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Capítulo XXXI

XXXI - AGUJAS


Lo primero que pienso al despertarme es que ojalá me hubiera quedado dormida.

Como yo cada día.

Me llevo una mano inconscientemente a la cabeza, casi como si probara que sigue en su lugar. El simple roce provoca un espasmo de dolor. Me duele el cuerpo. Y las plantas de los pies. Y el estómago. Y tengo la garganta más seca que... bueno, no sé. Que cualquier cosa. No estoy como para ponerme a pensar.

Consigo abrir los ojos y enfocar alrededor. No es mi habitación. De hecho, no es un dormitorio que reconozca. Veo paredes lisas, un equipo de música, una ventana entreabierta —causa, supongo, del aire frío que noto en el torso—, uno de mis zapatos por encima del escritorio ordenado... Y mi móvil, tirado en un rincón de la habitación con mi otro zapato encima.

Eeeeeem... ¿qué hago en sujetador?

Miro hacia abajo, todavía tratando de recomponerme, y me sorprende ver un brazo estirado sobre mi abdomen. Muchas pulseras de todo color y tipo. Piel oscura y perfecta. Uñas mordidas. Sí..., sé de quién es.

Jane está tumbada a mi lado, boca abajo y con la mejilla aplastada contra lo que creo que es mi sudadera. Tiene la coleta medio hecha, con varios mechones que se le han pegado en la cara. No está roncando, pero mueve los labios como si el sueño fuera muy intenso. Por algún motivo, ella va vestida de arriba a abajo. Ni siquiera se quitó los zapatos, y ahora tiene una Converse sobre mis rodillas.

Vale, tengo muchas preguntas.

Yo también.

—Jane —susurro con una voz que parece de señor mayor—. Jaaaneee...

—Ugh...

A modo de respuesta, gruñe y se da la vuelta. No se despierta, pero por lo menos se quita de encima de mí y, por lo tanto, puedo salir de la cama.

Joder, me duele todo. Mientras me incorporo como puedo, noto que tengo el pelo pegado a un lado de la cara. Y no es por la postura, sino porque tengo algo pegajoso en la mejilla. Un poco asqueada, consigo separar los mechones y olisquearlos. Huele a... dulce. A bebida alcohólica. ¿Qué puñetas hicimos anoche y por qué tengo alcohol pegajoso por la cara?

Lentamente, consigo ponerme de pie y comprobar que, al menos, sigo llevando pantalones. Y un calcetín. Lo único que me falta ahora es la dignidad.

Siempre ha faltado.

De no ser por la situación desesperada en la que estoy, me molestaría en ponerme algo por encima del sujetador. Pero, no. La necesidad está por encima de la dignidad. Y lo único que quiero es abrir la puerta, llegar al pasillo y arrastrarme hasta que consigo llegar al cuarto de baño. A partir de ahí, todo es automático. Me tiro en el suelo junto al retrete y, sin dudarlo, abro la tapa.

La parte de vomitar..., mejor no la describo mucho, ¿no?

Odio vomitar. Qué asco. Encima, el vómito huele a alcohol y me provoca otra arcada. Esta vez, por lo menos, no me queda nada más en el estómago y me limito a contemplar la tapa del retrete. Qué-as-co.

—¿Noche divertida?

Uy.

Levanto la cabeza como un animalillo asustado. Rebeca, que está de pie junto al lavabo y sigue teniendo una máscara de pestañas en la mano, me contempla con diversión.

—Eh... —murmuro—. Buenos días.

—Serán buenas tardes, ya. Son las dos.

—Ah.

—Veo que sí fue una noche divertida.

No sé ni qué responder. A saber qué cara tengo. Si sigo hablando, perderé la poca dignidad que me queda.

Tan lentamente como antes, consigo tirar de la cadena, cerrar la tapa y ponerme de pie otra vez. Rebeca observa mis movimientos y, aunque intenta ayudarme, gruño para que me deje tranquila. Me da vergüenza que se acerque mucho y termine dándose cuenta de todos mis olores desagradables.

—¿Jane sigue durmiendo? —pregunta.

—Sí...

—A ver, me imaginaba que no os despertaríais muy temprano. Habéis llegado a las ocho de la mañana, chocando contra cada mueble que habéis encontrado e invadiendo la nevera. Todavía hay restos de lo que sea que intentasteis preparar antes de que te quedaras dormida en la silla y Jane te arrastrara a la habitación. Lo último que he oído es que hablabais y roncabais.

Es... bastante información para procesar tan temprano. Creo que no he entendido la mitad de lo que ha dicho, pero asiento con toda la confianza del mundo.

—Claro —murmuro.

—¿Quieres un poco de agua?

—No, no... Gracias.

A ver, sí que la quiero, pero me da vergüenza que vea que no puedo ir yo misma a por ella.

—¿Necesitas alguna otra cosa?

—Estoy bien, de verdad.

—Como prefieras. Estaré en el salón, entonces.

Asiento lentamente. En cuanto me deja sola y cierra la puerta, aprovecho para mirarme mejor en el espejo pequeñito que tienen sobre el lavabo. Tengo, efectivamente, una cara lamentable. Ojeras, palidez, labios secos y agrietados, manchas rosas por la mejilla y el cuello... Y eso que no me puse maquillaje, porque entonces sería un desastre todavía mayor.

Agotada, decido empezar a quitarme la poca ropa que me queda. Necesito una ducha. Espero que no les importe que vaya a usar todos sus jaboncitos. No soporto seguir pegajosa y resacosa un segundo más.

El agua caliente me da la poca vida que necesito para empezar a funcionar. Agradecida, cierro los ojos y empiezo a enjabonarme el pelo. Necesito dos pasadas para despegarme los mechones, y un buen rato para desenredarlos.

No es hasta que llego a la parte de enjabonarme el cuerpo que me doy cuenta de un pequeño detalle. Por algún motivo, llevo firmas por todo el abdomen. Incluso una en el culo que reconozco como la de Jane. No entiendo nada. También me han dibujado notas musicales, unos auriculares, la letra de una canción que desconozco pero que me resulta familiar... Hay de todo.

Joder. Debió ser la noche más divertida de mi vida y no me acuerdo de nada.

Qué desperdicio.

Las firmas son fáciles de quitar. Los dibujos, que están hechos con tinta negra, no tanto. Y hay un dibujo concreto, uno que tengo en las costillas, que me sorprende al mandarme un espasmo de dolor por todo el cuerpo. Confusa, levanto el brazo para leerlo mejor. La piel bajo las letras está roja e hinchada, y la caligrafía es muy parecida a la letra de Jane. Vuelvo a intentar quitarlo. Otro espasmo de dolor. Y... no se borra.

Espera.

No.

No. Se. Borra.

Dime que no me tatué la letra de Heaven escrita por Jane.

Durante unos instantes, lo único que se oye en el baño es el repiqueteo de las gotas contra el suelo de la ducha. Sigo mirando fijamente el tatuaje, todavía medio contorsionada para leerlo mejor. You keep me coming back for more. La puñetera frase. Entera. No pequeña, no. En-te-ri-ta. Me cubre todas las costillas derechas. Todas.

Mamá me va a matar. Y papá. O me voy a morir yo sola. No lo sé. ¿Cuánto me costó esto? ¡Mierda, no tengo tanto dinero! ¿Y si me lo hicieron barato y mal? ¿Y si se me infecta? ¡¿Y SI ME MUERO?!

Medio hiperventilando, entro en pánico y empiezo a frotar con todas mis ganas. Tardo unos segundos en llegar a la conclusión de que no se va a esfumar. Y que, de hecho, si sigo frotando así, puede deformarse. Lo que me faltaba..., que encima esté feo.

Se me ocurren peores tatuajes, la verdad.

Cuando salgo de la ducha, sigo con cara de espanto. Todavía con el pelo húmedo, me envuelvo en una toalla, recojo mis cosas y voy directa a la habitación de Jane. O eso intento, al menos, porque por el pasillo me cruzo de lleno con Tommy.

Durante un momento, se me olvida lo que pasó anoche. Él está tan sorprendido que creo que también. Me mira de arriba a abajo, pasmado y procesando la información, hasta que por fin parpadea y vuelve a enfocarse en mi cara.

—¿Qué...? —empieza.

—Lo siento, no tengo tiempo para tonterías.

Y, muy digna, me meto en la habitación de Jane.

Ella sigue tal y como la he dejado. Descubro que mi otro calcetín esta en una de sus manos —por algún motivo— y que lo aprieta mientras ronca. Sigo sin entender qué puñetas hicimos anoche.

—Jane —digo con urgencia—, ¡Jane!

Tiro la ropa al suelo y —olvidándome de que llevo solo una toalla— me subo a la cama con ella.

—¡Jane! —insisto, un poco desesperada.

—Uuuugh...

—¡Abre los ojos! ¡Es urgente!

—No me grit...

—¡Jane!

Irritada, abre los ojos y tarda un rato en enfocarme. Tiene la misma cara de resaca que yo. Es un pequeño consuelo.

—¿Qué? —insiste con voz pastosa.

—Quítate la camiseta.

Mi petición hace que enarque una ceja. Por fin parece darse cuenta de que voy solo con una toalla. Ahora, la ceja enarcada parece adquirir un nuevo significado.

—Oye..., no sé si tengo la energía.

—Es para ver una cosa.

—Se me ocurren formas más románticas de...

—¡Tengo un tatuaje!

De nuevo, me observa como si hubiera perdido la cabeza.

—¿Eh?

—Que tengo un tatuaje nuevo —insisto lentamente—. Con tu letra.

—¿Mi letra? Pues lo siento por ti.

—¡Déjame verte las costillas!

No parece que esté muy por la labor, pero cuando le levanto la camiseta tampoco protesta. Lo hago con cuidado, buscando tan solo lo que necesito comprobar. Ella contempla el proceso sin mucha motivación.

Y..., sí. Tiene el mismo tatuaje en las costillas, solo que en la parte izquierda y con mi letra.

—Tú también lo tienes —murmuro.

—¿Yo? Imposible. Las agujas me dan miedo.

—Pues no creo que anoche lo pensaras.

Extrañada, se estira como puede para verlo. No sé si pensaba era una broma o qué, pero su reacción es soltar un pequeño chillido. Casi me caigo de la cama del susto.

—¡No grites!

—¡¿Qué es eso?! —chilla, pasmada—. ¡¿Por qué tengo tu puñetera letra?!

—¡Oye, que mi letra es preciosa! Por lo menos, tu tatuaje es bonito...

—¿Y eso qué quiere decir?, ¿que mi letra es horrorosa?

Horrorosa es una palabra muy grande, pero...

—Pero ¿qué?

¿Quieres un consejo? Deja de hablar.

Buena idea.

—¿Podemos centrarnos en que tenemos un tatuaje cada una? —pregunto en modo pánico.

—¿Podemos centrarnos en por qué estás medio desnuda?

—¡No! ¿En qué momento salimos de la discoteca? ¿Qué pasó?

Jane se recuesta de nuevo. No parece que el tatuaje le preocupe tanto como a mí. O lo disimula muy bien.

Silenciosa, cruza los brazos tras su cabeza y contempla el techo. Si piensa mucho más fuerte, empezaré a oír los engranajes de su cerebro funcionando a toda potencia.

—Recuerdo que salimos con alguien —murmura.

—Sí..., ¿era una pareja?

—Creo que sí. Dos chicos que nos dijeron que nos adoptarían. Muy simpáticos.

—Fuimos a un karaoke.

—E hicimos el ridículo.

—Eso no hace falta recordarlo.

—Cada detalle es importante —señala, muy seria—. Luego, fuimos a una hamburguesería.

—Oh, qué buena estaba esa hamburguesa.

Mi hamburguesa.

—La de las dos.

—Tú dijiste que no querías y luego te tragaste la mitad de la mía, ladrona.

—¡Tenía hambre!

—¡Pues haberte comprado una!

—¡No tenía tanta hambre!

—Pero ¡yo sí!

A punto de volver a reprocharme, cierra los ojos para hacer memoria.

—Volvimos en metro —dice al final, volviendo a centrarse en mí.

—Sí. Ya estábamos solas. Te pusiste a discutir con un señor que había en nuestro vagón.

—Seguro que se lo merecía.

—Y luego llegamos aquí..., ¿verdad? —Trato de recordarlo mejor—. Rebeca me ha dicho que nos tuvo que regañar por ruidosas.

—Bueno, que se joda.

—Muy pacifista —observo—. ¿Tienes alguna explicación sobre mi calcetín en tu mano?

Jane contempla su mano como si acabara de darse cuenta de que forma parte de su cuerpo. Al ver el calcetín, se encoge de hombros y lo lanza junto al montón de ropa que he dejado hace un momento.

—Fuera lo que fuera —murmura—, seguro que fue divertido.

Estoy a punto de responder, pero me callo de golpe. Acabo de recordarlo. Nos pasamos la noche dándonos besitos y, al llegar a su casa... bueno, quisimos que fuera a más. Y fue la peor decisión de la historia, porque estábamos tan borrachas que me di un golpe tremendo al caerme de culo contra el suelo. De ahí el moretón que me ha parecido ver antes en el espejo. Jane se las apañó para quitarme la camiseta. Mientras yo me ocupaba los zapatos y los calcetines, se tumbó para mirarme. Lo siguiente que supe fue que estaba roncando. Como yo también estaba agotada, terminé por tumbarme a su lado.

Muy romántico.

Bueeeno..., si no se acuerda, mejor. Tampoco voy a recordárselo. Bastante humillante es que no se me haya olvidado a mí.

—Sigo sin saber cuándo nos hicimos el tatuaje —murmuro—. Y dónde. ¿Y si fue en un sitio horrible y nos pegan... cualquier cosa? ¡Las agujas son muy peligrosas!

—Meh, estamos bien.

—¡O no! ¿Tú qué sabes?, ¿eres médico?

—Soy todóloga. Estás bien.

—Idiota —murmuro.

—Tengo hambre.

Mientras se pone de pie y empieza a estirarse, la contemplo sin habla. No lo entiendo. ¿Por qué no está entrando en pánico, como yo?

—¿Tienes hambre? —pregunta, tan tranquila.

—¡No, Jane! ¡Tengo ganas de morirme!

—Ah..., en eso no puedo ayudar.

No entiendo nada. ¿Por qué yo no puedo tomarme la vida con tanta calma?

Jane intenta avanzar hacia la puerta, pero se olvida del pequeño bulto que forma mi montón de ropa. Por suerte, se apoya en el suelo antes de hacerse daño. Aunque no llega a incorporarse de nuevo.

—Oye, no quiero ser esa clase de persona, pero... —Duda un momento—. ¿Quién es Cristina?

Estoy tan alterada que tardo unos instantes en responder.

—Mi agente.

—Ah, vale.

—¿Estabas preocupada?

—Creo que ella lo está. Tienes veintisiete llamadas perdidas.

—¿Veinti...?

Reacciono antes incluso que mi cerebro. En tiempo récord, estoy agachada junto a Jane y recojo el móvil. Lo pillo justo cuando Cris está llamando otra vez. Oh, no.

Respondo al segundo tono, todavía sujetándome la toalla.

—¿Cri...? —intento decir, pero me interrumpe enseguida.

—¡¿Se puede saber dónde estabas?!

El grito ha sido tan fuerte que Jane da un respingo.

—E-estaba... —trato de hablar de nuevo.

—¡Durmiendo, supongo! Pasaste una buena noche, ¿no? Espero que, por lo menos, fuera divertida.

—¿Cómo sabes que no estaba en casa?

—¿Cómo no iba a saberlo? ¡¡¡Está por todos lados!!!

—¿Por todos...?

Y me cuelga. Claro que me cuelga.

Me quedo mirando el móvil, todavía más perdida que antes. Jane sigue asomada sobre mi hombro con toda la curiosidad el mundo.

—Estaba enfadada, ¿eh? —murmura.

—Gracias por destacarlo.

—Me pregunto qué...

Ambas nos callamos al ver la notificación de Cris. Es un enlace. Un enlace a mi perfil.

Oh, oh.

Lo abro sin pensarlo demasiado. Necesito ver qué es. Y no tardo en encontrarlo. La última foto que he subido. O la última colección de fotos, más bien. Lo primero que veo es la cantidad de corazones. Es decir, la cantidad de gente que lo ha visto. Cuarenta mil personas.

Jane silba, impresionada.

—Me he liado con la nueva Madonna.

—¡Jane!

—Perdón, perdón.

Abro la foto, todavía con los dedos temblorosos. En total, son siete. Las dos primeras están tan borrosas que no puedo distinguir nada más que la chaqueta verde de Jane. La tercera es de las dos en el bar gay en el que terminamos. Estamos en medio de la pista, brindando hacia la cámara con unas bebidas que no recuerdo haber pedido. La siguiente foto es solo de Jane subida a la barra mientras el camarero intenta tirar de su pierna y bajarla. La quinta es en el karaoke. Estoy yo sola gritándole al micrófono como si la vida me fuera en ello. En la penúltima, estoy subida con Jane en el puente de un autopista. Ambas damos la espalda a la cámara, pero se ve perfectamente que le enseñamos las tetas a todos los coches que pasan por debajo. La última es en el estudio de tatuajes, que tiene tan mala pinta como sospechaba. Las dos estamos agachadas junto al dibujo de un pene gigante y le sacamos la lengua como si estuviéramos esperando..., bueno, ¿hace falta entrar en más detalles?

Oooh..., oh.

Mientras me tapo la boca, petrificada, oigo la risita de Jane. Se le corta en cuanto le echo una mirada que podría matarla.

—Perdón —murmura.

—No tiene gracia.

—A ver..., sí que la tiene.

—¡Me va a matar!

—¿Por qué? Esto es... ¡libertad de expresión!

—¡He subido una foto con una polla delante de la cara!

—Bueno, las has tenido más cerca y no te veo muy preocupada.

—¿En serio? —mascullo—. ¿Ahora me vas a reprochar eso?

—Nunca es mal momento.

Antes de que pueda seguir con la discusión, Cris vuelve a llamarme. Intento responderle tan rápido como puedo. No quiero que se cabree todavía más conmigo.

—Hola... —murmuro.

—Ya lo has visto, supongo.

—Puedo borrarlo todo.

Cristina suspira.

—Y yo pensando que la banda de tu padre sería la que más problemas me daría...

—¡Fue... sin querer!

—Sí, ya me lo imagino. No la borres. Ya no tiene sentido. Pero tenemos que hablar. Ahora mismo.

—¿Ahora...?

—Dime dónde estás y paso a buscarte. Kevin nos ha pedido una reunión.

Oh, mierda.

Jane me contempla con la duda en la mirada. No entiende nada.

—Es un productor —explico en voz baja.

—¿Con quién hablas? —se irrita Cris—. ¡Si es la otra chica de la foto, dile que se ponga, que tengo bronca para las dos!

—¡No es ella! —asegura Jane—. Soy... una amiga abnegada que la ha invitado a dormir para que estuviera fresca como una rosa.

—Ya, claro. Liv —insiste ella—, ¿dónde estás?

—Ahora mismo te mando un mensaje con la dirección.

—Vale. Haz el favor de parecer presentable.

De nuevo, ella es quien cuelga y yo quien se queda con la duda. Lo único que se me ocurre es que debería mandarle la dirección cuanto antes. Y, después de eso, que no quiero hacerla esperar mucho más.

—Jane —murmuro al ponerme de pie—, tengo que pedirte una cosa un poco rara.

—A estas alturas, dudo que me sorprendas.

—Necesito que me dejes unas bragas.

—Vaaale, retiro mis palabras.

—¡Ahora!

—¿Siempre eres tan ansiosa?

De todos modos, se acerca al armario para abrir uno de los cajones. Pilla unas bragas cualquiera, unas negras con telarañas grises, y me las lanza por encima del hombro.

—Tengo hambre —repite.

—¡Pues ve y come tranquila, que yo me encargo de enfrentar todas las consecuencias de anoche!

Durante el breve momento que toma para mirarme, me engaño a mí misma pensando que se siente la mitad de ansiosa que yo. Pero, no.

—¿Hay macarrones? —se pregunta en voz alta.

—Ojalá que no.

—Serás desagradable. ¿Quieres que te caliente un plato?

A modo de respuesta, le lanzo la toalla a la cara. Se lleva tal susto que ni siquiera se molesta en mirarme, sino que sale corriendo a por sus macarrones.


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