Bithi supo el momento exacto en que Claus atacó a Maurice. Desde la muerte de sus hijos, cada vez que Claus asesinaba algún niño que llevaba su sangre, la piel le ardía en señal del alma perdida.

Se maldijo en tanto cuestionaba cómo había logrado Claus dar con el pequeño, pero su atención iba enfocada a encontrar al anciano guerrero y poco importaba ya cómo Maurice había caído en garras de aquella criatura oscura.

Gat y Melich corrían detrás de Bithi. Melich iba conjurando en hechizo que le iluminaba la piel con decenas de pequeñas luces desparramadas por sus brazos, abdomen y rostro. Era magia poderosa y antigua, que rara vez invocaba, pero no podía permitirse perder ni un niño más.

Gat, en tanto, había despertado las esencias de Orionis y Casiopea y en sus brazos lucía brillantes tatuajes que formaban arabescos de diversos tamaños.

El rastro de Claus los condujo a la habitación donde se guardaban antiguas figuras de Buda. Era un lugar espacioso, lo habían elegido por eso. Además, era el más distante a los cuartos donde habían ocultado a los niños con sus monjes guardianes.

Los tres guerreros tiraron la puerta abajo sin dudarlo. La escena que los esperaba los hizo estremecer. Claus se había pintado el rostro y las manos con la sangre que emanaba Maurice desde la herida de su corazón.

El cuerpo del pequeño yacía en el suelo, desmadejado y con rastros de vida.

—Melich, haz lo tuyo. Gat y yo nos encargaremos de Claus —gritó Bithi y se lanzó sobre su oponente sin pensarlos dos veces.