La princesa de ojos incoloros
Esta historia pertenece al baúl de cuentos del tío SilentDrago.
Alisa, la princesa de una pequeña aldea, era el objeto de admiración de sus pares. Rubia y de piel clara, resultaba muy atractiva para muchos, aunque su principal característica eran sus brillantes ojos azules, fulgurantes como un par de zafiros en exhibición. Tras la muerte de sus padres, su hermana mayor, Eli, y la esposa de esta, Nozomi, se hicieron cargo de ella, y si bien ambas tenían ojos de colores vivos, no refulgían tanto como los de la chiquilla.
A tanto llegaba la fama de los ojos de Alisa que muchas madres de las aldeas vecinas llevaban a sus hijos para que los miraran, con la esperanza de que el iris de estos adquiriera el mismo azul. Por supuesto, ningún cambio ocurría en los ojos de nadie.
Alisa no solo era una chica bonita, sino también muy dulce, al punto que no solo la gente la quería. Muchos animales se convirtieron en sus amigos, mejor dicho, amigas, como Ni-co, la coneja, quien siempre estaba acompañada por Ma-ki, la pantera; Koto-ri, la pajarilla, muy cercana a U-mi, la loba; Rin, la gata, apegada a Ha-na-yo, la cierva; y Hono-ka, la osa amante de las siestas y la comida. Tanto apego sentía Alisa por sus amigas animales que aprendió a hablar en sus lenguas y las escuchaba atentamente cuando estas le contaban sus problemas.
La princesa vivía feliz, jugando con sus compañeras aladas y terrestres todo el día, yendo a su hogar prácticamente solo a dormir. Aunque Eli, como líder del aldea, se preocupaba un poco por la actitud de la menor, Nozomi le quitaba dramatismo al asunto, diciéndole que Alisa todavía era joven y debía disfrutar su juventud.
Cierto día, sin embargo, ocurrió un evento que nadie pudo explicar.
Tras una breve siesta a la orilla del río cercano a la aldea, la chica se despertó y miró su reflejo en las aguas. Su sorpresa fue gigantesca al ver que sus ojos habían perdido su característico azul y se habían vuelto de un blanco tan traslúcido que casi llegaba a ser transparente. Totalmente desconcertada, Alisa lloró frías lágrimas que helaron sus mejillas.
«No entiendo qué está pasando», pensó, presa del pánico.
Lo único que pudo hacer fue regresar corriendo a su aldea, en donde Eli y Nozomi la recibieron.
―¡Alisa, ¿qué te pasó?! ―exclamó una espantada líder de la aldea.
―No lo sé, onee-chan ―respondió la chica, llorando―. Desperté y estaba así.
―... Creo que voy a consultar al oráculo; debe haber una respuesta para este problema ―dijo Nozomi.
Dicho y hecho, la pelimorada utilizó un humo místico para saber qué ocurrió con su cuñada. No obtuvo respuesta para ese hecho, pero sí se enteró de algo inquietante: si Alisa no recuperaba el azul de sus ojos antes de la cuarta luna, su vida llegaría a su fin irremediablemente.
―Onee-chan..., no quiero morir...
Al ver a Alisa tan desconsolada, Eli decidió tomar medidas drásticas.
―Nozomi, hay que dar aviso a todos. Quien le devuelva el color de sus ojos a mi hermana, recibirá la recompensa que desee.
―¿Segura, Elicchi?
―Segura. Por mi hermana y por ti haría lo que sea.
Nozomi tomó las manos de su esposa y las besó.
―Elicchi, cosas así son las que te hacen una gran líder.
Se echó a correr la noticia por las cercanías. Como refuerzo, Eli y Nozomi mandaron a hacer tres enormes carteles que les fueron entregados a Tsuba-sa, la tigresa, íntima de la osa Hono-ka; a An-ju, la serpiente, y a Ere-na, la lagarta, compañera usual de An-ju. Con las órdenes dadas, las tres llevaron los carteles por todas partes, ya fuera en otras aldeas, en los árboles y hasta en los cuerpos de agua. Eventualmente, los colgaron en diferentes lugares, todos visibles para cualquier persona o animal que pasara.
«Ojalá esto resulte», pensó Eli.
Las primeras en intentar dar con la solución fueron las amigas de Alisa, quienes no lo hacían por la recompensa, sino por el cariño que le tenían. Ha-na-yo la cierva y Rin la gata fueron las que iniciaron todo, trayendo consigo una telaraña de un azul muy parecido al de los ojos de la princesa. Con cuidado, la pusieron en sus manos e hicieron que la mirara; sin embargo, su mirada siguió tan blanca como antes. Decepcionadas, la cierva y la gata se acurrucaron junto a la rubia para lamentarse con ella.
A los pocos días, llegaron las siguientes en intentarlo, Ni-co la coneja y Ma-ki la pantera. Ellas le entregaron a Alisa unas piedrecillas de color azul, no sin antes tener una pequeña pelea por quién sabe qué. Ya con las piedras en las manos, la princesa las miró por largo rato en silencio, pero sus ojos siguieron igual. Frustradas, la coneja y la pantera comenzaron a pelear otra vez, tratando de ocultar la frustración de su fracaso.
Koto-ri la avecilla y U-mi la loba trataron de solucionar el problema días después. La loba lo intentó haciendo que Alisa mirara su pelaje durante varios minutos, pero los ojos de esta mantuvieron su tono pálido. Al ver a su amiga canina triste, la avecilla le entregó a Alisa unas plumas azules que había encontrado en el monte, con la esperanza de que fueran la solución, pero ocurrió lo mismo de antes. Viendo que también había fracasado, Koto-ri se posó en la cabeza de U-mi y se ocultó entre su pelaje.
La última amiga animal de Alisa en intentarlo fue Hono-ka. A pesar de su pereza, dedicó parte de su tiempo a buscar las flores más azules que pudo encontrar y se las entregó a la princesa en cuanto tuvo la oportunidad. Como en las ocasiones anteriores, esta última se quedó mirando fijamente el objeto que le dieron, y como en las ocasiones anteriores, sus ojos no recuperaron el color. Al percatarse de que su esfuerzo había sido inútil, la osa se echó a los pies de Alisa como si fuera una alfombra.
Ninguno de los intentos de sus amigas había funcionado, por lo que el miedo se apoderó de la princesa, arrastrando de paso a Eli y a Nozomi.
―Queda poco para la cuarta luna y mis ojos siguen igual... Voy a morir... ¡Voy a morir!
Alisa solo podía calmarse un poco en los brazos de su hermana y de su cuñada. De todas formas, la amenaza latente de la muerte era suficiente como para drenar su ánimo y la poca esperanza que le quedaba.
Por fortuna, no todo estaba dicho.
Aunque fracasaron en sus intentos, las amigas animales de Alisa todavía no se habían rendido. Creían que solo existía una persona que podía ayudarlas, una a la que habían visto mirando a Alisa ocasionalmente con un gran interés. Aprovechando la noche y que la princesa se encontraba sumida en su sueño, fueron a una cabaña emplazada junto al río. Ahí vivía Yukiho la pescadora, quien desde hacía tiempo estaba enamorada de la princesa, y al saber de la pérdida del color de los ojos de esta, pasaba gran parte del tiempo tratando de encontrar una solución.
En cuanto las animales fueron a verla, la pescadora se sintió muy halagada de que le tuvieran tanta confianza; al igual que Alisa, era capaz de hablar los idiomas animales gracias a su contacto con la naturaleza. Su respuesta a eso fue decirles que ella también estaba buscando con ahínco una manera de devolverle el color de sus ojos a la princesa, pero no se le ocurría nada. Sin ir más lejos, eso era lo que estaba haciendo antes de que sus visitantes llegaran.
Intentando cambiar de aire, Yukiho salió de la cabaña y se sentó a la orilla del río. Estuvo así durante horas, y no fue hasta que clareó el alba que Hono-ka notó algo en el fondo, y se lo informó a la pescadora mediante suaves cabezazos en su hombro.
Al mirar con detenimiento, la castaña se fijó que en la parte más profunda del río había una flor de un tono extremadamente azul, tan brillante que le recordaba a los ojos de su princesa. Fue entonces que cayó en la cuenta: dicha flor era la responsable del problema. Posiblemente Alisa la había mirado en su momento y esta, por el puro capricho de hacerlo, le sustrajo el color de sus iris.
«Maldita sea esa flor», pensó Yukiho con ira.
De inmediato, entró a su cabaña y volvió con su red de pesca. Echó la red varias veces intentando alcanzar la flor, pero esta siempre se colaba por alguno de los agujeros. No quedándole más alternativa, Yukiho tomó impulso y se zambulló en las aguas del río. Pudo tomar la flor, pero la fuerte corriente le impidió volver a la superficie. Impávidas, las animales veían cómo la pescadora se hundía, y no fue hasta que Koto-ri se fue volando a la aldea de Alisa que las demás atinaron a reaccionar con voces, alaridos y manotazos infructuosos agitando el agua.
Yendo con la avecilla, le informó a su amiga humana lo ocurrido. Esta quedó sumamente preocupada.
―Llévame con ella ahora.
Al llegar a la orilla del río, la rubia se encontró con todas sus amigas, quienes se notaban tristes. Alisa después miró el fondo y se espantó al ver el cuerpo de Yukiho la pescadora, quien sujetaba la flor azul entre sus manos; estaba tan pálida como los ojos de la princesa.
―¡Rápido, pásenme la red!
Entre todas pudieron sacar a la castaña. Su heroico sacrificio conmovió a las chicas, y las lágrimas no se hicieron esperar. La más desconsolada era la princesa, quien no esperaba que alguien hiciera algo así por su persona.
«Valiente pescadora, no era necesario llegar tan lejos por mí», pensó.
No obstante, sin que ninguna lo esperara, algo extraño ocurrió.
Mientras las lágrimas de Alisa caían sobre la flor, su color azul empezaba a desvanecerse. Al mismo tiempo, los blancos ojos de la chica recuperaban lentamente su color, y eso no era todo: Yukiho también volvía a su color habitual; la sorpresa las invadió a todas, mezclándose con la alegría.
Cuando la pescadora despertó, lo primero que vio fueron los ojos azules de Alisa, quien inmediatamente se abalanzó sobre ella abrazándola con fuerza.
―¡Estás viva! ¡Estás viva! ¡Gracias, muchas gracias!
Sonrojada y confundida, lo único que pudo hacer Yukiho fue corresponder al abrazo. Las amigas animales emitían sonidos de alegría al ver la escena.
―Vamos, ven conmigo a mi aldea. Mi onee-chan y mi cuñada deben saber de ti y de lo que hiciste.
Alisa tomó de la mano a Yukiho y se la llevó consigo.
Cuando Eli y Nozomi vieron a la princesa de nuevo con los ojos azules, las embargó una palpable emoción; después de días de sufrimiento, por fin habían dado con la solución.
―¡Alisa, recuperaste el color de tus ojos!
―Sí, onee-chan... ―respondió Alisa, llorosa―. Gracias a ella y a mis amigas volví a la normalidad.
Las mayores se enfocaron en la castaña.
―¿Fuiste tú quien salvó a mi hermana?
―Pues... Yo...
―Vamos, Elicchi, no la intimides ―le dijo Nozomi a su esposa―. Desde ya te agradecemos por lo que hiciste por Alisa-chan ―le habló después a Yukiho.
―... Solo cumplí con mi deber.
―Bien, como lo prometí voy a recompensarte, eh... Eh...
―Soy Yukiho, su alteza.
―Yukiho, sí. Bueno, como decía, voy a darte tu recompensa. ¿Qué es lo que quieres que te dé?
La pescadora respondió claramente:
―No quiero nada.
―Yo sí quiero recompensarla ―declaró Alisa con mucha convicción―. Yukiho-chan... ¿quieres tener una cita conmigo?
―Eh... Eh... ¿En serio quieres eso? ―preguntó avergonzada.
―Claro que sí.
―... Si ese es el caso, entonces acepto.
Aunque Eli intentó protestar, Nozomi ayudó a calmar las cosas.
―Recuerda, Elicchi: la recompensa podía ser cualquiera.
La noticia llegó posteriormente a oídos de las amigas animales de Alisa, quienes se alegraron mucho; la rubia y la castaña podrían llegar a ser una muy buena pareja en el futuro si se daban una oportunidad. Para sus adentros, todas cruzaban las patas y las alas con ese anhelo.
En cuanto a la flor ladrona, fue destrozada por Hono-ka cuando se tumbó sobre ella para echar una siesta.
El fic es la adaptación de una leyenda uruguaya llamada La princesa que perdió el color de sus ojos, en la que a la princesa Guaviyú le pasa lo mismo que a Alisa. Sobre los nombres de las amigas animales, están escritos con guiones de manera similar a los animales que salen en la leyenda, los cuales, por cierto, están originalmente en guaraní.
Yendo con Alisa, ella no era la primera opción para ser el símil de Guaviyú. En un principio había considerado a Honoka, pero la descarté al poco tiempo. Después pensé en Eli, pero dada su personalidad no creí que fuera a calzar con la imagen de chica dulce. Por eso, Alisa terminó con el rol.
¿Qué pasaba al final de la historia original? Pues lo que suele pasar en este tipo de historias: instalove y boda. Yo preferí que Alisa y Yukiho quedaran en veremos porque cosas así son demasiado irreales. Sobre la flor, en la leyenda la destruía una tortuga amiga de Guaviyú a mordiscos. Aquí decidí darle un toque más de comedia, con la osa Hono-ka haciendo el trabajo.
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