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Capítulo 10: Revancha

Gat comprobó que Claus había traspasado uno de los muros que Bithi había creado, antes de llamar a sus compañeros.

—Chicos, ¡cayó en la trampa! —murmuró sabiendo que Melich y Bithi lo escucharían sin problemas.

—Eso dolió —a medio sentarse, Melich contemplaba la mancha rojiza que teñía sus ropas y se iba extendiendo a cada minuto.

—Era necesario que nos creyera muertos o al menos fuera de combate —replicó Bithi mientras se palpaba las costillas y verificaba el daño recibido.

—¿Y ahora? —Melich respiraba con dificultad. La piel de sus brazos resplandecía, dejando ver suaves luces debajo de la ropa que lo cubría. Diminutos mandalas se dibujaban aquí y allá, a lo largo de sus antebrazos, mientras el guerrero invocaba un antiguo conjuro para sanar sus heridas.

—Le daremos algunos minutos para que busque refugio. Dejamos tres salas libres, muy lejos de donde se esconden los niños y los monjes —Bithi se acercó a su compañero, esperando que también lo curara.

—El laberinto de pasillos lo debilitará y nosotros acabaremos con él para cuando el sol despunte —concluyó Gat, guardando sus espadas y cruzándose de brazos. Ansiaba despertar el alma de Orionis y Casiopea, pero aquello requería mucha energía de su parte y debía hacerlo a último momento, si es que deseaba ganarle a Claus.

—Llevamos las de ganar —Bithi sonrió—. Por fin, luego de tantos años, conseguiremos nuestra revancha.

Melich se encogió de hombros antes de murmurar:

—Pero nadie nos devolverá a nuestros niños. Nadie nos dará la vida que perdimos.

Gat y Bithi se le acercaron. Mientras Gat le palmeaba la espalda, Bithi se limitó a tomarlo por los hombros y decir:

—Al menos salvaremos tantos niños como nos sea posible. Ellos no son nuestros hijos, pero hay muchos que cargan en sus venas nuestra sangre y otros tantos que ni culpan tienen de la maldad de Claus.

—Así es —Gat intentó sonreír, mas la alegría jamás llegó a sus ojos—. Ajusticiaremos a Claus y liberaremos al mundo de su maldición. Al menos esta noche, lograremos que decenas de niños tengan oportunidad de vivir y tener sus propias familias.

Melich respiró profundo y asintió. Sus compañeros llevaban la razón. No podía dejarse llevar por las emociones en aquel momento.

—Vamos, busquemos a Claus. Ya le dimos bastante tiempo —comentó antes de atravesar el agujero que había quedado en la pared a causa del ataque del oscuro guerrero.

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