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Capítulo 20


La primera vez que crucé la Divisoria, lo hice en brazos de mi padre, tenía diez años. Ya era mayor para entender lo que él y mi madre hacían. Mi padre no me permitiría disfrutar de todos los privilegios que me daba Eliturbe si no los apreciaba previamente, así que me hizo ver las carencias al otro lado de mi mundo. 

     Mucha miseria, muchas enfermedades y mucha delincuencia. Dolor e incomprensión que el gobierno de la Élite acrecentada. 

     Pero mi padre no contó con mi desmesurado entusiasmo.  

     A partir de entonces quise cruzar con él cada día, contemplar emocionada cómo prestaba sus conocimientos médicos a tantos Suburbanos, y cómo su ayuda les beneficiaba a nivel personal y psicológico, más que lo que pudiera hacer desde el ámbito profesional. 

      —Te has enamorado de Suburbe, Julia, y presiento que ya jamás podrás sacarlo de tu corazón —me dijo el primer día que le ayudé a curar una herida. 

     Y siguiendo su consejo, a esa tierna edad disfruté de un mundo nuevo tan lleno de vida natural como es Suburbe.

     Con trece años ya, quise ayudar a mi madre en sus investigaciones en la universidad. Era pequeña, pero no dudé nunca de su empeño y su sabiduría, y  de que algún día encontraría la fórmula que haría que la Divisoria que nos separa de Suburbe se desconectase por completo. Pero hasta entonces y lo consiguiera, disfruté con ella midiendo la temperatura, haciendo cálculos y buscando el punto exacto, y el momento, en el que la onda electrofilomagnética era vulnerable de atravesar.

     —Tendrás que guardar el secreto, Julia, no queremos que también destruyan Suburbe, ¿verdad? —me dijo el primer día que mis cálculos fueron correctos, con quince años. 

     Me seco las lágrimas que he derramado, que no son por el esfuerzo de vomitar. No quiero volver a olvidar a mis padres, no quiero, ellos lo fueron todo para mí. Y para que eso no ocurra he de continuar su legado. Que todo lo que hicieron no quede en mi olvido nunca más, ni en el de ningún habitante de la Urbe. 

     Cierro los ojos mientras me recupero. 

     Durante el resto de mi adolescencia, mis padres prestaron su ayuda a la Causa que ellos mismos promovieron de jóvenes. En cuanto hice la mayoría de edad, dieciséis años en Eliturbe, como carecía de toda esa inteligencia que la genética me impidió heredar de mis padres, me centré en la fundamental para la lucha, la condición física. 

     No solo ejercitaba mi cuerpo día a día para mantenerme en forma,  sino que hacía lo posible para aprender a defenderme. Evitar ser capturada cruzando la Divisoria es fundamental, pero de igual manera se debe de poder soportar las torturas del CAE si caes en manos de ellos.

   Por eso no pude estudiar como cualquier joven de mi edad, los entrenamientos eran continuos, de sol a luna, y vuelta a empezar. Además, tuve  que empaparme de libros antiguos de historia, medicina y ciencias de los que necesitaba aprender, para que mi ignorancia eliturbana no fuera un problema. 

     Con la ayuda de mis padres y aquellos que nunca les fallaron, entre ellos Whesley y Vivian Sylverstone, que son como verdaderos tíos para mí, promoví, a mis veintidós años, el primer CSS de nuestra historia, aquí en el interior de Eliturbe.

     Necesitábamos nuestro propio ejército para derrocar al Presidente sin saber si quiera si algún día veríamos la caída de la Divisoria que nos separa. 

     Un comité  de hombres y mujeres eliturbanos que querían devolver la dignidad a otros hombres y mujeres, sin conocerlos si quiera, aunque ellos tampoco vieran la esperada unión antes de morir. 

     Tuve, con veinticuatro años, la autoridad suficiente para disponer de ellos en cada cruce de ayuda humanitaria y en cada acción antirrepresora que estimase oportuna. No podía permitir que la Élite siguiera abusando de los escasos recursos de los suburbanos, y los miembros de mi Comité prometieron serme fieles para conseguirlo. 

     Para someter a Suburbe, cada vez se endurecía más el Comité Armado de Eliturbe. Así que cuando cumplí veintiocho años decidi incluir en mis filas a habitantes de Suburbe. Entrenados como cualquiera de las primeras unidades eliturbanas son de mayor utilidad en su mundo que unos pocos de mis hombres cuando cruzan, ya que el cruce de la Divisoria no permite el intercambio multitudinario.

     Se me dio libertad para dirigir ambos comités, a cada lado de la línea, hace ya cuatro años. 

     Y yo otorgué a Amy el comisionado de mi Comité de Seguridad, la mujer más intrépida, valiente y decidida que pudiera conocer nunca. Teníamos la misma edad, y a veces pensaba que éramos más que miembros del CSS, que podríamos ser amigas, aún perteneciendo cada una a su mundo absurdo. 

     Pero no, me equivocaba. Fue sorprenderla observarme a escondidas, y descubrir que la envidia que me tenía no era sana. No hice caso de sus miradas. Ante todo era una profesional de la Causa y podía dejar eso a un lado porque sabía que Amy era la mejor para su cargo. Yo no era culpable de lo que hicieron mis antepasados, hace cien años, pero podía contribuir para compensárselo, para hacerle sentir que era persona, a ella y a todos los demás suburbanos.

     Siempre tuve de todo en Eliturbe para ser feliz, y cuando lo único que necesitaba era una amiga al otro lado que me hiciese olvidar mi soledad en ambos mundos, ella misma me lo negó. No le hablé nunca de lo que su envidia me hacía sentir, nunca confié nada a Amy más allá de la Causa de Urbes. 

     Y menos cuando descubrí que deseaba a su pareja. 

     Steven superó las pruebas de acceso al CSS en cuanto Amy se lo pidió, él siempre fue un hombre de ir por libre, de no dejarse intimidar, ni por la Élite ni por el Comité de Suburbe. Pero la oyó, y entró a formar parte de mi unidad. 

     Era el hombre más guapo sin necesidad de medicina estética que había visto nunca, y tan admirable como persona que proviene de Suburbe por su enorme corazón y entrega desinteresada, que solo me bastó un mes de guardias en la Divisoria con él para fantasear con su cuerpo en mis noches de soledad. 

     Un mes que hacía que yo no le permitía a mi pareja oficial, Parker, que me tocara. 

     Aún no comprendo cómo mi padre insistió de esa manera en que me emparejase con él. Él me dio siempre  libre albedrío toda mi vida. Pero insistió en que me uniera a Parker, su empleado de confianza en la clínica, cuando solo teníamos veintidós años, sin opción a quejarme. 

     Y no lo hice solo porque mi madre me abrió los ojos: Necesitaba un heredero para permanecer en Eliturbe con sesenta años. 

     La destrucción de la Divisoria podía demorar demasiado y un nuevo líder eliturbano, educado por su madre y sus abuelos, podría unir definitavemente la Urbe cuando estos faltasen. 

     Mi hijo, o mi hija. 

     En tiempos de conflictos no tenía por qué aspirar al amor, por eso acaté cuanto de mí se esperaba para la Causa. Una pareja por conveniencia no acabaría conmigo. Supongo ahora que ocultar mi doble vida a Parker fue lo que jamás permitió afianzar los cimientos de una buena pareja, que se destruyó por completo  cuando apareció en mi vida Steven. 

     

     Sigo llorando de rodillas en la calle, sin poder detener el llanto amargo. El pecho me arde solo de pensar en Steven, en lo que tuvimos que afrontar para estar juntos y en la nueva decepción, como caprichosa Eliturbana, que le provoqué con Amy. Aunque esa vez me mereciera de verdad el desprecio de ella, porque mis bisabuelos no, yo sí fuí la culpable de arrebatarle lo que era suyo. 

     Una nueva arcada acude a mi boca y necesito de nuevo vomitar, no sé que fue de Amy cuando la condené a muerte al no querer trasladarla a Suburbe. 

     Me incorporo del suelo, pero no puedo caminar, caigo de nuevo sobre él, llorando y lamentando haber olvidado lo que significó la lucha de mis padres, de Steven o la propia Amy, la que luchó siempre a mi lado, antes de traicionarnos el año pasado. 

     Necesito a Steven, quiero que me agarre y no me deje caer.

    No me extraña que Amy me odie. He tenido todo lo que ella nunca tuvo, y ahora encima me encapricho de su pareja.

     He cambiado las guardias de Steven de los últimos ocho meses y sé que con ello he deteriorado la relación de ambos, en este año que Steven pertenece al Comité. 

     No me avergüenzo de nada. Yo también le quiero. 

     Cuando cruzo la Divisoria pegada al cuerpo de Steven —me he inventado esto, y le  obligo a que me abrace cuando cruzamos, juntos, en un solo ser— cierro los ojos  e imagino que lo hace porque me ama, que lo hace porque quiere fundirse conmigo y no porque la Divisoria pueda acabar con nosotros si detecta a dos personas.  

     Hoy ese cruce ha sido diferente, Steven se ha excitado de veras mientras me abrazaba. 

     Tenemos una reunión del Comité en pocos minutos en Suburbe. Y somos los últimos en llegar a la cita tras el extraño  y excitante cruce de ambos. 

     Me ruborizo al entrar en la nave del cónclave, tía Vivian espera a que le dé un beso para saludarla, como siempre.

     Sé lo que viene a continuación.

     La tía Viv me retira el pelo de la cara para decirme una vez más lo guapa que estoy y lo mayor que me hecho en los últimos ¿qué?, ¿seis días que no me ve? Esta mujer me adora, y me encanta, soy la hija que no tuvo en Eliturbe. Pero sus besos y su cariño me hace sentir una niña cada vez que me pellizca la mejilla delante de Steven. 

     Y hoy precisamente no lo soy.

     Tengo claro que soy una mujer, y que no puedo apartar de mi cabeza la idea de que él se ha excitado conmigo. 

     Sonrío como una boba enamorada mientras tomo asiento a la mesa que se ha dispuesto para la reunión, y me dispongo a oír a mi padre, o al menos intentarlo, porque Steven colapsa mis sentidos.

     Por eso mismo no oigo los gritos de Amy hasta que ya es demasiado tarde. 

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