Capítulo 14
—¡¡¡Julia, que alegría!!!
Mis amigas son las siguientes en saludarnos. Perfecto, Steven se va a cabrear más.
Son tres mujeres de mi edad, de eso sí estoy segura, estudiamos juntas, y ahora yo soy una más de ellas en cuanto a belleza esculpida.
Me río. Hay cientos de personas a nuestro alrededor y aún así, no pasamos desapercibidos. La cara de Steven comienza a ponerse roja de enfado.
Dejaremos la discusión por ahora, ya me lo explicará en otro momento porque no hay jodido plan que valga, debe saberlo, excepto el de estar juntos aquí para acompañarme, como quiso él.
—Te hemos echado de menos, Parker no nos dijo que despertaste —me dice Elisse—. Cuando Megam me ha dicho que eras tú, no podía creerlo, y menos con ese corte de pelo.
—Te queda muy bien, tal vez me lo haga yo —dice Dona dándome dos besos, para luego lanzarse a dárselos a Steve. —Soy Dona. —Y hasta yo siento vergüenza por cómo lo mira, besa y soba los brazos.
Los ojos claros de Elisse también recorren el cuerpo de Steven de arriba a abajo. No tengo que girarme para saber que él les sonríe como no hizo antes con los carcas de Raimod y Roxy, a las chicas se les escapa una sonrisita tonta en agradecimiento.
¿Es mi imaginación o ellos se conocen ya? No, deliro. Steven es suburbano.
Habrá sido su cara guapa la que tiene a las tres como tontas.
—Chicas, este es Steven Lars —les digo, mientras le sonrío a él con ironía. Si no quiere que diga que somos pareja, no lo diré—, tiene solo treinta y cuatro años, y… esto es lo mejor, no tiene pareja.
¡Toma ya!, ahí va de cabeza, al vacío.
Y como si les hubiera dicho de verdad a mis amigas que es suburbano, se quedan más pálidas, de lo que ya son, al enterarse de su nombre.
—¿Steven? —Dona alucina.
—Es un nombre bonito, ¿verdad? —Y yo me río de ella.
—¿Libre? —pregunta Elisse.
—Exacto —enfatizo con una sonrisa burlona sin dejar de mirar a Steven.
—¿Treinta y cuatro? —repite Megam igual de sorprendida que las otras dos.
Pero bueno, que es solo un hombre, tampoco deben de ponerse así. Es guapo y atractivo, vale, pero solo es un hombre.
Y es cuando entiendo qué les pasa a las chicas. Me río a carcajadas.
Aunque Parker y su equipo hayan cambiado la apariencia de la mayoría de habitantes de Eliturbe, nuestras funciones corporales siguen su curso. Y sé lo que piensan al ver a Steven. Con un hombre de su edad no van a descubrir, con engaños, en el futuro, que no podrá darles el heredero eliturbano, eso contando con que puede excitarse como no lo haría un hombre de sesenta.
Me sorprendo riendo No tengo celos de ellas ni mucho menos, de hecho me hace gracia la cara de irritación de Steven al verme reír así.
Steven quiere matarme, lo sé, su mandíbula se aprieta en verdadera desesperación, pero él mismo lo ha dicho, cientos de ojos encima suya, no puede hacerme una escenita.
Así que le digo adiós con un gesto de la mano y me alejo divertida, lo dejo en compañía de las chicas y sus preguntas tontas.
Demasiada gente al alrededor, no me divierto. Necesito aire.
Subo a la planta ochenta y seis, donde se encuentra la terraza del observatorio, el único lugar en el que quizá se pueda respirar. Y llego en el ascensor en pocos segundos.
Ya en el exterior, no alcanzo a ver el cielo en la oscuridad de la noche, la onda que genera la Divisoria oculta la hermosa luna que he aprendido a admirar, gracias a las palabras de Steven sobre Suburbe. ¿Es posible que se pueda echar de menos algo que no recuerdo ni que exista?
Hasta eso nos ha quitado a nosotros la Élite, un cielo estrellado de verano.
Bajo la luz artificial del edificio de la Presidencia la terraza está repleta. La gente se divierte ajena a la miseria de Suburbe y orgullosa de su origen eliturbano. ¿Y cuándo no lo hace en una Cena Trimestral?
Esto no deja de ser una inmensa pasarela en la que cada tres meses nos mostramos todos como marionetas jóvenes y descerebradas, inmunes al sufrimiento exterior, e incapaces de hacer preguntas al respecto. Así garantizamos al Presidente, aunque no seamos conciente de ello, que siga ejerciendo su nefasto poder sobre nosotros.
Me apoyo en la baranda de la terraza y dejo caer mis codos en ella sin tener en cuenta la verja que no me dejará caer.
A veces pienso que esta humanidad que conozco es más de lo mismo, lo de siempre. Eliturbe es un reflejo de la historia pasada del hombre, de tantas guerras y conflictos por el poder, de la avaricia y los miedos de unos que someten a otros para realizarse.
Y de nuevo el vencedor, desde que el mundo es mundo, ejerce su dominio sobre el vencido. Que en esta ocasión, ya en 2126, además se esconda bajo una cúpula electrofilomagnética no me extraña, ha llevado su poder al extremo de su propia locura.
De repente un sonido agudo me llega al oído, acompañado de sonoras voces. Después de mirar, a un lado y a otro, compruebo que nadie en varios metros está cerca de mí. No adivino dónde se ocultan las personas que hablan en mi cabeza, puesto que estoy sola.
Pero las oigo claramente discutir entre ellas.
No estoy asustada por descubrir que tengo audición extraña, pocas cosas relacionadas con mi cabeza pueden sorprenderme ya desde que desperté. Y es más, sé que si cierro los ojos y me concentro lo suficiente, puedo eliminar sonidos nocivos, como si de humo se tratara, para oírlos solo a ellos.
—Las revueltas empiezan a complicarse —dice un hombre.
—En dos meses se han intensificado demasiado, no resistiremos —le contestan, e intuyo que es una mujer.
—No, no estamos en condiciones de hacerles frente —la nueva voz suena preocupada de veras—. Esos cabrones de Suburbe son más fuertes y jóvenes que nosotros.
—Dejemos que lleguen a la Divisoria, acabaran desapareciendo en su onda.
—No es suficiente con eso. Tendremos que enfrentarnos cuerpo a cuerpo.
—¿Y cómo lo haremos? Necesitamos antes los recipientes, o de lo contrario Eliturbe estará acabada, llena de viejos incapaces de levantar un táser para defenderse.
Todos esperan impacientes a que alguien les de una respuesta, al parecer, quien tiene la máxima autoridad.
—Señor Presidente, ¿qué será de nosotros si no consigue que funcione a tiempo?
Pero ya no oigo nada, ni preguntas, ni respuestas. Se trataba de una conversación del gabinete presidencial, no tengo dudas, pero ¿dónde estaba esa gente? Dudo que pueda verlos ahora, ¿están en mi recuerdo? ¿Yo he visto la cara del Presidente?
Hasta ahora solo unos pocos han tenido el desagradable placer de conocerlo y yo estoy loca por tener la misma suerte, ¡no me puedo creer que ya sepa quién es y que encima no lo recuerde!
Las voces han desaparecido para dejarme un dolor punzante en la cabeza, un dolor que me penetra el cerebro justo por encima del hueso occipital. No siento nada igual desde que pude separar las imágenes de Steven y Parker los primeros días desde que desperté. Y no volví a tomar nunca la pastilla amarilla
Me asusta pensar que algo no está bien conmigo, que puedo llegar a quedarme dormida de nuevo. Si eso ocurre, no quiero estar sola en medio de un balcón poblado de eliturbanos borrachos.
El corazón me va a mil por hora. Tengo miedo. Quiero ver a Steven ahora, no quiero dormir otra vez y dejarlo solo, moriría conmigo, ¡me lo ha dicho!
Entro de nuevo al salón. Espero dar con Steven pronto, siento que se me acaba el tiempo de consciencia y que no seré capaz de bajar a nuestra planta.
Me siento observada por todos los presentes mientras me dirijo a los elevadores. Espero que sea porque Parker me ha hecho extremadamente hermosa y que no se deba a mi mal aspecto antes de desmayarme.
No hago caso a tantas miradas, tengo que regresar junto a él. Steven no me perdonará que me haya ido de su lado.
—Me alegra verte bien, Julia. Creí que no podría volver a hablar contigo. No has vuelto por NOVAVITA desde tu operación.
La mujer que me habla sabe quién soy y por lo que he pasado, cosa que no puedo decir lo mismo yo de ella.
—No pude ir a tu habitación cuando despertaste, nos lo prohibieron a todas. Tengo mucho que contarte, Julia, lo que está pasando en la clínica es de locos.
Miro alucinada la confianza con la que esta mujer me coge del brazo, pretende llevarme más allá de la salida, en la otra dirección.
Un nuevo dolor alcanza mi cabeza, que me agarro desesperadamente. No me puedo mover. El ruido de la música, la intensa iluminación de las enormes lámparas fluorescentes dispersas por el techo y los empujones que recibo de todo aquel que necesita pasar a mi lado porque sigo clavada en el sitio, hacen que quiera cerrar los ojos, y dormir para siempre.
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