Capítulo 25
Gracias por venir a mi juramento, por seguir a mi lado. 🖤
Juro desempeñar fielmente mis funciones de Princesa Electa, hacer cumplir las Normas y Reglas establecidas por el Comité de Seguridad y respetar los derechos de los habitantes de la Urbe, así como protegerlos del yugo de la Presidencia.
Bajo el sol que nos da la vida, yo, Julia Klarence, os entrego la mía como Princesa Electa de la Urbe de Nueva York🖤.
Sinceramente: La Princesa.
Tengo todavía la cara húmeda de las lágrimas. No sé cuanto tiempo llevo en la cama lamentando mi perdida de memoria desde que me dispararse el CAE aquella noche en la Presidencia, pero no voy a seguir aquí un segundo más.
Me levanto y me dirijo al espejo, desnuda.
No veo nada, ni una mínima cicatriz donde debe de estar mi hígado, pero bueno, ¿qué voy a buscar en un cuerpo que ahora es eliturbano? Después de recordarlo todo ya no me gusta que Parker haya eliminado mis cicatrices y mi marca de tinta en la cadera, esa que me hace suburbana a los ojos de Steven y que me daba un precioso atardecer.
Desvío mi interés a Parker, a NOVAVITA. ¿Por qué la Élite me ha mantenido con vida tras la operación?, ¿les ha contado Parker de mi relación con Steven, el que creen el líder de la Causa?
Por lo que sea que lo hayan hecho, me ha llegado la hora de descubrirlo.
Aquella noche cometí un error, pero esta vez no me voy a dejar llevar por los sentimientos. El Presidente tiene detenido en sus catacumbas al mejor hombre de mi Comité de Seguridad y no voy a dejar que pase un minuto más de los que lleva encerrado.
Que dé la casualidad que se llama Steven Lars y que es el hombre que amo, va a ser la perdición del Presidente.
Voy a sacarlo de allí.
Whesly abre la puerta de su casa y se queda de piedra. Tiene que ser un shock tremendo verme aparecer de tal guisa después de tres meses. Puedo entender su cara desencajada al verme viva si tiene noticias de la captura de Steven, pero sé que lo que más le impacta es que lleve el uniforme del CSS, mi pelo engominado, porque no puedo recogerlo con su trenza de siempre, y mi mochila cargada. Y mi cara de odio, por su puesto.
No sabe aún que he recuperado la memoria. ¿Pero qué quiere? Entrar en las catacumbas requiere todo lo que este traje y este carácter me pueden aportar.
—Whesley, ya sé quién soy. Sé que he de unificar la Urbe para devolverle la libertad, junto con sus derechos, a todos sus habitantes, sin perjudicar al que no acepte la unión. Soy Julia Klarence, la Princesa elegida.
Se inclina, rodilla a tierra, cuando reacciona a mi uniforme y mis palabras.
—Princesa —me dice Whesley.
Le permito ponerse de pie con una sonrisa.
—Tienen a Steven, Whesley. Parker lo ha cogido en casa.
—Lo sabemos, pero no podemos sacrificar la Causa por un solo hombre.
—No se trata de cualquier hombre. Steven es tu hermano, tu amigo. Él haría lo mismo por cualquiera de nosotros. Somos su familia.
—Debemos reunir al Comité para votarlo.
—No tenemos tiempo. Voy a hacerlo con o sin la aprobación del Comité. Solo he venido para informarte, como segundo al mando en funciones que eres tras la captura de Steven, que entro en unos minutos a las catacumbas.
—Disculpa si no puedo permitir que lo hagas, eres la Princesa electa y no puedes tomar una decisión de esa magnitud tú sola.
—Hoy solo soy la mujer que el Comité me impide ser. Ya me condenó como madre, y no les dejaré que me quiten también a Steven.
—Tener familia es un impedimento, y lo sabes bien desde la muerte de tus padres.
Steven no es el único que opta por quedarse solo, Whesley, al otro lado, con riquezas incluídas, también es de los que opinan que el amor por otra persona siempre te hará vulnerable. Steven metió la pata conmigo, él nunca lo hará con nadie.
—La familia no es solo de sangre, Whesley. Haría lo mismo por ti o por Viv, y lo sabes.
—Por eso no puedo dejar que vayas. ¿O crees que a mí no me importaría lo que te suceda?, ¿que no lloré por tus padres?
—Pues por ellos mismos, Whesley, déjame intentarlo.
Veo cómo lo medita.
—Si algo me sucede, la Causa estará a salvo. He dejado instrucciones de al menos cuatro posibles desconexiones de la Divisoria en lo que queda de verano, recuerda que no solo influye en ella las fases de la luna, sino el reflejo de temperatura superior a veinticinco grados nocturnos. Solo tendréis que acceder al edificio en esos días. Whesley, es ahora o nunca, no se prevé otro verano así de caluroso en años.
Aún no me he movido del umbral de la puerta, puedo perfectamente ejercer mi fuerza, deshacerme de Whesley y volver por donde he venido para entrar yo sola en las catacumbas, pero le debo al menos la honra de luchar con su Princesa.
—Podemos hacer esto por las buenas o por las malas, tú elijes.
—Debí retirarte mi voto cuando tuve ocasión, eres una maldita cabezota que va a hacer que nos maten a todos.
—Al menos lo haremos junto a Steven ¿qué te parece?
Guiñarle un ojo es el gesto más apropiado, no me parece oportuno echarme unas risas con él.
Este hombre, grande como él solo, por dentro y por fuera, ha mantenido mi ánimo en lo peores momentos. Cuando creía desfallecer durante este último año, sin llevar a cabo antes el ataque de Eliturbe, ahí estaba Whesley con sus inapropiados comentarios para sacarme la sonrisa.
No tengo que pedírselo. Mi amigo abre sus brazos y me cobijo en ellos, para que me abrace fuerte. Le echaba de menos.
No he sabido jamás la edad que tiene Whesley y no es algo que me importe mucho, la verdad, porque ahora mismo en sus brazos lo siento como si fuese un padre, un hermano mayor y un amigo. Todo es posible en este enorme cuerpo que me hace parecer pequeña, aun con mi metro setenta de altura.
—Bienvenida a casa, Princesa. —Y sé que lo dice en serio, ese “princesa” es de afecto, no de sumisión.
Espero a que Whesley se ponga su uniforme, debe darse prisa, pronto amanecerá y necesitamos la complicidad de la noche.
El uniforme es nuevo y no hemos tenido ocasión de probarlo hasta ahora. Confío en que el tejido que refuerza la zona de las dorsales, lugar de preferencia del Comité Armado para emplear su taser, haga su trabajo de defensa. Ojalá que de verdad sea ignífugo totalmente y que permita el paso de balas de ácido, pero que también las elimine antes de que lleguen incluso a rozar nuestra piel.
No podemos olvidar tampoco nuestras mochilas, las mismas que contienen cosas que en un determinado momento puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte. Un material de auténticos primeros auxilios. Desde medicinas, máscaras de gas, cuerdas o arneses, hasta púas, linternas o fuego. Sin olvidar el resto de armas que nos permite tener, tanto una buena defensa como un buen ataque.
Whesley no se hace esperar y en solo veinte minutos más, estamos a los pies del edificio de la Presidencia.
Hoy lo veo enorme en su altura de rascacielos. Su magnificencia hace que me sienta pequeñita y que distintas dudas me asalten. ¿Debería haber acudido al Comité? ¿Haber negociado antes con Parker en casa? o ¿Haber venido sola para no poner en peligro la vida de Whesley?
Ya no hay vuelta a atrás, vamos corriendo por la red de alcatarillas que llevan a la parte trasera del edificio, ¿hoy el recorrido es más largo que nunca, o eso es lo que a mí me parece?
El primer dispositivo de bloqueo, de la primera puerta, se me resiste, parece como si hubiera perdido facultades en tres meses que llevo sin luchar.
O tal vez me esperen.
Hacen bien, contaba con ello, de lo contrario no podría volver a dormir jamás. Nunca me gustó matar por matar, solo me defiendo, y ahora quiero que me den la excusa para sacar toda esta rabia que tengo dentro.
Whesley ya no puede esperar, ha sido mi octavo intento, y con un poco de explosivo revienta la placa. Lo miro enfadada, podemos evitarnos el ruido si empleamos el láser para quemar el cuadro digital completo, pero a él le gustan más los fuegos artificiales a lo grande.
—Contrólate, Whesley, estamos solos —le pido para que vea que no puede ir por ahí explotando todo lo que se le ponga por delante.
Cuando me pide disculpas, atravesamos la puerta a la carrera. Quedan pocos metros hasta dar con la Presidencia, encima ya de nuestras cabezas.
Estamos listos. Miramos la puerta/trampilla encima de nosotros. La que se abrió hace año y medio con mis propias indicaciones, cuando visitaba a mis padres, y que nunca se volvió a utilizar tras sus muertes.
Quién me iba a decir que gracias de nuevo a mis padres hoy rescataría a Steven.
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