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Capítulo 10

No voy a esperar a ese hombre sentada, yo misma sabré qué pasó.

     Salgo de la habitación y recorro el pasillo. Como he supuesto, previamente, la casa está vacía. Todo está cerrado, como lo dejó Steven, o el mismo Parker antes de irse. Ya no lo sé.

      ¡Joder!

     ¿Parker nos ha descubierto y la ha pagado con Steven? 

     Miro todo como lo haría por primera vez. Y todo está exactamente igual. 

     No, todo no lo está.

     Junto a la puerta principal está mi calzado, sucio. Sé que es mío por el número de pie, no porque recuerde precisamente haber comprado nada semejante. Entonces, si tenía antes la ropa sudada y ahora esos zapatos están usados, ¡es que he salido de verdad a la calle!

     Llaman a la puerta, y sin pensarlo, la desbloqueo. Me asusto, yo no pertenezco al CSS como para saber hacerlo y Parker no comparte sus códigos de salida o entrada conmigo.

    —¿Dónde está Steven, Princesa?

    —Arriba, en mi dormitorio.

     Este hombre no pregunta y sube las escaleras, sin dudarlo da con mi habitación. Cuando entra, zarandea un poco a Steven sin conseguir nada, hasta que se asusta y le rompe la camiseta con la que duerme, con un corte transversal. 

     El pecho de Steven queda al descubierto, y antes de que yo pueda preguntarle al hombre el motivo por el cuál ha hecho eso, este le golpea en el esternón con fuerza. Saca algo de su mochila negra, ¿también lleva mochila?, y se lo hace tragar con dificultad. 

     Tragar. Tragar. Tragar. 

     Me estoy mareando.

     Me dirijo al armario. El escondite que tengo para la medicina que me da Parker está cerrado. No sé por qué las guardo tan en secreto de Steven, cuando me dijo que las destruyese porque eran drogas. No me cuesta abrirlo porque el código esta vez es mío, y cuento las pastillas a la desesperada. Siete. 

     Hay siete pastillas amarillas, falta la octava de esta semana. 

     Me giro hacia Steven y al hombre que intenta reanimarlo, ya entiendo lo que le ha ocurrido. 

     Y es cuando veo que Steven tose y escupe, al incorporase de la cama. He estado a punto de matarlo al darle la jodida pastilla amarilla.

     Como no puede ser de otra manera ya, siento que tras marearme de nuevo  me golpeo con el suelo. Cierro los ojos y me echo a dormir.

     No sé cuánto tiempo después, abro los ojos y veo a Steven sentado en la cama junto a mí. Ya no distingo la realidad de los sueños. Por lo que he experimentado podría tratarse de Parker. Me asusto. Steven alarga la mano para tocar mi cara. Esa ternura solo puede provenir del hombre que me ama.

       Huyo de su contacto, es lo mejor si tenemos en cuenta que he resultado ser un peligro para él. Al girar la cara, compruebo que no estamos solos, que el hombre que ha ayudado a Steven sigue en mi habitación. Como instinto protector agarro las sábanas y me cubro con ellas, aunque no esté desnuda.

     Me olvido de Steven y me concentro en esa cara de dimensiones perfectas. Su piel no es tan morena y oscura como algunos suburbanos que he visto al otro lado, pero el hombre tiene los rasgos de los antiguos americanos de piel negra que poblaron Nueva York hasta el siglo pasado y su pelo claro mantiene el rizo caracteristico de ellos. Es lo más bello que he visto de ese tono pálido desde que desperté hace diez días. En Suburbe no hay nadie así de hermoso y perfecto a la edad que aparenta tener, y cuando me sonríe, porque no dejo de mirarle descaradamente, lo entiendo. Su dentadura reluce.

     Es eliturbano como yo.

     Imposible creerlo antes de mi letrago. 

     Lejos de asustarme, miro a uno y a otro de los hombres que me acompañan. Estoy junto a dos archienemigos en el mismo espacio cúbico sin que haya sangre de por medio. Bueno, eso de enemigos, es lo que nos dice el Informe de Urbes en cada emisión del día, y según veo lo que ocurre en mi dormitorio, empiezo a dudarlo.

     —Tú nos presentaste —me dice Steven rompiendo el incómodo silencio que se ha instalado entre nosotros.

     Empiezo a estar harta de que Steven se meta en mi mente, significa que me conoce más de lo que yo misma soy capaz de hacer hoy por hoy, y eso me entristece. ¡Maldita cabeza!

     —Whesley dice que estás bien. Me has asustado.

     “Bienvenido al club” deseo decirle. 

     Pero después de todo no tengo derecho a decírselo cuando he sido yo la que ha estado a punto de matarle.

     —¿Y tú, estás bien? —pregunto asustada.

     —Steven se recuperará, siempre lo ha hecho. Excepto hace dos meses que te creíamos…

     —Whesley, ¿no tienes nada que hacer? —interrumpe Steven.

     No soy tonta. Puedo estar zumbada y vagando entre la dimensión de los sueños y la realidad, pero se ve a leguas que Steven no quiere que Whesley siga hablando conmigo.

     El hombre me besa la mejilla antes de que pueda evitarlo y de nuevo me llama princesa al despedirse hasta pronto.

     Que salga de la casa no me sorprende, cualquiera ya parece conocer los códigos de ella.

     Steven espera unos minutos para seguir hablando, hasta asegurarse de que Whesley se ha ido. 

     Le oigo hablar mientras empieza a moverse por la habitación. Me dice que jamás dormirá en mi presencia para no exponernos a ambos al peligro, que no debo conservar la medicación que Parker me da, porque se ha demostrado que no es medicina, sino drogas, y que bajo ningún concepto, ¡ninguno!, volveré a salir sola de noche. 

     Ni en Eliturbe, ni en Suburbe.

     Está viendo mi cara y no le gusta, pero es que a mí tampoco me gusta su actitud. Ya he tenido bastante con soportar diez años el mal humor de Parker y las elitistas normas de la Presidencia, como para hacerlo ahora con él. 

     Soy libre, aunque se empeñen todos en decirme lo contrario. Y seguiré siendo libre. 

     —No puedes comportarte como una inmadura eliturbana saliendo en plena noche sin seguridad. 

     —No sabía que lo hacía.

     —Por eso, hasta que te recuperes, tendrás escolta —me dice enfadado. 

    —Ni de coña. No voy a perder mi intimidad. 

     —No, si al final voy a tener que dar la razón al cretino de Parker y me vas a obligar a encerrarte.

     ¡Ah, no! por ahí si que no paso. 

     No he dado cuentas a ningún hombre en mi vida, ni si quiera lo hice con mi padre. Estamos en Eliturbe, ¿qué peligro puede haber dentro de la Divisoria? Tenemos un Comité Armado que no solo nos protege de los suburbanos, sino que nos facilita lo que podamos necesitar. ¿He dicho ya que estamos en Eliturbe? ¡No necesitamos nada aquí dentro, tenemos de todo!

     —Alto ahí, Steven. No voy a tolerar que me hables así.

     Me levanto de la cama. Ya bastante mal se me hace discutir con él, como para hacerlo como si estuviese enferma. Me pongo a su altura y continúo:

     —Si lo que temes es que te haga daño, no te lo reprocho, porque no sé que me pasa en la maldita memoria. Pero de ahí a dejar que me encierres, va un abismo. Dices que me conoces, pero si lo hicieras, no me propondrías tal disparate. Quizá sea yo la que se ha precipitado y la que no te conoce a ti, ¡ah, espera, eso ya ocurre! ¡No te conozco!

     —Pero ¡sabes que me amas! ¡No necesito más, ya te lo he dicho!

     —¿Amar? Ya no sé ni lo que quiero con esta confusión en mi cabeza. No puedo hablar de nada que sea amor contigo. No cuando he estado a punto de matarte, cuando te rescata un eliturbano en mi propia casa y cuando ni siquiera recuerdo haber salido esta noche de ella. ¡Me estoy volviendo loca! 

     Steven quiere agarrarme, pero yo ya me dirijo a la puerta y la abro para irme. 

     Hemos estado tan enfrascados en nuestras diferencias, que hemos olvidados que seguimos en mi casa y que Parker podía llegar de un momento a otro, como está ocurriendo. 

     Está subiendo las escaleras.

     Giro sobre mis pasos, ahora soy yo la que agarro a Steven y nos bloquemos en el baño. Tengo que justificar ante Parker un despertar matutino entre tanta pastilla amarilla del sueño, así que abro el grifo de la ducha de un grito. 

     Sin darle tiempo a negarse, arrastro a Steven al interior.

     El agua nos cae encima. Estamos empapados, pero no desnudos completamente. Steven conserva sus pantalones y yo el pijama que me puse al salir de la anterior ducha.

     —Repite eso —me ordena con la voz excitada.

     —¿El qué? —pregunto desafiante. 

     El muy cabrón se ha pegado completamente a mí, consiguiendo que olvide muy en serio lo que le tenía que repetir. Solo puedo concentrarme en la mariposa negra de su hombro, moreno y definido. 

     —Eso de que no sabes lo que quieres conmigo. —Su aliento abrasa mi oído.

     Sin dejarme contestar, Steven mete la mano por el elástico de mi pijama. Tengo la mala costumbre de dormir sin ropa interior y no encuentra barrera para hacer conmigo lo que se le antoja. Primero me acaricia suavemente, sin querer profundizar, y no pierde el contacto con mis ojos mientras lo hace.

     —Porque yo te quiero, Jul —afirma Steven sin dejar de mover los dedos al ritmo que le marco con las manos apoyadas en sus hombros—. Te quiero, y no me importa lo que tenga que hacer para conservarte con vida, ¿me oyes? Así nos cueste la separación, seguiré protegiéndote sin tu permiso. Porque ya he creido morir contigo una vez y no voy a volver a perderte

     Le he oído, pero de igual modo estoy a punto de perder la conciencia. No, esta vez no voy a desmayarme, me van a temblar las piernas pero por un motivo muy diferente, cuando Steven alcance el punto de mi excitacióm.

     —Dime que no vas a morir más sin mí —me dice al darme un beso.

     —No, se pasa muy mal sola —le digo sonriendo. 

     El agua cae entre ambos cegándonos por instantes, pero aún así nos mantenemos la mirada, las sonrisas.

      Ahora, con sus dedos busca espacio en mi interior y yo no voy a negárselo. Con ese movimiento rítmico hace que emita un gemido ahogado por la presencia de Parker al otro lado de la puerta, que la aporrea de nuevo. 

     No puedo hablar y mandarle a la mierda porque Steven no deja de mover sus dedos. Respiro, respiro a bocanadas silenciosas como puedo. 

     Un nuevo golpe. ¡Parker sigue fuera y si lo pilla conmigo va a matarlo! ¡Steven es suburbano, joder!

     —Nos va a oir, Steven.

     —Confía en mí, Jul. No nos va a pasar nada. 

     Confío. 

     Bajo el pijama a mis tobillos, me deshago de él de una patada y flexiono las piernas para facilitar su penetración. 

     ¡Vaya! Al parecer, sí sé lo que quiero.

     Steven me posiciona lo justo para apoyarme en la pared, donde con gran destreza, me levanta la pierna y se arrodilla. Su aliento primero y su lengua después, en constante movimiento, van a conseguir que grite. De esta sí que vamos a las catacumbas de la Presidencia, si Parker no nos mata a los dos primero, claro. 

     ¿Steven quiere morir conmigo? Pues va a conseguirlo. Agarro su cabeza con ambas manos y grito su nombre hasta quedarme sin voz. 

     Cuando se pone de pie, acompaso mi respiración y exhalo por última vez antes de que él se trague mi aliento en un beso. El agua sigue cayendo por mis ojos, pero puedo verle sonreír.

     Parker ya se ha ido, ha debido de pensar que no quiero verlo y hace bien. Steven me besa el hombro y yo sonrío como una boba. 

     Pero me aparto el agua de la cara, que la conversación no la habíamos terminado del todo.

     —No es la primera vez que hacemos esto aquí,  ¿verdad? 

     —No. Yo sí recuerdo quiénes somos juntos, Jul, lo que quiero contigo. 

     Lejos de acabar tirándonos de los pelos, Steven pasa su nariz por mi mejilla, buscando un beso que no quiero negarle. 

     —¿Y ahora es cuando me haces sentir mal?, ¿cuál es la lección de esto que aún no recuerdo? 

     —No vale morir. Tu y yo, juntos, contra el mundo. Solo tienes que confiar en mí. 

     Sonrío. Eso es fácil, ya lo hago. Confío en él. Lo de no morir espero que también sea igual de fácil. 

    

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