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Capítulo XXV

XXV - ESTUDIO


Sabía que todo lo que me propuso Cristina sería lento. Y muy poco seguro, también. Lo que no esperaba era aburrirme tanto en casa de papá y mamá.

Después de medio año trabajando durante varias horas al día, la perspectiva de quedarme en casa se me hace eterna. Y es curioso, porque hasta hace unos meses me encantaba estar sola. Era mi propio entretenimiento. Mi propia compañía. Ahora eso no me vale. Ni siquiera el piano es suficiente distracción.

Además, últimamente siento la música que se me da peor que antes. No solo me equivoco constantemente, sino que el otro día cometí un fallo de principiante. De prin-ci-pian-te. ¿En qué momento me ha pasado esto? Siempre he sido buena al piano. Es lo único que se me da bien. No puedo fallar aquí también.

Pero la doctora Jenkins dice que no puedo quedarme todo el día pegada a las teclas esperando a que, mágicamente, me venga la inspiración. O desaparezcan los problemas. Dice que hay que equilibrar las cosas. Por ello, me obliga a salir de casa mínimo dos horas cada día.

En eso estoy ahora mismo. Como no sabía qué otra cosa hacer, le he pedido la lista de la compra a papá y he ido al supermercado. Paseo entre los pasillos de comida, buscando las marcas que me ha pedido pese a que no sé mucho de nada de esto. Para mí, lo primero que encuentre es la elección que me llevo a casa.

Estoy revisando la fruta que tienen cuando, de pronto, noto un toquecito en el hombro. Es casi tímido.

Todavía con una manzana en la mano enguantada, me quedo mirando a mi nueva distracción. Tardo unos instantes en reconocerla, pero entonces reconozco el pelo rizado y las gafas. No ha cambiado en absoluto.

—Oh... —No sé qué decir—. Hola, Jules.

¿Debería saludarla? Se portó muy mal conmigo. Quizá lo mejor sería pasar de ella y aplicarle la ley del hielo.

Honestamente, no he vuelto a pensar en Jules desde que salí de esa época tan mala. Sé que ha seguido en redes sociales y supongo que tendrá su comunidad bien formada, pero estoy muy desconectada de lo que ha estado haciendo. No me interesa saber cosas de gente que no quiero en mi vida.

Jules sigue mirándome fijamente. Todavía no me ha respondido. Es... un poco tenebroso.

—¿Qué tal? —añado.

—Estoy bien —asegura. No me pregunta cómo estoy yo, pero tampoco me sorprende—. No sabía que hubieras vuelto. Podrías habérmelo dicho.

Y, como sospechaba, esta conversación no va a terminar bien. Igual que todas las anteriores.

Miro mejor a Jules. Contemplo sus ojos muy abiertos y su expresión de escrutinio. A una parte de mí le da lástima. Eso de estar todo el día pendiente de los demás tiene que drenarle la energía a cualquiera. Luego recuerdo cómo se ha comportado conmigo, su falta de empatía, su egocentrismo y su malicia ... y se me pasa la lástima, la verdad.

Así me gusta.

Podría decirle que no tengo por qué contarle nada de mi vida, pero opto por dejar la manzana en el montón y alejarme de Jules. Que me siga es un hecho que me pilla un poco desprevenida. No entiendo qué demonios quiere de mí. Hago una pausa para quitarme el guante de plástico y tirarlo a la basura. De nuevo, me sigue de cerca.

—He visto que sigues en redes sociales —va comentando tras de mí—. Y que todo te va bien.

—Sí.

—Yo también sigo intentándolo.

A eso ya no le respondo. Empiezo a empujar el carrito en dirección a la salida... y no deja de seguirme.

Vale, estoy empezando a agobiarme. Lo único que tengo claro es que no quiere nada bueno. La última vez que se propuso hundirme..., fue el principio del fin. No quiero volver a caer en ese pozo, pero sé que no puedo pedírselo porque no me haría caso. Necesito encontrar una manera de que se aleje de mí de forma voluntaria. Y lo único que se me ocurre es ignorarla.

—Te has cortado el pelo —observa.

No respondo. De pronto, toca uno de mis mechones de cabello y yo aprieto las manos en el carrito. Se me quedan los nudillos blancos, y empiezo a notar esa sensación de incomodidad en el pecho que no siento desde esos meses. Necesito salir de aquí.

—Yo también había pensado en cortarme el pelo —comenta muy cerca de mí—. De hecho, había pensado en cortármelo muy parecido a ti. Pero ya no puedo hacerlo, porque claro, todo el mundo me dirá que te estoy copiando y...

En cuando vuelve a tocarme el pelo, freno el carrito de golpe y cambio de dirección. Jules se queda momentáneamente parada, y eso me da una ventaja para ir directa a las cajas. Justo cuando empieza a moverse, yo me cuelo delante de un señor mayor que me suelta un insulto. No me puede importar menos. Dirijo una rápida mirada a Jules, que se ha quedado de pie al otro lado de la valla que separa la cola del pasillo. Suelto un suspiro de alivio y, tan rápido como puedo, voy a por la única caja libre.

No sé cómo me las arreglo para pagar todo y meterlo en las bolsas, porque cuando salgo del supermercado no me acuerdo de nada. Solo sé que me sudan las manos y que necesito alejarme de este lugar lo antes posible.

Cuando estoy a una distancia prudente, me atrevo por fin a mirar por encima del hombro. No me ha seguido. Menos mal... Con un suspiro, me dejo caer en la acera y dejo las bolsas a un lado. Encontrar el número de la doctora Jenkins no es muy difícil, porque hace unos meses que está en mis contactos de emergencia. Fue idea de mamá.

En cuanto descuelga la llamada, no espero a que me hable para empezar yo misma.

—¿Recuerda cuando hablamos del sudor frío y el dolor en el pecho? —pregunto directamente.

—Lo recuerdo, Livvie.

Como está acostumbrada a mis idas y venidas, ni siquiera se sorprende de que haya pasado de saludarla. Tendré que disculparme en otro momento.

—Me está pasando —confieso con la voz un poco temblorosa—. He visto a Jules en el supermercado. No me dejaba tranquila.

—Entiendo. —Su voz, como de costumbre, es tan suave como una caricia—. ¿Dónde estás ahora?

—Fuera. Me... me he sentado en una acera.

—Muy bien, Livvie. ¿Qué ha pasado cuando te ha hablado?

Se lo explico brevemente. Hago hincapié en que yo no he entrado en la discusión, a lo que suelta un sonidito de aprobación.

A veces, solo necesitas que tu terapeuta haga un sonidito de aprobación para seguir adelante.

Ella me hace las preguntas típicas: cómo te sientes ahora, qué piensas de lo que has hecho, si estoy mejor... Por suerte, a eso último puedo decir que sí. Ahora que ha pasado un rato y el aire frío me ha envuelto, me encuentro mucho mejor. No dejo de echar miraditas por encima del hombro, pero no parece que Jules tenga ninguna intención de aparecer por aquí. Mejor.

La doctora Jenkins me acompaña —su voz, al menos— en el trayecto de vuelta a casa de papá y mamá, y se lo agradezco mucho. Necesito algo que hacer, algo con lo que distraerme. Su voz, además, es muy tranquilizadora. Siempre hace que vea las cosas con mucha más claridad.

En casa solo encuentro a Pelusa, que me echa una miradita de interés al oír las bolsas. Decido abrirle una de las latas de paté, a lo que se pone a comer dándome la espalda.

Se supone que Cristina pasa a buscarme en media hora, así que trato de centrarme en eso. Y funciona bastante bien, porque es lo que tardo en conseguir el look que me hicieron aprender el otro día. No ha quedado tan bien como su primera versión, pero tendrá que valer.

Cris me espera fuera, dentro del coche con el que siempre pasa a buscarme. Tras sentarme a su lado, le ofrezco una sonrisa. La suya es mucho más amplia.

—¡Mírate! Qué bien te ha salido.

—¿De verdad?

—Claro, querida. Me alegra que te gustara. —Hace una pausa para mirar uno de sus móviles, pero luego vuelve a centrarse en mí—. Y además es perfecto, porque hoy te presentaré a un productor con el que llevo trabajando bastantes años. Le hablé de tu caso y quiere ver cómo es tu directo.

—Pero... no tengo ninguna canción propia.

—Ya habrá tiempo para eso. ¿Te apetece?

Asiento con la cabeza. Después de entrar en la academia el año pasado, impresionar a un productor no parece una tarea muy difícil. Además, si no le gusta... tampoco pierdo nada. Me quedaría exactamente como estoy. Según como lo mires, solo puedo ganar.

—Es muy simpático —añade Cris al cabo de un rato—. No creo que nos robe mucho tiempo.

—¿Cómo se llama?

—Kevin. Solía estar en la banda de tu padre —murmura, pensativa—. Era el cantante. Fue de los primeros en marcharse, aunque no puedo culparle. También es el único que ha seguido en la industria de la música.

—Papá sigue en la industria —comento con una sonrisa—. Su tienda es de música.

—Ya me entiendes. Los otros dos terminaron alejándose de los focos por el bien de su familia. Decían que no querían criar a su hijo rodeado de cámaras y paparazzis. De nuevo, no puedo culparles. Tu padre tomó una decisión bastante parecida. A veces, echo de menos al grupo.

Eso último lo añade de forma casi inconsciente. Siento que se arrepiente, porque enseguida vuelve a centrarse en su móvil.

—Pero no importa —asegura—, ahora lo importante es tu carrera. Si Kev decide apostar por ti, tendremos mucho camino hecho. Si es que te gusta, claro. No es un productor muy agresivo, pero sí que tiene políticas bastante estrictas sobre los directos y la calidad vocal de sus cantantes.

Vale, ahora sí que me pongo un poco nerviosa.

Con lo bien que íbamos.

El coche se detiene al cabo de unos minutos. El lugar es un edificio bastante nuevo de piedra oscura y ventanas muy altas. El aparcamiento está bastante desierto, pero todos los coches parecen carísimos. Además, le piden algún tipo de identificación al conductor para dejarnos pasar.

—¿Qué te parece? —pregunta Cris, divertida, al ver mi expresión.

—No sé qué pensar —admito.

—Creo que eso es bueno.

Ella es quien lidera el grupo al bajar del coche. Sube los escalones del edificio, empuja la puerta y se planta en recepción como si fuera la dueña del lugar. El chico tras el mostrador debe reconocerla, porque sonríe. Intercambian algunas palabras, pero yo estoy ocupada mirando a mi alrededor y no les presto atención. Al final, nos dan pases de invitadas y cruzamos la zona de seguridad.

El edificio tiene un total de veinte plantas, y nosotras nos dirigimos a la decimoquinta. Espero con las manos entrelazadas y el labio inferior entre los dientes. Vaaale, estoy muy nerviosa. No me esperaba todo este despliegue de majestuosidad.

Peor me quedo al salir del ascensor y cruzar el pasillo de la productora. Hay vinilos y premios por todas las paredes, así como autógrafos de artistas muy reconocidos y fotos de otros todavía más famosos. Trago saliva con fuerza, observando todos, hasta que Cris se detiene en un nuevo mostrador.

Esta vez, sin embargo, no nos hacen pasar por más controles; un chico aparece por otro pasillo. Lleva puesta una sudadera, unos pantalones por las rodillas y tiene la barba bastante corta. Son las tres primeras cosas que veo. La cuarta es la sonrisa que esboza al abrazar a Cristina. Esta se deja unos instantes, pero luego lo aparta con una mueca de desagrado.

—Máximo tres segundos —protesta.

—Estás tan cariñosa como siempre, por lo que veo.

—No empieces, Kev, o me enfadaré. Aquí tienes a tu nueva cantante internacional de éxito.

Estaba tan pasmada que apenas me doy cuenta de que me señala a mí. Kevin entonces se vuelve para mirarme. Lo hace con más curiosidad que interés real.

—Hola —murmuro.

—Es tímida —observa Kev, no muy satisfecho.

—Apenas ha dicho una palabra —protesta Cristina.

—Y es suficiente.

—¿No te parece que la industria ya tiene suficientes personalidades fuertes? Un cambio puede ser positivo.

—Mmm..., está bien. Pasad.

Cris me guiña un ojo antes de avanzar por el otro pasillo.

Terminamos en una sala de producción. Detrás del cristal hay una cabina de grabación, pero ahora mismo está vacía. Y la nuestra, que apenas tiene cuatro sillas, está en gran parte ocupada por el gigantesco teclado que Kevin apaga nada más llegar. Hace un gesto para que nos sentemos, pregunta si queremos tomar algo... pido agua, mientras que Cris va directamente a por un café.

En cuanto nos deja a solas para ir a buscarlo todo, Cris gira su silla para mirarme de frente.

—¿Qué tal por ahora, querida?

—Bien. Aunque... no sé hasta qué punto conseguiré impresionarlo.

—Sé que al principio es duro —asegura—, pero es de los mejores productores con los que te puedes cruzar ahora mismo.

Kevin vuelve en ese momento, así que no podemos seguir hablando. Deja cada bebida con su dueño y luego se sienta con nosotras. Cristina empieza a explicarle cómo me encontró, pero enseguida me doy cuenta de que él no deja de mirarme a mí. Lo hace como si fuera un acertijo para descifrar.

Y entonces, en medio de una frase de Cris, él suelta un sonido burlón.

—Espera... ya sé quién eres.

—¿Yo? —pregunto, dubitativa.

—Mierda. Eres la hija de Jed.

Ni siquiera lo pregunta, tan solo lo afirma. Aprieto los labios.

—Y de Brooke —digo entre dientes.

La sonrisa de Kevin se acentúa, y esta vez me mira con más interés que antes. Parece detenerse especialmente en mis ojos. Siempre me han dicho que son los mismos que mi padre, así que supongo que le habrán llamado la atención.

—Liv... Eres Olivia. Joder, prácticamente te vi nacer. ¿Tu padre no te ha hablado nunca de Brainstorm?

—Sí, algunas veces. —No sé hasta qué punto puedo ser honesta, así que considero la respuesta—. Dice que... todo era un poco desastre.

—No. Dice que yo era un desastre, pero no pasa nada. Tiene razón. —Hace una pausa, todavía divertido por la confesión—. Me alegra que hayas decidido seguir el camino de la música. Te has especializado en piano, ¿verdad?

—Técnicamente no estoy especializada porque no terminé la academia. Pero sí, me gusta mucho.

—¿Por qué no entras en la cabina y nos lo demuestras?

La pregunta me pilla un poco desprevenida. Sabía que pasaría, pero no pensé que sería tan rápido. Miro a Cristina como si buscara su aprobación, y ella asiente con la cabeza.

Unos minutos más tarde, me veo a mí misma reflejada en el cristal de la cabina. Kevin y Cris están al otro lado, hablando entre ellos y mirándome. Yo, por mi parte, estoy sola con el único piano de la sala.

No me gusta usar pianos que no sean como el mío, así que pruebo a estirar los dedos sobre las teclas. Toco el pedal con la punta de la bota. Sin llegar a presionarlas, rozo las teclas que harían una buena melodía. No sé qué quieren que toque, así que me preparo mentalmente para cualquier cosa.

—¿Liv? —llama entonces Kevin—. ¿Me oyes bien?

—Sí, genial.

—Perfecto. Empieza cuando quieras.

Dudo unos instantes.

—¿Qué queréis que interprete? —pregunto al final.

—Lo que tú quieras. Sorpréndenos.

Cómo odio las sorpresas.

Me quedo quieta durante unos instantes. No me apetece sorprender a nadie. Lo único que quiero hacer es terminar con esto y que me diga si le he gustado o no. Pero no me queda otra que seguirles la corriente, así que cierro los ojos y pienso en alguna canción que me guste.

Termino optando por el Vals nº2 de Shostakovich. Los clásicos no pasan de moda, ¿no? Y además no es sencilla, así que debería impresionarlos.

Las primeras notas siempre son las más complicadas, por lo que me sorprende acertarlas todas a la primera. Cuando ensayo en mi casa, tranquila y sin nadie mirando, no suelo equivocarme; con público es otra cosa. Quizá ayuda que no estén justo delante de mí. Quizá ayuda, también, que no estoy en mi peor momento mental a pesar de lo que ha sucedido hace unas horas con Jules.

Intento no pensar en ella. Intento no pensar en nada que no esté relacionado con la pieza que sigo tocando. Mis dedos se deslizan por el teclado. Las uñas pintadas de negro —regalo de mi tía Lexi antes de irme— se funden con las teclas una tras otra. Mis dedos se mueven antes incluso de que pueda darles las órdenes. Una vez papá dijo que un buen pianista no toca las teclas, sino que las acaricia. Me pregunto si es lo que vería en mí ahora mismo.

La última nota llega un poco más tarde de lo que había pensado, pero es tan dulce que no puedo evitar media sonrisa. Ha quedado perfecta.

Echo una ojeada a mis dos únicos acompañantes para darme cuenta de que hay dos personas más. Deben trabajar con Kevin, pero este no se molesta en presentármelos. Se inclina sobre el micrófono y le da al botón.

—Ha sido precioso, Liv —asegura con honestidad—. ¿Es tu pieza favorita?

—Una de ellas, sí. Puedo tocar otra.

Kevin se aparta del teclado para oír a sus dos nuevos compañeros. Como no tengo ningún tipo de guía sobre lo que están diciendo, miro a Cristina. Su sonrisita entusiasta me da toda la información que necesito saber. Vamos por buen camino.

—Nos ha gustado mucho —repite Kevin, esta vez para mí—, aunque nos gustaría ver cómo te desenvuelves en otro estilo.

—¿Otro? —repito, dubitativa—. ¿Cualquiera?

Dale con el heavy metal.

—Nos gustaría oír tu voz, también —añade él.

Vale, eso sí que no me lo esperaba. Se suponía que iban a venderme como pianista, ¿no? Miro a Cris de nuevo. Ella se encoge de hombros y me deja la elección.

—Está bien —murmuro.

Con las manos de nuevo sobre las teclas, mi mente va a la deriva. No estaba preparada para cantar. No es que lo haga fatal, es que tengo muy poco rango. No puedo llegar a notas muy altas o bajas. No puedo gritar ni levantar la voz. Lo único que se me da bien en ese sentido es susurrarle palabras al micrófono. No creo que sea lo que buscan.

Una canción cuya letra me sepa de memoria... Quizá podría tocar una de las clásicas, o podría ir a por algo más moderno. Intento calcular la edad de Kevin, y supongo que será la misma que mamá. Ella escuchaba mucho a cantantes de esa época, ¿no? Quizá podría intentar conquistarlo por ahí, aunque yo ya no los conozco demasiado.

Pero no. Enseguida me doy cuenta de que no sería una buena idea. Debe ser una canción con la que me sienta cómoda yo, no ellos. Y casi puedo oír la voz de Jane en mi cabeza repitiendo esas palabras. Ella no intentaría contentar a nadie. Ella tan solo se luciría con una canción que le gustara.

Y, justo cuando pienso en ella, me viene a la cabeza la canción que puso el otro día en la radio. Me la sé. En piano es muy bonita. ¿Por qué no?

Lúcete, vaquera.

Solo vi la partitura una vez, así que rememorarlo no es demasiado sencillo. Aun así, creo que me acuerdo de las primeras notas. Desde ahí puedo intentarlo por mi cuenta. No había demasiados giros, ¿verdad? Pruebo con la primera tecla, pero me detengo. Me lleva cuatro intentos encontrar el tono que quiero.

Y entonces empiezo a tocar.

La melodía del piano inunda la sala y, durante unos instantes, estoy tan centrada en ello que no recuerdo que tengo espectadores. Muevo la cabeza con el tempo y mis dedos encajan las teclas con suavidad.

Y empiezo a cantar, casi en un susurro.

Oh, thinking about all our younger years...

Mantengo el ritmo de la canción, aunque sin apresurarlo. Sin presionar con más fuerza de la necesaria. Tan solo disfrutando de la melodía.

And baby you're all that I want —murmuro al micrófono— when you're lyin' here in my arms. I'm finding it hard to believe... We're in heaven.

Y durante un instante pierdo la conexión que había sentido hasta ahora con la canción. Lo hago porque pienso en Jane, y pensar en ella me recuerda que estoy haciendo una prueba, no en mi casa.

Ni siquiera llego a la siguiente estrofa. Con esa última palabra, aparto las manos del teclado y miro a mi derecha. Cristina lo graba todo con una sonrisa, Kevin me observa con la mandíbula apoyada en un puño y los otros dos chicos hablan entre ellos. No sé si es bueno o malo, pero al menos lo he hecho. Me quedo con eso.

Tras eso me dejan volver a la sala contigua, cosa que me hace sentir mucho mejor. Especialmente cuando Cristina me recibe con una gran sonrisa.

—Hablamos pronto —le dice a Kevin con su elegancia habitual—. Cuídate mucho y no trabajes de más.

Kevin pone los ojos en blanco y se centra en mí.

—Un placer, Liv —dice, ofreciéndome una mano—. Ya hablaremos.

Una vez en el coche, estoy un poco inquieta. Supongo que Cristina debe notarlo, porque se inclina y pone una mano encima de la mía. Por una vez, decide ignorar durante un rato todos sus teléfonos.

—¿Está todo bien? —me pregunta suavemente.

—Sí. De hecho... todo genial. Creo que le ha gustado. —Dudo durante unos instantes—. Y cuando se ha despedido no ha dicho nada de mis padres. Me daba miedo que solo quisiera contratarme por la idea de... bueno, de ser la hija del gran Jed. Pero no sé. Creo que no lo hará.

Cris esboza media sonrisa, como si lo entendiera perfectamente.

—Si Kev te contrata, será por cualquier cosa menos por esa. Además, lo has hecho genial. El público lo ha amado.

—¿El público? Solo había cuatro personas.

—En la sala —aclara Cris, divertida—. En el directo que he hecho con tu móvil había unas cuantas más. ¿Quieres verlo?

Me quedo más parada de lo que me gustaría admitir. No porque me moleste ni nada parecido, sino porque cuando me enseña el móvil me veo a mí misma. Lo hago antes de ver los números o las reacciones de la gente. Veo la forma en la que, por un momento, me he dejado llevar por completo por la canción y se me ha olvidado el resto del mundo.

¿No es a esto a lo que debería aspirar un músico? Me remuevo en mi lugar, un poco insegura.

—Lo has hecho genial —repite Cris al verme dudar.

En realidad, mi mente va hacia Jane. Me pregunto si verá el vídeo y qué pensará. ¿Se lo tomará como una indirecta o algo así? Puede que sí. No estoy segura de si me molesta. Quizá solo me pone un poco nerviosa.

—En los comentarios te recomiendan todas las canciones que podrías hacer ahora —murmura Cris—. Les gusta mucho el pop, por lo que veo. No lo veo una mala idea.

Efectivamente, casi todos los comentarios son recomendando canciones o pidiendo un nuevo vídeo cuanto antes. No sé cómo me siento respecto a ello, pero me fijo en que la canción que más piden es Video Games, de Lana Del Rey. Vaya, mamá se pondrá muy contenta en cuanto lo vea.

—Podría hacer un vídeo en casa —propongo—. Será fácil de adaptar al piano.

—De eso nada. Lo harás en un estudio. ¿Has visto lo motivados que están al pensar que ya grabas un álbum? Vamos a seguir alimentando esas esperanzas. Al menos, durante uno o dos vídeos.

—¿Y si no llego a sacar ningún álbum?

—Te garantizo que lo harás, querida. La única duda es cuando.

Su seguridad me proporciona... seguridad. Me recuesto en el asiento y, por un momento, me permito disfrutar un poco de lo que está pasando. Al menos, hasta que vuelvo a mirar el móvil y veo la hora que es.

—¿Podemos poner la radio? —pregunto de golpe.

Cris parece un poco confusa, pero aun así asiente y le indica la emisora al conductor. Este tarda unos cuantos instantes en encontrarla.

La música de Jane resuena en los altavoces del coche y, aunque no sé muy bien qué esperaba, me siento un poco decepcionada.

El presentador interviene en unas cuantas ocasiones, pero apenas lo escucho. Cris tampoco, ya que ha vuelto a sus cuarenta móviles. La veo teclear, responder e insultar. Todo en su dosis correspondiente.

Justo cuando giramos por la calle de mi casa, oigo un puñado de notas que me resultan familiares. De forma inconsciente, me pongo un poco más tiesa y miro a Cris. Ella me devuelve la mirada, confusa por mi alegría.

—¿Todo bien? —pregunta.

—¡Es Video Games!

—Sí, esa es. ¿Tanto te gusta?

—Me encanta.

Especialmente ahora, porque sé que Jane ha visto el post.


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