Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo XXIV


XXIV - EMISORAS


La habitación de Rebeca es exactamente lo que podrías esperar de ella: paredes pintadas de rosa y blanco, estanterías repletas de objetos de todo tipo, ropa de bailarina tirada por la cama y por la alfombra... y libros eróticos y de dudosa moral escondidos por ahí atrás, pero finjo que no veo para preservar un poco la comodidad del momento.

Es curioso, porque hasta hace un año Rebeca era la persona con la que siempre me imaginaba a mí misma. Conozco cada detalle de ella, desde su cara hasta la ropa que le gusta ponerse. Y, sin embargo, ahora se está cambiando de ropa delante de mí y lo único que puedo pensar es que Jane está enfadada conmigo.

Cómo cambian las cosas, ¿eh?

Rebeca se quita la camiseta con la que ha estado posando y me la pasa a mí. No sé qué pretende que haga con ella, así que al final la doblo de forma un poco torpe y la dejo junto con las otras diez.

—¿Cómo tienes tanta ropa? —pregunto, confusa—. Yo apenas tengo tres pantalones...

—Me gusta poder elegir en función de cómo me siento. ¿Qué tal esto?

Parpadeo varias veces. Más que nada, porque en lo que tarda en preguntarme ya se ha cambiado otra vez. Repetimos el proceso de lanzarme la prenda y doblarla mientras ella rebusca en su armario.

—Bueno —murmuro—, ¿y qué tal te va... todo?

—Bien. —Lo dice con distracción y rescata una minifalda negra que tenía enterrada por el armario—. No puedo quejarme. Tengo trabajo, así que genial. Es en un musical. No sé muy bien de qué va porque yo solo participo en las escenas de baile, pero tiene muchos colores y es divertido. ¿Con esto se me ve mucho el alma?

La última pregunta me saca un poco de contexto. De nuevo, Rebeca descarta la prenda antes de que pueda responderle.

—Felicidades por el trabajo nuevo —digo con una pequeña sonrisa—. ¿Podemos ir a verte algún día?

—Oh... yo solo bailo, pero... ¡claro que podéis! Así me contaréis de qué va el musical, que tengo curiosidad.

Esta vez, mi sonrisa se amplía un poco. Intento que los pasos por el pasillo no me distraigan demasiado. Me pregunto si será Tommy o Jane. Probablemente el primero, que se ha apuntado al plan de ir a un bar que hay aquí abajo. Dudo mucho que Jane quiera acompañarnos.

Creo que me he distraído mucho, porque, cuando me vuelvo, Rebeca me observa con una sonrisita divertida.

—¿Intentas oír alguna cosa?

—¿Yo? No, no...

—¿Por qué no vas a preguntarle a Jane si quiere bajar con nosotros?

Por un momento, creo que está bromeando y suelto una risita amarga. Dejo de hacerlo en cuanto veo su expresión.

—¿En serio? —pregunto, pasmada.

—Claro.

—Si le pregunto yo, seguro que dice que no.

—Si le preguntas tú, seguro que al menos lo considera.

Lo dudo mucho, pero entonces se acerca a mí y empieza a empujarme sin muchos miramientos. Antes de que pueda reaccionar, ya me ha echado de su dormitorio y me ha deseado suerte.

Vaya.

Me asomo al salón solo por curiosidad. Tommy está jugando a la consola y lo único que puedo ver es su cabecita rubia. Lo único que puedo oír, por otro lado, son los insultos que les dedica a los críos con los que juega online. Ni rastro de Jane.

A ver, descartando el cuarto de baño y la puerta de Rebeca, solo tengo dos opciones. La primera puerta junto a la de Beca tiene un cartelito de un señor enseñando el culo. La última, que está en la pared del fondo, no tiene ningún tipo de adorno. Voy a arriesgarme con esa.

Suerte, soldado.

Llamo con los nudillos, no queriendo pensar demasiado en lo que voy a decir. Aun así, voy haciendo un pequeño discurso mental para tener algún tipo de respuesta coherente a cualquier cosa que me pueda decir.

Es un poco inútil, porque cuando Jane abre la puerta me quedo en blanco.

Cero sorpresas.

Creo que ella estaba haciendo lo mismo de antes, porque tiene los cascos alrededor del cuello y el portátil abierto sobre la cama. Es lo único que alcanzo a ver antes de que su cuerpo me bloquee cualquier tipo de inspección al dormitorio.

Primero parece sorprendida, luego... bueno, molesta.

—¿Qué? —pregunta.

Suena a que tiene prisa. Mal empezamos.

Ninguno de mis discursos iba encaminado a esto, así que tengo que reconsiderarlo. Supongo que tardo demasiado, porque Jane echa una ojeada a su portátil por encima del hombro y luego se vuelve hacia mí.

—Tengo trabajo —aclara, impaciente.

—Um...

Esta vez no me mete prisa, pero casi que es peor, porque el silencio hace que me sienta todavía más incómoda.

Y entonces la voz de Tommy atraviesa el piso entero.

—¡¡¡LIVVIE QUIERE SABER SI TE VIENES DE COPAS CON NOSOTROS!!!

Bueno, ahora ya lo sabrán incluso los vecinos del otro edificio.

Supongo que esperaba algo de sorpresa, pero lo único que transmite la expresión de Jane es... irritación. No sé si es porque no me ha dado tiempo a decirlo yo misma o qué, pero parece que le molesta.

—Otro día —dice, y ni ella se lo cree. Después, cierra la puerta.

Podría ser peor.

No se me ocurren muchas opciones peores.

Podría haber sacado una escopeta, pero solo se ha enfadado.

Un poco derrotada tras el rechazo, arrastro los pies de vuelta con Tommy. Él ha perdido la partida online y ahora está en la sala compartida con los jugadores, disparando a todo el mundo. De mientras, me echa una miradita de reojo.

—Oye, al menos lo has intentado.

—Técnicamente, lo has intentado tú.

—Necesitabas un empujoncito.

Para cuando Rebeca sale del dormitorio, a Tommy le ha dado tiempo a jugar tres partidas más. Lo más curioso de todo es que Beca va vestida exactamente como antes, así que no sé qué ha estado mirando tanto en su armario. Aun así, no digo nada porque está claro que se siente muy segura de sí misma.

El bar está justo abajo de su edificio. El suelo es de madera, los muebles son viejos y las paredes de ladrillo. Hay una zona de billar y otra para dardos. También hay mesas bajas, pero Tommy va directo a una de las altas. Al menos, parece que la mayoría de los clientes son estudiantes de universidad, así que tienen edades similares a las nuestras. Tommy incluso saluda a unos cuantos.

Mientras él se entretiene saludando a medio local, Rebeca y yo nos acomodamos en los taburetes de una de las mesas redondas. Viendo a la gente que me rodea, me siento un poco fuera de lugar. Van muy informales mientras que yo sigo llevando el pelo y el maquillaje de hace un rato.

—El pelo corto te queda muy bien —comenta Rebeca entonces.

Sin darme cuenta, he estado toqueteando las puntas recién cortadas. Me detengo y le dedico una pequeña sonrisa.

—Gracias. Debo admitir que no sabía si me gustaría.

Antes de salir de su casa, me he mirado un momento en el espejo. Ahora que se ha secado bien, lo veo mucho más corto que antes. Lo tengo a la altura de la mandíbula, y no dejo de echármelo hacia atrás con la mano. Esto de no poder atármelo me pone un poco nerviosa, pero supongo que habrá que acostumbrarse.

—Yo también quería cortármelo —admite ella—. No sé, hasta los hombros o...

—No te lo cortes.

Vale, por su cara, creo que lo he dicho de forma un poco brusca. Carraspeo.

—Quiero decir que... tienes un pelo precioso. Y pelirrojo. Y que... em... te queda bien y... um...

Es lo suficientemente simpática como para disimular su diversión.

—Gracias, Livvie.

—De nada. ¿Y si... voy a por bebidas o algo así?, ¿qué te apetece?

Eso de poder alejarme de la mesa me alivia un poquito. Madre mía, estamos así y Jane ni siquiera ha bajado. No quiero ni imaginarme cómo me encontraría si ella también estuviera presente.

El camarero apenas me presta atención, así que tardo una eternidad en conseguir las tres cervezas —he asumido el pedido de Tommy, sí—. Para cuando por fin se da cuenta de que existo, casi han pasado cinco minutos. Tardo otros cinco en conseguir que me dé las cervezas y se lleve el dinero. Y otros cinco más en sortear a toda la gente para llegar a la mesa en la que estábamos antes.

Dejo las tres bebidas sobre la mesa con un suspiro.

—Lo siento, es que no me prestaba atención y...

Cuando levanto la mirada, se me olvida lo que iba a decir. Jane está sentada en el sitio que ocupaba yo antes.

Vaya, vaya.

—¡Cervecitas ricas! —exclama Tommy, totalmente ajeno a la situación tensa que acaba de formarse.

Jane no me presta atención, pero sé que nota mi mirada clavada sobre ella. Rebeca, en cambio, intercambia ojeadas entre nosotras. Al cabo de unos segundos, carraspea y deja una de las cervezas ante Jane.

—Toma tú esta, que yo voy a por otra. Tommy, ¿me ayudas?

—¿A buscar una cerveza?, ¿cuánto te crees que pesa?

—¡Que vayas!

Alarmado, Tommy recoge la suya y se apresura a trotar detrás de Rebeca. En cuanto desaparecen entre la masa de gente, deseo que se hubieran quedado. Esto va a ser muy incómodo.

Sin otra cosa por hacer, me siento en el taburete de Tommy, frente a Jane. Ella sigue con la mirada clavada en la zona de billar, aunque dudo que esté prestando atención a la escena. Con una mano, juguetea con el vaso de cerveza que acabo de traer. Lleva puestos varios anillos plateados, y estos repiquetean contra el vaso húmedo cada vez que mueve la mano. No sé por qué me fijo en ese detalle. Me gustaría que no llevara una chaqueta de manga larga, porque así podría ver si también lleva sus quinientas pulseritas habituales.

Como no sé qué hacer —y seguir mirándola va a ser un poco perturbador— termino optando por darle un trago a mi cerveza. Uno largo. Ni siquiera me gusta demasiado, pero es mejor que quedarme ahí sentada de brazos cruzados.

Además, de alguna forma consigo que Jane también le dé un trago a la suya y se vuelva hacia mí.

Pequeñas victorias.

Transcurren unos segundos de silencio —o minutos, no estoy muy segura—, pero ya no me parecen tan malos. Me parecen mejores porque ahora sí que me está mirando. De alguna forma, vuelvo a existir en su mundo y eso hace que mis hombros se relajen.

Jane juguetea con el vaso con ambas manos. Me pregunto si será un gesto nervioso. Como tiene los codos apoyados en la mesa, está un poco encorvada hacia delante. Nada que ver con mi postura tensa, que consiste en tener las manos en mi regazo y la espalda más recta que un palo. Ella va sin maquillaje y yo sigo con el aspecto ahumado y exagerado. Ella lleva una chaqueta vieja y yo voy con mi top ajustado. Ella va con el pelo atado de cualquier manera y yo perfectamente arreglado y recién cortado. Y aun así mi estilo no es ni comparable al suyo.

Jane, que ha estado contemplando cualquier parte de mi anatomía que no fueran mis ojos, por fin asciende un poquito hasta encontrarlos. No sé muy bien qué interpretar en su mirada. No sé si es bueno o malo.

—Estás rara. —Es su primera conclusión.

Empezamos bien.

—¿Rara bien o rara mal?

—Mmm... —Lo considera unos instantes, viendo el conjunto entero—. Eso deberías decidirlo tú.

Supongo que es lo más positivo que puedo esperar ahora mismo, así que me permito darle otro trago a la cerveza. Esta vez, ella no me sigue. Aunque no deja de mirarme.

Vale, me estoy poniendo nerviosa. Intento meterme un mechón de pelo tras la oreja, pero llevo el pelo tan corto que se me sale enseguida y eso me pone más nerviosa todavía.

—Tú sigues igual —observo.

—No me gustan los cambios.

—Pero tienes trabajo. —Cuando me mira de forma inquisitiva, me encojo de hombros—. Tommy me lo dijo.

Y cotilleamos tu Omega cada día.

Eso hace que vuelva a su postura defensiva de antes. Menos mal que no ha indagado.

—Sí, no está mal —admite en voz baja. Con la música de fondo, tengo que inclinarme un poco para entenderla—. Me da experiencia de cara a futuros trabajos y el jefe es simpático. Siempre deja que ponga mis propias canciones. Al menos, dos o tres veces por sesión.

—Eso está genial.

—Sí.

Silencio.

—Luego tengo que poner las canciones que eligen los oyentes —añade, supongo que para cortar el silencio.

Admito que me duele que estemos en esta situación, aunque a la vez puedo entenderlo. Después de todo, fui yo quien se alejó en primer lugar. Yo lo hice de forma física y ella ahora lo hace de forma emocional. Me sorprende lo poco que me molesta. O lo bien que lo entiendo.

Aun así, me gustaría volver a la dinámica de antes. Fuerzo una sonrisa.

—Dudo que elijan alguna que te guste.

Para mi sorpresa, Jane esboza media sonrisa y me devuelve la mirada.

—Pues no. Tienen el gusto metido por el culo.

—Dijo la fina dama.

—Las cosas como son. —Parece que va a decir algo más, pero al final vuelve a centrarse en su vaso—. Me piden las canciones más repetidas de la historia. Y las más cursis.

—Oye, ¡que algunas están muy bien!

—Si tienes el gusto metido por el...

—A me gustan.

Ante mi tono, Jane pone los ojos en blanco. Siento que lo hace de forma divertida.

—Claro que te gustan —murmura al final.

—No eres especial por odiar cosas que el resto amamos, Jane.

—Un poco sí. —Estoy a punto de protestar, pero entonces me doy cuenta de que sí, está bromeando—. Pero tú, específicamente, tienes mal gusto.

—¡No es verdad!

—Seguro que llamarías a la cadena para poner la canción más repetida de la historia. La de Navidad de Mariah Carey, por ejemplo.

—Pues me parece una canción genial, ¡y te tocaría ponerla sin protestar!

—Tendrían que arrastrarme para que pusiera esa mierda.

—¡Oye! —Aunque esté bromeando, me tomo la libertad de darle un manotazo en el brazo. Que no se aparte me parece una buena reacción—. Vale, esa no te gusta, pero hay otras que están muy bien.

—¿Como cuál? Si dices Eye of the tiger, Take on me, I will survive o el puñetero Aserejé... me rompo el vaso contra la cabeza. Te lo advierto.

Intento no reírme. No sé cómo de asentadas estamos como para que pueda reírme de sus desgracias sin que se enfade. Aun así, es gracioso.

—Pues no iba a decir ninguna de esas.

—Sí, seguro.

—Iba a decir Heaven, de Bryan Adams. O Bed of roses, de Bon Jovi. O incluso With or without you, de U2. Esas son clásicas y están bien.

Jane intenta ocultar una pequeña sonrisa que no entiendo muy bien. Cuando levanta la vista hacia mí, ha desaparecido y vuelve a parecer irritada.

—Solo puedes elegir una.

—Esa decisión la tomaré cuando llame a la emisora para torturarte.

Pese a que hasta ahora hemos estado de broma, la que acabo de hacer no le sienta muy bien. O directamente no está en el estado mental como para reírse. En su lugar, suspira y le da otro trago a la cerveza.

—Tengo que ir a trabajar.

—Oh, ¿quieres...?

No me da tiempo a responder. Rebusca en sus bolsillos hasta encontrar el cambio correspondiente a la cerveza, lo deja sobre la mesa y me mira un momento. Parece que va a decir algo. Incluso separa los labios. Pero entonces los vuelve a unir en una dura línea y se marcha sin añadir nada más.

Para cuando llegan Tommy y Rebeca, no sé qué decirles. No sé si sigue enfadada, si es peor que antes, si es mejor o si ha venido porque quiere apostar un poco por esta amist... relac... bueno, por lo que sea esto.

Ellos son una compañía maravillosa siempre me hacen reír, pero ambos tienen clases al día siguiente y no tardamos en concluir la noche. Mi idea es volver a casa en autobús, pero Tommy enseguida se ofrece a llevarme en coche. Incluso Rebeca se apunta, y se dedican a cantar a todo volumen las canciones de la radio.

Cuando empieza a sonar I will survive a petitición de uno de los oyentes, tengo que contenerme para no soltar una carcajada.

Tommy detiene el coche de un frenazo —como de costumbre— delante de la casa de mis padres. Tanto él como Rebeca se giran a la vez y se dan un cabezazo. También sueltan una palabrota al unísono.

—¿Estáis bien? —pregunto.

—Sí, sí —aseguran... a la vez.

—Empezáis a dar un poco de miedo.

—¿Quieres hacer algo mañana? —pregunta Rebeca, que todavía se está frotando la cabeza—. Termino el ensayo a las cinco y después estoy libre.

—¿Y yo no estoy invitado? —protesta Tommy.

—Tú tienes trabajo.

—Ah, es verdad.

—Si Cris no me pone nada —intervengo—, me encantaría quedar contigo.

—¡Genial!

—Nos vemos mañana —añado.

Ella se da un toquecito en la mejilla. El gesto me pilla un poco desprevenida, y no porque sea algo raro en ella, sino porque es una cosa que no hacemos desde hace muchos años. Tardo unos instantes en reaccionar. Entonces, me inclino hacia delante para darle un beso en la mejilla.

—Em... —murmuro—, buenas noches.

—Ejem. —Tommy se da un toquecito en la mejilla.

—Cállate —le dice Rebeca, y le empuja la mejilla hacia un lado.

—¡Oye!

Mientras ellos discuten de fondo, recojo mis cosas y les doy las gracias por acompañarme. Dudo mucho que me oigan, pero aun así me bajo del coche.

Uf, hace frío. Apresurada, recorro el caminito de la entrada y llamo al timbre. Por suerte, papá me abre antes de que pueda congelarme.

—¿Qué tal, Li...?

Su silencio me pilla un poco desprevenida. Levanto la mirada para encontrar la suya. Papá, la persona menos expresiva del universo, tiene los ojos muy abiertos y la mandíbula desencajada.

—Pero, ¿qué...? ¿Qué llevas...?

—¡Oh!

Se me había olvidado que ellos no han visto mi cambio de look. Vaya.

No sé si su cara es de horror o de sorpresa positiva, y eso me pone un poco nerviosa. Carraspeo y le enseño mejor el pelo recién cortado.

—¿Qué te parece? Cris dice que es para hacer marca de artista o algo así.

—¿Qué...? —repite, con la misma cara.

—Por favor, dime que no estoy horrible.

—N-no... es... em...

—¿Qué pasa? —pregunta mamá por ahí dentro.

Tengo más esperanzas en su reacción, así que espero en el umbral de la puerta con la postura menos casual de la historia. Su figura aparece por la entrada del salón. Al igual que papá, se queda parada un momento.

Y entonces —menos mal—, esboza la sonrisa más entusiasta de la historia y se acerca corriendo.

—Pero ¡¿qué te has hecho?! ¡¡¡Estás preciosa!!!

Mientras toquetea mi pelo y me sujeta la cara para ver mejor el maquillaje, por fin esbozo una sonrisa.

—¿Te gusta?

—¡Me encanta, cariño! Mírate, qué misteriosa. ¡Te queda muy, muy, muy bien!

—Oh, mamá, gracias.

Ella sigue sonriendo cuando mira a papá. Él sigue pasmado.

—Em... —repite este último.

—Eso es que le gusta —asegura mamá, restándole importancia—. ¡Entra de una vez! ¿No te estás congelando?

—Estoy bien.

—Tonterías.

En tiempo récord, ya me tiene sentada en el sillón con una mantita encima. Pelusa maúlla con pereza y viene a tumbarse encima de mí. Lo hace con más ganas de molestar que de estar conmigo.

Y por eso nos cae bien.

Apenas le estoy dando la primera caricia a Pelusa cuando papá por fin entra al salón. Por su cara, cualquiera diría que ha presenciado un evento traumático. Aun así, se sienta en el sillón opuesto al mío y vuelve a su libro, que era lo que estaba haciendo antes de que yo llegara.

—¿No te gusta, papá? —pregunto, aunque no sé si quiero saber la respuesta.

Mamá aparece a la velocidad del rayo y asoma la cabeza desde la cocina. La mirada que le echa a papá podría cortar un filete entero.

—Em... —repite este por enésima vez—. Es distinto.

—Creo que era el objetivo —murmuro, divertida.

—Ya, pero... ¿no es muy...?, ¿un poco...?

—¿Exagerado?

Por su cara, creo que es la palabra que tenía en la cabeza pero que no quería decir.

—No pasa nada, papá —aseguro—. Todas las opiniones son buenas.

—Eso díselo a tu madre cuando me regañe por esto.

—No te regañará, exagerado.

—Bueno, pero me mirará mal. —Tras lanzar una miradita rencorosa a la puerta de la cocina, papá vuelve a centrarse en mí—. Si lo que quieres es una respuesta... No, no te queda mal. Está bien. Es solo que, por un momento...

No termino la frase por él. Más que nada, porque esta vez no tengo ni idea de cómo terminará esto.

Papá se pasa una mano por el pelo y suspira.

—Por un momento he sido consciente de la edad que tienes —finaliza por fin.

Su frase flota entre nosotros durante unos segundos. Confusa, frunzo el ceño.

—¿Me estás llamando vieja?

—Te estoy llamando adulta. O joven adulta, al menos. —Otro suspiro—. Es que... de pronto he sido consciente de lo mucho que has crecido. Y de que... bueno..., ya no eres mi niña pequeña. Pero te queda bien, Livvie. Pareces una estrella del rock.

Observo a papá durante unos instantes. La emisora que tenía puesta de fondo nos acompaña, y es lo único que corta el silencio. Sé lo difícil que es para él hablar de estas cosas. Sé que la última frase es para que no indague más en el resto de la información que me ha dado. Sé que quiere cambiar desesperadamente de tema.

Hoy decido ser buena y no obligarle a compartir más de lo que quiere.

—Mañana empezamos con los tatuajes —comento.

Papá da un respingo.

—¡De eso nada!

—¿Cómo? —pregunto, pasmada.

—Nada de tatuajes.

—Pero ¿tú te has visto?

—¡No es lo mismo! Nada de tatuajes.

—Siento decirte, papá, que ya tengo dieciocho años y no necesit...

—¡Nada de tatuajes!

Con un gesto impaciente, da por finalizada la conversación y vuelve a su librito. La música sigue acompañándonos de fondo. Echo una miradita divertida a Pelusa. Juraría que me la devuelve.

—Vale, nada de tatuajes —admito.

—Bien.

—Empezaré por los piercings.

Papá da el segundo respingo seguido y suelto una risita divertida. En cuanto se da cuenta de que estoy bromeando, farfulla algo entre dientes y hunde la nariz en su libro para ignorarme.

Justo en ese momento, cuando dejo de reírme, me doy cuenta de que tiene puesta la emisora de Jane. Reconozco la voz del presentador.

—...no muy habituales, ¿verdad? En fin, queridos oyentes, el tema que toca a continuación viene de parte de nuestra DJ. Es un clásico de los ochenta, uno de esos que no pasan de moda por mucho que los escuches. Preguntadles a vuestros padres y abuelos, niños, que seguro que la han escuchado más de una vez. Vamos con... ¡Heaven, de Bryan Adams!

En cuanto empiezan a sonar las primeras notas del piano, papá deja el libro a un lado y asiente con aprobación.

—Me encanta esta canción —murmura.

No soy capaz de responder. Estoy ocupada intentando ocultar la sonrisa más grande que esbozado en mucho tiempo.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro