos.
Nada es verdad.
No es que mi disfraz me haga invisible, es que nadie parece querer asesinarme como siempre me han hecho creer por mi condición eliturbana.
No dejo de mirar a un lado y a otro alucinada por cuanto veo, disfrutándolo con Parker de la mano. Hay niños incluso riendo mientras charlan en grupos, y eso me hace sentir bien. Él está esperando a que pregunte todo lo que necesite saber sobre Suburbe.
—¿Son felices?
Deseo saber eso en primer lugar. Yo no lo soy y en Eliturbe no me falta de nada. Creo que nunca lo fui a esa edad, y a esta todavía no lo consigo.
—Todo cuanto les permite el látigo de Eliturbe.
Me ha parecido todo muy normal, incluso la respuesta de Parker sobre el rechazo que siente Suburbe hacia los eliturbanos y su mandato, pero no por ello parecen asesinos.
¿Dónde está el inconveniente? después de todo, los ataques a la Divisoria siempre se dan de madrugada y el holograma del Informe es claro al respecto: Suburbe quiere invadirnos.
—¿Cómo es la noche aquí?
—No hay noche. Si no quieres que el Comité del Orden te detenga, has de permanecer oculto. Recuerda lo que te ha pasado con el sol cuando has cruzado, es cuando los eliturbanos vienen.
Ahogo un grito de pena.
—No es justo, no podemos arrebatarles también la noche, ¿qué les quedaría? No me extraña que quieran cruzar a Eliturbe para tener una vida digna.
Parker me abraza para hacerme sentir mejor, como si fuera mi culpa, o algo parecido, que la noche condene a los suburbanos a permanecer escondidos en sus casas.
Dejando de lado la pena que me provoca la separación de los dos mundos, me gusta Suburbe.
Cada persona es diferente. Sus ropas, aunque raídas, sucias y remendadas, son diferentes. Sus pieles son de colores diferentes, y hasta sus manchas en esa piel, o sus cicatrices, los hacen a ellos distintos.
Me toco el lugar en el que estaba mi cicatriz de la mandibula, podría ser uno de ellos perfectamente si siguiese en su sitio.
Nosotros en Eliturbe, con nuestra piel blanca inmaculada, somos iguales, después de todo, el sol no hace su función en nuestros cuerpos desde hace generaciones. De hecho el color es el menor de los problemas que nos acarrea la falta de sol, tomamos vitamina D a diario para que nuestros huesos nos mantengan en pie.
Miro alrededor. Aquí en Suburbe, tampoco son todos de la misma edad como nosotros, que tenemos que regenerar esa piel que precisamente se nos estropea antes de tiempo. Y francamente, me emociona ver las diferentes edades. Me gusta ver la evolución del ser humano, y la inocencia o experiencia en sus caras, con esas arrugas y marcas que da el tiempo y la vida.
Parker triunfaría aquí con su láser entre todos ellos. Lástima que a los suburbanos les importe más poder comer a diario antes que estar pensando en la piel que tienen que mantener sana de su cuerpo, como nos ocurre al otro lado.
Ahora miro a Parker, que camina junto a mí, ¿qué gana él con enseñarme todo esto entonces?, ¿no teme que comunique a los suburbanos que hay una manera de atravesar la Divisoria y luchar por la libertad, desde el otro lado?, ¿o que diga en Eliturbe que el sol nos daría la vida que la oscuridad de la Divisoria nos quita, para dejar de estar esclavizados por nuestra piel?
Claro, que eso sería dar comienzo a un conflicto de Urbes y Parker sabe de sobra que soy capaz de chivarme.
Porque sabe lo que pienso del inicio de los disturbios en el 2008 y la manera en la que se llevó a cabo la separación de la humanidad, que me asquea tanta prepotencia eliturbana con sus continuas normas y reuniones vanales, y que odio ir contra natura con mi cuerpo y el paso del tiempo.
Eso es lo que menos soporto, soy humana y como tal he de envejecer antes de morir, y si es en Eliturbe a los sesenta años, lo asumo.
No tiene sentido. Parker está viendo cómo disfruto de este paseo, he descubierto una sonrisa en sus labios.
—Es normal que yo lo haga, pero y tú que has debido de verlo tantas veces… ¿Por qué sonríes?
—Porque lo haces tú.
—¿En serio?
—Vamos, Jul, cualquier otro se hubiera negado a cruzar siquiera, y mírate tú, el valor que has demostrado no es nada comparado con esa sonrisa. Has sido seducida por Suburbe, no puedes negarlo.
Me ha gustado su manera de decirlo. ¿Sedudida?
Miro nuestras manos unidas. El calor que siento bajo la chaqueta traspasa mi piel hasta alcanzar mi sangre. Y todo por una sonrisa, sí, pero la suya.
Ahora llegamos a lo que dice que es un parque.
—Es impresionante.
Y es que estoy viendo a suburbanos que no llevan ropa, mientras juegan con un balón. Me parece increíble que puedan divertirse como nosotros. Y Parker sigue sonriendo al ver cómo los miro embelesada, pendiente de la piel de todos aquellos que tienen marcas, ya sean de tinta o naturales, y cómo disfruto cuando les oigo hablar o reír.
—¿A que no me alcanzas? —le reto antes de salir corriendo.
Corro a través de ese alfombrado verde del parque, y me impregno de su olor, de su humedad. Me gusta.
Parker me sigue. Esta vez, menos estirado que de costumbre, corre detrás de mí. Y para que me pueda coger, yo aminoro la velocidad. Él me abraza para dejarnos caer al suelo, mientras reímos.
Tumbada boca arriba, miro al cielo. Trato de recuperar la respiración, la que también oigo extraña en Parker, tirado a mi lado.
El verde del terreno es precioso, no entiendo cómo podemos vivir sin cosas tan bellas como estas. Sin colores tan hermosos, sin el brillo de todos ellos. Y es cuando me entristece pensar en mi gente de Eliturbe, lo tienen más difícil que yo para poder apreciar nada de esto.
Nuestras manos vuelven a buscarse hasta quedar enlazadas de nuevo. Él me la acaricia de vez en cuando trasmitiéndome aún más valor para que siga preguntando.
—¿Cuánto hace que cruzas la Divisoria?
—Cuatro años.
De aquí debe de ser esta ropa vieja y barata que nunca le vi en casa. No quiero saber la de veces que ha cruzado y la de cosas que habrá llevado de un lado a otro. Cosas no implica a personas ¿verdad?, y él no abrazaría a nadie más como ha hecho conmigo, ¿no?
Quiero saberlo y pregunto sin ningún pudor.
—¿Y lo haces solo?
—Nunca lo había hecho hasta ahora.
¡Qué extraña sensación! Me duele saber que ha habido otros antes que yo, que ese abrazo entre nosotros no ha sido tan especial para él como para mí.
—Dame un nombre.
Parker gira la cara y busca mi mirada. Levanta mi mano y se la lleva a los labios. Va a decirme algo que me dolerá, lo veo en sus ojos, y antes de que se vuelvan de nuevo negros y su pelo se oscurezca por completo, alcanzo a oír alto, y bien clarito.
—Julia Klarence.
Bueno, esta vez al menos, estoy ya en el suelo antes de desmayarme.
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