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Capítulo 3

No recordaba que el Informe nos enfrenta. Su cara, mientras observa el holo, es de asco, la mía mientras lo miro a él, también.      

     —Son personas, Parker. Personas que necesitan de un futuro alentador —le digo mientras sale un nuevo ataque del Comité Armado de Eliturbe en la Divisoria durante la madrugada anterior—. Ninguno conseguirá pasar, lo sabemos, estamos a salvo y ellos morirán carbonizados. Pero solo la valentía que demuestran al enfrentar al CAE, se les tiene que reconocer de algún modo. Se merecen que no les olvidemos.

     —Nadie nos ha dado nada a nosotros, ¿por qué tenemos que hacerles a ellos ese regalo? No es algo que hayamos inventado ahora. Desde que el mundo es mundo, siempre existieron ricos y pobres, poderosos que pisaron al pueblo. Y por supuesto hubo muros, vallas y fronteras que los separaban. ¡Nosotros no inventamos las concertinas!

     —Hicimos algo peor, la Divisoria. No acuchillará, pero sí que mata.

     —Es tan sencillo como pensar que ellos deben estar allí para salvar sus vidas, mientras que nosotros estamos aquí. No debemos estar juntos y mucho menos mezclarnos.

     Cierro los ojos, algo parecido he oído en otras ocasiones de esa política segregacionista, pero no descubro cuándo. Supongo que el mismo Informe de Urbes nos lo deja muy claro al mostrarnos cómo mueren tantos suburbanos intentando pasar a este lado. Cómo debemos de tenerles miedo

     No me gusta este Parker tan clasista y despiadado en sus argumentos. 

     —¡Si al menos les permitiéramos disponer de los recursos naturales que quedaron en sus fronteras y que ellos mismos mantienen con su sudor, no tendrían que robar o asesinar para sobrevivir! 

     —Es un vasallaje ínfimo. No debe preocuparte. 

     —Somos nosotros los cobardes que permanecemos bajo la Divisoria, deberíamos abrirla porque no es culpa de ellos que nuestros suministros escaseen aquí dentro.  Tan listos como somos y no encontramos aún la fórmula de autoabastecernos sin el sol debajo de esa maldita onda. ¡No quiero ni pensar que les haríamos de necesitar el aire o el agua! 

     —Se los quitaríamos también —dice riendo. 

     —Eres como todos los eliturbanos de mala conciencia, les tienes miedo por lo que puedan hacernos algún día, por condenarlos a esa vida de escasez y miserias —le digo enfrentando ahora su mirada.

     —¡Basta ya! Yo no les tengo miedo a ninguno de esos animales —me dice asqueado.

     —¡Personas, Parker, son personas! Y sí, estoy segura de que temes que en algún momento su organización pueda atravesar la Divisoria y nos pidan cuentas de lo que un día hicieron nuestros antecesores con los suyos, cuando los dejaron fuera de la Urbe como animales salvajes y se encerraron bajo este mundo de mierda artificial que tenemos.

     —Eso es ridículo. Y dime… ¿quién lo va a conseguir, eh?, ¿el CSS? Menudo comité de Seguridad tienen en Suburbe que no es capaz de enfrentarse a nuestro comité cuando les saquean. Por mí que sigan muriendo en el intento de cruzar la Divisoria y dejando su población bajo mínimos, si siguen así, pronto no necesitaran los recursos porque se extinguirán solos.

     —No hables así de ellos, son personas que mueren cada día intentando sobrevivir y se merecen nuestro respeto solo por eso.

     —Si ese es su lugar, es porque debe de serlo. —Parker se inclina hasta alcanzar mi cara, seguro que no quiere que me pierda detalle de sus ojos desencajados—. Y tú no debes meterte, Julia. Déjalos, acepta mi consejo. 

     —Tú menos que nadie tienes que darme consejos, Parker. Tú estás aquí por un golpe de suerte, no deberías hablar así de ellos y mucho menos amenazarme como acabas de hacer.

    Me duele la cabeza, nunca pensé tener una discusión con Parker por culpa de Suburbe en la que implicara amenazas para que me olvide de ellos.

     —No puedes culparme de lo que ocurrió hace más de cien años.

     —Pero sí puedo culpar a tu bisabuelo por cruzar con el dinero de miles de personas que depositaron sus sueños en el banco que era de su propiedad. ¡Los dejó arruinados para comprar su jodido pase y subir escalafones en la Elite! Me gustaría verte a ti ahora en el lugar que te pertenece por descendencia, en lo más bajo de Eliturbe, más cerca de ellos que de la cúpula. ¡¿A ver qué harías, con quién simpatizarías?!

     —¡Esto es de locos!, este lugar me corresponde por méritos propios, por mi trabajo y mis investigaciones. Además, no voy a excusarme contigo por la crisis del 2008, cuando ni tú ni yo habíamos nacido. Aquí te dejo esto, no olvides tomarlas. La amarilla es para cuando te despiertes.

     Recojo las píldoras que ha tirado sobre la cama y me tomo todas excepto la amarilla. Y solo lo hago porque tengo que recuperarme cuanto antes. 

     Tal como mejore voy a pedir la ruptura de nuestra pareja, que hoy tengo más claro que nunca. Jamás debió de consumarse. 

     No puedo recordar un solo momento en el que haya estado enamorada de Parker y eso me alienta a dar el paso definitivo para deshacerme de él. Va a tardar en hablarme por sacar de nuevo toda la mierda del conflicto entre Urbes y su familia, porque jamás soportó su posición casual en Eliturbe.

     Si Parker ha sido capaz de amenazarme, tengo que estar alerta

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     Hoy duermo algo menos. Despierto sobre las diez de la mañana con el estómago vacío. La discusión con Parker me quitó el apetito para la cena y quizá ahora el desayuno me resarce de ello.

     Me froto los ojos para despejarme. Tal vez lo primero que haga sea tomar café. 

     Llego a la cocina y me llevo la sorpresa de mi vida. Parker no ha ido al trabajo, y con un trapo sobre unos vaqueros rotos y una sencilla camiseta, prepara el desayuno. ¿Parker cocina? ¿Parker usa vaqueros, siendo el tejido más barato y vulgar del mercado?

     —Buenos días —le digo para llamar su atención, todavía asombrada. 

     Parker, que está distraído en la nevera, me mira por encima de la puerta y yo casi me caigo de la impresión. Está tremendo. La sonrisa de su cara me ilumina la mañana y de inmediato pienso en una tregua por lo de anoche. 

     —Buenos días, princesa, ¿un café?

     Definitivamente Parker está loco para llamarme princesa. Y encima sigue leyendo mi pensamiento, eso, o me conoce más de lo que yo creía. 

     Asiento con la cabeza a ese delicioso café porque me ha dejado muda. Retiro la silla y me dejo caer en ella, hambrienta. 

     Desayunar en la cocina como una pareja bien avenida puede ser interesante, así que me dispongo a experimentarlo después de diez años.

     Recibo de sus manos una taza de café humeante y pan recién tostado. Se sienta frente a mí y me doy cuenta de que tiene harina en la mejilla.

     —¿Has hecho tú el pan? —Me dice que sí sonriendo, y me provoca un aleteo en el pecho, indescriptible—. ¿Y por qué?

     —Has estado inconsciente dos meses, ¿no pensarás que voy a dejar que comas esa bazofia congelada que tienes en el refrigerador? 

     Intento no reírme, él mismo compra esa bazofia de comida.

     —Puedo entender eso… pero ¿hacerlo tú personalmente?

     —Está bien, he querido tener un detalle contigo, ¿por qué tienes que ponerle tantas  pegas?

     Bajo la mirada a mi pan, avergonzada. El horneado es perfecto y me muero por probarlo.

     —Perdóname, cariño, no he querido que sonara de esa manera tan brusca. A veces olvido lo testaruda que eres.

     Casi me atraganto cuando le oigo. 

     Para hacer una semana que he despertado, demasiados “lo siento” y “perdona” han salido de su boca, para nada me ha sonado a insulto eso de testaruda y el "cariño" parece sincero.

     Antes de saber sus próximas intenciones, Parker me agarra la mano y me la besa sin permiso. Otra vez esos labios que empiezan a gustarme demasiado.

     Le miro mientras muerdo el pan para intentar alejar esos pensamientos de mí 

     —Hoy quiero mostrarte algo.

     ¡Vaya, qué rico está el pan! No he probado nada así de exquisito sin tener que descongelarlo antes, como todo lo que comemos en Eliturbe.

     —¿Jul?

     Le miro extrañada, mientras saboreo el pan. El diminutivo de mi nombre en su voz suena especial. ¡Mmm! Me gusta. Nunca antes lo había hecho, siempre evito ese tipo de familiaridad entre nosotros. 

     —¿Puedo llevarte a un lugar muy importante para mí?

     Sonrío como una boba al ver que no le importa uno de nuestros acuerdos: “Nada de compañía mutua”.

     Vale, este no es Parker, ¿compartir conmigo algo después de hacerme el desayuno y pedirme perdón? 

     Trago el trozo de pan, no sin dificultad, para poder hablar ahora con él.

     —Claro —digo sin dudar.

     —Estupendo. ¿Qué necesitas antes de salir?

     —¿Ducharme? —No lo pregunto en serio, lo afirmo con una sonrisa.

     —Pues vamos entonces, lo estoy deseando.

     Parker se levanta, me quita el pan de las manos y me levanta a mí también. No ha medido su fuerza y me eleva fácilmente hasta situarme frente a él. Noto su pecho pegado al mío. Está tan duro que tengo que controlar mis manos para no echárselas encima. No se aparta respetando nuestro pacto, al contrario, me agarra de la cintura y me besa.

Parker me besa, y yo, obediente a sus labios, me entrego a ellos. Abro los míos y busco impaciente la lengua en el interior de su boca. Menudo beso que me está dando.

     Desde su posición, me inclina y me deja caer en sus brazos, yo me agarro a su cuello para mantener el equilibrio. Me puedo caer de la excitación si sigo saboreando este beso. Cierro los ojos, y es cuando puedo concentrarme en el sabor de su boca, el olor de su cuerpo, la suavidad de su pelo o el latir de su pecho. Este último quizá se confunda con el mío propio porque de un momento a otro se me va a salir el corazón por la boca.

     —¿Jul? —Sigo con los ojos cerrados y a su llamada los abro.

     Me asusto al hacerlo y lo aparto de un empujón. Tengo frente a mí al otro hombre, ese que es objeto de mis deseos cada noche desde que despertase en NOVAVITA, y que sin reconocer de mi pasado todavía, no puedo dejar de pensar en él. 

     Sacudo la cabeza y de nuevo Parker está frente a mí, con su pelo y ojos claros para que los diferencie bien. 

     —Lo siento. —Y me preocupa que se enfade conmigo por haberlo rechazado. 

     Algo me ocurre en la cabeza, no puedo besar a mi pareja y que sea la imagen de otro hombre la que me excite.

     Me alejo de Parker. Después de lo que he descubierto, mirarle me avergüenza.

     Desaparezco por las escaleras y el pasillo de los dormitorios, entro rápido al baño de mi habitación. Me dejo caer sobre la puerta una vez que la cierro. Muevo la cabeza, negando. Negando que me haya enamorado ese beso de Parker. 

     Una ducha fría. Eso hará que todo vuelva a su lugar. 

     Parker regresará a la indiferencia y falta de amor que nos une, y el otro hombre..., bueno, el otro que lo haga a dónde pertenezca, porque yo no lo recuerdo.

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Tardo lo justo en ducharme y en ponerme un pantalón y una camiseta de estilo Suburbano que Parker me ha dado. Me gustan están prendas sencillas, quizás yo también las use pronto.

     Al salir de casa veo que el día está precioso, todo lo que puede estarlo bajo la Divisoria sin recibir la más mínima radiación solar. Nublado, gris y húmedo. 

     Cuando salimos, Parker me ofrece su mano para que la coja. No me niego a hacerlo y un escalofrío recorre mi cuerpo cuando nos veo caminar sincronizados.

     Subimos a mi coche mientras yo intento calmarme de nuevo, y no tardamos en alejarnos a toda velocidad en cuanto él da la orden de arranque hacia el norte. El coche reconoce su voz cuando nunca antes se había montado conmigo, increíble. 

     —¿Y cómo te encuentras hoy? —me pregunta preocupado. 

     —Mejor, pero sigo teniendo mucho sueño. Es como si mis ojos se resistiesen a seguir abiertos. 

     —Eso es raro —afirma,  y se extraña ahora—. Pero será lo normal, has estado muchos días dormida, siempre fuiste muy perezosa—. ¡Y a mí que me gusta que él sepa eso de mí!—. Así que no debemos de preocuparnos sin necesidad. 

     Yo no lo hago, no sé por qué él sí que es el médico. 

     —Por lo menos el hambre no lo has perdido, ¡vaya manera de comer pan hace un rato! —me dice riendo. 

     —Oye, ¿te ríes de mi apetito? 

     —Claro, soy feliz si tú lo eres. 

     Y sé que lo es de verdad, porque su sonrisa me llega al alma. No, Parker no sonríe así de bonito, su risa duele siempre como el peor de los insultos. Jamás me gustó una sonrisa suya como lo hace ahora.      

     En cinco minutos más, en los que no dejo de sorprenderme por el cambio de humor de Parker,  llegamos a nuestro destino. No es más que un cine abandonado, como tantas zonas de trabajadores en Eliturbe que ya no existen. No hay trabajadores que las mantengan desde que un ordenador realiza este tipo de funciones.

     Por supuesto todo lo relacionado con este lugar desierto y en ruinas despierta mi curiosidad.

     Miro a Parker y me extraño. Impensable que él pisara nunca una zona así de abandonada y sucia para que lo considere un lugar tan importante. 

     Y ahí está. 

     Al fondo, detrás del cine, en el callejón, diviso la onda electrofilomagnética de la Divisoria. Se adivina porque la visión de lo que hay más allá de ella aparece nubosa, como si mirases a través de un cristal difuminado.

     Un momento… ¿Por qué sé tal cosa si jamás me acerqué a la Divisoria por temor a morir en ella, como todos los eliturbanos?

     —¿Qué hacemos aquí? —pregunto horrorizada.

     —Vamos a cruzarla.

     ¡Se ha vuelto loco! Ese humor estúpido ya no me divierte. No voy a hacerlo. Intento bajar del coche, y Parker grita: “cierre” para bloquearnos. 

      

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