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Al fin libres y La Madriguera

Narra ____:

No grité, pero estuve a punto de hacerlo. La pequeña criatura que yacía en la cama tenía unas grandes orejas, parecidas a las de un murciélago, y unos ojos verdes y saltones del tamaño de pelotas de tenis. En aquel mismo instante, tuve la certeza de que aquella cosa era lo que nos había estado vigilando por la mañana desde el seto del jardín, además era muy mono nunca he visto uno.

La criatura nos estaba mirando fijamente, y oí la voz de Dudley proveniente del recibidor. (que asco de niño por favor)

-¿Me permiten sus abrigos, señor y señora Mason? (puaj)

Aquel pequeño ser se levantó de la cama e hizo una reverencia tan profunda que tocó la alfombra con la punta de su larga y afilada nariz. Me di cuenta de que iba vestido con lo que parecía un almohadón viejo con agujeros para sacar los brazos y las piernas.

-Esto..., hola -saludó Harry, mientras que yo seguí sin decir nada.

-Harry y ____ Potter -dijo la criatura con una voz tan aguda que estaba segura de que se había oído en el piso de abajo-, hace mucho tiempo que Dobby quería conocerlos, señores... Es un gran honor...

-Gra-gracias -respondí, mientras ambos nos sentábamos en unas sillas. Quise preguntarle ¿Qué es usted?, pero pensé que sonaría demasiado grosero, así que dije: -¿Quién es usted?

-Dobby, señorita. Dobby a secas. Dobby, el elfo doméstico -contestó la criatura.( que mono)

-¿De verdad? -dijo Harry-. Bueno, no quisiera ser descortés, pero no nos conviene precisamente ahora recibir en nuestro dormitorio a un elfo doméstico.

De la sala de estar llegaban las risitas falsas de tía Petunia. El elfo bajó la cabeza.( Dios mio matame)

-Estamos encantados de conocerlo -me apresuré a decir.

-Pero, en fin, ¿ha venido por algún motivo en especial? -preguntó mi hermano.

-Sí, señores -contestó Dobby con franqueza-. Dobby ha venido a decirles, señores..., no es fácil,... Dobby se pregunta por dónde empezar...

-Siéntese -dije educadamente, señalando la cama. Toma un trozo de bizcocho

Para consternación nuestra, el elfo rompió a llorar, y además, ruidosamente.

-¡Sen-sentarme! -gimió-. Nunca, nunca en mi vida...incluso me dieron algo de comer

A mi me pareció oír que en el piso de abajo hablaban entre cortadamente.

-Lo siento -murmuré-, no quise ofenderle.

-¡Ofender a Dobby! -repuso el elfo con voz disgustada-. A Dobby ningún mago o bruja le había pedido nunca que se sentara..., como si fuera un igual.

Le indicamos a Dobby (silenciosamente) que se sentara en la cama, y el elfo se sentó hipando. Parecía un muñeco grande y feo. Por fin consiguió reprimirse y se quedó con los ojos fijos en nosotros, mirándonos con devoción y le di el trozo de bizcocho bueno también le di a Harry cuando terminamos de comerlo

-Se ve que no ha conocido a muchos magos educados -dijo Harry, intentando animarle.

Dobby negó con la cabeza. A continuación, sin previo aviso, se levantó y se puso a darse golpes con la cabeza contra la ventana, gritando: ¡Dobby malo! ¡Dobby malo!

-No..., ¿qué está haciendo? -dije dando un bufido, me acerqué al elfo de un salto y tiré de él hasta devolverlo a la cama.

-Dobby tenía que castigarse, señores -explicó el elfo, que se había quedado un poco bizco-. Dobby ha estado a punto de hablar mal de su familia, señores.

-¿Su familia?

-La familia de magos a la que sirve Dobby, señor. Dobby es un elfo doméstico, destinado a servir en una casa y a una familia para siempre.

-¿Y saben que está aquí? -pregunté con curiosidad.

Dobby se estremeció.

-No, no, señorita, no... Dobby tendría que castigarse muy severamente por haber venido a verlos, señores. Tendría que pillarse las orejas en la puerta del horno, si llegaran a enterarse.

-Pero ¿no advertirán que se ha pillado las orejas en la puerta del horno?

-Dobby lo duda, señor. Dobby siempre se está castigando por algún motivo, señor. Lo dejan de mi cuenta, señor. A veces me recuerdan que tengo que someterme a algún castigo adicional.

-Pero ¿por qué no los abandona? ¿Por qué no huye? -dije confundida.

-Un elfo doméstico sólo puede ser libertado por su familia, señorita. Y la familia nunca pondrá en libertad a Dobby... Dobby servirá a la familia hasta el día que muera, señorita.

-Y nosotros que nos considerábamos desgraciados por tener que pasar otras cuatro semanas aquí -me dijo Harry.

-Lo que nos cuenta hace que los Dursley parezcan incluso humanos. ¿Y nadie puede ayudarle? ¿Podemos hacer algo?

Casi al instante Dobby se deshizo de nuevo en gemidos de gratitud.

-Por favor -susurró Harry desesperado-, por favor, no haga ruido. Si los Dursley le oyen, si se enteran de que está usted aquí...

-____ Potter pregunta si puede ayudar a Dobby... Dobby estaba al tanto de su grandeza, señores, pero no conocía su bondad...

-Sea lo que fuere lo que ha oído sobre nuestra grandeza, no son más que mentiras. Yo ni siquiera soy el primero de la clase en Hogwarts, esas son ____ y Hermione...

Pero se detuvo enseguida, seguro era porque le dolía pensar en Hermione, al igual que a mi.

-Los hermanos Potter son humildes y modestos -dijo Dobby, respetuoso. Le resplandecían los ojos grandes y redondos-. Harry Potter no habla del triunfo sobre El-que-no-debe-ser-nombrado.

-¿Voldemort? -preguntó Harry.

Dobby se tapó los oídos con las manos y gimió:

-¡Señor, no pronuncie ese nombre! ¡No pronuncie ese nombre!

-¡Perdón! -se apresuró a decir.

-Sabemos de muchísima gente a la que no le gusta que se lo digamos..., nuestro amigo Ron...

Ahí me detuve. También era doloroso pensar en Ron. Dobby se inclinó hacia nosotros, con los ojos tan abiertos como faros.

-Dobby ha oído -dijo con voz quebrada- que Harry y ____ Potter tuvieron un segundo encuentro con el Señor Tenebroso, hace sólo unas semanas..., y que Harry y ____ Potter escaparon nuevamente.

Ambos asentimos con la cabeza, y a Dobby se le llenaron los ojos de lágrimas.

-¡Ay, señores! -exclamó, frotándose la cara con una punta del sucio almohadón que llevaba puesto-. ¡Harry y ____ Potter son valientes! ¡Han afrontado ya muchos peligros! Pero Dobby ha venido a proteger a los señores Potter, a advertirles, aunque más tarde tenga que pillarse las orejas en la puerta del horno, de que los señores Potter no deben regresar a Hogwarts.

Hubo un silencio, sólo roto por el tintineo de tenedores y cuchillos que venía del piso inferior, y el distante rumor de la voz de tío Vernon.

-¿Qué-qué? -tartamudeó Harry-. Pero si tenemos que regresar; el curso empieza el 1 de septiembre. Eso es lo único que nos ilusiona.

-Usted no sabe lo que es vivir aquí. No pertenecemos a esta casa, pertenecemos al mundo de Hogwarts -dije.

-No, no, no -chilló Dobby, sacudiendo la cabeza con tanta fuerza que se daba golpes con las orejas-. Harry y ____ Potter deben estar donde no peligre su seguridad. Son demasiado importantes, demasiado buenos para que los perdamos. Si los Potter vuelven a Hogwarts, estarán en un peligro mortal.

-¿Por qué? -pregunté sorprendida al escuchar lo que nos pedía.

-Hay una conspiración, ____ Potter. Una conspiración para hacer que este año sucedan las cosas más terribles en el Colegio Hogwarts de Magia -susurró Dobby-. Hace meses que Dobby lo sabe, señores. Harry y ____ Potter no deben exponerse al peligro: ¡son demasiado importantes, señores!

-¿Qué cosas terribles? -preguntó inmediatamente Harry-. ¿Quién las está tramando?

Dobby hizo un extraño ruido ahogado y acto seguido se empezó a golpear la cabeza furiosamente contra la pared.

-¡Está bien! -gritó Harry, sujetando al elfo del brazo para detenerlo-. No puede decirlo, lo comprendo. Pero ¿por qué ha venido usted a avisarnos?

Un pensamiento repentino y desagradable me invadió.

-¡Un momento! Esto no tiene nada que ver con Vol..., perdón, con Quien-usted-sabe, ¿verdad? Basta con que asiente o niegue con la cabeza -añadí apresuradamente, porque Dobby ya se disponía a golpearse de nuevo contra la pared.

Dobby movió lentamente la cabeza de lado a lado.

-No, no se trata de Aquel-que-no-debe-ser-nombrado, señorita.

Pero Dobby tenía los ojos muy abiertos y parecía que trataba de darnos una pista.

-Él no tiene hermanos, ¿verdad?

Dobby negó con la cabeza, con los ojos más abiertos que nunca.

-Bueno, siendo así, no puedo imaginar quién más podría provocar que en Hogwarts sucedieran cosas terribles -dijo Harry-. Quiero decir que, además, allí está Dumbledore. ¿Sabe usted quién es Dumbledore?

Dobby hizo una inclinación con la cabeza.

-Albus Dumbledore es el mejor director que ha tenido Hogwarts. Dobby lo sabe, señor. Dobby ha oído que los poderes de Dumbledore rivalizan con los de Aquel-que-no-debe-ser-nombrado. Pero, señor -la voz de Dobby se transformó en un apresurado susurro-, hay poderes que Dumbledore no..., poderes que ningún mago honesto...

Y antes de que pudiéramos detenerlo, Dobby saltó de la cama, agarró la lámpara de la mesa y empezó a golpearse con ella en la cabeza lanzando unos alaridos que destrozaban los tímpanos. En el piso inferior se hizo un silencio repentino. Dos segundos después, oí que tío Vernon se acercaba, explicando en voz alta:

-¡Dudley debe de haberse dejado otra vez el televisor encendido, el muy tunante!

-¡Rápido! ¡En el ropero! -dije, empujando a Dobby, cerrando la puerta y echándome en la cama con Harry, en el preciso instante en que giraba el pomo de la puerta.

-¿Qué demonios están haciendo? -preguntó tío Vernon rechinando los dientes-. Acaban de arruinar el final de mi chiste sobre el jugador japonés de golf... ¡Un ruido más, y desearán no haber nacido, mocosos!

Tío Vernon salió de la habitación pisando fuerte con sus pies planos. Harry, temblando, abrió la puerta del armario y dejó salir a Dobby.

-¿Se da cuenta de lo que es vivir aquí? -le dijo-. ¿Ve por qué debemos volver a Hogwarts? Es el único lugar donde tenemos..., bueno, donde creo que tenemos amigos.

-¿Amigos que ni siquiera escriben a los señores Potter? -preguntó maliciosamente.

-Supongo que habrán estado... ¡Un momento! -dije frunciendo el ceño-. ¿Cómo sabe usted que nuestros amigos no nos han escrito?

Dobby cambió los pies de posición.

-Harry y ____ Potter no deben enfadarse con Dobby. Dobby pensó que era lo mejor...

-¿Ha interceptado usted nuestras cartas?

-Dobby las tiene aquí, señores -dijo el elfo, y escapando ágilmente de nuestro alcance, extrajo un grueso fajo de sobres del almohadón que llevaba puesto. Pude distinguir la esmerada caligrafía de Hermione, los irregulares trazos de Ron, la elegante letra de Draco, los escritos de Remus, y hasta un garabato que parecía salido de la mano de Hagrid.

Dobby, inquieto, nos miró y parpadeó.

-Harry y ____ Potter no deben enfadarse... Dobby pensaba... que si Harry y ____ Potter creían que sus amigos los habían olvidado... ellos no querrían volver al colegio, señores.

Harry se abalanzó sobre las cartas, pero Dobby lo esquivó.

-Los señores Potter las tendrán, si le dan a Dobby su palabra de que no volverán a Hogwarts. ¡Señores, es un riesgo que no deben afrontar! ¡Dígame que no irán, señores!

-¡Iremos! -dije enojada-. ¡Danos las cartas de nuestros amigos!

-Entonces, los señores Potter no le dejan a Dobby otra opción -dijo apenado el elfo.

Antes de que pudiéramos hacer algún movimiento, Dobby se había lanzado como una flecha hacia la puerta del dormitorio, la había abierto y había bajado las escaleras corriendo.

Con la boca seca y el corazón en un puño, salimos detrás de él intentando no hacer ruido. Buscamos a Dobby. Del comedor venía la voz de tío Vernon que decía:

-... señor Mason, cuéntele a Petunia aquella divertida anécdota de los fontaneros americanos, se muere de ganas de oírla...

Cruzamos el vestíbulo, y al llegar a la cocina, sentí que se me venía el mundo encima.

El pudín magistral de tía Petunia, el montículo de nata y violetas de azúcar, flotaba cerca del techo. Dobby estaba en cuclillas sobre el armario que había en un rincón.

-No -rogué con voz ronca-. Se lo ruego..., nos matarán...

-Los señores Potter deben prometer que no irán al colegio.

-Dobby..., por favor...

-Díganlo, señores...

-¡No podemos!

-Entonces Dobby tendrá que hacerlo, señores, por el bien de los Potter.

El pudín cayó al suelo con un estrépito capaz de provocar un infarto. El plato se hizo añicos y la nata salpicó ventanas y paredes. Dando un chasquido como el de un látigo, Dobby desapareció.

Del comedor llegaron unos alaridos y tío Vernon entró de sopetón en la cocina y nos halló paralizados por el susto y cubiertos de la cabeza a los pies con los restos del pudín de tía Petunia.

Al principio me pareció que tío Vernon aún podría disimular el desastre nuestros sobrinos, ya ven..., están muy mal..., se alteran al ver a desconocidos, así que los tenemos en el piso de arriba.... Llevó a los impresionados Mason de nuevo al comedor, nos prometió que, en cuanto se fueran, nos desollaría vivos, y nos puso unas esponjas en las manos. Tía Petunia sacó helado del congelador y, todavía temblando, nos pusimos a fregar la cocina.

Tío Vernon podría haberlo solucionado de esta manera, si no hubiera sido por la lechuza.

En el preciso instante en que tía Petunia estaba ofreciendo a sus invitados unos bombones de menta, una lechuza entró por la ventana del comedor, dejó caer una carta sobre la cabeza de la señora Mason y volvió a salir. La señora Mason gritó como una histérica y huyó de la casa exclamando algo sobre los locos. El señor Mason se quedó sólo lo suficiente para explicarles a los Dursley que su mujer tenía pánico a los pájaros de cualquier tipo y tamaño, y para preguntarles si aquélla era su forma de gastar bromas.

Nosotros seguíamos en la cocina cuando tío Vernon avanzó hacia nosotros con un destello demoníaco en sus ojos diminutos.

-¡Léanla! -dijo hecho una furia y blandiendo la carta que había dejado la lechuza-. ¡Vamos, léanla!

Yo la agarré. No se trataba de ninguna felicitación por nuestro cumpleaños.

Estimados Señores Potter:

Hemos recibido la información de que un hechizo levitatorio ha sido usado en su lugar de residencia esta misma noche a las nueve y doce minutos.

Como ustedes sabe, a los magos menores de edad no se les permite realizar conjuros fuera del recinto escolar y reincidir en el uso de la magia podría lograr la expulsión del colegio (Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad, 1875, artículo tercero).

Asimismo les recordamos que se considera falta grave realizar cualquier actividad mágica que entrañe un riesgo de ser advertida por miembros de la comunidad no mágica o muggles (Sección decimotercera de la Confederación Internacional del Estatuto del Secreto de los Brujos).

¡Que disfruten de unas buenas vacaciones!

Afectuosamente,

Mafalda Hopkirk

Departamento Contra el Uso Indebido de la Magia

Ministerio de Magia

Levante la vista de la carta y tragué saliva.

-No nos habían dicho que no se les permitía hacer magia fuera del colegio -dijo tío Vernon, con una chispa de rabia en los ojos-. Olvidaron mencionarlo... Un grave descuido, me atrevería a decir... Bueno, muchachos, ¿saben qué les digo? Los voy a encerrar... Nunca regresarán a ese colegio... Nunca... Y si utilizan la magia para escaparse, ¡los expulsarán!

Y, riéndose como un loco, nos arrastró escaleras arriba.

Tío Vernon fue tan duro como había prometido. A la mañana siguiente, mandó poner una reja en la ventana del dormitorio e hizo una gatera en la puerta para pasarnos tres veces al día una mísera cantidad de comida. Sólo nos dejaban salir por la mañana y por la noche para ir al baño. Aparte de eso, permanecíamos encerrados en la habitación las veinticuatro horas del día.

Al cabo de tres días, no había indicios de que los Dursley se hubieran apiadado de nosotros, y no encontrábamos la manera de escapar de la situación. Pasábamos el tiempo tumbados en la cama y charlando entre nosotros.

¿De qué nos serviría utilizar los poderes mágicos para escapar de la habitación, si luego nos expulsaban de Hogwarts por hacerlo? Por otro lado, la vida en Privet Drive nunca había sido tan penosa. Ahora que los Dursley sabían que no se iban a despertar por la mañana convertidos en murciélagos, habíamos perdido nuestra única defensa. Tal vez Dobby nos había salvado de los horribles sucesos que tendrían lugar en Hogwarts, pero tal como estaban las cosas lo más probable era que muriésemos de inanición.

Se abrió la gatera y apareció la mano de tía Petunia, que introdujo en la habitación unos cuencos de sopa de lata. Harry saltó de la cama, se abalanzó sobre ellos y me pasó uno. La sopa estaba completamente fría, pero me bebí la mitad de un trago. Luego fui hasta las jaulas junto con Harry y les pusimos en el comedero vacío los trozos de verdura embebidos del caldo que quedaban en el fondo del cuenco. Las lechuzas erizaron las plumas y nos miraron con expresión de asco intenso.

-No deben despreciarlo, es todo lo que tenemos -dije con tristeza.

Dejamos los cuencos vacíos en el suelo, junto a la gatera, y fui a echarme otra vez en la cama, casi con más hambre que la que tenía antes de tomarme la sopa.

Suponiendo que siguiéramos vivos cuatro semanas más tarde, ¿qué sucedería si no nos presentábamos en Hogwarts? ¿Enviarían a alguien a averiguar por qué no habíamos ido? ¿Podríamos conseguir que los Dursley nos dejaran ir?

La habitación estaba cada vez más oscura. Exhausta, con las tripas rugiéndome y el cerebro dando vueltas a aquellas preguntas sin respuesta, concilié un sueño agitado.

Soñé que nos exhibían en un zoológico, dentro de una jaula con un letrero que decía Magos menores de edad. Por entre los barrotes, la gente nos miraba con ojos asombrados mientras nosotros yacíamos, débiles y hambrientos, sobre un jergón. Entre la multitud veía el rostro de Dobby y le pedía ayuda a voces, pero Dobby se excusaba diciendo: Harry y ____ Potter están seguros en este lugar, señores, y desaparecía. Luego llegaban los Dursley, y Dudley repiqueteaba los barrotes de la jaula, riéndose de nosotros.

-¡Para! -dije sintiendo el golpeteo en mi dolorida cabeza-. Déjanos en paz... Basta ya..., estoy intentando dormir...

Abrí los ojos. La luz de la luna brillaba por entre los barrotes de la ventana. Y alguien, con los ojos muy abiertos, nos miraba tras la reja: alguien con la cara llena de pecas, el pelo cobrizo y la nariz larga.+

Ron estaba afuera en la ventana.

Narra ____:

-¡Ron! -exclamé caminando a la ventana y abriéndola para poder hablar con él a través de la reja-. Ron, ¿cómo has logrado...? ¿Qué...?

Me quedé boquiabierta al darme cuenta de lo que veía. Ron sacaba la cabeza por la ventanilla trasera de un viejo coche de color azul turquesa que estaba detenido ¡ni más ni menos que en el aire! Sonriendo desde los asientos delanteros estaban Fred y George.

-¿Todo bien, ____?

-¿Qué ha pasado? -preguntó Ron-. ¿Por qué no han contestado a nuestras cartas? Les hemos pedido unas doce veces que vinieran a mi casa a pasar unos días, y luego mi padre vino un día diciendo que les habían enviado un apercibimiento oficial por utilizar la magia delante de los muggles.

-No fuimos nosotros. Pero ¿cómo se enteró? -dije mientras despertaba a Harry.

-¿Ron? -preguntó atónito cuando abrió los ojos.

-Hola Harry. Mi papá trabaja en el Ministerio -saludó y contestó Ron-. Saben que no podemos hacer ningún conjuro fuera del colegio.

-¡Tiene gracia que tú nos lo digas! -repuse, mirando al coche flotante.

-¡Esto no cuenta! -explicó Ron-. Sólo lo hemos tomado prestado. Es de mi padre, nosotros no lo hemos encantado. Pero hacer magia delante de esos muggles con los que viven...

-No hemos sido ninguno, ya te lo he dicho..., pero es demasiado largo para explicarlo ahora ya quiero irme de aquí -dije mirando hacia la puerta por si alguien venía.

Mira, puedes decir en Hogwarts que los Dursley nos tienen encerrados y que no podremos volver al colegio, y está claro que no podemos utilizar la magia para escapar de aquí, porque el ministro pensaría que es la segunda vez que utilizamos conjuros en tres días, de forma que...

Deja de decir tonterías -dijo Ron interrumpiendo a Harry-. Hemos venido para llevarlos a casa con nosotros.

Pero tampoco ustedes pueden utilizar la magia para sacarnos...al menos que tengáis algo -dije confundida.

No la necesitamos -repuso Ron, señalando con la cabeza hacia los asientos delanteros y sonriendo-. Recuerden a quién he traído conmigo.

-Ata esto a la reja -dijo Fred, arrojándome un cabo de cuerda.

-Si los Dursley se despiertan, nos matan -comenté atando la soga a uno de los barrotes. Fred aceleró el coche.

-No te preocupes -dijo Fred guiñándome un ojo yo me sonroje un poco - y apártense.

Nos retiramos al fondo de la habitación, donde estaban nuestras lechuzas, que parecían haber comprendido que la situación era delicada y se mantenían inmóviles y en silencio. El coche aceleró más y más, y de pronto, con un sonoro crujido, la reja se desprendió limpiamente de la ventana mientras el coche salía volando hacia el cielo. Corrimos a la ventana y vi que la reja había quedado colgando por 2 metros del suelo. Entonces Ron fue recogiendo la cuerda hasta que tuvo la reja dentro del coche. Escuché preocupada, pero no oí ningún sonido que proviniera del dormitorio de los Dursley.

Después de que Ron dejara la reja en el asiento trasero, a su lado, Fred dio marcha atrás para acercarse tanto como pudo a la ventana.

-Entren -dijo Ron.

-Pero todas nuestras cosas de Hogwarts... Las varitas mágicas, las escobas...

-¿Dónde están?

-Guardadas bajo llave en la alacena de debajo de las escaleras. Y no podemos salir de la habitación.

-No se preocupen -dijo George desde el asiento del acompañante-. Quítense de ahí.

Fred y George entraron en la habitación trepando con cuidado por la ventana.

Hay que reconocer que lo hacen muy bien demasiado biendiria yo , pensé cuando George se sacó del bolsillo una horquilla del pelo para forzar la cerradura, pero bueno, eran los gemelos después de todo.

-Muchos magos creen que es una pérdida de tiempo aprender estos trucos muggles -dijo Fred-, pero nosotros opinamos que vale la pena adquirir estas habilidades, aunque sean un poco lentas.

Se oyó un ligero clic y la puerta se abrió.

-Bueno, nosotros bajaremos a buscar sus cosas. Recogan todo lo que necesiten de su habitación y vayan dándoselo a Ron por la ventana -susurró George.

-Tened mucho cuidado con el último escalón, porque cruje -les susurré.

-No te preocupes ____, lo haremos bien como siempre -dijo Fred sonriendo y ambos pelirrojos se fueron por las escaleras.

Fuimos agarrando las cosas de la habitación y se las pasábamos a Ron a través de la ventana. Luego ayudamos a Fred y a George a subir los baúles por las escaleras.

Oí toser al tío Vernon.

Una vez en el rellano, llevamos los baúles a través de la habitación hasta la ventana abierta. Fred pasó al coche para ayudar a Ron a subirlos, mientras Harry, George y yo los empujábamos de a uno desde la habitación. Centímetro a centímetro, los baúles finalmente fueron deslizándose por la ventana.

Tío Vernon volvió a toser.

-Un poco más -dijo jadeando Fred, que desde el coche tiraba del baúl de Harry-, empujen con fuerza...

Empujamos con los hombros y ese baúl terminó de pasar de la ventana al asiento trasero del coche, junto al mío.

-Estupendo, vámonos -dijo George en voz baja.

Yo subí primero con ayuda de Ron y me senté al lado de éste, luego subió George y justo cuando Harry iba a subir al alféizar de la ventana, se oyó un potente chillido, seguido por la atronadora voz de tío Vernon.

-¡ESAS MALDITAS LECHUZAS!

-¡Nos olvidábamos de las lechuzas!

Harry cruzó a mucha velocidad la habitación al tiempo que se encendía la luz del rellano. Agarró ambas jaulas, volvió velozmente a la ventana, y nos las pasó. Harry estaba subiendo al alféizar otra vez cuando tío Vernon aporreó la puerta, y ésta se abrió de par en par.

Durante una fracción de segundo, tío Vernon se quedó inmóvil en la puerta; luego soltó un rugido como el de un toro furioso y, abalanzándose sobre Harry, lo agarró por un tobillo.

Nosotros lo agarramos a su vez por los brazos, y tirábamos de él todo lo que podíamos.

-¡Petunia! -bramó tío Vernon-. ¡Se escapan! ¡SE ESCAPAN!

Pero nosotros tiramos con más fuerza, y tío Vernon tuvo que soltar la pierna de Harry. Tan pronto como éste se encontró dentro del coche, cerramos la puerta con un portazo, gritó Ron:

-¡Fred, aprieta el acelerador!

Y el coche salió disparado en dirección a la luna. Simplemente no podía creerlo: estábamos libres. Vi por la ventanilla que Tío Vernon, tía Petunia y Dudley estaban asomados a la ventana de la habitación, sorprendidos.

-¡Hasta el próximo verano! -gritamos.

Así tía Petunia espero que no te importe pero usa menos maquillaje no te hace más guapa – grite

Los Weasley se rieron a carcajadas, y me recosté en el asiento, con una sonrisa de oreja a oreja.

-Suelten a sus lechuzas -dijo a Ron- y que nos sigan volando. Llevan un montón de tiempo sin poder estirar las alas.

George le pasó la horquilla a Ron y, en un instante, Hedwig y Dorado, pero también soltamos a Ángel y a Ángela salieron alborozadas por la ventanilla y se quedaban planeando al lado del coche, como unos fantasmas.

-Entonces, chicos, ¿por qué...? -preguntó Ron impaciente-. ¿Qué es lo que ha ocurrido?

Entre los dos explicamos lo de Dobby, la advertencia que nos había hecho y el desastre del pudín de violetas. Cuando terminamos, hubo un silencio prolongado.

-Muy sospechoso -dijo finalmente Fred.

-Me huele mal pero muy mal -corroboró George-. ¿Así que ni siquiera les dijo quién estaba detrás de todo?

Creo que no podía -dijo Harry-, ya se los dijimos, cada vez que estaba a punto de irse de la lengua, empezaba a darse golpes contra la pared.

Vi que Fred y George se miraban.

¿Creen que nos estaba mintiendo? -pregunté.

Bueno -repuso Fred-, tengamos en cuenta que los elfos domésticos tienen mucho poder mágico, pero normalmente no lo pueden utilizar sin el permiso de sus amos. Me da la impresión de que enviaron al viejo Dobby para impedir que regresaran a Hogwarts. Una especie de broma. ¿Hay alguien en el colegio que tenga algo contra ustedes?

Sí -respondieron Ron y Harry al unísono.

-Draco Malfoy -dijo Harry-. Me odia.

-¿Draco Malfoy? -dijo George, volviéndose-. ¿No es el hijo de Lucius Malfoy?

-Supongo que sí, porque no es un apellido muy común -contesté-. ¿Por qué lo preguntas?

Hemos oído a nuestro padre hablar mucho de él -dijo George-. Fue un destacado partidario de Quien-tú-sabes.

-Y cuando desapareció Quien-tú-sabes -dijo Fred, estirando el cuello para hablar con nosotros-, Lucius Malfoy regresó negándolo todo. Mentiras... nuestro padre piensa que él pertenecía al círculo más próximo a Quien-tú-sabes.

Ya había oído estos rumores sobre la familia de Draco, pero la verdad no quería creer que eso era cierto.

No sabemos si los Malfoy poseen un elfo -dijo Harry.

Bueno, sea quien sea, tiene que tratarse de una familia de magos de larga tradición, y tienen que ser ricos -observó Fred.

-Sí, mamá siempre está diciendo que querría tener un elfo doméstico que le planchase la ropa -dijo George-. Pero lo único que tenemos es un espíritu asqueroso y malvado en el ático, y el jardín lleno de gnomos. Los elfos domésticos están en grandes casas solariegas y en castillos y lugares así, y no en casas como la nuestra.

-De cualquier manera, estoy muy contento de que hayamos podido rescatarlos -dijo Ron-. Me estaba preocupando que no respondieran a nuestras cartas. Al principio le echaba la culpa a Errol...

-¿Quién es Errol?

-Nuestra lechuza macho. Pero está viejo. No sería la primera vez que le da un colapso al hacer una entrega. Así que intentamos pedirle a Percy que nos prestara a Hermes...

-¿Quién?

-La lechuza que nuestros padres le compraron a Percy cuando lo nombraron prefecto -dijo Fred desde el asiento delantero.

-Pero Percy no nos la quiso dejar -añadió Ron-. Dijo que la necesitaba él.

-Este verano, Percy se está comportando de forma muy rara -dijo George, frunciendo el ceño-. Ha estado enviando montones de cartas y pasando muchísimo tiempo encerrado en su habitación... No puede uno estar todo el día sacando brillo a la insignia de prefecto. Te estás desviando hacia el oeste, Fred -añadió, señalando un indicador en el salpicadero. Fred giró el volante.

-¿Su padre sabe que se llevaron el coche? -pregunté adivinando la respuesta.

-Esto..., no -contestó Ron-, esta noche tenía que trabajar. Espero que podamos dejarlo en el garaje sin que nuestra madre se dé cuenta de que nos lo hemos llevado.

-¿Qué hace su padre en el Ministerio de Magia?

-Trabaja en el departamento más aburrido -contestó Ron-: el Departamento Contra el Uso Incorrecto de los Objetos Muggles.

-¿El qué?

-Se trata de cosas que han sido fabricadas por los muggles pero que alguien las encanta, y que terminan de nuevo en una casa o una tienda muggle. Por ejemplo, el año pasado murió una bruja vieja, y vendieron su juego de té a un anticuario. Una mujer muggle lo compró, se lo llevó a su casa e intentó servir el té a sus amigos. Fue una pesadilla. Nuestro padre tuvo que trabajar horas extras durante varias semanas.

-¿Qué ocurrió?

-Pues que la tetera se volvió loca y arrojó un chorro de té hirviendo por toda la sala, y un hombre terminó en el hospital con las tenacillas para recoger los terrones de azúcar aferradas a la nariz. Nuestro padre estaba desesperado, en el departamento solamente están él y un viejo brujo llamado Perkins, y tuvieron que hacer encantamientos para borrarles la memoria y otros trucos para que no se acordaran de nada.

-Pero su padre..., este coche...

Fred se rió.

-Sí, le vuelve loco todo lo que tiene que ver con los muggles, tenemos el cobertizo lleno de chismes muggles. Los agarra, los hechiza y los vuelve a poner en su sitio. Si viniera a inspeccionar a casa, tendría que arrestarse a sí mismo. A nuestra madre la saca de quicio.

-Ahí está la carretera principal -dijo George, mirando hacia abajo a través del parabrisas-. Llegaremos dentro de diez minutos... Menos mal, porque se está haciendo de día.

Un tenue resplandor sonrosado aparecía en el horizonte, al este. Fred dejó que el coche fuera perdiendo altura, y vi a la escasa luz del amanecer el mosaico que formaban los campos y los grupos de árboles.

-Vivimos un poco apartados del pueblo -explicó George-. En Ottery Saint Catchpole.

El coche descendía más y más. Entre los árboles destellaba ya el borde de un sol rojo y brillante.

-¡Aterrizamos! -exclamó Fred cuando, con una ligera sacudida, tomamos contacto con el suelo. Aterrizamos junto a un garaje en ruinas en un pequeño corral, y vi por vez primera la casa de los Weasley.

Parecía como si en otro tiempo hubiera sido una gran pocilga de piedra, pero aquí y allá habían ido añadiendo tantas habitaciones que ahora la casa tenía varios pisos de altura y estaba tan torcida que parecía sostenerse en pie por arte de magia, y sospeché que así era probablemente. Cuatro o cinco chimeneas coronaban el tejado. Cerca de la entrada, clavado en el suelo, había un letrero torcido que decía La Madriguera. En torno a la puerta principal había un revoltijo de botas de goma y un caldero muy oxidado. Varias gallinas gordas de color marrón picoteaban a sus anchas por el corral.

-No es gran cosa.

Es una gran maravilla -repuse feliz mientras salíamos del coche.

-Ahora tenemos que subir las escaleras sin hacer ruido -advirtió Fred-, y esperar a que mamá nos llame para el desayuno. Entonces Ron bajará las escaleras dando saltos y diciendo: ¡Mamá, mira quiénes han llegado esta noche! Ella se pondrá muy contenta, y nadie tendrá que saber que nos hemos fugado con el coche.

-Bien -dijo Ron-. Vamos, chicos, yo duermo en...

De repente, Ron se puso de un color verdoso muy feo y clavó los ojos en la casa. Nosotros nos dimos la vuelta.

La señora Weasley iba por el corral espantando a las gallinas, y para tratarse de una mujer pequeña, rolliza y de rostro bondadoso, era sorprendente lo que podía parecerse a un tigre de enormes colmillos.

-¡Ah! -musitó Fred.

-¡Dios mío! -exclamó George.

La señora Weasley se paró delante de nosotros, con las manos en las caderas, y paseó la mirada de uno a otro. Llevaba un delantal estampado de cuyo bolsillo sobresalía una varita mágica.

-Así que... -dijo.

-Buenos días, mamá -saludó George poniendo una voz alegre y "encantadora".

-¿Tienen idea de lo preocupada que estaba? -preguntó la señora Weasley en un tono aterrador.

-Perdona, mamá, pero es que, mira, teníamos que...

Aunque los tres hijos de la señora Weasley eran más altos que su madre, se amilanaron cuando descargó su ira sobre ellos.

-¡CAMAS VACÍAS! ¡NI UNA NOTA! ¡EL COCHE NO ESTABA!... Creía que me volvía loca, pero no les importa, ¿verdad?... Nunca, en toda mi vida... Ya verán cuando llegue a casa su padre, un disgusto como éste nunca me lo dieron Bill, ni Charlie, ni Percy...

-Percy, el prefecto perfecto del mundo mágico -murmuró Fred.

-¡PUES PODRÍAS SEGUIR SU EJEMPLO! -gritó la señora Weasley, dándole golpecitos en el pecho con el dedo-. Podrían haber muerto o podría haberlos visto alguien, y su padre haberse quedado sin trabajo por su culpa...

Pareció que la reprimenda duraba horas. La señora Weasley enronqueció de tanto gritar y luego se plantó delante de Harry y de mí.

-Me alegro de verlos chicos -dijo afectuosamente-. Pasen a desayunar.2

La señora Weasley se encaminó hacia la casa y nosotros la seguimos, después de dirigir una mirada azorada a Ron, que respondió animándonos con un gesto de la cabeza.

La cocina era pequeña y todo en ella estaba bastante apretujado. En el medio había una mesa de madera que se veía muy restregada, con sillas alrededor. Nos sentamos tímidamente, mirando a todas partes. Era la primera vez que estábamos en la casa de un mago.

El reloj de la pared de enfrente tenía varias manecillas en donde estaba cada integrante de la familia, y decía en dónde estaba cada uno. Sobre la repisa de la chimenea había unos libros en montones de tres, libros que tenían títulos como La elaboración de queso mediante la magia, El encantamiento en la repostería o Por arte de magia: cómo preparar un banquete en un minuto. Y, a menos que hubiera escuchado mal, la vieja radio que había al lado del fregadero acababa de anunciar que a continuación emitirían el programa La hora de las brujas, con la popular cantante hechicera Celestina Warbeck.

La señora Weasley preparaba el desayuno sin poner demasiada atención en lo que hacía, y en el rato que tardó en freír las salchichas echó unas cuantas miradas de desaprobación a sus hijos. De vez en cuando murmuraba: cómo se les pudo ocurrir o nunca lo hubiera creído.

-Ustedes no tienen la culpa -nos aseguró a Harry y a mi, mientras me echaba en el plato ocho o diez salchichas-. Arthur y yo también hemos estado muy preocupados por ustedes. Anoche mismo estuvimos comentando que si Ron seguía sin tener noticias suyas el viernes, iríamos a buscarlos para traerlos aquí. Pero -dijo mientras me servía ahora tres huevos fritos- cualquiera podría haberlos visto atravesar medio país volando en ese coche e infringiendo la ley...

Entonces, como si fuera lo más natural, dio un golpecito con la varita mágica en el montón de platos sucios del fregadero, y éstos comenzaron a lavarse solos, produciendo un suave tintineo.

-¡Estaba nublado, mamá! -dijo Fred.

-¡No hables mientras comes! -le interrumpió la señora Weasley.

-¡Los estaban matando de hambre, mamá! -dijo George.

-¡Cállate tú también! -atajó la señora Weasley, pero cuando se puso a cortar unas rebanadas de pan, la expresión se le enterneció.

En aquel momento apareció en la cocina una personita bajita y pelirroja, que llevaba puesto un largo camisón y que, dando un grito, se volvió corriendo.

-Es Ginny -dijo Ron en voz baja-, mi hermana. Se ha pasado el verano hablando de ti Harry.

-Sí, debe de estar esperando que le firmes un autógrafo -dijo Fred con una sonrisa, pero se dio cuenta de que su madre lo miraba y hundió la vista en el plato sin decir ni una palabra más. No volvieron a hablar hasta que terminamos todo lo que teníamos en los platos, lo que nos llevó poquísimo tiempo.

Eso significa, Ay!!! Madre que Ginny está enamorada de mi hermano, ah! Ya quiero que sea mi cuñada se nota – pensé

-Estoy que reviento -dijo Fred, bostezando y dejando finalmente el cuchillo y el tenedor-. Creo que me iré a la cama y...

-De eso nada -interrumpió la señora Weasley-. Si te has pasado toda la noche por ahí, ha sido culpa tuya. Así que ahora vete a desgnomizar el jardín, que los gnomos se están volviendo a desmadrar.2

-Pero, mamá...

-Y ustedes dos, vayan con él -dijo ella, mirando a Ron y George-. Ustedes sí pueden irse a la cama, chicos -nos dijo a Harry y a mi-. Ustedes no les pidieron que los llevaran volando en ese maldito coche.

-Ayudaré a Ron, nunca he presenciado una desgnomización -dijo Harry.

-Yo igual -dije animada además me gustaría ejercitar mis brazos

-Son muy amables, pero es un trabajo aburrido -dijo la señora Weasley-. Pero veamos lo que Lockhart dice sobre el particular.

Y agarró un pesado volumen de la repisa de la chimenea.

-Mamá, ya sabemos desgnomizar un jardín -dijo George quejándose.

Eché una mirada a la cubierta del libro de la señora Weasley. Llevaba escritas en letras doradas de fantasía las palabras Gilderoy Lockhart: Guía de las plagas en el hogar. Ocupaba casi toda la portada una fotografía de un mago de cabello rubio ondulado y ojos azules y vivarachos. Como todas las fotografías en el mundo de la magia, ésta también se movía: el mago, que supuse que era Gilderoy Lockhart, guiñó un ojo a todos con descaro. La señora Weasley sonrió abiertamente.

-Es muy bueno -dijo ella-, conoce al dedillo todas las plagas del hogar, es un libro estupendo...( yo creo que es un mentiroso y un mujeriego en toda regla)

-A mamá le gusta -dijo Fred, en voz baja pero bastante audible.

-No digas tonterías, Fred -dijo la señora Weasley, ruborizándose-. Muy bien, si crees que sabes más que Lockhart, ponte ya a ello; pero ¡ay de ti si queda un solo gnomo en el jardín cuando yo salga!

Entre quejas y bostezos, los Weasley salieron arrastrando los pies, seguidos por nosotros. El jardín era grande y me pareció que era exactamente como tenía que ser un jardín. A los Dursley no les habría gustado; estaba lleno de maleza y el césped necesitaba un recorte, pero había árboles de tronco nudoso junto a los muros, y en los arriates, plantas exuberantes que no había visto nunca y eso que yo tenía un invernadero en casa. Un poco más allá había un gran estanque de agua verde lleno de ranas.

-Los muggles también tienen gnomos en sus jardines, ¿sabes? -dijo Harry a Ron mientras atravesábamos el césped.

-Sí, ya he visto esas cosas que ellos piensan que son gnomos -dijo Ron, inclinándose sobre una mata de peonías-. Como una especie de papás Noel gorditos con cañas de pescar...

Se oyó el ruido de un forcejeo, la peonía se sacudió y Ron se levantó, diciendo en tono grave:

-Esto es un gnomo.

-¡Suéltame! ¡Suéltame! -chillaba el gnomo.

Desde luego, no se parecía a papá Noel: era pequeño y de piel curtida, con una cabeza grande y huesuda, parecida a una patata. Ron lo sujetó con el brazo estirado, mientras el gnomo le daba patadas con sus fuertes piececitos. Ron lo agarró por los tobillos y lo puso cabeza abajo.

-Esto es lo que tienen que hacer -explicó. Levantó al gnomo en lo alto (¡suéltame!, decía éste) y comenzó a voltearlo como si fuera un lazo. Viendo el espanto en mi rostro, Ron añadió-: No les duele. Pero los tienen que dejar muy mareados para que no puedan volver a encontrar su madriguera.

Entonces soltó al gnomo y éste salió volando por el aire y cayó en el campo que había al otro lado del seto, a unos siete metros, con un ruido sordo.

-¡De pena! -dijo Fred-. ¿Qué te apuestas a que lanzo el mío más allá de aquel tocón?

Aprendimos enseguida que no había que sentir compasión por los gnomos y decidí lanzar al otro lado del seto al primer gnomo que capturase, pero éste, percibiendo mi indecisión, me hundió sus afiladísimos dientes en un dedo, y me costó mucho trabajo sacudírmelo...

-Caramba, ____..., eso habrán sido casi veinte metros...

Pronto el aire se llenó de gnomos volandores.

-Ya ven que no son muy listos -observó George, agarrando cinco o seis gnomos a la vez-. En cuanto se enteran de que estamos desgnomizando, salen a curiosear. Ya deberían haber aprendido a quedarse escondidos en su sitio.

Voy a intentarlo cogi unos 10 gnomos a la vez hice lo que dijo Ron pero con gran velocidad que cuando les lances llegaron a 30 metros y estaban super mareados

Los chicos se sorprendieron mucho y mi hermano también.

Al poco rato vi que los gnomos que habían aterrizado en el campo, que eran muchos, empezaban a alejarse andando en grupos, con los hombros caídos.

-Volverán -dijo Ron, mientras contemplábamos cómo se internaban los gnomos en el seto del otro lado del campo-. Les gusta este sitio... Papá es demasiado blando con ellos, porque piensa que son divertidos...

En aquel momento se oyó la puerta principal de la casa.

-¡Ya ha llegado! -dijo George-. ¡Papá está en casa!

Y todos fuimos corriendo a su encuentro.

El señor Weasley estaba sentado en una silla de la cocina, con las gafas quitadas y los ojos cerrados. Era un hombre delgado, bastante calvo, pero el escaso pelo que le quedaba era tan rojo como el de sus hijos. Llevaba una larga túnica verde polvorienta y estropeada de viajar.

-¡Qué noche! -farfulló, agarrando la tetera mientras nos sentábamos a su alrededor-. Nueve redadas. ¡Nueve! Y el viejo Mundungus Fletcher intentó hacerme un maleficio cuando le volví la espalda.

El señor Weasley tomó un largo sorbo de té y suspiró.

-¿Encontraste algo, papá? -preguntó Fred con interés.

-Sólo unas llaves que merman y una tetera que muerde -respondió el señor Weasley en un bostezo-. Han ocurrido, sin embargo, algunas cosas bastante feas que no afectaban a mi departamento. A Mortlake lo sacaron para interrogarle sobre unos hurones muy raros, pero eso incumbe al Comité de Encantamientos Experimentales, gracias a Dios.

-¿Para qué sirve que unas llaves encojan? -preguntó George.

-Para atormentar a los muggles -suspiró el señor Weasley-. Se les vende una llave que merma hasta hacerse diminuta para que no la puedan encontrar nunca cuando la necesitan... Naturalmente, es muy difícil dar con el culpable porque ningún muggle quiere admitir que sus llaves merman; siempre insisten en que las han perdido. ¡Jesús! No sé de lo que serían capaces para negar la existencia de la magia, aunque la tuvieran delante de los ojos... Pero no se creerían las cosas que a nuestra gente le ha dado por encantar...

-¿COMO COCHES, POR EJEMPLO?

La señora Weasley había aparecido blandiendo un atizador como si fuera una espada. El señor Weasley abrió los ojos de golpe y dirigió a su mujer una mirada de culpabilidad.

-¿Co-coches, Molly cielo?

-Sí, Arthur, coches -dijo la señora Weasley, con los ojos brillándole-. Imagínate que un mago se compra un viejo coche oxidado y le dice a su mujer que quiere llevárselo para ver cómo funciona, cuando en realidad lo está encantando para que vuele.

El señor Weasley parpadeó.

-Bueno, querida, creo que estarás de acuerdo conmigo en que no ha hecho nada en contra de la ley, aunque quizá debería haberle dicho la verdad a su mujer... Verás, existe una laguna jurídica... siempre y cuando él no utilice el coche para volar. El hecho de que el coche pueda volar no constituye en sí...

-¡Señor Weasley ya se encargó personalmente de que existiera una laguna jurídica cuando usted redactó esa ley! -gritó la señora Weasley-. ¡Sólo para poder seguir jugando con todos esos cachivaches muggles que tienes en el cobertizo! ¡Y; para que lo sepas, Harry y ____ han llegado esta mañana en ese coche en el que tú no volaste!

-¿Harry y ____? -dijo el señor Weasley mirando a su esposa sin comprender-. ¿Quiénes?

Al darse la vuelta, no vio y se sobresaltó.

-¡Dios mío! ¿Son Harry y ____ Potter? Encantado de conocerlos. Ron, Fred, George hasta Percy nos han hablado mucho de ustedes...

-¡Esta noche, tus hijos han ido volando en el coche hasta la casa de ellos y han vuelto! -gritó la señora Weasley-. ¿No tienes nada que comentar al respecto?

-¿Es verdad que hicieron eso? -preguntó el señor Weasley, nervioso-. ¿Y? ¿Qué tal vuela? ¿Fue bien la cosa? Qui-quiero decir -titubeó, al ver que su esposa echaba chispas por los ojos-, que eso ha estado muy mal, chicos, pero muy mal...

Nos reimos por lo bajo Harry y yo

-Dejémosles que lo arreglen entre ellos -nos dijo Ron en voz baja, al ver que su madre estaba a punto de estallar-. Vengan, quiero enseñarles mi habitación.

Salimos sigilosamente de la cocina y, siguiendo un estrecho pasadizo, llegamos a una escalera torcida que subía atravesando la casa en zigzag. En el tercer rellano había una puerta entornada. Antes de que se cerrara de un golpe, pude ver en un instante, un par de ojos castaños que estaban espiando.

-Ginny -dijo Ron-. No saben lo raro que es que se muestre así de tímida. Normalmente nunca se esconde.

Subimos dos tramos más de escalera hasta llegar a una puerta con la pintura desconchada y una placa pequeña que decía Habitación de Ronald.

Cuando entramos, con la cabeza casi tocando el techo inclinado, tuve que cerrar en un instante los ojos . Me pareció que entraba en un horno, porque casi todo en la habitación era de color naranja intenso: la colcha, las paredes, incluso el techo. Luego me di cuenta de que Ron había cubierto prácticamente cada centímetro del viejo papel pintado con pósteres iguales en que se veía a un grupo de siete magos y brujas que llevaban túnicas de color naranja brillante, sostenían escobas en la mano y saludaban con entusiasmo.

-¿Tu equipo de quidditch favorito? -le preguntó Harry.

-Los Chudley Cannons -confirmó Ron, señalando la colcha naranja, en la que había estampadas dos letras «C» gigantes y una bala de cañón saliendo disparada-. Van novenos en la liga.

Ron tenía los libros de magia del colegio amontonados desordenadamente en un rincón, junto a una pila de cómics que parecían pertenecer todos a la serie Las aventuras de Martin Miggs, el muggle loco. Su varita mágica estaba en el alféizar de la ventana, encima de una pecera llena de huevos de rana y al lado de Scabbers, la gorda rata gris de Ron, que dormitaba en la parte donde daba el sol.

Eché un vistazo por la diminuta ventana, tras pisar involuntariamente una baraja de cartas autobarajables que se hallaba esparcida por el suelo. Abajo, en el campo, podía ver un grupo de gnomos que volvían a entrar de uno en uno, a hurtadillas, en el jardín de los Weasley a través del seto.

Luego me volteé hacia Ron, que nos miraba a ambos con impaciencia, esperando de seguro que emitiéramos nuestra opinión.

-Es un poco pequeña -se apresuró a decir Ron-, a diferencia de la habitación que tenían en casa de los muggles. Además, justo aquí arriba está el espíritu del ático, que se pasa todo el tiempo golpeando las tuberías y gimiendo...

Pero le dijimos con una amplia sonrisa y leyendo el pensamiento del otro:

-Es la mejor casa que he visto nunca en toda mi vida.

Ron se ruborizó hasta las orejas.

Ay! Ron no te sonrojes que te pones muy mono y tierno – dije yo, Harry me miro confundido - ¿Qué? Es cierto, me parece mono cuando se sonroja 

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