
27 - 🗡️Shoyoi🗡️
La puerta de la estancia estaba entrecerrada. La abrí, penetrando en la sala con las paredes de piedra cubiertas por alfombras clásicas que narraban la separación del Imperio de la Luna. Eché un vistazo rápido al lugar, tratando de disimular mi ansiedad por todo lo que estaba ocurriendo. Llevaba mi traje negro, ceñido, y detrás de mí quedaron mis guardias personales. A las afueras del castillo los Moderadores habían sido duplicados en cantidad para la vigilancia nocturna, pero no sabía los motivos.
Dentro de la estancia había una enorme mesa en forma de medialuna; en una de las puntas se encontraba el rey de Creciente: mi padre. Shinuo Toniyama no era un hombre descuidado y se notaba por su forma física, a pesar de su edad, que en el pasado había sido un gran militar. La presencia de aquel hombre era total e intimidante, como debería ser la sombra de un rey.
—Shoyoi —dijo él, aun sentado y levantando sus lentes de lectura—. Veo que eres el último en llegar.
—No quería cenar —le dije y me acerqué a la mesa.
—No es una simple cena. Nunca es una simple cena cuando estás en la corte. Ya te lo he dicho. Tenemos invitados.
Miré a los demás brevemente. Condes y condesas; todos vestidos como si fueran a una fiesta. ¡Qué desagradable! Y justo al lado de la silla vacía estaba Yizhim Albastar, mirando la escena como si se tratase de un teatro. El príncipe de Menguante vestía de blanco y llevaba un colgante de una luna menguante. Vaya pretencioso. Su hermana estaba en peligro mientras él se la pasaba de fiesta en fiesta.
—Por favor, siéntate hijo —ordenó el rey.
Le hice caso sin titubeos. No había otra opción. ¿Qué podía hacer yo para acelerar el proceso de rescate? ¿Es que acaso a nadie le importaba Milhan? Ni siquiera sabía nada de su padre. El rey de Menguante había estado enfermo e incomunicado con el mundo desde hacía semanas. Era algo preocupante.
—Te vez muy alterado, Shoyoi —dijo el hermano de Milhan. Parecía estar queriendo generar provocaciones.
Lo miré de reojo y me mantuve quieto. No, no estaba provocándome, simplemente se tomaba las cosas a la ligera, cosa que también era preocupante si era el caso.
—Quizá sea por mi prometida secuestrada —le dije y los sirvientes comenzaron a traerme platos y bebidas.
Cuando se fueron, me dejaron un bufet listo frente a mí. Había perdido el apetito.
—Tranquilo, príncipe —me susurró Yizhim—. Mis hombres ya embarcaron esta mañana. No tardarán en encontrarla y tráetela para que al fin te cases con ella, como tanto has querido desde niños. ¿Recuerdas? Se la pasaban horas y horas juntos en el jardín del palacio. Sí que eran buenos tiempos, ¿no?
Cada palabra que decía me hervía la sangre. ¿Cómo podía el príncipe de un reino que siempre fue nuestro enemigo venir a provocarme en mi mesa, en mi castillo y frente al rey? Estaba harto y cansado, sin embargo, decidí solo callar y mantener la compostura. Le di una sonrisa y proseguí con la comida.
Los invitados comenzaron a tener conversaciones triviales sobre chismes de la corte y algún que otro varón contaba una historia sobre una trepidante aventura en Chocante.
—Dime, Yizhim —habló el rey—, creen mis hombres que eres un gran espadachín. Te han visto esgrimir hace unas noches con uno de tus guardias.
Varios hombres en la mesa lo miraron.
—Con más de uno —se jactó el príncipe.
—Grandioso —alabó el rey y me regaló una de sus miradas de reproche—. Deberían practicar juntos una vez. El maestro espadachín de mi hijo fue un gran comandante. Tal vez puedan aprender una que otra cosa entre ustedes.
—Me parece bien —dijo mi cuñado—. En cuanto se recupere mi padre y traigamos de vuelta a mi hermana, practicaré con su hijo antes de la boda. Es una promesa.
Me dio una palmadita en la espalda y me mantuve en silencio. Al parecer si le preocupaba su hermana.
—¿Tu padre qué tiene? —quiso saber mi padre.
—Ha tenido una recaída —explicó Yizhim, entristecido—. Quizás le ha afectado lo de mi hermana. Está en cama desde hace semanas. Quizá sea fiebre roja.
Las condesas de su izquierda guardaron silencio al oírlo y miraban al príncipe como si se tratase de un niño lastimado. No me sorprendería verlo esta noche con una de ellas (o más) en su alcoba, con lo popular que era con las chicas.
—Suerte tiene tu padre de tenerte —dijo el rey Shinuo—. Te dejará un gran legado, aunque esperemos no sea pronto, porque luego me tocará a mí.
—Eso espero —dijo Yizhim—. Estoy pagando a los mejores doctores y curanderos del mundo. Ojalá valga la pena.
—¡Por tu padre! —brindó el rey—. Para que se recupere.
Otros levantaron sus copas también y bebieron.
Hora y media más tarde, se había hecho muy de noche y la luna de Amari estaba próxima al centro. Muchos de los invitados ya estaban ebrios y perdidos en el vino. Yizhim charlaba de su vida con una de las condesas y mi padre ordenaba más comida. Los sirvientes no paraban de trabajar, como siempre en un día de fiesta. ¿Qué había que festejar?
Entonces, alguien entró al salón, inclinando la cabeza en signo de respeto, esperando a que el rey le diera permiso de ingresar.
—Pasa, muchacho —dijo el rey.
El muchacho, que a pesar de las vestimentas tradicionales de Creciente parecía de Menguante, se adentró con una carta en forma de pergamino, diciendo que era un mensaje urgente. Generalmente los mensajes los traían a la oficina del rey y no a una cena llena de invitados, lo que me hizo sospechar. Sin embargo, aquello podía significar que en serio era más urgente de lo que creía. Así que me puse de pie mientras mi padre leía el contenido.
Su mirada, mientras lo leía, se había ensombrecido.
Entonces, levantando la mirada con la temeridad de un soldado en batalla, buscó con los ojos al príncipe Yizhim.
—¿Padre? —quise saber, pero me ignoró.
El rey se puso de pie y fue hacia Yizhim.
—Lo siento mucho, hijo —le dijo—. Tu padre ha muerto hoy por la fiebre roja.
Y Yizhim casi sonrió, pero luego se puso a llorar.
Mi padre lo abrazó y consoló, pero yo tenía la breve sensación de que algo estaba mal. Algo estaba horriblemente mal.
Dedicado a mi novia que me dijo que me iba a dar premio si subía esta parte. Te amo.
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