
08 - 🗡️Milhan🗡️
El clima de altamar en estos días era más frío de lo que me habían dicho mis padres. No podía ver nada desde el interior del barco, encerrada bajo la cubierta, atada a una columna de madera cerca del depósito de pólvora. Sin embargo, a pesar de aquello, era fácil suponer que nos estábamos alejando cada vez más de la costa del continente Maram.
¿Había algo más allá del horizonte? No estaba segura, pero de lo que sí estaba segura era de que quizá iba a averiguarlo. Había oído y leído bastantes historias sobre piratas, ninguna muy tranquilizante. Y el hombre que me había capturado no tenía aspecto de ser alguien con sentido del humor y mucho menos un ser benévolo.
Permanecí tranquila, atenta, con los ojos bien abiertos de par en par, tratando de escuchar a los dos guardias que el capitán Ibrahim había puesto en la puerta del depósito para vigilarme. De buenas a primeras, me parecieron dos hombres amenazantes, pero, a medida que pasaba en viaje, fui percatándome de su extraña conversación. Al menos extraña viniendo de piratas.
—Es por eso que el mundo es un plato gigante —dijo uno. Un tipo rudo y de voz rasposa; de brazos como troncos y de piel morena. Estaba recostado a un lado, con una casaca azul gastado y un pañuelo del mismo color en la cabeza—. Si nos vamos muy lejos, podríamos caer por los lados.
Me estremecí con solo pensar en qué me harían dos tontos así si los hacía enojar. Mi estómago rugía de hambre y por un segundo deseé estar muerta. Era, de todas formas, un destino mejor que cualquiera que haya planeado para mí esa alimaña que capitaneaba el barco.
—Es una tontería, Otto —dijo el otro. Este hombre en realidad era un sátiro, era flacucho y llevaba una camisa blanca y sucia encima, con unos pantalones descocidos en las partes por donde sus peludas patas de cabra sobresalían—. Si el mundo fuera un plato, el agua se caería por los lados.
—Pues es un plato de sopa, Ndu —contestó el rudo.
Ndu sonaba a nombre de alguien nacido en uno de los reinos Chocantes, al este de Creciente. En mi vida había conocido a un sátiro ni mucho menos a un nativo centauro. Sin embargo, en el reino Menguante había bastantes de ellos que venían a vender sus telas hechas allí. En fin, Ndu no tenía la característica clásica de un nativo. Siempre creí que los sátiros vestirían con ropas de cuero sucias por las constantes batallas y portarían un arco en la espalda. Pero creo que mi forma de imaginármelos era un tanto racista.
—Eso tiene más sentido —dijo Ndu, poniéndose a pensar.
Vi la oportunidad de interrumpirlos y la tomé.
—Están equivocados —les dije. Mis manos seguían atadas a la columna—. El mundo es una esfera.
Los hombres se me quedaron viendo como si estuviera diciendo una incoherencia enorme. No pude evitar no fijarme en que uno de ellos, el flacucho sátiro, tenía una pupila más grande que la otra, como muchas mujeres que teníamos una teta más grande que la otra. Me llamaba la atención, pero no lo quise incomodar.
—Si fuera una esfera —dijo el Ndu—, el agua caería, incluso nosotros mismos, completamente.
—Es una idea bastante loca —añadió Otto.
—Eso tiene una explicación —dije—. El agua no cae porque hay una fuerza de la naturaleza que la atrae hacia la tierra. Como un imán a un metal.
—¿Un imán para agua? —preguntó el sátiro—. Estás mal de la cabeza, niña.
—¿Un plato gigante suena más lógico? —puse en duda.
Los tipos se miraron, compartiendo la incertidumbre. Sus rostros intrigados me parecieron extremadamente chistosos.
—¿Y cómo funciona ese imán? —preguntó Otto.
—Déjenme mostrarles —dije—, pero deben desatarme primero. Solo les mostraré y ya estaría. No se preocupen, no intentaré escapar en medio del océano.
Otto se levantó de donde estaba, equilibrándose con habilidad por el pasillo como si no le afectara el continuo movimiento de la fragata siendo golpeada por las olas. Dudó un segundo, pero me desató las muñecas y pude ponerme de pie.
La sensación de libertad hizo tremendo bien a mis muñecas, aliviando mi dolor en un instante.
Caminé como pude hasta una pila de balas de cañón y tomé la más pequeña que encontré: una esfera negra de casi dos kilos. Se la enseñé a los hombres, que se quedaron mirando la bala con escepticismo.
—Este es el mundo —les expliqué—. Solo hay que imaginar que una fuerza invisible atrae todas las cosas hacia el centro de la esfera. Todo se quedaría en su lugar.
El flacucho saltó y sus pesuñas hicieron un extraño sonido sobre la madera, como cuando una piedra cae al suelo.
—Es por eso que no podemos volar —se dijo.
—Y porque no tenemos alas, claro —añadió Otto.
—¿Por qué no tenemos alas? —preguntó Ndu, zanjando el debate anterior como si ya hubiera resuelto sus dudas.
Ambos me miraron esperando respuestas.
—Es un tema más complicado —susurré—. ¿Puedo hacer yo una pregunta ahora?
Ellos asintieron, sonriendo amigables como si no estuvieran vigilando a una prisionera valiosa.
—¿De dónde son? —quise saber.
—Nací en la Isla Seca —dijo Otto, moreno como una roca volcánica—, pero crecí en el sur del Reino Floreciente.
—Se crio con enanos —añadió su amigo el sátiro.
—Y con sirenas —dijo Otto—. Llegué a casarme con una pero el destino me señalaba hacia el mar. Recorrer los mares con el putísimo capitán Ibrahim.
—Lo de las sirenas es una vil mentira —afirmó Ndu—. Nos lo cuenta siempre, pero no hay pruebas...
—¡Es real! —dijo su compañero.
—¿Tú de dónde eres? —pregunté al sátiro.
Él se sonrojó, como si no estuviera acostumbrado a las interrogaciones de una fémina.
—Eh, yo, bueno. Ndu Womba, de Chocante. Vengo de la tribu Pawi, pero nunca me gustó la vida de mi gente. Hacía falta algo de emoción.
—Pero me dijeron que hay mucho conflicto entre tribus. ¿Eso no es emocionante para ustedes?
—¡Santos cuernos del Toro, claro que no! —dijo él—. Matarnos entre nosotros es una cosa horrible. Eso es algo que aprendimos de los humanos: solo ellos se inventan diferencias entre su propia especie. Están mal de la cabeza.
Me miró como sonrojado aún más.
—Sin ofender, claro.
Mis ojos cambiaron a un color anaranjado claro.
—Ustedes... ¿ustedes duermen parados? —quise saber, temerosa de que fuera una pregunta tonta.
—Eso es racista —me dijo.
Mis ojos se tiñeron de roza.
—Yo soy un sátiro —añadió—. Los que duermen parados son los centauros. ¿Qué me dirás ahora? ¿Qué debo llevar trenzas en la cabeza y el pecho destapado?
—Es lo que dicen los libros de historia...
—Dirás libros racistas de historia.
La puerta del interior de la cubierta se abrió rechinando. Los tres nos giramos para ver quien ingresaba.
—¿Qué escarcha hace ella suelta? —dijo Ibrahim, enfurecido.
NOTA: ¿qué te está pareciendo la historia? ¿Te parecen interesantes los personajes?
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