Capítulo XXX
XXX - NEÓN
Cuando llegamos a la calle, estoy todavía más enfadada que en la fiesta. No sé si es porque ahora no tengo a Tommy delante, o si estos pocos minutos en el ascensor me han dado demasiado tiempo para reflexionar, pero todo lo que ha dicho me suena mucho peor. Mucho más cruel. Mucho menos Tommy.
—No me lo puedo creer —voy maldiciendo por el camino—. No. Me. Lo. Puedo. Creer.
Jane se detiene y, con los brazos cruzados, deja que me dé un ataque de rabia en paz.
—¡No me lo puedo creer! —exclamo de nuevo—. ¿Quién coño es ese chico y dónde está mi mejor amigo?
—Debajo de su orgullo de machito herido, supongo.
—¡No tiene gracia!
—No es una broma. Mañana se arrepentirá, llamará llorando y te pedirá disculpas. Porque tiene orgullo herido, pero te quiere mucho.
Frustrada, le doy una patada a lo primero que pillo. Resulta ser una papelera. En las películas, siempre caen de forma dramática. En la vida real, sin embargo, están ancladas al suelo y son de hierro, así que el resultado es un poco más patético; en lugar de caerse, me recorre una oleada de dolor por toda la pierna, suelto un insulto en voz muy alta y, mientras todos los viandantes me echan ojeadas desconfiadas, yo doy saltitos con mi pie en la mano.
La viva imagen del orgullo.
—¡Mierda! —chillo, todavía sujetándome el pie mientras intento mantener el equilibrio.
Jane contiene una sonrisa al acercarse a mí.
—¿Estás bi...?
—¡No, no estoy bien! —estallo, furiosa.
Después, mirándola mejor, hago un mohín.
—Pero..., bueno, gracias por intervenir.
—Iba a pedirles que se marcharan de mi casa igualmente. Al final, he pensado que sería más fácil que saliéramos nosotras.
Jane sigue hablando, pero me cuesta centrarme en sus palabras. Me siento humillada. No solo por Tommy, sino por todo el ambiente de la fiesta. Hacía mucho que no me sentía así. Desde el instituto, prácticamente. Y no recordaba lo desagradable que es entrar en una sala donde absolutamente nadie te toma en serio.
La gente da asquito.
—¿...apetece?
Su última pregunta me centra de nuevo. Lo hago de forma un poco torpe, así que debe suponer que no estaba prestando atención. Por suerte, Jane decide tener piedad y no hurga en la herida.
—Decía que puedo acompañarte a casa —repite.
—Oh. A casa.
La perspectiva de volver y enfrentarme a mamá, que me ha dicho que esto de venir no era una buena idea, no me gusta demasiado. No va a decirme nada —mamá no es así—, pero me sentiré como una mierda.
Y, si tengo que sentirme como una mierda, por lo menos que sea con una copa de alcohol en la mano.
Una frase un poco preocupante.
—No voy a volver a casa —murmuro—. De hecho, creo que voy a meterme en el peor bar que encuentre y pedir la peor bebida que sirvan.
—Suena... divertido.
—Pero, de nuevo, gracias por ayudarme. Nos vemos otro día, supongo.
No sé por qué, pero no me muevo. Jane tampoco lo hace. Sigue con los brazos cruzados, solo que ahora su actitud es divertida.
—¿Por qué lo dices como si fuera a marcharme? —pregunta.
—¿No tienes trabajo?
—Es mi día libre.
—Oh.
—Tengo dos opciones: volver a casa y soportar a esa panda de idiotas, o acompañarte al peor bar que encuentres y pedir la segunda peor bebida que sirvan.
No me lo esperaba para nada. En mi defensa, diré que su actitud, desde que volví, no ha sido precisamente de querer pasar mucho tiempo conmigo. Supongo que está de buen humor. O que le apetece beber, pero no le gusta hacerlo sola. Intento no pensar que, simplemente, quiere pasar tiempo conmigo; no quiero hacerme ilusiones antes de tiempo.
Un poco más nerviosa, me pongo una mano en la cadera y adopto la postura más casual que puedo sacar bajo su mirada fija.
Spoiler: no es casual.
—Ah. —Levanto un poco la cabeza—. Vale. Supongo que puedes venir.
—Qué entusiasmo. Si no quieres que vay...
—¡No! ¡Sí que qui...! Eh... Yo... Ven si quieres, me da igual.
Sutil.
He perdido toda la dignidad que me quedaba, pero al menos Jane está sonriendo. Es un avance.
—Vamos, entonces —dice, burlona—. Antes de que se nos pasen las ganas.
No lo entiendo, ¿por qué ella puede hacerse la dura con elegancia y a mí me sale tan mal? Este combate no está equilibrado. Qué injusticia.
En cuanto empieza a andar, me apresuro a ponerme a su lado. Otro mazazo para mi dignidad, pero creo que no lo ha visto, así que solo nosotras seremos testigos. Menos mal.
—¿Alguna idea de dónde ir? —pregunta, revisando los negocios que vamos dejando atrás.
—Ni idea. Apenas conozco este barrio.
—Yo tampoco, y eso que vivo por aquí.
—Un poco lamentable.
—Cállate, idiota.
—No me llames idiota.
—Pues deja de decir idioteces.
—Tú sí que las dices.
—Tú más.
—Tú m... Oye, ¿qué te parece este bar?
Pese al pique previo, Jane se detiene junto a mí para contemplar el bar que señalo. Es el típico lugar de ventanas ahumadas, muebles viejos y cartel medio destartalado.
Muy apetecible.
—Perfecto —opina.
Y, así, entramos en el peor bar que hemos encontrado.
Nadie nos hace mucho caso, así que las dos vamos directas a la barra. Tras acomodarnos en un taburete que está un poco cojo, trato de llamar la atención del camarero. Tardamos un buen rato en conseguir que nos haga caso, y eso que este lugar está medio vacío. En lugar de decirnos qué bebidas tienen —porque no tengo ni idea de cócteles—, suelta un suspiro exasperado y da un toquecito al menú digital que hay en la barra.
Una vez se aleja, Jane revisa el menú con una sonrisa.
—Veo que hoy despiertas la simpatía de todo el mundo —murmura.
—Oye, que a ti tampoco te ha sonreído.
—Lo dices como si yo fuera regalando sonrisas por la vida.
—Pues no —admito, y también me pongo a mirar el menú—. ¿Cuál te parece menos apetecible?
—Todas tienen una pinta horrible.
—En lugar de cócteles, lo llaman pociones —comento—. Hay una para cada emoción. Terror, amor, alegría...
—Me pido la de terror.
—Yo la de tristeza.
Jane me echa una miradita divertida, pero no dice nada. A modo de respuesta, le saco la lengua y vuelvo a cerrar el menú.
De nuevo, tardamos un rato en conseguir que el camarero nos haga caso. Por lo menos, se pone a hacer nuestras pociones en tiempo récord. Una vez las tenemos delante, Jane levanta su poción de terror —de un sospechoso color negro— hacia mí.
—Un brindis —propone—, por el peor bar de la historia.
—Creo que el camarero te ha oído.
—Mejor.
Con una sonrisa, choco mi copa azul con la suya.
Es la peor bebida que he probado en mi vida, pero aun así le doy un trago bastante potente. Uno que se lleva gran parte del contenido. Jane, que le ha dado un sorbito a la suya, me contempla con las cejas enarcadas.
—Frena un poco, vaquera, que la tuya está muy cargada.
—Sí..., qué asco.
—Creo que el camarero te ha oído.
—Mejor.
Jane sonríe y le otro sorbo a la suya.
Debo admitir que no esperaba terminar la noche con ella. Todo lo que ha pasado después del centro comercial es como un borrón que intento olvidar. Supongo que debería estar contenta. Por lo menos, no he terminado emborrachándome en un rincón de esa fiesta, sintiéndome mal conmigo misma y sin querer volver inmediatamente a casa para ahorrarme las preguntas de mis padres.
Y estoy relativamente contenta, claro. Desde el día de la radio, este es el momento más pacífico que he tenido con Jane en mucho tiempo. Con la cabeza apoyada en un puño, aprovecho para lanzarle una miradita discreta. Pese a la luz decadente del bar, tiene una de las lámparas justo encima de su cabeza. Hace que se formen sombras un poco graciosas alrededor de las facciones, pero sigue pareciéndome guapísima. Y eso que, como de costumbre, tiene los labios ligeramente curvados hacia abajo y observa a su alrededor con un gesto poco interesado.
De pronto, sus ojos claros se clavan en mí. No lo hacen como quien, de pronto, se topa con algo que no esperaba. Es más bien como si supiera, desde hace un buen rato, que la he estado observando.
Quizá, con dos tragos fuertes encima, no disimulo tanto como pensaba.
Buena deducción.
Jane esboza una pequeña sonrisa que confirma todas mis sospechas.
—¿Algo que no te guste? —pregunta con diversión.
—No, no.
—¿Te gusta todo, entonces?
—¡No! Q-quiero decir... em...
—Echaba de menos tus pequeños ataques de tartamudeo.
No sé si debería sentirme ofendida, pero lo único que me sale es ruborizarme. Un poco frustrada conmigo misma, le doy un tercer trago a la bebida. Cada uno es más grande que el anterior. De hecho, ya llevo medio vaso y ella apenas ha empezado a beber.
—¿Y qué tal tu trabajo? —pregunto de la forma más casual que puedo.
—¿Ahora tenemos charlas triviales?
—Mejor eso que tus intentos de humillarme.
—Qué exagerada. —Pese a que parece que se está burlando de mí, termina relajando su expresión—. El trabajo está bien. Puedo hacer lo que quiera en el estudio, siempre y cuando lo deje como lo encontré y tenga las listas preparadas para la semana siguiente. El presentador, que se llama Dom, es un poco pesado.
—¿Dom?
—No es por dominatrix, si es lo que pensabas.
—Nadie pensaba eso.
Yo sí.
Jane lo considera unos instantes y después se encoge de hombros.
—Pues yo sí que lo pensé, pero viene de Domenec.
—¿Y por qué es que es pesado?
—Porque es un poco estrellita y suele tratarme como si fuera su secretaria. Que si tengo que responderle una llamada, que si quiere una reserva en un restaurante, que si necesita un café con cuarenta ingredientes impronunciables... Pero también me deja poner mis propias mezclas, así que supongo que el balance es positivo. Es mejor que seguir en el paro.
Suena poco entusiasmada, pero no puedo culparla. Después de todo, lleva mucho tiempo tras un trabajo relacionado con lo que le gusta. No quiero imaginarme lo que es conseguirlo y, al final, darte cuenta de que no es lo que esperabas.
—No te ofendas —murmuro—, pero si dirigieras una emisora entera, solo la oirías tú.
—Pues me ofendo.
—Pues te jodes. Es la verdad.
Qué romántico todo.
—¿Qué insinúas? —masculla.
—Que tienes un gusto muy particular por la música. Pasas de clásicos al dubstep, de una canción mítica de pop a Mozart.
Jane, más ofendida todavía, se lleva una mano al corazón.
—Es tener gusto por la variedad. ¡Una buena variedad!
—A escondidas, seguro que te pones la música más básica de la historia.
—Mentira.
—Admítelo.
—¡Que no!
—Aaadmíííteeeloo...
—Mira —advierte, ya señalándome—, voy a fingir que no he oído nada porque creo que, con tres tragos de mierda, ya vas borracha.
—No voy borracha —protesto.
Já.
Cuarto trago. Jane se da cuenta de que se está quedando atrás, así que se apresura a beber ella también. Sin embargo, no consigue seguirme el ritmo. Para cuando yo me he terminado el vaso, ella apenas ha llegado a la mitad del suyo.
Poco avergonzada, me pido otra copa. El camarero me echa una miradita rencorosa, pero enseguida me la sirve.
—Oye —comenta Jane—, ¿seguro que deberías estar bebiendo?
—Nunca te he visto protestar sobre el tema.
—Pero hoy has tenido un día de mierda, y mezclar eso con alcohol nunca sale bien.
—Vaaale, pues esta será la última antes de ir de fiesta.
Ella, que estaba tomando un sorbito, se ahoga y vuelve a soltar el vaso. Alarmada, empieza a toser compulsivamente. Yo le doy toquecitos borrachos en la espalda.
—¿De... fiesta? —pregunta entre tos y tos—, ¿quién ha hablado de salir de fiesta?
—Yo. Hace exactamente diez segundos.
—Oye, solo he accedido a acompañarte al bar.
—Pues déjame salir solita de fiesta. Seguro que encuentro la peor discoteca de la ciudad y me lo paso genial.
—Idiota.
Es mi turno para encogerme de hombros y darle un sorbito a mi bebida.
Jane, por su parte, ya ha dejado de atragantarse y analiza su vaso como si fuera lo más interesante del mundo. Un poco resentida, termina por echarme una ojeada.
—Una o dos horas —advierte.
—Claro, claro. Un rato y nos vamos.
—Nunca es un rato.
—Un rato laaargo.
—Ya me estoy arrepintiendo.
—Siempre estás a tiempo de volver a casa. Con toda esa gente que tanto te apetece ver.
Esta vez no me llama idiota, pero lo veo en su mirada. Esbozo una sonrisita triunfal.
Y así es como, de alguna manera, termino en una discoteca junto a Jane.
Este local sí que está un poco más lejos de su casa, así que hemos pasado un rato divertido de ir tambaleándonos por la calle. Hace tanto frío que se me ha pasado un poco la borrachera y todo, pero cuando hemos visto luces de neón, un cartel gigante y un grupo de personas fumando junto a la puerta, he vuelto a ponerme contenta otra vez.
No es un lugar muy grande, así que, aunque haya poca gente, el ambiente es un poco denso. Esquivo dos espaldas porque, al parecer, somos las más bajitas del lugar. Estoy esquivando la tercera cuando noto que Jane me alcanza la muñeca y tira de mí. Puede que no sea más alta que los demás, pero tiene la suficiente determinación como para abrirse paso entre la multitud.
Está sonando una canción de los ochenta que me suena, pero cuya letra no conozco. Intento murmurar lo poco que recuerdo. Y así es como llegamos a la barra que hay más cerca de la entrada. No hay un solo taburete libre, pero aun así me apoyo con los codos en la barra. Jane hace lo propio. Por su cara, que cambia de color según los neones que enciendan en la pista de baile, diría que ya se está arrepintiendo de acompañarme.
—Pues el sitio no está tan mal —comento por encima del ruido de la música—. Podríamos haber encontrado algo más decadente.
—Todavía estamos a tiempo de escaparnos, ¿eh?
—Ya te gustaría. ¡¡¡CAAAMAAAREEEROOO!!!
Efectivamente, estás borracha.
Por suerte, el de este local es mucho más simpático que el anterior. Parece un poco extrañado al vernos. Quizá sea por la ropa; somos las únicas que no vamos arregladas. Aun así, nos sirve dos chupitos de no sé qué. Los más caros de mi vida.
Qué caro sale tener una vida bohemia.
—¿No se suponía que la de antes iba a ser la última copa? —pregunta Jane con una ceja enarcada.
—Tienes cara de necesitar gasolina.
—Mira quién habla.
—¿Lo quieres o no? —pregunto, sosteniendo ambos vasitos.
Jane duda unos instantes antes de quitarme uno. Choco el mío con el que acaba de robar y, con una sonrisa, nos lo llevamos a los labios a la vez.
Justo después de dejar el vaso sobre la barra, me doy cuenta de un pequeño detalle: a mi alrededor, solo veo chicos. Algunos mayores, otros más jóvenes, todos muy arregladitos y con cara de estar pasándoselo genial. Pero ni una mujer. Bueno, Jane, pero ella no cuenta porque ha entrado conmigo.
—¿Estamos en un bar gay? —pregunto, divertida.
Jane frunce el ceño y escanea su alrededor con curiosidad. Supongo que también acaba de darse cuenta.
—Bueno —murmura—, así nos aseguramos de que nadie intenta ligar contigo.
—O contigo.
—Oh, por favor, siempre es contigo.
—¡Porque tú pones cara de antipática!
—Es que lo soy.
—Si te gusta taaanto engañarte a ti misma...
—¿Me estás diciendo que soy simpática?
—Te estoy diciendo que finges que no, pero en el fondo eres un osito de peluche.
Por su cara, cualquiera diría que acabo de lanzarle el peor insulto de la historia.
Lo es.
—¿Yo? —repite, más ofendida que cuando nos hemos llamado idiota—. Retíralo.
—No me disculparé por mis verdades.
—¿Crees que soy un osito de peluche? Las últimas veces que te he visto, apenas te he dirigido la palabra.
—Porque estabas enfadada. Los ositos también tienen derecho al odio.
—Ya no sé de qué puñetas hablas.
—Y entiendo que te enfadaras, ¿eh? No me porté bien contigo. Pero me dijiste que no volviera a disculparme, así que no lo haré.
Jane cambia su expresión a una un poco menos accesible. Tras apretar los labios, se da la vuelta y apoya los codos en la barra. Y así se pasa un rato contemplando a la gente. Dudo mucho que se esté fijando en nada concreto. Tan solo no le apetece hablar. Quizá, sacar este tema no ha sido la mejor idea de la historia.
—Perdón por sacar el tema —murmuro.
Jane, para mi sorpresa, esboza una sonrisa de medio lado.
—¿No has dicho que no volverías a disculparte?
—Ah... Perdón por disculparme.
Esta vez, la sonrisa se amplía un poco más. Sin embargo, no le dura demasiado. Enseguida parece acordarse del tema que estamos tratando. De nuevo con las comisuras hacia abajo, sigue observando a la gente de la discoteca. La nueva canción es de inicios del dos mil. Tampoco la conozco, pero ellos las saltan con ganas.
—¿Por qué no dijiste nada? —pregunta de pronto.
A ver, es una duda lógica, pero desearía que no la tuviera. O que no la expresara, más bien. Odio tener que dar explicaciones, y más en momentos tensos. Siento que solo hay una respuesta correcta y que, si no acierto, se marchará y volveremos a estar como antes. No quiero eso. La perspectiva me deja totalmente hundida.
Un poco nerviosa, jugueteo con mi vasito vacío. Jane no presiona. Ni siquiera me mira. Pero, aun así, me siento como si tuviera que decir algo en cuanto antes.
—No lo sé —admito—. Supongo que... quería alejarme de todo el mundo.
—Lo habría entendido.
Esbozo una sonrisa un poco amarga.
—No me fui sin decirte nada por si no lo entendías, Jane.
—¿Entonces?
—De toda la gente de mi vida, solo tú podías hacer que me quedara. Y me daba miedo que, si lo hacía, la situación fuera todavía peor y terminaras odiándome.
Ahora sí que me atrevo a echarle una ojeada. Y, por supuesto, Jane me está mirando. Por primera vez en muchas semanas, no intenta ocultar lo que siente; sorpresa absoluta. Y... ¿un poco de vergüenza? Me sostiene la mirada durante unos segundos, pero entonces se vuelve rápidamente hacia la gente. Si no fuera por las luces de neón, diría que se ha ruborizado.
No sé si ha sido la respuesta que quería, porque se queda rumiando un buen rato. El suficiente para que vuelvan a cambiar la canción. Otra que no conozco, por supuesto. Por lo menos, todas son bastante animadas.
—No sé qué te pasaba esos últimos días —comenta Jane entonces—, pero, cuando hablaba contigo, me sentía como si no te conociera.
—Lo sé. Lo sient.... eh...
Quizá debería aprender alguna frase que no sea una disculpa.
Así te queremos.
De nuevo, ella sonríe disimuladamente. Y, también de nuevo, se le borra enseguida.
—Estaba preocupada —añade.
Esta vez, cuando me mira, es totalmente distinto. No hay vergüenza, ni tampoco sorpresa. Tan solo... vulnerabilidad. Estaba preocupada y todavía lo está. Creo que yo también. Le sostengo la mirada, esta vez sin tratar de ocultarme. Durante unos instantes, se me olvida la discoteca, las canciones desconocidas y los chicos que nos rodean. Durante unos instantes, solo existimos ella y yo.
Y es una sensación agradable, pero también un poco vertiginosa. Me siento como si estuviera a punto de salir a un escenario lleno de gente. Como si estómago contuviera los cosquilleos de emoción y nervios previos. Como si tuviera que hacer algo con las manos. Lo que sea menos estar quieta.
Pero no me muevo. Y ella tampoco. Todavía mirándonos, niego lentamente con la cabeza.
—No sé qué otra cosa decir —murmuro—. Solo que... bueno, que lo siento.
—Dime que no volverás a hacerlo. Prefiero eso que una disculpa.
—Ojalá pudiera prometértelo, pero... no estoy segura.
Por algún motivo, una frase que en otro momento le habría molestado ahora apenas hace que parpadee. Quizá es porque estoy siendo honesta.
—Prométeme que no lo harás sin avisarme antes, entonces.
Con una sonrisa, asiento con la cabeza.
—Eso sí que puedo prometerlo.
—Bien. Oye, Livvie...
—¿Sí?
Jane se mordisquea el labio inferior, como si no supiera con qué palabras plasmar lo que le pasa por la cabeza.
—Sea lo que sea por lo que estás pasando —dice al final—, no tienes por qué pasarlo sola.
Sus palabras hacen que la sensación de antes —manos, estómago, cuerpo entero—, se multiplique. Un poco incómoda, sonrío y me encojo de hombros por segunda vez.
—Dudo que Tommy esté muy por la labor de acompañarme. Y Rebeca, ahora que tiene nuevo novio, tampoco.
—Me refería a mí.
—Tú tienes tus propios problemas, Jane.
—Como todo el mundo, pero en eso consiste la... amistad. —Tuerce un poco el gesto—. En estar ahí.
—¿Y tú vas a estar ahí? —Sueno un poco más insegura de lo que me gustaría—. ¿Pase lo que pase?
Por un momento, tengo la sensación de que no podrá prometerme algo así, justo como yo he dicho antes. Sin embargo, Jane parece mucho más determinada que yo. Mucho más que en el resto de la conversación.
—No me iré a ninguna parte —asegura.
Sus palabras no deberían aliviarme tanto como lo hacen. Lo único que me impide disfrutarlas es el terror que siento ante la perspectiva de ilusionarme. No quiero pasarme de emoción. Me da miedo arruinarlo con alguna frase inapropiada, o decepcionándola otra vez.
Supongo que mi debate interno es evidente, porque Jane ladea un poco la cabeza, preocupada.
—Pensé que te alegraría oírlo.
—Y es así. Pero... también da un poco de miedo.
—¿Miedo? —repite, alarmada—. ¿Por qué?
—Porque...
¿Cómo decirlo sin que suene horrible? ¿O sin arruinar el momento?
—Me da miedo que me haga demasiada ilusión —trato de explicar—. Y me da miedo lanzarme al pozo porque luego, si sale mal..., no sé cómo podré salir otra vez.
—El... ¿pozo?
—Es una metáfora.
—Lo sé, tonta. —De nuevo, ladea un poco la cabeza—. A mí también me da miedo, Livvie. Pero se supone que tiene que ser así. Las relaciones siempre son una apuesta. Lo pones todo sobre la mesa y esperas que la otra persona no tenga nada con lo que contraatacar. O confías en que, aunque lo tenga, no vaya a usarlo contigo.
—Vaya, qué metafóricas estamos hoy...
—Lo sé. —Sonríe—. Te prefiero metafórica antes que triste.
—Y yo te prefiero llamándome tonta que no hablándome.
—Vaaale, fingiremos que eso no ha sido problemático.
Suelto una risita muy impropia de mí. Jane ha vuelto a girarse hacia la gente, pero ahora sonríe.
Y ahí es cuando, por primera vez en una buena temporada, me permito a mí misma que la emoción se apodere de mí. Entusiasmada, me separo de la barra y me acerco a ella.
—No te muevas —pido.
—¿Eh?
No le doy más explicación que esa. Tengo una idea.
Oye, a mí me la puedes contar.
Tardo casi cinco minutos en atravesar la diminuta pista, pero consigo llegar a la cabina del DJ. Es un señor bastante divertido que, cuando ve mi cabecita asomada entre todos los chicos altísimos, empieza a reírse y se agacha para oírme. Necesito dos intentos, pero creo que al final consigue entenderme. Me guiña un ojo y, divertido, empieza a tocar su pantalla.
Esta vez tengo que ser rápida, así que me meto entre la gente como si fuera una comadreja por el bosque. No quiero perderme la cara de Jane. Quizá me gane uno o dos insultos por los codazos, pero no puede darme más igual.
Y consigo llegar justo a tiempo. Para cuando me planto delante de Jane, que sigue tan confundida como antes, la canción que estaba sonando empieza a apagarse.
—¿Has ido al baño? —pregunta ella, confusa.
—¡Shhhhh! ¡Escucha!
—¿El qué?
—¡SHHHHHH!
Va a abrir la boca otra vez, así que se la tapo con la mano. Parece un poco ofendida, pero no puede darme más igual.
Entonces, por fin empiezan a sonar las notas de un piano lejano, y luego las de un bajo antiguo. Esbozo una gran sonrisa, esperando que lo pille, pero Jane no se da cuenta de la canción que es hasta que Bryan Adams empieza a cantar.
Le quito la mano de la boca. Ella me contempla con cierta perplejidad.
—¿No te acuerdas? —pregunto—. ¡Es Heaven!
—Yo... no...
—¡La subí a mi canal! —insisto—. ¡Y tú la pusiste en la radio justo al día siguiente! ¡Y luego...!
Antes de que pueda seguir hablando, Jane me pilla por sorpresa al colocar ambas manos en mis hombros.
—Livvie —dice lentamente—, claro que me acuerdo. No soy tan idiota.
—¿Entonces? —Oh, no, ya empiezo a deshincharme como un globo—. ¿No te gusta?
Para mi mayor asombro, ella sonríe y pone los ojos en blancos.
—Tonta —murmura.
—Hoy estás insultona, ¿eh?
Antes de que pueda decir nada más, Jane repite lo que hemos hecho al entrar: me coge de la muñeca y empieza a tirar de mí. Solo que esta vez, en lugar de dirigirse a la salida, va directa al centro de la pista de baile.
A nuestro alrededor, cada persona ha encontrado a su pareja perfecta. Algunos, pese a que es una balada, bailan como si se tratara de la canción más marchosa de la historia. Otros, en cambio, bailan abrazados. O se besan. O ambas cosas a la vez.
Mi ambiente favorito.
Jane consigue hacerse un hueco en la parte más central. La que está llena de focos y luces de neón que van cambiando. Rosa, azul, amarillo, verde... Todos se reflejan en su rostro. Y, una vez tira de ellas para ponérselas sobre los hombres, también en mis manos. En cuanto noto que ella coloca las suyas en mi cintura, soy incapaz de procesar cuáles son los otros colores.
De hecho, creo que se me ha olvidado qué es un color. Así, en general.
—Nunca he bailado una lenta —admite ella.
—Yo tampoco.
—Pues vamos a hacer el ridículo, pero al menos lo haremos juntas.
—Bueno..., tenemos experiencia.
Ella sonríe y, por un momento, es como si nunca hubiera pasado nada malo. Y me gusta. Me encantaría vivir en este momento. Y eso intento.
Jane empieza a moverse lentamente. Trato de seguirla sin pisarle los pies y, sobre todo, sin chocarnos con nadie. Resulta ser mucho más fácil de lo que esperaba, y eso que, de nuevo, se me olvida que estamos rodeadas de gente. Un poco envalentonada, acerco mi cuerpo al suyo para rodearle el cuello con los brazos. Me sorprende que el gesto me parezca tan natural. No solo para mí, sino también para ella, que a modo de respuesta me rodea la cintura con los brazos.
Jane es un poco más alta que yo; tan cerca, me toca echar la cabeza un poco hacia atrás. Con cualquier otra persona, me parecería la situación más incómoda del mundo. ¿Qué puedes hacer cuando tienes a alguien tan cerca? Tan solo puedes mirarle. Y eso hago. Pero, con ella, no me siento incómoda. Nerviosa, quizá, pero con ese nido de nervios que solo te nace unas pocas veces en la vida. La clase de nervios que inspiran mil canciones.
En algún momento, en medio de la estrofa, Jane cierra los ojos y pega su frente a la mía. Se me escapa una pequeña sonrisa. El calor de sus brazos es agradable. Y su olor también. Y que sea lo único que puedo sentir ahora mismo..., todavía más.
No abro los ojos, pero sí que muevo una de mis manos. Es de forma inconsciente. Paso los dedos por su nuca, que está repleta de cortos mechones de pelo que se han quedado sueltos por no llegar al moño. Acaricio su mandíbula. Trazo la curva de su mejilla. Finalmente, apoyo la palma en ella y rozo su pómulo con el pulgar. Lo único que puedo sentir, a modo de respuesta, es que Jane inspira con fuerza.
Lo siguiente que siento es que su nariz roza la mía, y creo que es el último indicio que necesito para sonreír y ponerme de puntillas. En cuanto rozo mis labios con los suyos, noto que sus brazos me aprietan con fuerza. Alentada por sus gestos, vuelvo a mover la mano hacia su nuca y vuelvo a acariciar sus labios. Su respiración se mezcla con la mía, pero no intenta tomar el control de la situación. El siguiente roce es un poco más fuerte, y el último se transforma en un beso.
Con mis labios pegados a los suyos, puedo sentir que los nervios previos estallan en una constelación eléctrica que me recorre todo el cuerpo. Mantengo el beso sin moverme durante unos instantes, y después pruebo a separar los labios. Jane responde haciendo lo mismo. El estribillo de la canción nos acompaña. Lentamente, abro la boca bajo la suya y mi pulgar acaricia la suave piel bajo su oreja. Su respiración choca contra mis labios.
El beso empieza a transformarse. Muevo los labios lentamente, con suavidad, y encojo los hombros de forma inconsciente. Es como si todo mi cuerpo quisiera crecer varios centímetros para estar completamente pegada a ella. Como si, por fin, hubiera encontrado un lugar en el que sentirme segura. Mi mano asciende un poco y mis dedos se hunden en sus mechones de pelo oscuro. Jane no baja las manos de mi cintura, pero noto que sus dedos se cuelan por debajo de mi sudadera. Su piel helada contra mi espalda hace que me encoja un poco y, todavía más receptiva, roce su lengua con la mía. Los dedos de Jane se aprietan a la vez que corresponde al gesto.
Y la canción termina. No puede darnos más igual. Empieza a sonar otra mucho más acelerada, pero, mientras todo el mundo salta a nuestro alrededor, yo sigo besándola de la misma forma. Y ella corresponde sin dejarme escapar, todavía con ambas manos clavadas en mi cintura.
Y entonces tengo que separarme. No porque no pueda más, sino porque las reacciones de mi cuerpo empiezan a preocuparme. No me había sentido así en mi vida. Es como si no pudiera soltarla. Como si quisiera quitarle la ropa aquí mismo, rodeada de toda esta gente, y lanzarme sobre ella. He sentido atracción antes, pero esto es otra cosa. Y no sé qué nombre ponerle, pero es adictiva. Y me intimida un poco.
Pese a que el beso se ha roto, Jane mantiene su frente pegada a la mía. Con los ojos abiertos, puedo ver que tiene los labios separados y la mirada clavada en los míos. Y también me percato, por primera vez, de que ha subido las manos por mi espalda y, en consecuencia, me ha subido la sudadera hasta el punto en el que se me ve el ombligo. Noto sus dedos clavados en mis omóplatos. Un escalofrío me recorre la espina dorsal.
Sin querer, esbozo una pequeña sonrisa. Ella me imita.
—¿Todavía quieres que nos vayamos? —murmuro.
Tan solo sacude la cabeza y vuelve a besarme.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro