Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo XXXIII

XXXIII - LADRONA


Supongo que ya no tiene mucho sentido que borre la publicación en la que hago el ridículo con Jane, ¿no?

Es lo que llevo planteándome un rato. Aquí, tumbada en mi camita, reviso las interacciones sin atreverme a abrir los comentarios. Sé que muchos serán buenos, pero no sé si estoy preparada para leer los malos. Además, se ha hecho tan viral que ha llegado mucha gente que no me conoce. Y, cuando sales de tu demográfica, las personas se pueden volver un poco sanguinarias. Creo que prefiero no verlo.

Lo que más me sorprende es que Jane, pese a no estar etiquetada, también ha recibido un montón de interacciones nuevas. La cosa es que ella solo usa las redes cuando se aburre mucho, así que no ha subido nada nuevo desde hace varias semanas. Quizá no se haya ni enterado.

Igual debería decírselo, pero no sé si me atrevo a hablarle. Mi última imagen de anoche fue su sonrisita cuando se escapó otra vez por la ventana. No hemos vuelto a hablar desde entonces. Sé que en algún momento alguien tendrá que abrir una conversación, pero no sé si quiero ser yo. ¿Y si le parezco desesperada?, ¿o ansiosa?, ¿y si pierde el interés porque le parezco desesperada y ansiosa?

¿Y si nos transformamos en vampiros y montamos una ciudad al margen de la civilización moderna?

Al final, dejo el móvil a un lado y bajo las escaleras. Pelusa está dormitando sobre mi almohada y ni siquiera se entera de que me he alejado.

Hoy no hay nadie en casa. Se suponía que iba a usar este ratito para ensayar con el piano, pero la verdad es que no me apetece encerrarme en la sala. Hace un buen día y prefiero salir a la calle. El problema es que tampoco quiero pasear porque me da mucha pereza. En conclusión: quiero hacer de todo sin moverme un centímetro.

La mejor alternativa que se me ocurre es sentarme en el balancín del porche trasero.

Mientras me balanceo y contemplo la ciudad, dejo que mi mente vaya dando piruetas cada vez más lejanas. Debería componer una canción. Debería grabar un videoclip. Debería grabarlo aquí. Debería subir algo a redes. Debería hablar con Jane. Debería hablar con Tommy, también. Debería hacer muchas cosas, y lo único que hago es balancearme y contemplar edificios.

Termino por sacar el móvil otra vez y hacerme una foto para redes. Dentro de lo que cabe, es lo más fácil de llevar a cabo y, además, hoy me gusta cómo tengo el pelo. Hay que aprovechar los días de gloria y que no caigan en el olvido.

Estoy en el número veinte de intentos, precisamente, cuando recibo unos cuantos mensajes del grupo con mamá y papá. Nada más leerlos, se me pone cara de amargura y toca dejar de hacer fotos.

Papá: Que no se te olvide sacar la basura, Liv.

Mamá: Y poner el lavavajillas y la lavadora :)

Papá: Y limpiar tu habitación.

Mamá: Que tengas una buena tarde, señorita castigada :D

Bueno, por lo menos tengo plan de tarde.

El lavavajillas y la lavadora son bastante rápidos. Sacar la basura, todavía más. Lo único que me lleva tiempo —sangre, sudor y lágrimas, también—, es la parte de mi habitación. No es que sea muy grande, pero tengo tantísimas cosas que tardo más en moverlas que en limpiarlas. Además, hace tanto tiempo que no limpio a fondo que encuentro polvo de hace diez milenios. Y pelos de Pelusa. Joder, los hay por todos lados. ¿Cómo puede un bichito tan pequeño soltar tanto pelo? Si puedo hacer una segunda Pelusa.

A las cinco de la tarde, más o menos, consigo terminar de limpiarlo todo a fondo. Me queda un rato que debería volver a usar en el piano, pero lo cierto es que me da una pereza tremenda —otra vez—. Tampoco quiero quedarme en casa, así que termino cogiendo mis cosas y saliendo a dar un paseo.

Los vecinos del barrio son los mismos que de toda la vida, así que me saludan de forma ausente mientras paseo por delante de sus casas con las gafas de sol de Cristina. Por dentro, intento no pensar en trabajo, aunque no dejo de darle vueltas al hecho de que un productor quiere contratarme y, por lo tanto, debería tener algo que ofrecer. Necesito componer alguna cosa. Sé que puedo comprar los derechos de otra canción, pero quiero componer una. Y el problema es que no se me ocurre nada. Ni siquiera un tema sobre el que hablar. Dudo que la vergüenza por una noche de borrachera pública sea un buen tema de canción.

Hemos sacado libros con menos cosas.

No me detengo hasta llegar a una tienda de conveniencia. Hace calor, tengo sed y necesito inspiración. No me apetece beber alcohol —sigo con traumas por la otra noche—, pero puedo optar por otra cosa. Un refresco con más azúcar que líquido. Sí, eso suena bien.

Solo hay un señor y un grupo de chicas jóvenes, así que voy a por mi refresquito y directa a la caja. Lo hago con una sonrisa. O, mejor dicho, lo haría con una sonrisa si no fuera porque esta es la tienda en la que robé hace meses con Jane. Y, por supuesto, el señor que me mira es el mismo que había en ese momento.

El karma.

Durante unos instantes, nos miramos a los ojos como si acabáramos de sufrir una epifanía. Como si fuéramos dos cervatillos cegados por las luces de un coche. No sé si es porque se ha quedado impresionado con mi cara de muerta en vida, si me ha reconocido por el robo o por las redes sociales. Lo último es poco probable, lo primero mucho y lo segundo todavía más. Aun así, espero que no...

—¡¡¡TÚ!!!

...vale, me ha reconocido.

No sé cómo reaccionar. Quizá debería salir corriendo otra vez, pero prefiero no volver a irme de aquí sin pagar. Esta vez, me va a perseguir con una escopeta —y con motivo—.

Al final, lo único que me sale es llevarme una mano al pecho de forma dramática.

—¡¿Yo?!

—¡Tú! —repite con furia—. ¡Ladrona!

—Creo que se está confundi...

—¡JAMÁS OLVIDO UNA CARA! ¡Eres una...!

—Perdona.

Esa palabrita no ha salido de él. Tampoco de mí. El señor sigue señalándome con un dedito acusador cuando se asoma a mi lado para ver quién me ha hablado. Yo también lo hago, claro. Se trata de un chico que está con las chicas del fondo. Todas se asoman desde atrás de una estantería. El chico, en cambio, parece un poco aburrido.

—¿Qué pasa? —pregunto, porque siento que se refiere a mí.

—Mi amiga es muy fan —dice en tono aburrido, y supongo que se refiere a la pobre chiquilla con la cara roja—. ¿Te importa hacerte una foto con ella?

En otro momento diría que sí, pero ahora estoy en medio de una acusación por robo. Me vuelvo hacia el dueño de la tienda, que ahora me observa con toda su sospecha. Parece que intenta resolver un acertijo.

—¿Eres famosa? —pregunta en tono acusador.

—¡No, no! No soy nadie.

—Sí que es famosa —opina el chico aburrido.

—¡No lo soy! —aseguro.

Lo que me faltaba... Que les cuente que le robé y se entere todo el mundo. Contemplo al hombre con los ojos muy abiertos y el corazón en un puño.

Para mi suerte o desgracia, él decide que quiere ir por otro camino.

—¡Ya entiendo por qué eres tan generosa! —exclama de repente—. Claaaro, tendrás mucho dinero. Mucho, mucho.

Si supiera que tengo treinta y tres dólares en la cuenta...

Ya es más que lo mío.

—¿Yo? —pregunto, pasmada.

—¡Claro! Chicos, le estaba contando a esta señorita que mi perrita está muy enferma y se ha ofrecido a cubrir todos los gastos de la operación. ¡Qué chica tan generosa!

Casi al mismo tiempo que las chicas del fondo empiezan a suspirar con ternura, yo me quedo pálida.

—¿Sí? —mascullo, presa del pánico.

—¡Por supuesto! Y, para cubrir los gastos, se ha ofrecido a pagar su refresco y todo lo que vais a llevaros vosotros. Ah, y también lo que iba a llevarse esa señora del fondo. Y me has dicho que también querías pagarme la cena de hoy, ¿verdad?

Mientras va hablando, yo aprieto más y más la latita de refresco que he entrado a comprar. Ya no tengo ni sed, solo ganas de morirme.

—Ajá... —murmuro con los dientes apretados.

El dueño de la tienda asiente con una gran sonrisa.

—Serán doscientos veinte dólares, por favor.

Vaya, vaya, cobaya.

Tengo la opción de salir corriendo, pero una de las chicas me está apuntando con un móvil y no quiero ni imaginarme la cara de Cristina si me meto en otra polémica. Ya he estado en una y ha salido bien, pero nada me asegura que tenga la misma suerte dos veces.

Así que empiezo a sacar billetes de la cartera. Y a rebuscar en mis bolsillos. Y en el bolso. Y a sacar el móvil para enseñarle la tarjeta. Al final, no sé cómo, pero me las apaño para conseguir el dinero. Acabo de quedarme con la cuenta completamente vacía.

Para cuando salgo de la tienda, el hombre está tan contento que se ofrece a hacerme la foto con las chicas.

Estúpida Jane y sus ganas de robar cosas solo para sentirse viva.

El refresco más caro de la historia. Me siento en la acera y, amargada, le doy un sorbito. Lo he sujetado tanto tiempo que ni siquiera está fresquito. Qué asco. Todavía más amargada, le doy otro trago y trato de disfrutarlo. No lo consigo. Vaya mierda.

Por lo menos, ahora soy la persona más generosa de la historia. Un pequeño consuelo que solo me ha costado todos y cada uno de los dineritos que había ahorrado. Casi nada.

Estoy ya por la mitad del refresco cuando empieza a vibrarme el móvil. Cómo no, se trata de Jane. Respondo sin muchas ganas.

—¿Qué? —mascullo.

—Veo que estamos de buen humor.

—¿Te acuerdas de esa vez que me obligaste a robar en una tienda?

—Recuerdo que una vez te apuntaste a robar, sí.

—Pues acabo de entrar en esa misma tienda y el señor me ha quitado todo mi dinero.

Esperaba un poco de consuelo, pero Jane empieza a reírse a carcajadas. Entrecierro los ojos.

—No tiene gracia —mascullo.

—Pero ¿cómo se te ocurre volver? Qué mala ladrona.

—¡Es que no soy ladrona, Jane! Y no me acordaba de que fue aquí. Ni siquiera recordaba que hubiéramos robado.

—Se te olvida toda nuestra relación... Qué poco romántica.

—Me debes dinero —aseguro de mala gana—. Y un refresco frío. Este está asqueroso.

—Creo que me falta un poco de contexto, pero vale. Aunque no te llamaba para que me echaras una bronca.

—¿Qué puñetas quieres, entonces?

—Tu dulzura me abruma.

—No estoy de humor —protesto.

—¿Y estarías de humor para cenar conmigo esta noche?

A punto de soltar otra maldición, me detengo de golpe. ¿Cenar?, ¿con ella? Me quedo procesando la información durante lo que parece una pequeña eternidad. Tanta, que Jane empieza a impacientarse.

—Puedes decir que no —añade—. No pasa nada.

—N-no, es que... em... No, vale.

—¿Eso es que sí o que no?

—¡Que sí! Sí, vale.

—Genial. No me gusta cocinar, así que pediré alguna cosa grasienta.

—Me parece un buen plan.

—Pues a las ocho en mi casa. ¡Hasta luego!

Bueno, por lo menos, tengo un plan medianamente divertido para un día que ha sido todo lo contrario.

Vuelvo a casa poco después, ya con el refresco vacío y un poco más animada. Pelusa me espera en el sillón, con toda su indignación porque se ha quedado sin comida en mi ausencia. Que han sido unos cuarenta minutos, por cierto. Tampoco es que fuera a morirse de hambre.

Papá es el primero en llegar a casa. Lo hace a mediana tarde, con bolsas de la compra y cara de cansancio. Como sigue aplicándome la ley del hielo por el castigo, saluda a Pelusa antes que a mí, y solo me da un toquecito en la cabeza. Sí que me habla para pedirme que lave la fruta que ha traído, pero poco más. En cuanto me da la espalda, aprovecho para sacarle la lengua.

Mamá llega un rato más tarde. Ella carga con su cámara y el trípode, que es el triple de grande que ella. De alguna forma, se las apaña para sostener el teléfono con una mano libre. Va hablando con algún cliente, supongo, porque su sonrisa es la de persona encantadora y profesional. En cuanto cuelga, la borra de golpe.

—Hola, familia —murmura tras dejarlo todo en la entrada—. ¿Qué tal vuestro día?

—Aburrido —aseguro.

—Mejor. El aburrimiento está muy infravalorado.

En cuanto la oye, papá sonríe y sigue sacando cosas de las bolsas.

—¿Qué os apetece cenar? —pregunta este último.

—Oh... Yo no cenaré en casa.

Honestamente, esperaba una reacción negativa. Teniendo en cuenta el castigo, esperaba que mamá se enfadara, o que papá se negara. Ellos, sin embargo, siguen a lo suyo como si no hubieran oído nada. Llego a preguntarme si lo he dicho en voz alta o solo lo he pensado, pero entonces papá por fin responde.

—¿Dónde vas?

—A casa de Jane. Me ha invitado a cenar.

—Jane es la chica de las fotos —explica mamá.

—Lo sé —asegura él—. También es la que se coló anoche en tu habitación, ¿no?

Abro la boca para responder, pero lo cierto es que acabo de quedarme sin palabras. Mamá suelta una risita.

—No es la primera vez —añade—. Me parece tan romántico que finjo no oírlo.

—A mí me parece tan cansino que finjo no verlo.

De nuevo, no sé qué decir. Y yo pensando que somos las más discretas de la historia...

Bueno, eso estaba claro que no era cierto.

—Últimamente —interviene mamá—, pasas mucho tiempo con Jane.

No sé dónde quiere llegar con eso, así que me limito a asentir.

—Es muy... simpática. Me gusta pasar tiempo con ella.

—Demasiado —opina papá.

—No seas aburrido —se queja mamá, por su parte.

—Soy honesto. Además, me gusta más ella que el rubio graciosillo.

—A mí me gusta todo el mundo —asegura mamá con una sonrisa—. Además...

Nunca llega a terminar la frase. Y, por la forma en que me mira, empiezo a sudar frío. Oh, conozco esta cara. Es la de que se le ha ocurrido una idea. Una que, en la mayoría de los casos, hace que tanto papá como yo sintamos pánico interno.

—¿Qué? —pregunto, un poco tensa.

—¿Y si nos la presentas? —sugiere ella de repente—. ¡Podría venir a cenar con nosotros!

Creo que se me queda la misma expresión que en la tienda.

—¿Hoy?

—¿Por qué no? Podemos prepararle algo que le guste. ¿Qué le gusta?

—Nuestra hija —murmura papá.

—Ya, pero digo de comer.

Es la misma respuesta.

—No le gusta comer —aseguro enseguida—. Y... ¡uf! La gente le gusta todavía menos. Seguro que prefiere quedarse en su casita, tranquila.

—Estoy de acuerdo —opina él.

Mamá, que es bastante más social que nosotros, resopla de forma airada.

—¿Por qué sois tan aburridos? Pregúntaselo. ¿Qué puedes perder?

La dignidad como venga y mamá empiece a sacar álbumes de cuando era pequeña. Además, siempre enseña la puñetera foto en la que estoy cubierta de tomate porque se me cayó encima una lata de tomate frito. Lo que me faltaba ya es que Jane la vea y se burle de mí durante todo lo que me queda de vida.

—¿Y si lo hacemos otra noche? —sugiero con una sonrisa inocente.

—¿Y si le preguntas qué le apetece a ella? Quizá te sorprenda. De hecho...

Oh, no. Otra vez esa cara. Intercambio una mirada con papá, que parece tan desconfiado como yo. Por lo menos, en esto estamos unidos.

—¿Qué? —preguntamos a la vez.

—¿Y si también invitamos a nuestros padres?

Joder, hoy no llegaré viva a medianoche.

No sé qué expresión pongo, pero debe ser la más divertida de la historia; mamá empieza a reírse a carcajadas.

—¡Pregúntale! Seguro que le apetece.

Ese es el problema, que seguro que dirá que sí. Oh, por favor...

—No sé —murmuro—, es un poco pronto.

—No lo es para meterla en tu habitación.

Miro a papá otra vez. Estoy buscando ayuda, pero lo único que encuentro es una cara todavía más tensa que la mía.

—¿Tengo que cenar con tres desconocidos? —pregunta en voz chillona.

—No son desconocidos, son los padres de Jane.

—Que tampoco conozco.

—Pero Livvie pasa mucho tiempo con ella, así que tendremos que conocerla. ¿O no?

A mí sigue pareciéndome la peor idea de la historia, pero ya no sé cómo seguir negándome sin cabrearla. Termino por carraspear y sacar el móvil.

—Se lo preguntaré —murmuro—, pero seguro que me dice que no.

Por favor, que diga que no.

Por favor, que diga que sí.

Mamá espera con una sonrisa, mientras que papá entrecierra los ojos en mi dirección. Joder, qué tensión. Casi hubiera preferido que no me dejaran ir a cenar con Jane.

Livvie: Oye, tú

Jane: que pasa calabasa

Livvie: Puedes decirme que no a una cosa??

Jane: Depende de la cosa

Livvie: Mi madre quiere conocer a tus padres

Livvie: Esta noche

Jane: omgggg presentación oficial

Livvie: Lo digo en serio

Jane: ¿no es broma?

Livvie: no -.-

Jane: y para qué quiere conocerlos

Livvie: yo qué sé

Jane: le has hablado de mí a tu familia?

Livvie: no

Jane: OMGGGGGG PRESENTACIÓN OFICIAL

Livvie: DI QUE NO

Jane: Dile que me encantaría

Livvie: Oye

Jane: Ahora aviso a mis padres :)

Livvie: DI QUE NO

Jane: Nos vemos esta noche!!!!! :)

Livvie: Tus emojis me ponen de peor humor

Jane: <3

—¿Y bien?

Levanto la vista del móvil. Mamá me mira con una gran sonrisa. Papá lo hace con expresión de derrota.

—Dice que sí —admito, resignada.

Por supuesto, ella es la única que empieza a aplaudir con entusiasmo. Papá y yo, en cambio, tenemos que contener un suspiro de cansancio.

Admito que no esperaba terminar así mi día, pero... honestamente, se me ocurren planes peores.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro