Capítulo 26
No he estado en las catacumbas desde que el año pasado encerrasen a mis padres, y nunca fue a escondidas. Entonces no llegué a tiempo de poder liberarlos antes de la ejecucción, pero mientras las atravieso ahora, no dejo de invocar a todas las fuerzas del universo para encontrar con vida a Steven.
Hace solo tres horas que Parker lo sacó de casa, no ha tenido juicio, estoy segura de eso, así que lleva las tres horas en las catacumbas, recibiendo vete tú a saber qué clase de tortura para delatar el plan de reventar la Divisoria. Aunque ellos aún no sepan de ese plan en concreto y solo busquen información de las próximas actuaciones del CSS.
En primer lugar atravesamos sensores de calor humano, en cuanto nos detectan, nos reciben los lanzallamas para disuadirnos de seguir. ¡Como si eso fuera suficiente para detener a una mujer enamorada! No nos alcanza ninguna llama después de tirarnos al suelo o saltar sobre ellas, bien, por lo menos ha funcionado el uniforme.
No creo poder decir lo mismo, y que nos sirva ahora, ante el siguiente inconveniente.
Whesley pone la mano en mi pecho deteniendo mi avance.
Llegamos a lo que parecen ser pinchos metálicos de no menos de sesenta centímetros de largo, podemos ver algunos en el suelo, y los que no, salen de la pared como si alguien los tensara en un arco. Whesley me mira, su cara me dice que no contaba con esto desde la última vez que él entró aquí.
—Vamos a tener que sacrificar una mochila —me dice muy serio.
Eso será apostar al cincuenta por ciento. Cuando encontremos a Steven no sé si necesitaremos las medicinas, o las armas para defendernos del CAE. Si lo encontramos inconsciente, estas últimas no nos servirán.
Asiento sin querer pensar en las probabilidades de vida de Steven que dependen de la mochila médica y se la doy.
Whesley ya ha colocado de pared a pared una cuerda elástica que va a hacer la función de tirachinas, y que justo a la altura de lo que es el corazón de un humano medio de un metro setenta y cinco de altura, espera tensa a que la utilicen para lanzar algo con ella. Va a ser una mochila.
Cuenta hasta tres y lo hace, lanza la mochila que hemos considerado prescindible. No aplica demasiada fuerza, ha de parecer que es alguien atravesándola como máximo a la carrera.
Cierro los ojos cuando las flechas silban en dirección al bulto que atraviesa el espacio, son cientos. De haber sido una persona hubiera acabado acribillada sin escapatoria, desde los tobillos a la cabeza.
Whesley agarra mi mano y sin perder un segundo corremos tras ella, porque antes de que el sensor de movimiento detecte un nuevo intruso, debemos parecer la misma mochila en su desplazamiento.
Me paro para coger aire al otro lado y veo como ya están los siguientes pinchos cargados.
El CAE ha superado sus trampas y me doy cuenta de que Whesley tenía razón, solos no podremos seguir.
Pronto las cámaras nos delatarán. No nos basta con conocer el plano por recorrer si no sabemos qué nos espera cada vez que giramos una esquina del maldito laberinto.
El suelo a nuestros pies tiembla ahora.
No creo haber pisado una mina que nos haga saltar por los aires, nadie utiliza ya este tipo de armamento, la Élite no es de la que se mancha las manos con sangre, aunque sea Suburbana, por eso no entiendo de qué se trata.
Whesley se agacha a comprobar el material y su resistencia. Y cuando lo hace me dice:
—Sensor de peso gravitatorio. Máximo 50 kilogramos.
Acaba de terminar conmigo.
Si es lo que imagino, Wheslsy con su más de metro noventa de altura acabará por ser engullido por el suelo en cuanto dé un paso más. Nuestro calzado tiene un límite para ir por el techo, y ese es la arena magnétita, de la que carece este túnel acerado. Al fin han encontrado la fórmula para que ningún habitante de Suburbe, altamente capacitado de musculatura, pueda atravesar este pasillo.
—Deberás atravesarlo sola. ¿Cuánto pesas? —pregunta con una de sus sonrisas cachondas.
—No me preguntes eso. ¿Acaso no ves que son más de 50 kilos?
—Entonces ya no podrás llevar la mochila —me dice riendo.
Le doy un golpe en el hombro. Sé que además pretende que me ría para que no piense en él, en que lo dejo atrás. No quiere que me asuste continuar sola. Pero me asusto, e intento disimular mi temor.
Le doy un beso, y en esa distracción, le arranco la mochila de las manos. Me vuelvo veloz hacia el pasadizo que se abrirá a mis pies y lo atravieso corriendo sin mirar atrás.
El suelo tiembla, parece rajarse, estoy a punto de meter el pie por un hueco, pero me repongo de la caída. La mochila, con su gravedad, tira de mí hacia las grietas que voy dejando atrás. No sé a qué distancia se acaba esta trampa, son más de veinte metros ya.
—¡Busca el desbloqueo! —me grita Whesley cuando creo que todo ha terminado.
Ya sabía yo que no se quedaría esperando a que lo recogiese y quiere seguirme.
Le hago caso.
Miro por la pared acerada del túnel, en el que falta casi todo el suelo, y no veo nada que pueda piratear. No puedo desesperarme, tiene que estar aquí. Cierro los ojos, que tanta concentración me da, y palpo con las manos la pared para encontrar la puerta secreta.
Y cuando ya no espero dar con nada, la sensibilidad en mis manos atrae el calor de una zona al límite del suelo.
—¡Lo tengo, Whes!
—¡Reviéntalo, nena!
Podría hacerle caso y en su honor, que me observa con los brazos elevados, al otro lado, poner algo de explosivo para abrir un boquete. Pero quiero darme el gusto de hacerlo yo. No puedo dañar el dispositivo de desbloqueo.
Me tiro al suelo y con el puntero láser abro un agujero que abarca la superficie caliente que he detectado. No tarda en desquebrajarse, como si de cristal se tratara al contacto con un potente diamante, dejándome ver la pantalla digital que he de piratear.
Se trata de un viejo conocido, el dispositivo preferido por el CAE en las puertas de la presidencia. Después de años abriéndolas no deben de darme problemas. Sudo solo de imaginar que haya perdido facultades también con este.
Pero no, lo abro. En cuanto pulso el botón verde, dejo de oír la vibración que hace que el suelo tiemble.
Whesley también lo ha notado. Veo como corre hacia mí esquivando abismos, sin que desaparezca luego por el suelo.
¡Lo hemos conseguido! Ya estamos cerca de las celdas.
Me levanto de un salto y lo espero para salir corriendo hacia la nueva trampa.
Me sorprende ver que seguimos corriendo, segundos después, doblando esquinas sin llegar a tropezar con nada, pero no pienso ni mucho menos que sepan de nuestra presencia y que quieran llevarnos hasta ellas para encerrarnos luego sin problemas.
—Hemos llegado —me dice Whesley contento. Me agarra de la cintura y me eleva en el aire—. Lo hemos vuelto a conseguir, Princesa.
En su euforia me da un beso antes de dejarme de nuevo en el suelo.
—No vuelvas a besar a mi mujer, o tendré que partirte los labios.
Los dos nos giramos para ver a Steven apoyado con dificultad en la pared que da a las celdas. Whseley sigue riendo.
—Maldito cabrón, has sido tú quien ha desbloqueado las trampas, ¿acaso pensabas irte sin nosotros? —le bromea Whesley.
Steven sonríe, y tose para coger aire antes de caer desmayado.
Corremos hacia él antes de que se golpee en la caída. Whesley lo carga y nos ocultamos en una de las celdas que está abierta, supongo que ha sido la suya. El lugar es deprimente, pero me alegra ver muertos a dos miembros del CAE en ella.
—¿Qué le ocurre, Whes? ¿Qué le han hecho?
—Su corazón se ralentiza por momentos, en pocos segundos va a pararse —consigue decir con un nudo que noto en su garganta.
—No vas a dejarlo morir, ¡no ahora! —agarro el uniforme de Whesley por el pecho para atraerlo a mi cara—. No después de llegar hasta aquí.
—No sé que le han dado, Julia, no puedo jugar con veneno en su sangre.
—No me jodas, Whesley. Si ya está muerto, mete algo en su cuerpo. ¡Apuesta por su vida a cara o cruz!
Vuelco la mochila en el suelo, doy gracias de no haberla perdido también en el laberinto porque es la que contiene medicinas. Desecho lo que no me sirve y tiendo un inyectable a Whesley para que se lo ponga.
—Yo no puedo hacerlo —le digo conteniendo las lágrimas, la Princesa nunca llora.
—¿Estás loca? Eso es Apirelina funcional de tercer grado. Solo la empleamos para las descargas de la Divisoria en el momento de la última expiración. Y Steven aún está vivo.
Me inclino hacia Steven y pongo el oído en su boca. No oigo nada, no puedo creer que hayamos perdido ese último aliento.
Le quito a Wheley la Apirelina de la mano y, sin pensar que voy a taladrar el cuello del hombre que amo, la clavo en la vena yugular derecha y pulso con el pulgar el embolo del inyectable.
Son los segundos más angustiosos de mi vida. Ni ver a mis padres morir en directo en un holograma de televisión, ni sentirme partida en dos cuando aborté, supera mi angustia, dolor y miedo de ahora.
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