Capítulo 21 "Abuelita no"
Ay, dios. ¿Qué estaba haciendo?
En el medio de aquel acto de locura, abrí mis ojos y él aun los tenía cerrados. ¡Él estaba feliz! Y para peor...
—¿Elisabeth?
—¡Señorita! —dije, apartándome de él bruscamente, con mi rostro de un color rojo bastante furioso. ¿Me quería alguien explicar que hacía ella ahí?
—¿Puedo decirle algo? —dijo la mujer que también estaba a caballo.
No dije nada, solo observé la cara de Erick y... Sonreía.
—¿Cómo se le ocurre andarse besando con una persona con la que no está comprometida? —susurró, mirando al chico que se hallaba en una especie de nube.
—No lo sé... —negué con la cabeza—. El amor nos hace hacer locuras.
Wow, ni yo me lo creía. ¡¿Qué diablos acababa de hacer?!—Discúlpeme unos segundos, estábamos hablando —dije, bajándome del caballo y acercándome a Erick que hizo lo mismo. La mujer refunfuñó, pero luego se fue a vaya saber donde.
—¿En qué va a quedar todo esto? —pregunté—. ¿Piensas dejarme?
—Claro que no. —Sonrió atontado—. Pero antes, para despejar dudas... ¿Sentiste algo con todo eso?
No.
—Sí. —Bajé la mirada.
Era increíble. ¡Me había transformado en una mentirosa de remate!
—Entonces estoy feliz de que vayamos a casarnos.
La señorita Florinda apareció nuevamente temiendo por lo que pudiésemos hacer y lo agradecí bastante. No quería seguir inventando cosas. En el camino de vuelta, los tres fuimos charlando de cosas sin sentido y... De los arreglos para la boda. La mujer al escuchar que había aceptado se puso totalmente nerviosa y comenzó a lanzarnos miles de ideas. Aunque mis respuestas se basaban en monosílabos o simples risitas... Ellos se veían emocionados.
Al llegar al lugar, padre estaba con una sonrisa de oreja a oreja. Risa psicópata.
—¿Y? —dijo, levantando ambas cejas hacia arriba y abajo.
—Nos casaremos.
—¡Hija! —Él corrió a mis brazos y me estrujó de la peor manera posible. Temí por mis ojos.
El resto de las personas me felicitaban, me abrazaban, sonreían, etcétera. Tuve que esforzarme por no gritar "¡Basta!". Era insoportable. Aquello fue como en un abrir y cerrar de ojos. Todos y cada uno de los que vivían en aquel castillo, me formulaban preguntas que no entendía. Preguntaba nuevamente como si no los hubiera escuchado y ellos lo repetían... Estaba atontada.
Primero estaban los planes para mi cumpleaños y luego los de la boda. ¿Entienden? Me estaban volviendo loca. Ahora en ese mismo momento, no deseaba ninguna de las dos cosas.
—¿Pastel o rosado? —dijo el sastre, extendiendo ambas telas—. Oh, oh, oh —levantó un dedo y sacó dos más—. Tal vez un dorado o un beige le gusten, alteza.
—Cualquiera —dije, sentándome en la silla.
—¡Elisabeth!
—Pastel está bien.
—Perfecto. —La mujer aplaudió ante mi decisión—. Ahora también necesito que me vaya dando las ideas para el menú. —Sonrió emocionada—. Venga, venga.
Y con eso vino un hombre que medía como casi dos metros y el gorro de cocinero más alto que había visto jamás. ¿Pasaba por las puertas? ¡Oh! Su bigote le daba un estilo francés.
—Alteza... —Genial, otro hombre con ese mismo acento—. Venga conmigo, tenemos las muestras para los prasteles. —Sí, prasteles.
Así fue como el hombre jirafa, la señorita Florinda y yo, comenzamos a pasearnos por la sala principal que exhibía tres mesas alargadas con enormes pasteles. Había de todos los colores, formas, pisos, sabores... Y tuve que probar cada uno de ellos. Por suerte en el desayuno, casi no había comido nada y eso no era tan pesado. De todas formas, prefería lo salado.
De la nada, apareció una mujercita de baja estatura y susurró algo en el oído de la tutora.
—¡Oh no! —ella tapó su boca histérica.
—¿Qué pasa? —dije frunciendo el ceño.
—¡Su abuela viene en dos horas!
—¿Abuelita? ¡Oh, genial! —Aplaudí y di saltitos de emoción.
Upsi, había pisado al jirafo.
—¡No tenemos las cosas preparadas para su llegada!
—Ay, relájese. —Reí—. Mi abuelita no espera tantas formalidades.
Su llegada me puso muy contenta. ¡No había persona más linda que ella! Y por suerte, venía para brindarme su apoyo. Me conocía tan pero tan bien que... Eso no era bueno.
¡Oh, rayos que no era bueno!
—Ella no puede venir —dije con mis ojos abiertos de par en par.
—¡Es que ya está en camino!
—¡No puedo verla!
La estupidez de aquel acto fue demasiada pero tenía mis razones. Comencé a correr a mi habitación sin que los gritos de Florinda me detuvieran. Aunque si lo pensaba bien... Ella vendría y fácilmente me encontraría allí. ¡En mi habitación! Y fue así como cambié el rumbo, y me dirigí a los jardines, corriendo más veloz que la vez pasada. Tenía que llegar a los establos y esconderme en alguna parte. Tenía que planear algo, ¡ahora!
—Diablos —susurré, al ver que el carruaje ya había llegado y ella descendía feliz.
De manera rápida, me escondí atrás de un árbol y entre algunos movimientos, logré llegar al lugar donde Bony estaba. Me subí a su lomo, por suerte mi vestido no tenía armazón, y realicé el sonido con mi boca para que corriera.
Estaba actuando como una loca, pero... No podía mentir de nuevo tan descaradamente. Ella me conocía demasiado bien...
—Vamos pequeña. —Le dije a Bony una vez que habíamos llegado al escondite.
Resulta que hace unos años, estaba sola y aburrida y se me dio por mover unas enredaderas que para mi gran sorpresa, escondían un jardín secreto. La emoción que tenía ese día fue tan grande, que cuando volví al castillo, todos pensaban que estaba enamorada. Obviamente, no les delaté mi gran secreto. Estaba todo tal y como me lo imaginaba... Antiguo y abandonado, dándole un aspecto de estar encantado.
Bony tuvo que agachar su cabeza para poder pasar por la puerta. Una vez dentro, cerré la puerta y tomé asiento en una hamaca que todavía podía ser utilizada.
—¿Qué voy a hacer? —Sí, hablaba con mi amiga—. Ella me va a descubrir apenas me vea —dije, mordiendo mi labio inferior—. Si lo sé, lo sé... Es que... ¡Ay, por dios!
Todos en ese lugar se empeñaban en volverme loca. Las trompetas sonaban y las podía escuchar claramente, aunque estuviéramos bastante lejos. ¡Debía haber llegado en dos horas! Bony relinchó y movió su cabeza señalándome la puerta, claramente sabía que significaba eso.
—Ay, no quiero volver —dije, haciéndome un bollito—. No puedo seguir mintiendo así. ¿Cómo se supone que debo estar? Oh... Si ya sé, con cara de enamorada. —Ella asintió con la cabeza a lo que yo negué—. Bony, ¿te podrías poner en mi lugar, no?
La yegua se mostró ofendida e hizo un movimiento con una de sus patas delanteras, levantando polvo, caminó hacia la puerta y volvió a relinchar.
—Ash. —Rodé los ojos y me levanté—. Vamos, no se puede charlar contigo.
Y es asi como ambas retornamos a toda velocidad, culpa de mi compañera, haciendo que mi peinado se revolviera aun más de lo que estaba.
—¡Elisabeth! —La señorita Florinda corrió hacia mi apenas habíamos llegado, realizó un ademán y los hombres de las trompetas detuvieron su molesto sonido—. ¿Qué le pasó a sus cabellos? ¡Por dios! —Se ventiló la cara y dos sirvientas corrieron con abanicos para ayudarla—. Venga, debemos peinarla para que su abuela la...
—¡Amelie! —gritó mi abuelita, saliendo de la puerta principal con los brazos extendidos.
Ella y mi madre eran las únicas que me llamaban por el segundo nombre.
—Oh estem... —sonreí forzadamente, al ver como abrazaba y yo casi que no respondía—-¡Abuelita!
No hace falta aclarar que Florinda se estaba por morir de un infarto y que las sirvientas se estaban quedando sin muñecas de tan rápido que agitaban los abanicos. Ordenó que se llevaran a Bony y ella caminó cansinamente hacia los jardines.
—¿Cómo has estado, querida? ¡Estás bellísima! ¡Cuéntame todo!
Sentí que en cualquier momento, esa farsa iba a ser descubierta, pero... De todas formas preferí seguir con lo planeado.
—Perfecta, abuelita. —Le sonreí mientras caminábamos al salón—. Bony ya sabe miles de trucos, deberías verla. ¡Se le subió el ego!—Ambas reímos.
—¿Y tu hermana? ¿Dónde está? No la he visto —Rosmary, así se llamaba, miró para todos lados buscándola.
—No, ella se fue al Inter-estatal... —hablé en voz más baja.
-¿Qué sucede? ¿La extrañas?
Y aquí empezábamos.
—Si... La extraño.
—Volverá en un par de días. —Ella rió y me dio unas palmaditas en la espalda—. ¡Vas a casarte cariño! —exclamó—. ¡Deberías estar saltando!
—Si, es que aun no caigo en eso. No me hago la imagen mental de una Elisabeth casada, con vestido blanco... —Abrí mis ojos y me perdí en algún punto fijo—. Esposo... Hijos... —Negué con la cabeza rápidamente a lo que ella me tomó de los hombros y frunció el ceño.
—¿Por qué lloras, cielo?
Eso no estaba saliendo como lo planeaba.
...
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