Capítulo 2
Esa del espejo no soy yo, es la versión mejorada de mí elevada a la enésima potencia. No llego a parecer una muñeca como el resto de mujeres de Eliturbe, pero estoy hermosa. Soy yo. ¡Parker ha respetado mi cara, sus dimensiones y proporciones! Es perfecta la distancia entre los ojos, y la de estos con la nariz y la boca. Mis pómulos se elevan lo justo para aparentar la edad que tengo, treinta y dos años. Ahora soy una más de ellos, joven y hermosa. Pálida.
Me gusta.
Aunque también me entristece que haya hecho desaparecer mis cicatrices de la infancia. Sí, echaré de menos el corte de la barbilla que tan diferente me hacía antes.
Aún no he mirado a sus ojos en el espejo y no sé si podré hacerlo, estoy llorando. He creído durante tres días que me había convertido en un monstruo y me ha emocionado descubrir lo equivocada que estaba con él.
—Gracias —consigo decir.
—Estás hermosa.
Su piropo dista mucho de su rostro serio. Parece no gustarle lo que ve.
Parker procede a eliminar la malla del cuerpo, enrollándola desde los hombros hasta los brazos. Sus manos rozan ya mis clavículas, quiere alcanzar mis pechos antes incluso de quitarla del todo.
—Para.
Me mira perplejo, ¿acaso no sabe ya que no toca mi cuerpo desde hace más de cuatro años? Va listo si cree que voy a desnudarme frente a él, no lo hago desde entonces. No voy a consentírselo ahora.
—Te necesito.
Sus palabras llegan a mis oídos y provocan de inmediato una excitación extraña en mi entrepierna. Mi respiración aumenta, él no deja de mirar mis ojos y yo los suyos ¡Qué extraño! Se me acelera el pulso y me agarro las manos para evitar tocarle.
Por un momento sus ojos, los que no dejo de mirar en el espejo, se vuelven más oscuros. Su pelo pierde el brillo claro para oscurecerse también.
Cierro los ojos asustada. La imagen que he visto no es la de Parker. Es la de otro hombre, y no uno cualquiera, se asemeja a un suburbano de piel oscura. Uno de los que dan tanto miedo ahí fuera.
Pero lejos de sentir temor ahora, es alivio lo que me da.
Yo conozco a ese hombre sin saber de qué, su recuerdo me hace sentir bien, y aunque parezca una locura, quiero decirle que yo también le necesito.
Abro los ojos y allí sigue Parker, con sus manos acariciando mis hombros, esperando mi permiso para bajarlas más. Sonríe ahora. He debido parecerle excitada, ¡y lo estoy, no me cabe duda!, pero ¡ha sido por el desconocido, no por él!
Me levanto de un salto y le obligo a soltarme.
—¿Qué te hace pensar que algo ha cambiado entre nosotros? —le digo al girarme y enfrentar su cara—, has moldeado mi exterior, no te equivoques, jamás lo harás con lo que siento. Y ahora vete, o todas tus enfermeras sabrán que te excitas con tu mujer, aunque no te permita tocarla.
Miro su uniforme a la altura del pantalón y alcanzo a adivinar lo que he provocado en él. Me alegra saber que Parker puede sentir algo por mí, aunque sea el más primario de los instintos.
Y el muy cretino, sin avergonzarse por ello, me sonríe.
—Hasta pronto, princesa —dice cuando me besa la mejilla y desaparece de repente.
Me miro al espejo y me sorprendo acariciando como una idiota enamorada la piel que Parker me ha besado. ¿Me ha llamado princesa?
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Han pasado varias horas y nadie ha venido a decirme nada. ¡Quiero irme a casa! NOVAVITA siempre me pone los pelos de punta.
Tecleo el código de la puerta y es erróneo. ¿Qué? Lo intento de nuevo. No se abre y me desespero.
Cuando creo que me falta un segundo para estallar y montar en cólera porque me han encerrado, la puerta se abre y sin pensarlo la atravieso. Aunque no del todo.
Parker está frente a mí, y hemos chocado cuando quería entrar. Viste de nuevo uno de sus estirados trajes de chaqueta. Tengo su boca a pocos centímetros de la mía y puedo ver cómo sonríe. Esta vez esa sonrisa me provoca náuseas.
—¿Ibas a alguna parte?
—A casa, tengo el alta.
En este momento llegan dos enfermeras acompañadas por su versión masculina. Un hombre que de saber su edad real podría gustarme, pero si tengo en cuenta que el cincuenta por ciento de la población de Eliturbe tiene más de sesenta años, mi libido ante semejante belleza artificial desaparece.
—¿Por qué te has quitado la máscara?
Yo alucino. Parker sigue con sus juegos idiotas.
De nuevo finge delante de su personal y me pregunta algo tan ridículo. ¿Que por qué me he quitado el látex de la cara? ¡Si ha sido él!
—Porque me ha dado la gana. ¡Y ahora, aparta!
—Esto no va así, Julia, antes tienes que firmar tu alta médica.
No lo pienso y le ofrezco la mano para que me dé la tableta que he de marcar. No me muevo de la puerta, en cuanto lo haga, me voy.
Junto con la tableta, Parker me da las indicaciones. ¿Quiero firmar con la mano derecha?
Me llamo Julia Green, ¿por qué dudo sin decidirme todavía a escribir? Mi cerebro hace bien en negarse a firmar con la mano derecha si soy zurda. ¡Joder!
—¿Julia? —Parker llama mi atención y entonces reacciono.
Cambio la tableta de mano y ahora sí, con la izquierda, porque sigo siendo zurda, y moriré siendo zurda, firmo como Julia Green. Y planto a continuación la mano, para que las huellas digitales queden grabadas en el expediente de NOVAVITA.
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Llevo días en casa. Es un adosado de dos alturas, de los pocas viviendas habitadas lejos del corazón financiero de Eliturbe, en la 34th. Perteneció a mis padres y no abandonaré este barrio de Chelsea así se me caíga el viejo techo encima.
Nadie ha venido a visitarme, y no es algo que me sorprenda en absoluto. Carezco de familia desde que mis padres murieran hace dos años y al ser de Eliturbe tampoco tengo parientes de segundo grado debido a la ley parental de la Presidencia: Un solo vástago por habitante bajo la Divisoria que nos protege. No nos podemos permitir una superpoblación que ponga en riesgo nuestra supervivencia.
En cuanto a eso de tener amigos soy muy reservada, alguna que otra amiga sí, pero dudo de que Parker las deje venir.
Estoy sola. Parker siempre está en la clínica. Y me alegro de que así sea, porque no quiero verlo después de lo que nos ocurrió en el baño aquel día, cuando sentí sus manos en mi cuerpo.
Pero tengo un secreto para olvidarlo. Le pongo la cara del desconocido y puedo soportar mi recuerdo sin que me dé repelús.
Solo me dedico a psear por la casa. No entiendo por qué disponemos de tantas habitaciones si Parker y yo no tenemos descendencia. Seis en concreto que están vacías.
Desciendo las escaleras mientras oigo ruido abajo. ¡Qué extraño! Por la hora que es, Parker debe de estar en la clínica.
Pues no, no lo está, y me sorprende verlo aquí.
No se ha dado cuenta de que estoy a pocos metros de él, en la sala principal. Parece ofuscado, no encuentra algo entre los archivos del ordenador, los discos duros se le resisten y parece no poder descargarse alguna información de interés.
Perfecto, ahora tendré que aguantar su mal humor.
—Vaya, menuda sorpresa, ¿te encuentras bien?
Tengo muy en cuenta que no podemos enfermar tan fácilmente en Eliturbe desde la famosa vacuna que se descubrió hace cincuenta años y que nos inmuniza por completo de enfermedades víricas comunes. No lo he olvidado, pero me río de mi propio comentario
—¿O es que ya te has cansado de jugar a los doctores?
Se queda quieto, no se gira a mirarme ¡¿Y el resto de Eliturbe lo ve educado?!
—¡Parker!
El corazón me da un vuelco cuando se vuelve. Está guapísimo, y de nuevo sonríe sin provocarme que quiera salir huyendo. Estoy empezando a desvariar, ya lo dijo él: Es el mismo, y yo soy la misma. ¿Qué me sucede?
—Siento haberte despertado.
¿Ha dicho que siente algo?, sí, definitivamente desvarío con respecto a Parker.
—No lo has hecho. ¿Qué buscas tan precipitadamente?
—Una… Una historia médica. En la clínica se ha borrado, y he pensado que quizás conserve todavía la copia en mis archivos.
—Las guardas en tu despacho, no aquí en la sala.
—Lo sé. —Parker parece incómodo por mi apunte, es extraño que haya olvidado eso que yo sí sé—. Solo miraba aquí para asegurarme antes. ¿Me acompañas al despacho?
Yo estaré gulipollas, pero Parker parece tonto, ¡pues no que voy con él!
Al llegar a la puerta soy yo quien la desbloquea como si él me hubiera dado sus propias contraseñas.
—No has perdido facultades.
—¿Qué? —le pregunto sorprendida. Y lo estoy, me desenvuelvo en su despacho mejor que en el mío.
—Termina de hacerlo tú por mí, por favor. —Y me muestra con la mano su mesa.
Bien, me siento delante del ordenador y le pido que me diga el nombre del paciente, o al menos su número identificativo como habitante de la Eliturbe de Manhattan, para buscar la ficha.
Parker duda un segundo, pero me sonríe mientras dice:
—Amy Walson no disponía de número eliturbano, es suburbana.
—¿Amy? —Me levanto asustada. Ese nombre…
Siento que el suelo se tambalea como si fuera a abrirse bajo mis pies. Pero no llego a caer y golpear el carísimo mármol del despacho de Parker, ni si quiera me doy con un mueble.
Él ha reaccionado a tiempo y me sujeta entre sus brazos, sus fuertes brazos. No recuerdo que estuviera así de impresionante la última vez que me vi entre ellos. Los lleva descubiertos, la camiseta de mangas cortas, negra, algo inusual en él, me permite ver sus antebrazos.
Me mira preocupado, y no solo eso, sé que lo está.
—¿Te encuentras bien?
—Solo ha sido un mareo.
—No deberías hacer esfuerzos aún. Fueron muchas operaciones y necesitas recuperarte.
Él es el médico.
No digo nada, y mucho menos cuando me coge en peso. Estoy muy bien en sus brazos y pienso disfrutarlo.
Parker sube las escaleras conmigo, no le supone ningún trabajo. Llegamos al piso de arriba, y sin importarle la prohibición de entrar a mi dormitorio, que dura ya los cuatro años de abstinencia común, desbloquea la puerta sin necesitar que yo le diga el código.
¿Desde cuándo intercambiamos esa información?
Tendré que cambiarlo si quiero que esto no se repita.
Cuando entramos me deja en la cama y con cariño me echa la sábana sobre el cuerpo. Sigo sin decir nada, me tiene descolocada tanta amabilidad. Lejos de irse, Parker se sienta a mi lado, levanta la mano y me acaricia la cara con el dorso de sus nudillos. Yo inclino la cabeza buscando ese contacto. ¿Qué estoy haciendo, joder?
Tengo que seguir enferma, no tengo otra explicación a mi conducta.
—Aléjate de mí.
—¿Qué ocurre ahora? —Parker me mira como si le doliera que retire su mano de mi cara.
—Quiero que te vayas, a la clínica o a donde te dé la gana, pero lejos de mí.
—Lo siento —dice cuando se levanta.
—¡Y deja de decir eso, porque no es verdad! ¡No lo sientes!
Me giro para darle la espalda, eso tiene que ser suficiente para que se vaya.
Claro, que antes el muy estúpido me dice:
—Adiós, Princesa.
Y yo sonrío porque de nuevo me ha gustado oírlo.
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Parece mentira que vuelva a ver a Parker tan pronto. Dos veces en un día es todo un récord para nosotros. Acaba de llegar a casa, y sinceramente, no quiero que entre por la puerta de mi dormitorio, porque puedo echarlo sin contemplaciones.
Lo ocurrido este medio día no se va a repetir. No he dejado de pensar en nuestro encuentro. Yo, tan dispuesta a ayudarle, él, tan encantado de que le ayudase.
De locos. Visto de fuera, parecemos una auténtica pareja.
Subo el volumen del holograma de televisión, si Parker entra a su habitación prefiero no oír qué hace. Con disimulo, presto atención al holo. Es el Informe nocturno de Eliturbe. He estado retirada de la realidad más de dos meses, y saber qué sucede me parece necesario ahora que al parecer los conflictos internos entre urbes se han intensificado en estos días.
Las revueltas de los suburbanos se recrudecen.
Sigue habiendo dos mundos en Nueva York, eso no ha cambiado. Eliturbe comprende tres cuartos del perímetro de Manhattan, y el resto de la ciudad y del estado es la denominada Suburbe.
La población mundial, como fue conocida a finales del siglo veinte y principios del veintiuno, ya no existe. La intensa crisis económica que asoló el planeta en la primera década del 2000 hizo desaparecer estados, países, e incluso continentes enteros, cuando los sobrevivientes les negaron cualquier ayuda posible.
El hambre, la delincuencia y la avaricia humana, hicieron el resto para su destrucción.
La división empezó cuando las diferencias entre pobres y ricos se hicieron insalvables. Todo aquel con dinero que pudo pagar un lugar en la Élite se protegió de la ira del resto tras un muro infranqueable, que hoy llamamos la Divisoria, una onda electrofilomagnética que mata, quema y desintegra todo lo que se encuentra a menos de dos metros de ella.
Y eligieron para esconderse esta isla.
Generación tras generación, de estos últimos ciento veinte años, hemos vivido confinados por voluntad propia, por cobardía. Aunque no por ello dejamos de esclavizar y arruinar las vidas de Suburbe desde nuestra posición privilegiada.
Sí, yo pertenezco a ella y a veces me repugna reconocerlo.
Tras aquella huida ruin de los primeros eliturbanos, veinte años más tardó el mundo en desaparecer. Hoy, un siglo después, no alcanzamos el diez por ciento de los habitantes que hubo en Manhattan en el 2009.
No puedo saberlo a ciencia cierta, puesto que nunca he salido de Eliturbe, pero alguna vez oí que Asia tiene su propia Urbe de Tokio, y Europa la de Londres. Claro, que tampoco puedo saber ahora cómo conozco yo ese dato.
Dada la nueva reagrupación urbana, los privilegiados permanecemos en el interior de la Urbe mientras que el resto sobrevive alrededor de Eliturbe, en la infrahumana Suburbe.
Solo sacamos algo positivo de todo esto: menos personas, menos emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera. El calentamiento global se estancó en los años ochenta del siglo pasado y la esperanza de vida del planeta se está recuperando a pasos agigantados, la naturaleza toma su lugar en el asfalto. ¿Pero de qué nos sirve, si ahora que no acabamos con La Tierra, lo hacemos con la propia humanidad?
Parker llama a la puerta de mi dormitorio. Si no le dejo entrar, no dejará de insistir.
—Te traigo tus medicinas, ¿otra vez viendo esa mierda del Informe? ¡Apágalo!
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