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Capítulo 23

Entro a la casa, corro a mi dormitorio y me dejo caer en la cama para seguir llorando. Es como si acabara de vivir la muerte de mis padres y el duro trance que pasó mi relación con Steven. 

    Todo hace año y medio. 

El vacío de poder que deja la captura de mis padres es solo el inicio de mi desgracia, enfrentarme a todo el Comité por su negativa a que hiciera a Steven mi pareja, la incrementa. 

     No están de acuerdo. 

     —No es normal —me dijeron el día que aparecí de su mano en la sala de cónclave. No vi quién lo hizo y le contesté:

      —¿Qué no es normal, que dos personas se amen, o que lo hagan sin tener en cuenta estúpidas normas? Porque tengan en cuenta una cosa, tras la unión que buscamos está la verdadera unión de las  personas, sin mirar más allá de su proveniencia, el color de su piel o la compatibilidad de sus sexos para tener herederos. Si no ven eso, no tendrá sentido la Causa. 

     Pero tuvieron que pensar que estaba loca para hablar así, enamorada lo llamo yo, porque no me hicieron caso. 

     Los miembros más destacados del Comité, a los que el resto escucha,  sometieron a votación mi relación con Steven. Se amparaban en la lógica de que es imposible que Steven y yo vivamos en pareja en ambos mundos, todavía divididos, a un lado y a otro de la Divisoria; Ninguno podía ser preso a manos del enemigo contrario mientras se hallase en el mundo que no le correspondía. Alegaron además que el Comité no se podía permitir prescindir de alguno de nosotros dos y nuestras funciones con el conflicto final tan próximo, y que cuando la Urbe estuviera unificada, ya se vería. 

     Y una mierda se vería, ¿cuándo podía ser eso? De mientras eso ocurre, Steven y yo nos vemos a escondidas en mi casa, cada vez que cruzamos o en su casa de Suburbe. 

     ¿Cómo puedo comunicarles, entonces, que tengo en mi vientre al primer humano de la Unión de Urbes, cuando las diferencia entre nuestros mundos siguen presentes en el mismo seno de nuestro Comité? ¿Dónde se criaría mi hijo si no conseguimos abrir la Divisoria antes de su nacimiento?

     No me atrevo a decírselo tampoco a Steven. Después de tantas confidencias en la cama, descubriendo su oscura existencia, me queda claro que un “bicho raro” no debe dejar herederos en un mundo de hambre y miseria, locura y dolor. Él no condenaría jamás a una criatura inocente a vivir lo que él ha vivido por inconsciencia de los que fueron sus padres. Me apena que no les tenga el cariño que yo siento por los míos. 

     Pero son casi cinco meses, y pronto se hará notable mi barriga, ya no puedo disimularla más, enfundada en la malla negra del uniforme. 

     No me cuesta fingir interés por el juicio de mis padres ante la Élite, es totalmente cierto, y por eso tengo un salvoconducto de ellos. Por lo tanto, el Comité de Suburbe me excluye de la lucha para que los visite en las catacumbas y así pueda obtener la información que se necesite para la Causa. Tenemos que aprovechar que el Presidente me lo permite y me excluye de cuánto pudieron hacer mis padres, sin perseguirme a mí por lo mismo.

     Por eso he permanecido en todo momento en Eliturbe sin necesidad de cruzar y doy gracias de que así sea. Aquí puedo seguir una dieta sana que me ayuda a continuar con mi embarazo. Hay días en los que pienso que si dejo de comer, como le ocurre a miles de suburbanas, tal vez se interrumpa la gestación y nada tenga que saberse. 

     Pero entonces me miro de perfil en un espejo y veo la vida que crece en mí. 

     No puedo hacerlo, no puedo acabar con el bebé. Antes prefiero huir al sur y desaparecer de todo lo que conlleva esta maldita causa que yo no empecé. Pero claro, eso sería también abandonar a Steven y no puedo condenarlo a mi ausencia.

     No sé aún cómo se lo diré. 

     Steven no ha reparado en mi cuerpo, hace días que no me toca. Controlar las revueltas internas de Suburbe, que desencadenó Amy hace meses, está siendo demasiado problemático, y cuando nos vemos en casa está tan agotado que solo me abraza y me da las gracias por estar a su lado. Por ser su familia ahora. 

     Mejor así, pueden llegar a matarlo si su concentración se pierde por estar pensando en bebés no deseados, que se covierten en niños muertos de hambre y luego, si sebreviven, en hombres con apariencia de bichos raros y oscuros. 

     Hoy he recibido una notificación de Whesley. 

     Se convoca un cónclave esta noche para las primeras elecciones que pondrá en el poder al primer líder electo del Comité. Mis padres así lo quieren desde su prisión. Y no asistir, como la hija del doctor Klarence que soy, daría lugar a especulaciones después del tiempo que llevo desaparecida. 

     ¿Qué podrá hacerme un inocente cruce de la Divisoria y unas pocas de horas en Suburbe, si lo peor estará por venir con la llegada de mi hijo? 

     Aprovecho que estamos en noviembre para vestir un cómodo abrigo encima de la malla, con el que podré evitar preguntas sobre mi considerable aumento de peso, y me dirijo al punto donde hoy la onda es vulnerable de atravesar. 

     Me he citado allí con Steven. Le gusta tanto como a mí que crucemos juntos, y sé que lo está deseando después de los cuatro meses de mi inactividad.

     Cuando llego al tronco achicharrado de lo que fue un árbol de Battery Park, lugar hoy del cruce, Steven me espera impaciente. Me sonríe contento, sé que me ha echado de menos en las revueltas y eso de verme en Suburbe, su hogar, y a su lado, de algún modo  se lo compensa.

     —Estás preciosa, mi amor.

     Me sonrojo al oírle decir eso, he recordado que un embarazo de niño puede hacer que tu cara reluzca hermosa. ¿Será por eso? No dejo de sentirme orgullosa de que mi bebé pueda ser un varoncito con la sonrisa, los ojos y la piel morena de su padre. Si después resulta que además va a ser la mitad de bueno, valiente y entregado que él, va a darme problemas con sus parejas en el futuro. 

     Respiro profundo para evitar llorar como una boba, ¡malditas hormonas! No debo pensar en el futuro, porque no sé si algún día mi bebé lo tendrá. 

     Lo único que importa ahora mismo es el presente y lo que me ha traído hasta aquí: la Causa de unión de Urbes, nada de sentimentalismos absurdos. 

     —¿Vas a dejar que te abrace como el primer día, Princesa? —me pregunta con sonrisa pícara y empleando un adjetivo que suena muy bien en su boca.

     —Más —le contesto yo sonriendo. 

     Steven está cariñoso y va a aprovechar el momento. Sabe de sobra que no me negaré, que el cruce de la Divisoria es mi perdición porque su cuerpo hace que el mío tiemble de deseo como inicio de su inminente excitación.

     Como respuesta, abro los brazos para que se eche en ellos y me abrace. Steven no me hace esperar y se funde en mí. Me besa con ternura, con tranquilidad, saboreando cada rincón de mi boca como si no lo hubiese hecho antes. Y yo me derrito en él.  

     De repente, su boca se relaja y deja de besarme. 

     —Tenemos un segundo. Mírame —me dice Steven cuando aún tengo los ojos cerrados. 

     Steven ha sido muy cruel. No puede besarme así después de tantas noches sin tenerlo, no después de sentir el latir de su corazón desbocado en algo más que el beso puro y casto que me ha dado. Pero le entiendo, soy tan profesional como él y sé que nos requieren en la nave del Comité. Y entonces me aprieta aún más a su pecho para recordarme que la Divisoria comienza a atravesarnos. 

     Le miro a los ojos y me dejo abrazar por el hombre que amo. 

     La onda electorfilomagnética nos atraviesa como tantas veces ha hecho y nos deja en Suburbe pocos segundos después. 

     Pero esta vez es distinto. Diferente. Y duele como nunca. 

     Siento un calor en mi sangre que me hace temblar. Steven me mantiene en pie con un abrazo que yo le agradezco, porque si no, ya hubiese caído por el dolor. 

     Me duele horrores la barriga, como si estuviese siendo abrasada por dentro. Mi cuerpo hierve. Solo si me encorvo siento un poco de alivio. Me duele, y me duele mucho. ¡Coño! 

     —¿Qué te ocurre? Jul, por favor, dime algo.

    No puedo hablar, solo me quejo del dolor que me atraviesa el vientre. Las lágrimas caen de mis ojos mientras grito y respiro a grandes bocanadas. Oigo a Steven preguntar qué me ocurre, pero no puedo contestarle. Intento concentrarme en respirar para eliminar la sensación del tremendo dolor  que tengo en mi abdomen. 

     Me agarro la barriga con ambas manos, ¡cómo si eso fuera suficiente para evitar que se desprenda mi bebé!, porque no seré médico, pero sé que estoy teniendo un aborto desgarrador. 

     Steven no puede verme sufrir y me toma en brazos. Corre conmigo hasta el coche que Rivera ha dejado a este lado para nosotros, a pocos metros del árbol. Cuando grita para la apertura de la puerta me deja en el asiento contiguo al suyo, y tras una nueva orden de arranque a 200 kilómetros/hora ya está sentado él.

     Atravesamos el puente y el coche se aleja a toda velocidad para llevarnos a la clínica improvisada de la que disponemos en la nave del Comité. 

     Estoy sangrando en lo que parece ser una descontrolada hemorragia. No veo el color rojo por culpa de la malla oscura, pero puedo sentir la humedad de la sangre caer por mis piernas y no me hace falta más que olerla para confirmar que estoy perdiendo a mi hijo. 

     Steven me abraza con posesión, intuye que va a perderme. Acaricio su rostro en llanto, para que me mire a los ojos.

     —¿Te has movido en el cruce? —me pregunta Steven. Llorando. 

     Solo puedo negar con la cabeza, llorando con él. 

     —¿Entonces, por qué sangras así? No lo entiendo. ¿Nos han descubierto y han cambiado la fórmula?

     Le digo que no con la cabeza. Yo mejor que nadie lo sé por mis cálculos. 

     —Estoy bien, Steven, de verdad. 

     Decirle eso ante una nueva punzada de dolor, y un grito para poder aliviarlo, no es muy convincente. Me encojo hasta llevar las rodillas a mi pecho. Steven se niega a creerlo, me pide que le diga de una maldita vez, y hablo por su boca, “qué coño me ha hecho la Divisoria para partirme de dolor, o va a volverse loco”.

     Lloro con él. Voy a decirle algo que quizá nunca me perdone, porque haber continuado con el embarazo pone mi vida en riesgo, y ese es su mayor temor. Perderme. Perder a su única familia. 

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