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CAPÍTULO 16. ¿Te avergüenzas de mí?

Natalia

La vacaciones de Navidad se me pasan en un abrir y cerrar de ojos.

Como cada mañana de mi rutina diaria espero a David y a Jorge, por supuesto. No puedo parar de mover la pierna derecha de arriba abajo nerviosa, al igual que muerdo los pellejitos que se encuentran alrededor de mis uñas. Mi móvil vibra en el bolsillo de la sudadera que llevo puesta y con pereza lo saco de él para leer en la pantalla:

El mejor amigo del mundo

Me pongo nerviosa de un segundo a otro. Ver su mensaje lo ha provocado. No le veo desde que despertamos juntos en casa de Yoel y me trajo de vuelta a casa. No le veo desde que nos besamos, y no sé como voy a mirarle a la cara después de lo sucedido.

Mensaje nuevo

De: El mejor amigo del mundo

» Nat no voy a llegar, Yoel ha pasado a recogerme. Nos vemos luego.

Suspiro indignada. No me gusta que me hagan esperar ni que me esperen. Vuelvo a guardar el móvil en el bolsillo. Solo me queda esperar a Jorge. Le espero sentada en el escalón de la entrada de casa durante cinco minutos más, pero este no aparece, tampoco contesta a mis mensajes y ya voy tarde. Suspiro ante la pesada idea de ir sola hacia el instituto. Sin embargo no me queda otra opción. Es ir o ir, no hay otra. Doy un grito a mamá para que se entere de que me voy y me encamino hacia el mismísimo infierno. Pasados unos quince minutos llego al instituto y al llegar lo primero que veo es una moto bastante conocida en los aparcamientos delanteros. David ha venido en su moto cuando hace apenas unos minutos me había mandado un mensaje para explicarme que vendría con Yoel.

—¡Nat! —gritan mi nombre.

Me giro en dirección a la voz, y al hacerlo veo que Jorge me saluda desde el otro lado de la acera, justo al lado de la puerta de entrada al instituto. Sacando una pequeña sonrisa me dirijo hacia él. Al parecer ha venido sólo, aunque no entiendo porqué no me ha avisado. Quizás porque alguna que otra vez me olvidé de él, sin embargo no le veo una persona rencorosa, y menos por una estupidez como esa. Cuando llego a su lado, me doy cuenta de que Jorge no está solo. Ángela se encuentra a su lado y mi sonrisa se desvanece al verla.

—Buenos días —saludo a los dos al llegar hasta ellos sacando una sonrisa forzada.

Últimamente ambos pasan mucho tiempo juntos y me siento desplazada. Mientras que ella sonríe tímida, Jorge también lo hace a la par que se rasca la nuca.

—Yo... Me tengo que ir, nos vemos luego —se excusa Ángela.

La vemos alejarse, y una vez que lo hace Jorge me mira con los ojos muy abiertos dispuesto a hablar.

—¡Lo siento! —exclama enseguida—. Se me olvidó por completo avisarte —comienza a decir—. Encontré a Ángela en el camino y mientras íbamos hablando perdí la noción del tiempo hasta que llegamos aquí —me explica.

—No pasa nada —miento.

En realidad sí que pasa. No sé exactamente qué es lo que es, pero algo dentro de mí me lo dice...

—¿Has visto a David? —le pregunto para intentar anular los pensamientos y sentimientos que están apareciendo ahora mismo.

Él niega con la cabeza y yo suspiro de alivio. No sé como enfrentarme a David después de todo lo sucedido. La verdad es que tenía la esperanza de verle, pero pensándolo mejor creo que no podría mirarle a la cara después de todo lo que pasó entre ambos. De sólo recordarlo siento vergüenza.

—¿Vamos a clase? —pregunta Jorge a mi lado, consiguiendo así sacarme del pequeño trance en el que me encontraba sumergida.

Yo asiento con la cabeza y comenzamos a caminar en silencio. Pero por desgracia gracias a esto logro divisar a David riéndose a puras carcajadas apoyado sobre el muro de piedra que hay fuera de la entrada. Está con Yoel y su reducido grupo de amigos, esos que se creen y van de guays pero no lo son, ni nunca, jamás, lo serán. Más bien diría que son retrasados con cuerpos de dioses griegos.

—Acabo de ver a David. Está allí —le digo a Jorge, y señalo con mi dedo índice en su dirección.

De un momento a otro David se queda mirándome fijamente, así que disimuladamente sacudo mi mano de lado a lado en señal de saludo. No sé ni como consigo hacerlo. Sin embargo no recibo ninguna respuesta por su parte, es más aparta la mirada de mí en cuanto encuentra una ocasión.

—¿Nat? —escucho que pregunta Jorge.

—Voy a... Tengo que...

—Hablar con él —termina por decir Jorge.

Yo asiento con la cabeza. Voy a ser valiente. Tengo que enfrentarme a mis miedos.

—Entonces nos vemos ahora en clase.

Ambos tomamos caminos diferentes, él se dirige hacia el edificio y yo de vuelta hacia el muro de ladrillos donde él se encuentra. A medida que me voy avanzando las piernas comienzan a temblarme. Parecen gelatina en estos momentos. No voy a hacer nada del otro mundo. Sólo hablar con quien se supone que es mi mejor amigo. Ahora David aún sigue apoyado contra la pared, pero esta vez acompañado de un cigarro entre sus labios. Una cosa de las que más odio es el tabaco. Hacía demasiado tiempo desde que no le veía fumar.

—Hola —saludo tímida al llegar a su altura.

Nunca me había sentido tan ridícula al estar a su lado.

—Hola Nat —me saluda.

Agarra el cigarro, da una última calada y lo tira para seguidamente aplastarlo con la suela de su zapato.

Una vez que ese arma mortífera no está entre sus manos me acerco para rodearle el cuello con mis brazos y me inclino un poco hacia delante para poder besarle en la mejilla, pero él acecha hacia atrás antes de que llegue a conseguirlo poniendo sus manos sobre mi pecho, y me empuja suavemente.

—¿Qué haces? —pregunta en un susurro—. ¡Nos pueden ver! —exclama.

—Yo creía que... —murmuro avergonzada.

Esto no va nada bien.

No pensé que intentar saludarle con un beso en la mejilla le fuese a molestar tanto.

—¿No entras a clase? —me pregunta.

Yo asiento con la cabeza un par de veces. Me siento tan avergonzada que no puedo articular palabra.

—Pues vamos —agarra la mochila que tiene a sus pies y la cuelga sobre sus hombros—. Nos vemos tíos —se despide de los demás.

Todo es tan raro. Sabía que nada iría bien entre nosotros después de aquella noche. Más que un ambiente de amistad lo que se nota es la tensión que se acaba de formar entre los dos.

David vuelve a girarse de cara a mí y sonríe sacando media sonrisa.

—¿Qué pasa pequeña saltamontes?

Me conoce demasiado bien como para saber que algo me preocupa, cuando lo que me preocupa es él y es de notar.

Me ha hecho sentirme ridícula al rechazarme hace tan sólo un par de minutos por un simple beso en la mejilla.

—¿Te avergüenzas de mí? —pregunto con la voz entrecortada.

—¿Qué? ¿Nat pero qué estás diciendo? —pregunta frunciendo el ceño.

Parece sorprendido tras mi pregunta.

Sabía que tarde o temprano sucedería. Sabía que lo mejor hubiese sido guardarme mis sentimientos y no haberlos dado a la luz nunca.

Porque sabía que no todo volvería a ser igual que antes después de aquellos besos.



Muchísimas gracias por cada voto y comentario, no sabéis todo lo que significan para mi.

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