[15]
—¿Puedo hablar contigo?
Su padre asintió.
—Respecto al otro día... —empezó Dani.
Llevaba muchísimo tiempo esperando esa conversación, pensaba que estaba preparado, pero no. Quería pedirle perdón, solo eso, pero las palabras no salían. Solo quería arreglarlo todo.
—No hace... —Dani no dejó que terminase la frase.
—Déjame seguir, por favor —dijo el chico, suspiró—. Lo siento, no tuve que reaccionar así. No tengo excusas, supongo que se me juntó todo y...
Sentía las lágrimas en los ojos. No sabía qué más decir, parecía que todo lo que había planeado se había esfumado de su mente. Sus ojos se fueron hacia las paredes, hacia las fotos. Eran de su madre, su padre y él; no recordaba haberlas visto nunca antes.
—Escucha... —intervino Mateo.
—Exageré, no quise decir eso —dijo al recordar la conversación—. Quiero arreglarlo, necesito hacerlo.
—Dani
Abrió los ojos al escuchar su nombre. No sabía cuándo los había cerrado. Sintió algo raro de golpe, ¿le había llamado por su diminutivo? Tampoco sabía en qué momento se había levantado de la silla y se había quedado frente a él.
Sus ojos se encontraron, dos miradas llenas de lágrimas que se fundieron en un abrazo que recordarían por siempre.
Siguiendo sus intuiciones; Luca, Greta y Dylan se dirigían hacia la cueva que el príncipe y la princesa vieron hacía poco. El primero, de vez en cuando, desviaba su mirada hacia arriba, intentando ver más allá de la superficie. No sabía qué había, nadie se lo había dicho, y sentía la necesidad de descubrirlo por sí mismo. Aún así, decidió preguntarle antes a sus guías.
—Ni se te ocurra subir —le advirtió Greta directamente.
—¿Por qué? ¿Qué hay? —preguntó Luca queriendo sacarles más información.
Hubo un momento de silencio hasta que Dylan decidió hablar:
—Los darmados no podemos respirar el aire —le explicó—. Solo duraríamos uno o dos minutos como mucho.
—¿En serio? —volvió a preguntar Luca—. No sé, ¿cómo es entonces?
—Ni idea —intervino Greta—. No hemos tentado a la suerte.
Luca empezó a pensar en ello, que sí, que no querían arriesgarse, pero la persona que lo intentó debió de ver algo.
—¿Quién os contó eso? —dijo aún pensando.
—A ver, es una cosa que nos enseñan con el tiempo —dijo Dylan—. Normalmente es la primera vez que abandonamos el pueblo —Se encogió de hombros—. Supongo que esa persona se lo diría a los demás y así comenzó la rueda.
—Ya, ya, pero... —empezó Luca—. ¿Nadie sabe lo que vio? A alguien se lo contaría, ¿no?
—Con eso no te puedo ayudar —dijo Greta—. Han pasado muchísimos años de eso, por no decir siglos. Si le dijo a alguien lo que vio,es bastante improbable que lo haya seguido contando.
Luca asintió aún con curiosidad, pero decidió seguirles hacia la cueva en silencio. No sabía porqué, pero contestar sus dudas él mismo le llamaba la atención. Volvió a mirar hacia arriba, sería una locura, ¿o no? Intentó quitarse esos pensamientos de la mente, pues ya estaban llegando.
—Esta es la cueva de la que te hablé antes —le informó Dylan—. Podemos probar suerte.
Luca dirigió su mirada hacia el interior, estaba muy oscuro, apenas verían por dónde iban.
—Probemos —dijo por fin.
De repente, un montón de preguntas se agolparon en su mente.
Si de verdad estaba allí, ¿qué diría? ¿Cómo sabría que era ella, su hermana? Sinceramente, nunca se lo había planteado, y ahora eso le preocupaba.
—Vamos —dijo Greta entrando.
La siguió Luca, y Dylan pasó el último. El camino era bastante estrecho, pero a los pocos segundos llegaron a un lugar más grande.
—No parece que aquí viva nadie —dijo Dylan inspeccionando la nueva habitación.
—Tendremos que seguir buscando —dijo Luca apoyando la mano en la pared.
De repente, todo a su alrededor fue una intensa luz amarilla. Quitó la mano. En un momento, el brillo fue menor. Miró con atención, las paredes estaban cubiertas de dibujos del mismo color que la luz.
—¿Qué...?
—¿Eso lo has hecho tú? —preguntó Greta.
—Supongo —dijo Luca aún sin saber del todo cómo.
—¿Es... magia? —preguntó Dylan.
Al instante, Luca lo entendió. La acababa de liar, nadie debía saber que podía hacer eso, se lo habían dicho directamente. Entonces, recordó el día en el que descubrió sus poderes.
Toda la casa estaba en silencio exceptuando el sonido de su serie favorita. Solía verla mientras esperaba a que su padre, Ander, volviera del trabajo. Tendría alrededor de 10 años. Cuando escuchó el sonido de las llaves, apagó el aparato y se acercó a la puerta.
—¿Qué tal la tarde, Luca? —le saludó con una sonrisa.
El chico se la devolvió y empezó a hablarle de todo lo que había hecho mientras que su padre dejaba el abrigo, abría algunas ventanas y se dirigía a la cocina para preparar la cena.
—Muy bien —le dijo cuando terminó de hablar Luca—. Me gusta que hagas muchas cosas —Sonrió.
Luca recordaba esa etapa de su vida como una de las mejores, por no decir la mejor.
Recordó con exactitud el sonido de los platos chocando cuando Ander los dejó sobre la mesa. Luca se subió a un taburete para llegar a la altura de la encimera, que era más alta de lo normal.
—¿Qué vas a cocinar? —preguntó el chico observando los ingredientes.
—Ya lo verás —dijo mirándole.
—¿Seguro que no me lo puedes decir? —volvió a intentar convencerlo Luca.
—Segurísimo.
El chico decidió convencerse con eso y dedicarse a mirar lo que hacía su padre. Seguía con la vista todos sus movimientos: cuando cortó algunos alimentos, trituró unas frutas y abrió un cajón superior. Al hacer esto último, un montón de ollas y sartenes se prepararon para caer al suelo. Luca, por instinto, estiró la mano, lo que no se esperaba es que, entonces, alrededor de todo ese caos apareciera una barrera amarilla que no les dejó caer más, provocando que quedasen flotando.
Miró a Ander, cuya mirada volaba entre lo ocurrido y Luca. De repente, el chico, al darse cuenta apartó la mano, y todo cayó al suelo montando mucho ruido.
—¿Cómo has...? —preguntó Ander, pero no terminó la pregunta.
Luca no le estaba escuchando, ahora notaba algo nuevo. Un cosquilleo, tal vez. No lo tenía muy claro, pero se sentía genial. Era como si una ola de energía acabase de llegar hasta él.
Mientras, Ander seguía dándole vueltas en la cabeza. Al instante, lo entendió todo: el extraño color de los ojos de Luca, lo que acababa de hacer, el collar redondo con el símbolo de un sol que se encontró a su lado... Tenía sentido, aunque ya lo hubiese intuido muchísimo tiempo atrás.
Su hijo siempre había sabido que era adoptado, cosa que no daba muestras de importarle mucho, pero parecía que todo estaba tornándose de otro color.
—Luca —dijo Ander, por fin—. Creo que es hora de que te cuente algo.
El nombrado le miró, sabiendo que no sería nada bueno por cómo se lo dijo. Simplemente, asintió.
—No creo que hayas escuchado esta historia antes, es una muy antigua creada por la realeza...
Así descubrió muchas cosas, ¿su verdad? No lo tenía muy claro. Solo sabía que le había dicho, con claridad, que no le contara a nadie lo de sus poderes, que no se lo enseñara a nadie... Y ahí estaba, mostrando su don a la princesa y al príncipe. No sabía ni quería saber las consecuencias que podría tener eso, pero estaba claro que, aún así, se lo dirían.
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