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CAPÍTULO 19. Tenemos que hablar

Natalia

—Es un idiota, un mentiroso, un engreído, un manipulador de los más grandes, un... —siento la palma de la mano de Jorge tapar mi boca, para que me calle.

Llevo como media hora insultándole sin parar desde que llegamos a casa, sentada en mi cama con las piernas cruzadas y con lágrimas en los ojos al borde del precipicio, pero que esta vez no he permitido que recorran mi rostro. Ya basta de llorar por él.

—Nat calla ya. Háblame de ti —dice Jorge retirando su mano de mi boca para que comience a hablar.

—¡Le odio! —chillo—. ¡Creo que no he odiado a nadie en toda mi vida hasta ahora!

—¡Nat! —me grita Jorge esta vez dando un golpe bastante ruidoso como para hacerme callar.

—¡Qué! —grito.

—Háblame de ti —dice sonriendo.

Dos hoyuelos se instalan en sus mejillas y fijándome bien en él puedo apreciar lo guapo que es.

—¿Sabes que le odio no?

—Eso ya lo sé, cuéntame algo sobre ti... —dice.

—Pues soy la típica chica invisible que tiene a un mejor amigo que es un mujeriego, del cual cree estar enamorada desde parvulario y se conocen desde entonces —concluyo algo sobre mí y mi vida.

—Deja de hablar refiriéndote a David... —gruñe entre dientes.

—Pues háblame tú de ti —digo yo esta vez.

Jorge fija su vista hacia la ventana de mi habitación y se ríe, no sé de qué pero se ríe y yo lo hago con él. Jorge me contagia la risa.

—Soy el típico adolescente que cree estar enamorado de su novia universitaria, la cual ahora está lejos y no confía en mí. Ah, se me olvidaba que me agobia a preguntas a cada rato para saber qué estoy haciendo —escucho como deja escapar un largo suspiro.

Los dos nos quedamos en silencio. Él mirando por la ventana y yo mirándole a él. Me fijo en cada uno de sus rasgos, dándome cuenta así de que Jorge es muy mono, y de que tiene una sonrisa de lo más adorable. Una de esas sonrisas que es lo primero que te llama la atención. Al verle sonreír dos hoyuelos le aparecen a ambos lados de las mejillas.

—En fin Nat, sólo tienes que fijarte en mí últimamente... Me siento agotado, agobiado y muy frustrado —dice mencionando cada uno de sus sentimientos.

—¿Frustrado de qué manera? —le pregunto.

—De todas —al decir esto por fin dirige su mirada hacia mí.

—¿Puedo decirte algo?

Él se encoge de hombros.

—Eres muy mono.

Sólo digo lo que pienso. Él niega con la cabeza y vuelve a girar su vista para fijarla en la ventana.

De nuevo silencio.

Me tiro de espaldas sobre el colchón. No puedo volver a perdonar a David, ¿cuántas veces van en estos pocos meses atrás? Sólo sé tropezar una y otra vez con la misma piedra, cometiendo el mismo error. Ya es suficiente, mi paciencia con él ha llegado a un límite, a un punto que creo que se ha agotado por completo.

—Nat —escucho a Jorge llamarme.

—¿Si? —respondo.

La pereza por incorporarme a mirarle hace que siga tumbada sobre la cama.

—Quiero cambiar —dice.

—¿Qué quieres cambiar? —pregunto sin saber a qué se refiere—. No tienes nada que cambiar Jorge.

—Sólo... Siento que necesito cambiar mi forma de ser. Un tipo de cambio radical.

Me incorporo para hacerlo y le observo detenidamente de pies a cabeza.

—Eres... Eres guapo —admito en voz alta—. Buena persona, buen estudiante, sabes escuchar a las personas... ¿Algo más? —clasifico cada cualidad contando con mis dedos.

—Nat yo... —murmura y se calla—. ¿Y físicamente? ¿Qué tal un nuevo peinado?

—¿Por qué?

—No sé, vamos a tomárnoslo como un tipo de juego. Venga va, haz conmigo lo que te plazca.

—No deberías de cambiar por nada ni por nadie. Eres como eres y quien se enamoré de ti tiene que aceptarte tal y como eres.

Le veo tirarse al suelo y andar a gatas hasta quedar frente a mí. Posicionándose de rodillas ante mí y con las palmas de sus manos juntas sobre el pecho.

—Por favor Nat —me suplica—. Por favor —repite de nuevo suplicando.

Parpadea rápido, haciéndome ojitos. Puedo apreciar con claridad a esta distancia el color de sus ojos, estos son de color marrón muy claro, me atrevería a decir que son de un tono miel.

—Sólo es un juego...

—Está bien, pero es difícil cambiar a una persona que no tiene nada que cambiar —acepto su propuesta después de dejar de observar sus ojos—. Empieza por levantarte y sentarte en la silla —le ordeno.

Hace caso a lo dicho y se sienta correctamente sobre esta, apoyando la espalda contra el respaldo y estirando su camisa de manera que esta queda sin arrugas. Aquí es cuando me doy cuenta de que Jorge es un poco maniático.

—Bien... —me coloco justo frente a él para observarle bien.

Quizás si le revolviese un poco el pelo, desabrocharse el primer botón de su camisa de cuadros y se la arrugara un poco quedaría de otra forma. También debería de quitarle las gafas negras que lleva. Según él sólo las necesita para leer, pero le gusta llevarlas puesta porque le dan seguridad.

—Levanta —le ordeno.

Se pone frente a mí, Jorge me saca como una cabeza. Es alto.

Con rapidez desabrocho el primer botón de su camisa y tiro del bajo de esta misma para arrugarla un poco.

—¿Qué haces? La estás arrugando —murmura entre dientes.

—¿Quieres cambiar y esto es cómo un tipo de juego no? —él asiente—. Yo sé lo que hago.

—Siéntate otra vez —vuelvo a ordenarle.

Se sienta y esta vez me pongo detrás de él. Paso mis manos por su pelo repetidas veces lo tiene muy suave, me gusta su tacto. Más tarde desaparezco en el baño y vuelvo con un bote de laca para hacerle algo en el pelo. Puede que un tupé bien peinado y arreglado como llevan la mayoría de los chicos le quede bien, aunque su pelo sin nada he de decir que me gusta bastante. Comienzo las maniobras y como no, Jorge se queja de la laca que le estoy echando sobre el pelo.

—Para de quejarte —gruño.

—¡Huele peste! —se queja azotando las manos al aire.

—Creo que ya está.

Repaso con mis dedos por última vez y agarrándole de la barbilla hago que me mire fijamente.

Definitivamente me ha quedado bien lo que acabo de hacer.

—Y por último las gafas —le digo.

Estiro mis manos para agarrarlas pero su agarre en mis muñecas me impide hacer tal movimiento.

—Las gafas no —me niega él.

—Las gafas sí —afirmo yo.

—¡Nat no! Sin gafas no. Es como que... No, no —se niega.

—Esto sólo es un juego, ¿verdad? —asiente con la cabeza—. Pues déjame quitarte las gafas.

—No —parece ser un no rotundo.

—Sólo mírate sin ellas, sólo eso... —esta vez no dice nada pero el movimiento de derecha a izquierda de su cabeza negando me lo dice todo—. Por favor... —junto las palmas de mis manos, rogándole por ello—. Por favor Jorge... —le hago un puchero sacando mi labio inferior acompañado por el parpadeo contínuo.

—¡Está bien! —grita dándose por vencido—. Pero sólo mirarme —me advierte con el índice alzado.

Doy un par de palmadas victoriosa y vuelvo a estirar mis brazos para agarrar las gafas de pasta que esconden sus precioso ojos color miel. Una vez que se las quito, con cuidado de que no se me caigan las coloco en la mesa de escritorio. Me quedo sorprendida al ver el cambio. Parece incluso otro Jorge sin gafas. Él se va sonrojando poco a poco mientras muerde su labio inferior nervioso.

Está guapísimo.

—¿Tan mal estoy? —pregunta él sonrojado mientras juega con sus dedos, bajando su mirada.

Reacciono al ver que me he quedado estática en el lugar sin decirle nada.

—¡No, no! ¡Mírate, mírate! —grito sacando un pequeño espejo del cajón de la mesilla de noche.

Se lo entrego y él parece sorprendido. Repasa su pelo con las manos, tratando de no despeinarse y palpa con su dedos por alrededor de su ojos. Frunce ceño, parece que no le gusta lo que ve o al menos esa es la impresión que me está dando.

—¿Te gusta? —me atrevo a preguntarle.

Le rodeo el cuello con los brazos y dejo reposar la barbilla sobre uno de sus hombros. Estamos tan cerca que los dos nos vemos reflejados en el espejo que él sostiene entre sus manos.

—Eh... —murmura él.

Gira la cara hacia mí, lo que me hace acechar hacia atrás un poco. Estábamos demasiado cerca y era algo incómodo.

—¡No parezco ni yo! —chilla—. ¡Gracias, gracias, gracias Nat!

Se levanta de la silla y rodeando mi cintura con sus brazos me alza al aire. Da un par de vueltas conmigo en el aire. Nuestras frentes se unen y cuando para en seco sus movimientos los dos nos quedamos en absoluto silencio. Veo sonreír a Jorge, lo que me hace sonreír a mí pero es el sonido del timbre el que nos hace separarnos.

Esto que acaba de suceder acaba de ser muy extraño.

Sus brazos dejan de envolver mi cintura y mis pies al fin tocan el suelo. Le dedico una sonrisa y bajo las escaleras a trote.

—¿Quién es? —pregunto antes de abrir.

—Soy yo Nat... —escucho.

Es David.

Entreabro la puerta un poco, lo justo y necesario para vernos las caras.

—Tenemos que hablar —dice echando la vista al suelo.

Diría que parece arrepentido, pero ya de David creo que me puedo esperar cualquier cosa.








Imaginaros a Jorge como Dylan O'Brien así que os permito morir de amor *__*

¿Qué os pareció el cap? David vuelve para que le pida perdón.

¿Creéis que Nat le perdonará o ya esta cansada de hacerlo?

Cuantas preguntas sin respuesta ¿verdad?

Todo lo podréis seguir descubriendo en el siguiente capítulo *monito de WhatsApp*

No olvidéis votar y comentar mucho, mucho. Me hace muchísima ilusión ver vuestros comentarios y el como os desesperáis porque siga la historia, sois puro amor.

Muchísimas gracias por el apoyo y por darle la oportunidad a la historia de verdad, significa muchísimo para mi que valoréis todo el trabajo que hago y las horas que invierto en ello.

¿Nos leemos en el próximo?

Besos, dreamy.

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