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Capítulo 12


Es 1 de Julio y quedan algo más de tres horas para la Cena. Recorro el salón una vez más, impaciente, y con este vestido largo es un coñazo hacerlo. 

     Steven llega tarde y no es como si lo hiciera cualquier otro. Ha podido ser capturado y su imagen en las catacumbas hace que mi estómago se contraiga para hacerme vomitar.

     El holograma de televisión del salón está conectado, y con él, el de Interubet, porque si un suburbano ha sido preso, en las últimas horas, lo darán como Informe Primicia antes de los aperitivos de la Cena, asegurándose así un mayor disfrute de ella. 

     Lo que me da náuseas, de verdad, es la Élite.

     Miro el reloj de nuevo. Parker ha salido ya para la Presidencia, tiene que estar allí uno de los primeros. Hoy se hablará en cada corrillo, en cada grupo, de su nuevo descubrimiento médico, que dará más vida a nuestra piel. 

     Me importa poco su éxito. Lo que más deseo es que él esté entretenido esta noche con su nueva pareja, para que yo pueda estarlo también con Steven. 

     Steven, ¿dónde estará?

     Miro el reloj otra vez.  Cuando me dejó anoche en casa prometió reunirse conmigo hace ya más de una hora, y sé, sin que me lo diga nadie, que no rompe promesas en balde.

     La puerta principal se abre, y no puedo creer lo que veo. ¿Steven entra por ahí cuando viene a verme?
 
     No tiene conciencia del peligro, de veras que no.

     —Eres un maldito gilipollas —ahí está la suburbana que llevo dentro, de la que me siento tan orgullosa, y la que tan enfadada está con él—. Llegas casi una hora tarde, ¿tienes la mínima idea de toda la mierda que he pensado en una hora?

     —Tranquila, Jul, todo está bien. El CSS me necesitaba. 

     Con ellos estaba. Claro, cómo no, solo tengo que ver su ropa oscura. ¿Estoy celosa?

     —¡Me importa una mierda tu CSS! ¿Para qué me diste un teléfono si no es para llamar cuando te retrasas? No vas a hacerme nada parecido en tu vida, ¡júramelo!

     —En Suburbe no funciona el teléfono a través de la Divisoria, ya lo sabes.

     ¡Será ridícula su excusa! 

     Steven me agarra velozmente antes de que empiece a temblar. Estuvimos todo el día de ayer fraguando un plan de entrada en la Presidencia, que ahora no veo tan claro que resulte. Por eso dejo que me acaricie la cabeza mientras me abraza, porque si pierdo a Steven..., bueno, si pierdo a Steven sencillamente me muero yo detrás. 

     Me dejo besar por él, sigo muy nerviosa.

     —¿Por qué es tan importante para ti venir? —le digo cuando creo haberme calmado.

     —Quiero estar contigo, ya te lo dije. Haré cualquier cosa por tu seguridad. O ¿acaso tengo que justificarme por querer protegerte?

     Obvio su nueva declaración de amor porque solo puedo pensar en él y lo que me ha hecho sentir no saber dónde estaba.

     —Pero es peligroso para ti.

     —No te preocupes, Whesley nos ayudará.

     No lo conozco mucho ahora pero, al igual que Steven, también confío en ese eliturbano como amigo suyo que es. Sonrío al pensar en ese fortachón y me relajo del todo, tanto, que soy yo la que va a tomar el mando de la situación. No Whesley.

     Nada va a pasarle a Steven en mi mundo, así tenga que defenderle yo a él a muerte.

     La sola idea de matar me resulta tentadora y no es algo de lo que me avergüence. En absoluto. Ya tardaba en sentirme así. Exaltada, ansiosa. No lo hacía desde el día que descubrí el laboratorio que hay escondido en el sótano de esta casa, ese mismo que he intentado ocultar en mi memoria. 

     Y ahora me siento poderosa con esta sensación.

     Mis músculos se tensan, dispuestos a que yo los someta a una lucha cuerpo a cuerpo. ¿En qué momento aprendí estas posturas de ataque? Sacudo la cabeza ante la visión de mí misma pateando varios traseros y saliendo indemne de ello.

     Miro a Steven que aguarda callado a que yo diga algo. Se va a sorprender.

    —No hace falta que Whesley nos ayude desde dentro. Si vas a venir, lo haremos a mi manera. Vas a entrar por la puerta principal conmigo.

     Nadie se sorprenderá de verme acompañada por otro hombre que no sea Parker. En Eliturbe se nos permite tener tadas las parejas que queramos sin separación previa, siempre y cuando sea para tener descendencia. Eso sí, habrá de ser un solo heredero por persona, porque una superpoblación en Eliturbe pondría en riesgo nuestra supervivencia. No hay que olvidar que tenemos el espacio y los recursos limitados. 

       Una vez más pienso que… ¡Esto no ocurriría si dejásemos abierta la jodida Divisoria!

    Pero aún no cabiendo todos bajo la onda, hemos de asegurarnos una continuación de nuestra especie eliturbana. Así que Parker y yo estamos en pleno derecho de intentar tener nuestro heredero, incluso fuera de nuestra pareja. Nadie nos lo reprochará. 

     Y esta noche la Élite sabrá que Steven lo sustituye en mi vida, pero no debe enterarse de que es suburbano.

     —¿A dónde me llevas? 

     No doy tiempo a una reacción de asombro por su parte, le llevo con decisión de la mano hacia la planta de arriba.

     Como si de un plano en mi cabeza se tratara, sigo instrucciones de mi maltrecho cerebro.

     Steven me sigue, cogido a mi mano sin hacer preguntas. ¡Tiene gracia! Ni mi primera vez en Suburbe seguro que puse esa cara de asombro que él tiene ahora. 

     Veamos, ya sé de la primera puerta que está a la derecha, es el laboratorio. Por eso paso de largo y paramos delante de una que está enfrente, a la izquierda, la habitación de equipamiento.

     Llegamos a un nuevo código en el armario, de lo que parece a simple vista otra habitación de invitados, y desbloqueo la puerta. No he dudado de que fuera capaz. 

     Misma historia para mí y alucine para Steven. 

    —¿Qué coño hay ahí dentro? 

    Yo ya lo recuerdo, pero tendrá que verlo él mismo. 

     Una luz se abre a nuestro paso por el túnel acerado, a la vez que la oscuridad se hace a nuestras espaldas. Al final, un lector de ADN nos espera en una puerta. No estoy para pinchazos en el dedo ahora, así que deposito saliva.

    —¿Pero qué…?

     Sí, yo tampoco encontraría las palabras si lo viese por primera vez. 

     —Siéntate y disfruta —le digo mientras me dispongo a hurgar en los departamentos de cada baúl que hay. Son una docena y no hay tiempo que perder.

     —¿Qué es todo esto, Jul?

     —Tranquilo, confía en mí —le contesto en tono cómico.

     Steven se sienta en la única silla que hay en el centro de la habitación, se trata de un confortable sillón giratorio que envuelve su imponente cuerpo de metro ochenta. No deja de girar en él para seguir mis movimientos por la sala, mientras me hago de maquillaje, tijeras y algo de ayuda del programa de ordenador “Camuflaje personal”. 

     No estaré de acuerdo con la técnica médica de NOVAVITA, pero al parecer tengo la mía propia respecto al cambio de imagen.

     Cuando tengo todo lo necesario, me sitúo a su lado. Voy a darme el lujo de satisfacer mis instintos primarios de devorar a Steven con la vista.

     —Desnúdate, Steven.

     Como es lógico, se niega hasta que le explique, y cito textualmente: ¿qué coño es esto y por qué se lo he ocultado durante los tres años que llevamos juntos? 

     No tengo manera de decirle que no lo sé, que no lo recuerdo y que hago cosas que mi cerebro decide por libre, por eso me impongo de nuevo para evitar la respuesta.

    —Desnúdate, o lo hago yo por ti. Tienes que llevar un esmoquin. 

    Steven levanta una ceja y me desafía al cruzarse de brazos. Gran error. Estoy en modo guerrera y va a lamentarlo. 

     Me agacho y extraigo sin miramiento alguno su calzado deportivo que tanto me gusta de Suburbe. Cuando intenta ponerse de pie, ya descalzo ante mi arrebato, le empujo a la altura del pecho y cae de nuevo sentado.

     Doy gracias de que la ropa al otro lado sea de tan mala calidad, porque voy a romperla. 

     Abro la cremallera de su pantalón de tal manera que revienta a la mínima tensión. 

     Steven suelta una pequeña carcajada. Bien, esto no tiene por qué acabar tan mal después de todo. Él me ayuda y levanta su trasero del asiento para facilitarme el resto de la tarea, deshacerme del condenado pantalón. Le gusta la Jul agresiva, lo sé, no puede ocultar su miembro duro. No lo puedo desaprovechar, nunca rechazo a Steven cuando se excita. 

     Me desnudo yo para no perder mucho tiempo. 

     —¿Qué haces? Llegamos tarde. —No se lo tengo que explicar, ya lo está viendo.

     No es que nos sobre el tiempo para acudir a la cena de la Presidencia, pero pongamos que veinte minutos podemos perder antes de que él se vista. 

     —Si prometes obedecer luego sin retraso, podemos hacerlo ahora.

     Steven mueve la cabeza de arriba abajo insistentemente.

     —Lo prometo.

     No necesito más que ese timbre de voz excitado tan característico suyo para tirar el pantalón al suelo y apresurarme a subir al asiento con las piernas a ambos lados de sus caderas. Contemplo su sonrisa un segundo antes de gritar:

     —Altura, veinte centímetros. —El asiento desciende a mi voz, alejándome de él, separando nuestros sexos—. Posición horizontal—. Steven sonríe cuando el respaldo se reclina tomando la posición que he ordenado—. Y ahora, Steven, mantente quieto —le digo con la cabeza inclinada para mirarlo por debajo de mis pestañas.

     No sabía hasta qué punto me gusta esto de darle órdenes. Me excita, más de lo que adivino que le ocurre a Steven al oírlas de mí. Me apoyo en su pecho con las dos manos esperando a que conteste. Un leve gemido me dice que sí, que lo hará. 

     Perfecto.

     Desciendo lentamente y Steven orienta su pene a mi entrada, ya dispuesta en su humedad para él. Increíble, con un solo gemido ha consiguido licuarme de este modo. Y él no lo está menos. 

     Steven está tan caliente y excitado que aprecio el roce intenso de su pene cuando se desliza en mi interior. Distingo cada vena en todo su grosor acariciar mis paredes, hasta que me ensarto completamente en él. 

     Fuera recuerdos de fiestas malintencionadas, dañinas y perversas, hoy Steven y yo estamos más unidos que nunca. Ojalá lo estemos también al terminar la noche, eso significará que nadie en Eliturbe ha podido separarnos. 

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