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Capítulo 13

Hemos llegado justo a tiempo. Llegar tarde y hacer esperar a la Élite no es algo que quiera hacer con un suburbano a mi lado. 

     Claro, que Steven hoy no lo parece, está pálido. 

     No he tenido que esmerarme mucho para conseguir que pase por uno de nosotros, la verdad, he usado la base de su belleza natural para aclarar su piel. Además, he vuelto invisibles su cicatriz de la ceja y su marca, que asomaba por el cuello, con maquillaje, y le he cortado el pelo, su maravilloso pelo, hasta conseguir uno que pase desapercibido en Eliturbe. Tengo que reconocer que el flequillo no le queda mal ¿pero qué le queda mal a Steven si ya todo en él era perfecto?

     No me gusta demasiado su piel clara de ahora, su pelo rubio o sus ojos claros. Pero sé que bajo ellos está el hombre que quiero y no me importa verlo así, disfrazado de eliturbano. 

     Está pálido, y también nervioso. 

     Steven de nuevo se ajusta el esmoquin, supongo que no ha usado muchos a lo largo de su vida, y me queda claro el tremendo esfuerzo que hace por mí al llevarlo.

     —Tranquilo, va a salir bien. Mírate de nuevo. 

     Steven baja la mirada para poder verse. Sé que ve un monstruo, un hombre que no es él, lo que tanto odia. Pero yo no quiero que se sienta menos que ninguno de nosotros, y si entra por el tejado a escondidas, como quería hacer, y con su uniforme oscuro del CSS, lo haría como el bicho raro que Eliturbe ve en él.

     —Trata de olvidarlo, por favor —le digo mientras espero que me ofrezca su brazo.

     —Es una vida entera, Jul, no puedo olvidarla en una sola noche. 

     —Lo sé, por eso yo te ayudaré. 

     Y le beso para que me sienta a su lado.

     Ayer ensayamos todo lo que debe saber de la Presidencia. Si aparenta ser un eliturbano de treinta y cuatro años, al menos ha debido de venir a unas pocas de cenas en su vida, no puede cometer el error de no saber por dónde pisa. Enormes salones de ocio en cada planta, que albergan a multitud de personas, con comedores, aseos e incluso dependencias privadas a las que nadie tiene acceso. En estas, si eres descubierto por algún error de cálculo, es tu fin.

     Todo va a salir bien, que se relaje. 

     Una vez que llegamos a la puerta de cristales, pequeña para lo que hay detrás de ella, en el mismo hall nos recibe el primer escollo a salvar. Se trata de Raymond I. 

     Nunca me ha caído bien este hombre. El muy cretino se siente orgulloso de descender del primer Presidente elitista —yo lo veo más bien como el descendiente del cerdo que lo provocó todo—, y se pavonea de seguir vivo con ochenta y siete años. Extraño, cuando bajo la Divisoria nos deterioramos tan prematuramente que si el resto llegamos a los setenta es todo un milagro. Ya podría haber muerto como todos hace años. 

     Ahora aparenta veinticinco. Qué horror. 

     Siempre he pensado que deberían poner límites a eso. Por ejemplo, si tienes noventa y cinco años, que aparentes unos sesenta, joder, no quieras volver a ser un crío. 

     Cuando pienso que Raymond encima podría ser un viejo verde, me da la razón. Le falta babear en mi escote.

     —Raymond, le presento a Steven Lars. Hoy me acompaña él. 

     Con estás sencillas palabras este hombre ha de entender que Steven es mi pareja y que está en igual de condiciones que Parker. Después de lo que ocurrió en la última Cena con aquella mujer, he de dejar bien claro que la separación de ambos es de mutuo acuerdo si no quiero ser objeto de lástima de toda la Élite por considerarme estéril. Parker y yo ahora tenemos nuevas parejas que harán que tengamos herederos. 

     Se me revuelve el estómago solo de pensar en tener un hijo, jamás podré darle uno a Steven, ¿en qué mundo lo haría?, ¿en el que me perseguirían a mí por eliturbana?, ¿o en el que sacrificarían a mi hijo por suburbano?

     —Mucho gusto, Lars—. Raimond me devuelve a la cruda realidad, a Steven a mi vera y a nuestros mundos diferentes. A la noche oscura de la Cena Trimestral. 

     A Steven le cuesta tomar la mano de Raymond y estrecharla. He cambiado su apariencia, pero si él no cambia su actitud, va a delatarnos. 

     Cuando por fin lo hace, y acepta su saludo, respiro aliviada.

     Después de un par de encuentros menos formales, entramos al ascensor que nos lleva a nuestra planta, la número cincuenta y dos. A solas ya, Steven se atreve a decirme:

    —Procura no ser tan sociable la próxima vez, no pueden fijarse tanto en mí. 

     —No pasará nada, relájate ya. ¿Qué te ocurre?

      —Pues que todo esto me repugna. Tanta ignorancia, tanta doble cara...

     —Tú también tienes una doble cara hoy —le digo y consigo arrancarle un sonrisa. 

     —Está bien, intentaré que no me afecte mucho.

     —Gracias. —Y le cojo la mano. 

     Steven recibe mi beso justo cuando el ascensor llega a nuestro destino.

     —Y ahora de verdad, cálmate, si sigues así, tú mismo te pondrás en peligro.

     —¡Julia, querida!

     Roxy Hall nos interrumpe, está delante de nosotros cuando las puertas se abren. 

     Juntas podríamos haber sido grandes amigas, hasta que descubrí su edad. No tenía nada en común con una señora de casi sesenta años, más preocupada por sus operaciones de restauración facial que de disfrutar su estancia en Eliturbe, la que pronto deberá abandonar porque no tiene hijos. 

     La miro y me sonríe abiertamente. Luce hermosa, como una de esas actrices antiguas de cine. No sé cómo puede venir a estas cenas y sonreír así , cuando en menos de un año tiene que abandonar Eliturbe.  Me apenan las malditas normas elitistas que afectan a personas indefensas como Roxy, ¿a dónde irá cuando la echen? En Suburbe moriría. 

     —Han hecho un buen trabajito contigo —me dice con una sonrisa aún más amplia, sin dejar de analizar mi cara. 

     Estoy segura de que así lo piensa. Me obligo a seguir su conversación sobre belleza y arreglitos para olvidarme de las reglas de Eliturbe.

     —Gracias Roxy,  al fin me puse en manos de Parker. 

     —Hiciste muy bien. Transmite mi enhorabuena al doctor.

     —Lo haré, querida.

     La atención de Roxy Hall se centra ahora en Steven, demasiado tiempo hemos perdido con esta mujer. Si mi técnica de camuflaje pasa desapercibida ante la reina de las operaciones, puedo plantearme ir metiendo suburbanos en Eliturbe hasta reiniciar la conquista desde dentro, al más puro estilo “caballo de Troya”. 

     Sonrío por pensar tal disparate, ¡ni que yo perteneciese al CSS para arriesgarme de ese modo! He de dejar de leer libros de batallas y guerras históricas que no me llevan a ninguna parte, excepto a desvariar. 

     Pero ¿cuándo coño he leído yo esos libros?, ¿dónde los he podido conseguir si la Élite domina la Información académica que recibimos desde niños? 

     La tos incómoda de esta mujer me hace reaccionar.

     —Oh, Roxy, querida, disculpa. Le presento a Steven, mi pareja.

     El cuerpo de Steven se tensa bajo mi brazo, que descansa sobre el suyo. Mierda, no pensaba antes de abrir la boca así. 

     Sí, estoy de acuerdo con él, demasiadas explicaciones estoy dando sobre nosotros, pero es la verdad, y me siento feliz de tenerle a mi lado en Eliturbe para que pueda desconectar un poco de mi estúpida existencia.

     Y si puedo también golpear en lo más profundo de su ego a Parker con tal afirmación, me siento más feliz todavía.

     —Es un placer. —Steven demuestra su educación cuando Roxy le ofrece la mano para que se la bese.

     —Querida Julia. —Roxy sonríe de manera pícara, agarra mi brazo y me aparta de Steven para decirme algo al oído—. No debería mostrar semejante belleza de hombre en público, el doctor Green puede sentirse humillado.

     Sonrío de satisfacción, al diablo con lo que le pase a Parker. ¿Ella se lo va a decir, o qué? 

     —Gracias por su consejo, espero que me guarde el secreto entonces. Seguro que puedo gratifcarle con una sección en NOVAVITA

     Sobornarla con una nueva operación es suficiente para callar a Roxy Hall, o al menos eso creo.

     —¿Estás loca?, ¿quieres que me delaten? 

     Cuando Roxy se ha ido, Steven me conduce a la carrera a lo largo del pasillo y nos rodeamos de eliturbanos para no llamar la atención. Después de todo, es una estancia de al menos doscientas personas de capacidad como para que alguna repare en nosotros y sobre todo en su enfado. 

     Hace bien en rodearnos de gente. Roxy tiene razón. Ese maquillaje de un Steven hermoso calienta mi sangre eliturbana y la situación prohibida de estar con él aquí, en la mismísima Presidencia, la pone en ebullición.

     —No he podido controlarme, entiéndelo. —Tomo las solapas de su impresionante traje para atraerlo a mi boca.

     —Pues tienes que hacerlo, esto no es un juego de seducción, Jul. 

     —¿Ah, no? —A ver si puede resistirse a mis besos. 

     Steven sujeta mis muñecas y se deshace de mi agarre antes de que alcance su boca con la mía, ¿qué, me está rechazando?

    Estamos aquí como quería, ¿y ahora me rechaza? 

     —No, porque las catacumbas están bajo nuestros pies.

     Steven sabe como arrojarme un cubo de agua fría para mantener controlada mi libido. Pero esas palabras poco pueden hacer con mi enfado. 

     —Eso tenías que haberlo pensado antes de pedirme venir, o antes de besarme de aquella manera para que no pudiera negarme a tu petición.

     —Lo que menos necesito son cientos de ojos clavados en mí. Cíñete al jodido plan.

     —¿Qué plan, idiota?, ¿y por qué me hablas como si fuera uno  de tus hombres del CSS? No tienes autoridad sobre mí.

     Steven jamás me ha hablado así, eso puedo recordarlo perfectamente. Soy yo la que mando en esta relación, la que mando, a secas. Mando sobre él, eso está claro en mi jodida mente.

     ¡Que no quiera ver de qué soy capaz con el poder que tengo!

    Un momento, ¿qué poder puedo tener yo? 

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