Capítulo 8: Arribo
La noche se rasgó en mil pedazos al filo de la espada que Claus cargaba en su mano derecha. Había aprendido a generarla a base de su propia sangre y podía hacer que cambiara de tamaño, convirtiéndola en un pequeño cuchillo o en una poderosa oz, según sus ganas de jugar con la víctima de turno.
Sin luna y con pocas estrellas como testigo, Claus se amparó en la oscuridad para alcanzar una pequeña ventana que surgía tallada en la roca con decenas de arabescos dibujados en los postigos. Poco esfuerzo le significó romper los vidrios y caer de cuclillas en un pequeño pasillo.
Se estremeció nada más respirar el aire cargado de notas aromáticas que sólo los niños podían generar. El ambiente se sentía pesado, saturado, y aquello demostraba que iba bien con sus cálculos al percibir decenas de almas inocentes.
A esas horas, sus potenciales conejillos de indias debían de estar durmiendo sin preocupaciones ni miedos. Eso le generaba tal ansiedad, que debía controlarse para respirar haciendo el mínimo ruido posible. Necesitaba asesinar a alguien, anhelaba con urgencia bañarse con la sangre de sus víctimas y escucharlas llorar mientras rogaban por sus vidas.
Caminó por el pasillo hasta llegar a una puerta de color blanco. Movió el picaporte poco a poco, evitando todo ruido posible, y se zambulló en la habitación a oscuras, guiado tan solo por su olfato.
Alcanzó la primer cama y se acercó al pequeño que dormía en ella. Removió las sábanas y de un tirón levantó a su víctima tomándola de un tobillo. Era un niño de no más de tres años: el aroma a inocencia aún inundaba su alma, al punto que seguía durmiendo a pesar del zamarreo.
En su desesperación por sentir sangre fresca, Claus salió de la habitación llevando en hombros al niño. Buscaría un lugar tranquilo y lo aislaría de todo sonido, para no llamar la atención y despertar a los monjes. No le interesaba luchar todavía. Quería divertirse primero.
Sonrió en silencio y recorrió el pasillo en sentido contrario. Una puerta de madera oscura llamó su atención y la abrió sin pensarlo dos veces. Dentro de la habitación descubriría que no todo era como esperaba.
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