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Capítulo 31

No dejar a Steven llamarme Jul será como matarlo. Rivera, sentado a su derecha, lo retiene por el brazo antes de que cometa la locura de desafiarme al ponerse de pie. Steven lucha por mantenerse quieto. Su cara se contrae de rabia. 

     Apoyo mis manos en la mesa, yo finjo calma, y me inclino hacia él.

     —¿Alguna otra duda, comisionado? —le pregunto utilizando nuestros rangos. No va a desafiarme, no lo hará. Y yo no quiero avergonzarlo más. 

     —No, Princesa.

     Respiro de alivio. Apenada, pero aliviada. 

     Le ha costado decirlo, pero me alegro de que lo hiciera, ya no tenía más fuerzas para enfrentar su dolorosa mirada.

     —Ahora que ha quedado claro a quién os dirigís bajo este techo —hago mías las palabras de Vivian—, empecemos con el reporte de estos tres meses.

     Todos callan, todos preparan sus tabletas de apuntes. 

     Tomo asiento y me facilitan una información que ojeo por encima. Nadie se atreve a interrumpir mi lectura. Me lleva tiempo, lo admito pero no termino de entenderlo del todo. Apago mi tableta, y cruzo mis manos sobre ella.

      —Se han incrementado los ataques a Suburbe en las últimas dos semanas, ¿alguien puede decirme el motivo?

     —No lo sabemos. No sabemos qué buscan ahora si el mes pasado ya fue la recogida de la cosecha, no tiene sentido que vengan a por más si no hay nada que llevarse. —Vivian ha moderado ya su voz para dirigirse a mí. Le doy las gracias con un movimiento de cabeza. 

     —No cabe duda que resulta extraña esa actuación. ¿Tenemos la defensa intacta? —pregunto ahora sin mirarla. Me he dirigido a todos. 

     Steven, como comisionado de la Seguridad, me mira.

     —No, Princesa, han sido muchas las bajas.

     Más rabia en sus palabras, más hielo en su mirada, la desvío de sus ojos para no desfallecer ante él.

     —¿Travis?, ¿qué puedes decirme de esas últimas bajas? ¿A cuántas asciende?

     Travis es suburbano, el encargado del censo y la documentación personal. Somos pocos en Suburbe, pero tenemos que estar identificados, fundamentalmente para el racionamiento o para los estudios médicos. Tiene unos cincuenta años, o al menos eso creo, no se qué pinta, a ciencia cierta, tiene un hombre de cincuenta años, pero estoy segura que los ronda, porque no es tan mayor como los que tienen arrugas en su rostro o el cambio de color en sus cabellos. ni tan aguerrido como puede serlo Steven con treinta y cuatro.

     ¡Mierda! Me limito a oír a Travis que lleva un rato diciéndome algo y olvido que Steven ocupa mis pensamientos.

     —… así que contabilizando hasta el día de ayer, todo aquel que no ha salido del hospital o entró en él ya difunto, hacen un total de trescientos quince la pérdida de hombres, mujeres y niños, en tres meses.

     Esto último es lo que más aborrezco, contar entre los muertos seres inocentes, los niños que no tuvieron opción a luchar por su falta de alimentación. 

     —¿Y qué hay con los desaparecidos? Ellos también son bajas a la hora de nuestra defensa.

     —¿Desaparecidos? Explícate, Rivera —le exijo por interrumpir a Travis.

     Él me manda la nueva información a mi tableta. Rostros de mujeres y hombres, del censo de Travis, que al parecer no están en Suburbe. 

     Antes de mi asesinato, que nadie se empeñe en decir que fue un accidente porque no va a convertirlo en la verdad,  nunca habían desaparecido suburbanos. Aquí se mal vive, de acuerdo, cuesta salir adelante y luchar cada día para llegar vivo a la noche, pero se vive después de todo. En Eliturbe solo quieren eliminarnos para obtener nuestros recursos sin dar batalla, no puedo creer que pretendan, ¿qué?, ¿secuestrarnos para cohibirnos?, ¿dónde nos ocultarían? Sé que las catacumbas son para presos problemáticos, no simples suburbanos. No habría celdas para todos.

     —Me consta que son bastantes, porque al menos en las últimas cuarenta y ocho horas han sido diecisiete las desapariciones —continúa Rivera cuando he llegado al último hombre. 

     —Muchos. No podemos permitir que sea algo habitual. ¿Estáis seguros? 

     —Mi unidad de seguridad ya ha estado acudiendo a las llamadas de las familias de los suburbanos ausentes, estas dos noches. Descartando la imposibilidad de sobrevivir lejos del estado de Nueva York por la falta de abastecimiento energético, no sabemos qué ha sido de ellos. Y créame, Princesa, que hemos rastreado todo el perímetro de la Divisoria. Ningún cuerpo parece haber desaparecido bajo ella, no hay indicio de electrificación alguna.

     —En Eliturbe no se toman la molestia de ocultar cadáveres. Tienen que estar vivos.

     Es Whesley quien habla ahora. Miro a mi izquierda, los eliturbanos asienten con la cabeza sus palabras. Sí, es algo que todo sabemos allí al otro lado.

     El holograma del Informe de Urbes matutino nos muestra los cuerpos calcinados, cada noche, a los pies de la Divisoria, para recordarnos cómo de protegidos estamos en nuestro lado de ella y que nada hemos de temer por matar de hambre a tantos seres humanos.

     —¿Me queréis decir que ya no solo quieren acabar con Suburbe para disponer de sus recursos, sino que ahora se dedican a pasar Suburbanos a Eliturbe? 

     —Es lo que parece —Steven habla sin levantar su cara. 

     —¿Con qué oscuro motivo?, ¿qué sentido tiene? —Sigo sin entenderlo.

     —No lo sabemos, Princesa. Eso es algo que tenemos que descubrir —me dice Rivera— no hay nada que nos indique qué hacen con los cuerpos.

     Analizo cada palabra, cada propuesta, y autorizo un nuevo servicio de protección en la Divisoria, esta vez en zonas desiertas libres de ojos acusadores. Si entran y salen por lugares que nadie ve, nosotros lo haremos.

     —Debemos de fortalecer filas e incluir nuevos reclutas —expongo como última medida al número de bajas de los últimos meses.

     —Eso es algo que ha sido necesario, y ya hemos comenzado los entrenamientos de las últimas incorporaciones.

     ¡Y de nuevo Steven no solo me lee el pensamiento! Sino que es más eficiente que yo. En esta ocasión me mira. Se lo agradezco con un mero saludo de cabeza. Una de cal y una de arena, espero que con ello haya limado un poco nuestras asperezas.

     —Está bien, ahora si me permitís quiero someter a votación la verdadera cuestión que ha hecho que os reúna hoy.

     Me pongo de pie, quiero que tanto los eliturbanos como los suburbanos en las filas de pie, detrás de los veinticuatro cargos de los asientos, me vean bien.

     Para ellos va a ser fundamental lo que salga elegido en la primera votación. No querrán que haya empate porque serán los encargados de decidir. 

     —Si no hay consenso a la primera, el resto de los representantes de cada urbe votará también.

     Como es natural, los corrillos empiezan a circular, las caras incrédulas aparecen. Va a ser la primera votación para todos ellos desde que mis padres fundara el Comité hace más de veinte años.

     —Para eso no hay votación —les digo para acallarlos.

     —¿Cuál es la cuestión? —pregunta Vivian como miembro más longevo del Comité de Eliturbe a sus sesenta y cinco años.

     —Agradezco a mi padre que asentara las bases del actual CSS y comprendo que gracias a él, Suburbe ha resistido más tiempo del que los eliturbanos nunca pensaron que lo hiciera. 

     —Nadie puede creerlo todavía, han sido casi ciento veinte años de historia de abusos y corrupción —es Steven quien habla. No voy a tenerlo en cuenta. 

     —Por eso también comprendo que todo suburbano que ya nace, crece y muere aquí, jamás tendrá una vida que le pertenezca plenamente, porque Eliturbe dispone de él mientras vive —hago un nuevo barrido visual, de izquierda a derecha y desde las filas de pie a cargos sentados—. Por eso he de proponeros que ataquemos Eliturbe de una vez, como en su día… —las palabras se atragantan en mi boca— …nuestra comisionado Amy Walson propuso a mi padre.

     Regreso a mi asiento, el esfuerzo de enfrentarlos a todos ha sido enorme. 

     Y de repente, la representación de Suburbe estalla en júbilo con gritos y vítores por cuanto he dicho que haremos. Los abrazos de alegría entre ellos se suceden, veo lágrimas en algunos rostros, e incluso cómo otros elevan al cielo sus miradas agradeciendo a quien corresponda mi decisión de entrar en guerra.

     Steven me mira ahora con una sonrisa, sé que está orgulloso de mí, pero intuye que me va a resultar complicado dirigir el ataque, solo hay que ver con qué cariño toma mi mano y cómo la acaricia varias veces infundiéndome ánimo. Es su forma de decirme “cuenta conmigo” delante de todos, y yo me alegro enormemente de tenerle a mi lado en esto.

     Respiro profundamente antes de volver la mirada a la representación de Eliturbe, se mantienen en silencio y al margen de la felicidad de los suburbanos que tienen frente a ellos. 

     Creo que aún no está todo dicho. 

     Me da la impresión de que Eliturbe pondrá las cosas difíciles en la votación. Aquellas palabras de Amy que pedían la muerte de los eliturbanos, empañan, más de dos años después, el carácter inofensivo de mi gente de Eliturbe.

     Y se necesita un sesenta por ciento de síes para entrar en guerra.

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