
26 - 🗡️Milhan🗡️
Desperté de nuevo en el camarote, retorciéndome en la cama del capitán. La luz del sol mañanero se filtró a través de los numerosos agujeros en las paredes. Si así estaba el camarote, no quise ni imaginar cómo estaban las cubiertas inferiores.
—Despiertas al fin —dijo una voz femenina que no pude reconocer, pero me parecía familiar—. Te perdiste la batalla de ayer. ¡Apareció un puto dragón!
¿Un dragón? Ah, claro, la dragona rosa. ¿Era yo? ¿Se había apoderado de mi cuerpo y salvado a todos? Esas preguntas se divagaron por mis pensamientos un segundo.
—Te ves terrible, humana. —La figura se inclinó hacia mí, mostrando un rostro rojizo claro con un par de pequeños cuernos que sobresalían de la cabeza. Era Visia—. Te has quedado pálida. No me sorprende, casi te ahogas. Si no te hubiera visto, no estarías aquí. —Volvió a recostarse por el espaldero de su silla—. ¿Crees que Ibrahim me recompensaría por salvarte? No. —Soltó un bufido—. Me ordenó vigilarte. Aquí estamos.
Me senté en la orilla de la cama y me percaté de que estaba vestida con una cosa que no reconocía. ¿Chaleco y camisa? ¿A caso llevo pantalones? ¿Quién me puso esta ropa? Mis ojos se pusieron amarillos y, luego de imaginarme a Ibrahim cambiándome de ropas, se pusieron rosados.
Miré a la altari que tenía frente a mí, mirándome con una sonrisa burlona que me hacía dudar de su cordura (aunque dudaba de la cordura de toda la tripulación). Cruzaba las piernas y acariciaba un perto12 enfundado en un costado de su... ¿Perto12? ¿Desde cuándo sé de armas?
—¿Eres la contramaestre? —pregunté a la mujer.
—Así es —respondió como si nada—. Y a veces timonel y a veces quedo al mando. Depende de cuánto tarde Ibrahim en volver. A mí en especial no me gusta pisar tierra, me mareo.
—¿Te marea pisar tierra? —me sorprendí.
—Es que todo está demasiado quieto para mi gusto. Además, en tierra hay demasiadas leyes. —Y comenzó a enumerar con ayuda de sus dedos—: No disparar, no matar, no incendiar animales vivos. Nadie se divierte.
Mierda, si está loca —pensé—. Ibrahim manda a una loca a protegerme en un barco lleno de locos.
—¿Ibrahim confía en ti? —pregunté.
—¡Por todos los cuernos! —respondió ella, segura de la respuesta—. Claro que sí, sino sería una segunda como lo es el dracónido virgen ese o estaría trapeando la cubierta inferior como el tonto de Ndu Womba. ¿Te sorprende ver a una mujer en este rango? —preguntó y respondió en el momento—. En mi país existe la creencia que una mujer tiene mejor capacidad de adaptarse a la vida marina. Al menos las mujeres altaris.
Me levanté y la altari puso una mano sobre su pistola, como si estuviera preparada para un ataque.
—Quiero ver al capitán —dije. Era una orden. ¿Tenía derecho a darlas? Bueno, besar al capitán me daba ese derecho, ¿no?
—Pues tendrías que buscarlo —dijo Visia—. Se ha ido al mercado a comprar unas cosas y conseguir un nuevo carpintero. El que teníamos tiene un ligero problemita: se ha quedado sin piernas. Cosas de piratas, ya sabes.
—¿Mercado? —le pregunté sorprendida. Con razón no se oía tanto bullicio afuera—. ¿Estamos en tierra firme?
—Bueno, en realidad en Rocas —respondió la pirata—. Lo sé, no somos muy creativos con los nombres. Islas Secas se llaman así porque está todo seco y en Rocas hay muchas rocas.
Salí del camarote, ignorando el comentario. Tenía la urgencia de ver al capitán por si ya iba a liberarme. Había pasado mucho tiempo en cautiverio y había salvado a su tripulación, debía... ¿Quería irme? En Menguante viviría encerrada en ciclos interminables de política y cosas aburridas. En Creciente estaría casada y probablemente estaría obligada a dar un heredero a la corona y el parto sonaba doloroso y todo lo que conlleva ser reina y esposa y estar en un país donde no te quieren...
Caminando por la cubierta superior me fijé en el desastre que había causado el ataque del día anterior. El palo mayor tenía resquebrajaduras y probablemente ya no servía, las balaustradas estaban hechas astillas por el lado oeste y el castillo y el puente tenían daños irreparables.
Eché un vistazo hacia la isla Rocas. No había arena, no había árboles, no había más que...
—Sí hay muchas rocas —dije.
—Es una isla inhabitable, pero eso significa que no le pertenece a nadie —dijo Visia cuando llegó detrás de mí—. Además de vez en cuando cae una de esas rocas y hace un sonido satisfactorio al impactar con las olas. Claro, también es peligroso.
La isla estaba repleta de enormes rocas de tamaños ciclópeos donde cabrían casas o mansiones enteras. Tenía un puerto al norte y otro al sur, donde varios barcos, ninguno pirata además del Aurora, bajaban cargas de madera y cajas de vino. De roca a roca estaban construidos varios puentes colgantes por donde cruzaban las personas, todas con sombreros cónicos o sombrillas de varios colores para protegerse del sol.
—Visia —dije sin dejar de ver la pequeña isla.
—¿Princesa? —preguntó esta.
—¿Qué orden te ha dado Ibrahim conmigo?
—Seguirte a todos lados —respondió— y evitar que te vayas hasta que él consiga carpinteros nuevos.
—Como un guardaespaldas —comprendí.
—No creo que sea el término correcto, pelirroja.
Me bajé del barco, perseguida por mi nueva guardaespaldas altari. Visia protestaba, pero no se atrevía a usar la fuerza para detenerme, seguramente porque Ibrahim le había ordenado que no me tocase un pelo.
Ya cerca de la costa, que parecía más el precipicio de una montaña que una playa, había un gran número de tiendas, algunas cabañas habitadas y vendedores ambulantes con canastas de madera en la cabeza. Había muchas especies de naciones lejanas, como dracónidos azules del norte de moskovia o sátiros altos y musculosos, no como Ndu Womba.
Creo haber visto a un par de orcos llevando una carreta de peces por uno de los puentes que cruzaban de lado a lado de las rocas, además de altaris de piel violeta comerciando con cristaltaris, esas esferas que usaban para pagar todo, que tenían un gran valor, incluso mayor a las medialunas de menguante.
Tenía puestas unas botas gruesas que me quedaban ligeramente más grandes de lo que parecían, y aún con ellas sentía que las rocas de Rocas estaban calientes y húmedas. Las olas chocaban contra los promontorios cerca de la fragata de Ibrahim y las gaviotas sobrevolaban el cielo en busca de robarse algún pez de algún pescadero despistado.
Visia me siguió cuando apreté el paso hacia el mercado y cruzamos un puente de maderas y cuerdas que colgaba hacia un precipicio peligroso. La sonrisa de la pirata se había borrado. Claro, odiaba estar en tierra firme. Sin embargo, sobre aquel puente tambaleante por el viento se sentía como en casa.
Cruzamos el puente y llegamos a un bullicioso conjunto de tiendas de telas y sombrillas. Escuché a gentes hablar en idiomas que desconocía y a pocos hombres de menguante que me miraban con una sonrisa en la cara; al parecer no veían a tantas mujeres por ahí que no fueran orcos o dracónidas.
—Va a ser difícil encontrar a Ibrahim por aquí —dijo Visia—. Mejor regresemos al barco y esperemos a...
Ibrahim estaba en la entrada de una tienda, hablando animadamente con una pareja de enanos vestidos como carpinteros. Llevaban un cinturón con herramientas y las cabezas afeitadas, quizás por el calor. A pesar de su estatura, el carpintero con el que estaba charlando parecía fornido y capaz de dormir al capitán de un puñetazo.
Al verme, Ibrahim detuvo su conversación y se acercó a mí y a la pirata que tenía a un lado.
—Princesita —dijo—. Vaya sorpresa. No te creí capaz de levantarte de la cama tan temprano.
Me crucé de brazos.
—Tenemos que hablar —le dije.
Él se puso serio.
—Visia —dijo—, por favor regresa al barco. Gracias por cuidarla por mí. Hoy tienes el día libre, pero no traigas a tus amiguitos sorpresa al barco. Alquila uno. —Le arrojó una bolsita de monedas—. Los de tu especie hacen mucho ruido cuando...
—¡Así será mi capitán! —interrumpió ella y fue corriendo al barco de nuevo.
—Bien —dijo Ibrahim—. ¿De qué quieres hablar?
—Busquemos un lugar más privado —le dije—. Es un asunto personal. Muy personal.
—¿Estás en tus días? —supuso—. No le veo el...
—No es eso —rugí.
—Ah, entiendo. Lo que pasó ayer...
Lo golpeé en el hombro y me miró sorprendido.
—Lugar privado —repetí.
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