Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo XVIII

XVIII - BESOS

—¿A ti te sabe a algo?

—Mmm... no.

Ante mi respuesta, Tommy me quita el porro de la mano y se lo lleva a los labios. Le da una calada, tose, y vuelve a dármelo. Yo hago exactamente lo mismo. En cuanto toso, tengo que contener una arcada. Qué asco.

Hemos decidido vernos en su casa. Su hermano tiene la graduación de no sé qué curso de profesionalización —se saca uno cada dos años, así que ha perdido un poco la emoción—, así que estamos solos.

La cosa es que, en la última fiesta, Tommy decidió que era buena idea hacerse amigo de un grupito con aspecto raro. Estos le prometieron que si cumplía con no sé cuántos retos conseguiría un porro gratis. No es que mi amigo necesite mucha motivación para aceptar retos, así que el caos estaba servido.

Ahora, sentados en su sofá, con las cortinas echadas y las ventanas cerradas para que sus vecinos no sospechen —como si fueran a asomarse o algo—, nos lo estamos pasando el uno al otro.

—¿Estás seguro de que eso es maría? —pregunto, confusa.

—¡Eso me dijeron!

—Y esos tipos raros que ofrecían porros gratis parecen muy honrados, ¿no?

—Oye, al menos yo le doy un poco de vidilla a esta amistad —protesta, dándole otra calada. Intenta aguantarlo, pero enseguida se pone a toser como un desquiciado y me lo devuelve—. Yo... yo estoy un poco mareado, ¿eh? Creo que está funcionando.

—Tommy... a mí me sabe a pizza.

—¿Cómo te va a saber a pizza?

—¿Estás seguro de que eso nos estamos fumando no es orégano?

Una pregunta que jamás pensé que leería.

Hay un momento de silencio incómodo. Tommy le da la vuelta al porro y le echa una ojeada. No sé si se piensa que podrá diferenciarlo o algo así, pero por lo menos parece muy concentrado.

Al apagarlo contra el cenicero que siempre esconde bajo su cama, tuerce el gesto.

—Vale —admite en voz baja—, quizá me hayan timado.

—A ver, te salió gratis... técnicamente, no es tan timo.

—¿Eso es para consolarme?

—Un poco. ¿Funciona?

—Un poco.

Esbozo una sonrisa, pero esta se borra en cuanto él resopla y se hunde un poco más en el sofá. Odio no saber qué decirle, porque también soy consciente de que hay algo que le molesta. Tommy no fuma, ya sea tabaco o cosas peores. Si hoy le ha dado por hacerlo, es que algo le va mal. No quiero sacar el tema y que se ponga incómodo, y normalmente me aguantaría las ganas, pero hoy particularmente me siento más lanzada.

—¿Quieres que vayamos a por uno de verdad? —pregunto.

—¿Ahora?

—¿Por qué no?

Lo considera unos instantes.

—Siento que te estoy induciendo al mundo oscuro de las drogas —admite al final.

—No pasa nada, ya estoy pervertida por la vida.

—Pero no sé dónde empezar a buscar ni nada...

—Creo que tengo una idea. Si te fías de mí, claro.

—Contigo hasta el fin del mundo, querida Olivia.

Sonrío y me estiro para alcanzar mi móvil. Apenas tardo unos segundos en encontrar el contacto que necesito.

Livvie: Cómo está mi tío favorito? :)

Tío Liam: miedo me das

Livvie: Necesito un pequeño favor

Tío Liam: aquí nada es gratis

Livvie: Necesito un pequeño favor a cambio de no contarle a papá quién se comió su cena de anoche y luego lo negó

Tío Liam: abuso de poder

Livvie: Necesito verme con mi amiga maría, y creo que tú tienes su número por ahí. No sé si me entiendes :)

Tío Liam: no sé de qué hablas, no tengo nada de eso

Livvie: A cambio, no le diré nada a papá y te deberé un favor muy grande

Tío Liam: ¡vaya, si tengo su número justo aquí!

Después de darle la dirección de Tommy, nos quedamos esperando un rato con música de fondo. Poner música me hace pensar en Jane, y en que hoy tenía una nueva entrevista de trabajo. Tengo que preguntarle cómo le ha ido.

Mi tío aparece al cabo de unas cuantas canciones y nos pasa la mercancía sagrada como si fuera un acto totalmente inmoral. Quizá lo sea, la verdad. Pero verle con gafas de sol y gorrito me hace demasiada gracia como para cuestionármelo.

—Está mezclado con tabaco —dice en voz baja—. No quiero que os dé un amarillo, que sois muy jóvenes.

—¡Gracias, tío Li...!

—¡Shhh! ¡No digas mi nombre!

Y se marcha corriendo.

Tommy cierra la puerta y volvemos al sofá. Esta vez sí que sabe diferente. Y coloca. Tarda un rato en subir, pero al menos no siento que estoy aspirando una pizza.

Mientras Tommy me pasa el porro, enciende la que él llama lámpara de los fumados. Básicamente, consiste en una lucecita que va cambiando de color y que ilumina el salón de forma tenue y pausada. Nunca lo he entendido, pero creo que ahora empiezo a hacerlo.

Acepto el ofrecimiento y le doy otra calada muy lenta.

—¿Me vas a contar qué te pasa? —pregunto.

—Vaya, alguien está directa.

—Últimamente tengo poca paciencia —admito con media sonrisa—. ¿Quieres hablar de ello?

—No voy a contarte nada nuevo.

Ese tono es distinto. Tommy se pone serio en situaciones muy específicas, y esta es una de ellas. Le devuelvo el porro y le da una calada. Creo que es solo una excusa para tomarse su tiempo para responder, así que le dejo bastante margen para que pueda pensarlo.

Al cabo de unos segundos, empieza a hablar sin mirarme.

—He estado pensando en lo que me dijiste. Eso de estudiar algo por la línea de relacionarse con la gente. No es mala idea.

—Claro que no —murmuro, apoyando el brazo en el respaldo del sofá que ocupamos—. De hecho, creo que se te daría genial. Y no te lo digo porque te quiera.

—Oh, ¿acabas de admitir que me quieres? Eres un encanto.

—Menos ironías —protesto—. ¿Vas a estudiarlo, entonces?

—Me gustaría.

—Siento que ahí falta un pero.

—Pero —admite con media sonrisa triste— no creo que mis notas estén a la altura de ninguna de esas carreras. Nunca me aceptarían. Estuve a punto de suspender dos asignaturas, y no sé cómo llegué a pasarlas.

—No digas eso —murmuro, apenada.

—Es que es verdad. Puede que se me dé bien relacionarme con la gente, pero a la hora de estudiar soy inútil.

—Bueno, y yo soy horrible a la hora de relacionarme pero se me da bien estudiar. Cada uno tiene sus cosas, Tommy, pero eso no te convierte en un inútil.

—Lo que me convierte en un inútil es que me rechacen en todas las universidades.

—¡Todavía no te han rechazado! —insisto, acercándome a él—. Las cartas llegan a finales de verano, ¿no? Pues todavía tenemos un mes para no tener que pensar en ello. Y sí, quizá alguna te rechace, pero eso no quiere decir que todas vayan a hacerlo. Estamos todos igual, Tommy. —Hago una pausa para ver si está funcionando. Por su sombra de sonrisa, deduzco que sí—. ¿A ti no te molestaría que me llamara inútil a mí misma?

—Mucho.

—Pues eso. No lo hagas. Te prohíbo no tener autoestima.

Esta vez, suelta una risa que es mucho más Tommy que el resto de la conversación. Sonrío de vuelta.

Al menos, hasta que me besa en el cuello.

A ver, no es que nunca haya pasado. De hecho, la mayoría de veces que nos quedamos solos terminamos en las mismas. Es solo que esta vez lo siento de forma diferente. Sus labios están cálidos y la sensación que me producen en el cuello es muy agradable. El cosquilleo de la barba de su mandíbula es agradable, también. Y me gusta. Y no quiero que pare.

Pero en cuanto pienso en Jane..., me siento incómoda.

No creo que hayamos hablado abiertamente del tema de Tommy, y tampoco creo que entienda exactamente cómo es la relación que tengo con mi amigo. No es romántica, eso lo tengo claro. El problema es que sí que es física, y eso alguien externo puede confundirlo. Podría acostarme con él y no pasaría nada. Los sentimientos que tengo por ella no cambiarían. La cosa es que no sé si los suyos sí lo harían, y hasta qué punto saldrían heridos.

Estoy pensando en todo esto cuando, oficialmente, ni siquiera salimos juntas. No somos nada formal. No le debo nada. Aunque, en cierta forma, sí que tengo una responsabilidad. O eso supongo.

Tommy debe notar que algo va mal, porque se aparta con el ceño fruncido. Ya me había metido una mano por la camiseta —no pierde el tiempo—, pero la retira lentamente.

—Perdón —dice, aunque no sabe por qué se está disculpando. Eso me rompe un poco el corazón.

—No pasa nada.

—Debería haberte pedido permiso.

—No tienes que pedirme permiso de nada.

Aun así, la habitación se ha quedado teñida del porro a medio consumir que reposa en el cenicero, el humo que nos envuelve, la luz cambiante y la tensión que rezumamos los dos. Bajo la mirada, incómoda, y vuelvo a observarlo. Siento que se ha hundido todavía más, y puedo entender por qué. Nunca antes había rechazado sus avances. En ocasiones bromeo con ello, pero no es algo real. No es como esta vez.

Tommy no me mira, y sé que va a tardar unos pocos segundos en bromear para que yo no sepa que está afectado. Pero lo sé, claro. Y no puedo ignorarlo. No me gusta que esté así. Igual que tampoco me gusta la sensación de vacío que se me ha quedado cuando se ha apartado.

Más por impulso que otra cosa, me pongo de rodillas sobre el sofá y le giro la cabeza para acercarlo a mí. Tommy parece sorprendido, pero no se aparta cuando uno nuestros labios. Lo he besado tantas veces que ya sé cómo va a reaccionar, y efectivamente me toma de la nuca y de la cintura. Sus manos fuertes intentan tirar de mí hacia él, pero no dejo que me mueva del sitio. Le paso una mano por el pecho, por el abdomen y llego a su bragueta. La deshago sin mirar. Él sonríe bajo mis labios, así que le doy otro motivo para sonreír y me separo para recorrer el mismo camino con la boca.

Una cosa que deberíamos saber de Tommy es que no tiene paciencia, y hoy yo tampoco dispongo de ella. Aunque normalmente me tomaría mi tiempo para recrearme en hacerle sufrir un poco, hoy me limito a ir a por el premio final. Y creo que lo agradece, porque me sujeta la cabeza con una mano y con la otra agarra el sofá. Tiene los nudillos blancos.

Al cabo de un buen rato, tengo la cabeza apoyada en su regazo y contemplo el techo. Tommy me acaricia el abdomen desnudo de manera distraída y luego me pasa el porro que todavía teníamos a medio fumar. Cuando veo que me sonríe, lo hago de vuelta. Me siento bien.

Aunque... no es suficiente.

—Debería irme a casa antes de que vengan tus padres —comento.

Su sonrisa se convierte en una mueca de sorpresa.

—Podemos ventilar el salón y luego subir a mi habitación, ¿eh? Estrenaron una serie hace poco que quiero ver.

—Nah, está bien.

—¿Segura? —Tuerce el gesto—. No quiero que pienses que te invitado para... bueno...

—Oh, no pienso eso —aseguro, divertida, y empiezo a vestirme otra vez—. Nos vemos mañana, si quieres.

—Eh... sí, vale. ¿Estás bien?

—¿Yo?

—Sí. No sueles irte tan pronto.

Tiene razón, pero aun así me encojo de hombros.

—Me ha entrado una oleada de inspiración. Eres mi musa, Tommy.

Eso último es en tono de broma, y le saco una risa irónica.

Vuelvo a casa andando a paso rápido. Sin darme cuenta, repiqueteo el ritmo que se me ha ocurrido con un dedo. Me encanta que se me haya ocurrido algo nuevo, porque hacía días que me notaba bloqueada. Quizá ha sido el subidón de seguidores, no sé. Últimamente miro demasiado mis redes, y mis números, y mi todo. Quizá no debería hacerlo tanto, porque no quiero que afecte a mi productividad.

Antes de llegar a casa, me paro en la tienda cerrada de papá. Agradezco que sea el día que cierra, porque así puedo entrar en el cuarto de baño y asegurarme de que estoy medio presentable antes de ir a casa. Me limpio la cara y las manos, me lavo los dientes, me pongo un buen chorro de perfume... Solo me falta que sospechen lo que he estado haciendo. No quiero ni imaginarme el castigo.

Sin embargo, en cuanto me acerco a casa, me sorprende encontrarme a Jane dando vueltas por el jardín delantero. Tiene las manos en los bolsillos y no sé qué clase de música estará escuchando, pero tiene muy mala cara. Algo ha pasado.

Me acerco a ella y, divertida, le doy un pellizco suave en la costilla. Me espero una reacción burlona, pero lo único que recibo es un brinco y un ceño fruncido.

Oh, oh.

Se quita los auriculares, frustrada, y los lanza dentro de su bolsillo.

—Hola —musita.

—Eh... hola.

—¿No vas a decir nada?

—Antes de que confiese alguno de mis crímenes... ¿y si me dices a qué te refieres, exactamente?

La pregunta hace que ponga todavía peor cara, si es que eso es posible. En realidad, da un poco igual. Me gusta ponga la expresión que ponga.

—¿Y bien? —insisto.

—No sé, Livvie, ¿a ti qué te parece?

—Em...

—¡Te he estado esperando una hora!

Su declaración me deja todavía más sorprendida. Más que nada, porque no entiendo qué culpa tengo yo de que haya estado aquí una hora.

—¿Y por qué no me has avisado? —pregunto—. Habría vuelto antes.

—Será una broma.

—Jane, no sé...

—¡Habíamos quedado!

—¿Eh?

—¡Habíamos quedado en vernos aquí a las cinco de la tarde! Son las seis. ¿Me explicas dónde estabas? Bueno, da igual. Mejor no me lo digas.

Quizá le respondería, pero lo cierto es que me he quedado en blanco. Lo único que puedo hacer es parpadear como una idiota. Trato de rememorar todas nuestras conversaciones en busca de un solo dato que se me haya podido pasar por alto, pero no recuerdo ninguna mención a vernos hoy.

—¿Estás segura de que habíamos quedado? —pregunto al final.

Jane deja de andar y se vuelve hacia mí. Está casi tan enfadada como la noche de la fiesta. Especialmente cuando desbloquea su móvil y me lo pasa para que vea la pantalla. En ella, puedo ver varios mensajes que nos mandamos ayer por la madrugada. Tal y como dice ella, le propuse que viniera a verme a las cinco de la tarde.

Mierda.

No sé qué decir. Tiene toda la razón del mundo no solo por dejarla plantada, sino también porque la idea fue mía.

—Em... —comienzo, sin saber cómo terminar.

—Se te había olvidado, ¿verdad?

—B-bueno... no sé...

—No me lo puedo creer. Y yo aquí esperando como una idiota...

—¡Todavía podemos hacer algo! —aseguro enseguida—. Déjame invitarte a alguna cosa. O... o robamos otra vez en esa tienda, que fue divertido. Esta vez tú hablas y yo robo, ¿vale? Así te compenso la espera con unas risas.

Sé que no va a funcionar antes incluso de que empiece a negar con la cabeza, pero aun así tenía que intentarlo.

—No me apetece —dice, simplemente—. Quiero ir a casa.

—¿Y si te acompaño?

—Quiero estar sola. He tenido una entrevista de mierda, he estado una hora esperando y noto que mi mal humor empieza a ser peligroso, así que... por favor, hoy no.

Noto que se me hunden los hombros. No me gusta que Jane se enfade conmigo. Lo siento como si la hubiera defraudado. Mi corazón empieza a latir más deprisa y trago saliva.

—Lo siento —murmuro.

Su expresión, pese al cabreo, se suaviza un poquito.

—Da igual. Mira... te has despistado o lo que sea y lo entiendo. Nos puede pasar a todos. Pero es que hoy no es mi día.

Pese a lo que dice, no se mueve de su lugar. Y sé, muy en el fondo, que no quiere marcharse del todo. Es algo que me gusta, porque significa que me cree al decirle que no me acordaba de haber quedado con ella. Que confía en mí. Está bien, porque es completamente cierto; no tenía ni idea.

Pero eso es una preocupación de la futura Livvie, supongo.

Ahora que la tengo delante y un poco más tranquila, me acerco y tanteo mis posibilidades rozándole la mano. No se aparta, lo que me lleva a dar otro pasito en su dirección. Entrelazo nuestros dedos.

—Lo siento —repito.

—No pasa nada.

—Sí que pasa, por eso me disculpo.

—Vale, pues discúlpate cincuenta veces, si te hace sentir mejor.

—Me haría sentir mejor que me dejaras besarte.

Su boca, que hasta hace un momento estaba torcida en una mueca, tiembla con una pequeña sonrisa. Intenta ocultarla, pero es muy tarde. Y la aprovecho para adelantarme.

A diferencia de Tommy, cuando beso a Jane no lo hago por comodidad, o en una búsqueda de sentirme mejor conmigo misma. Lo hago porque me apetece. No sé explicarlo mejor que eso. Mi cuerpo, simple y llanamente, me impulsa a hacerlo, a buscar más, y nunca parece estar del todo saciado.

Suelto su mano para sujetarle la cabeza justo donde lo necesito, y esta vez se me olvida un poco todo eso de que ella tiene poca experiencia. En lugar de ser suave y delicada, abro la boca bajo la suya y le acaricio los labios con la lengua. Creo que la pillo un poco desprevenida, porque Jane se sujeta a mis brazos por impulso, sin saber qué más hacer. Sonrío y, mientras sigo tentando sus labios, bajo las manos por su cuello y sus hombros. Las paso por su espalda, notando la tensión de cada músculo mientras sigo bajando, y cuando encuentro su cintura la acerco un poco más a mí. Su pecho se pega al mío, y es el momento que aprovecho para besarla de verdad.

No me intento engañar a mí misma; sé que he pensado en cómo sería besarla de verdad, a lo brusco. Me lo he imaginado una cantidad de veces un poco vergonzosa. Aun así, la realidad supera la expectativa. Jane abre la boca y emite un sonido que me lleva a clavar los dedos en su espalda. Mi lengua roza la suya, y bajo las manos un poquito más. Noto que se tensa al alcanzar sus pantalones, pero no me detiene. Son cortos, así que paso por encima de la tela con la punta de los dedos hasta llegar a sus muslos. A estas alturas, lo único que oigo es el sonido húmedo de nuestras bocas, porque ha empezado a devolverme la intensidad que le estoy pidiendo. Aprovecho para meter los pulgares ligeramente por la parte baja de sus pantalones. No sé cómo, pero consigo sujetarle el culo con ambas manos.

Y entonces debe ser demasiado para ella, porque separa su cabeza de la mía y me contempla con confusión.

—¿Qué haces? —pregunta.

A modo de respuesta, me lanzo otra vez a besarla. Jane reacciona de forma un poco brusca y, en lugar de repetir la pregunta, se aparta varios pasos de mí. No entiendo nada.

—¿Qué haces tú? —pregunto, igual de confusa—. Pensaba que te estaba gustando.

—No aquí, Livvie. ¡Y no así! —Su expresión vuelve a ser como la de antes—. ¿Se puede saber qué te pasa hoy? ¿Y por qué tienes las pupilas así?

—¿Eh? Y-yo...

—¿Has estado fumando? —Cuando ladea la cabeza para comprobarlo, yo aparto la mirada. No sirve de mucho—. No me lo puedo creer... ¿me has dejado plantada por ir a fumar por ahí?

—¡No ha sido exactamente así! —Esta vez, es mi turno para irritarme—. Ya te he dicho que se me había olvidado, ¿qué más quieres?

—No lo sé, Livvie.

—Entonces, tampoco esperes que yo lo sepa.

Hay algo en mi respuesta que le cambia la expresión. Ha tenido muchas desde que ha llegado, pero esta es la que más me choca. Es casi... decepción. Aprieto los labios para disimular el golpe invisible que acabo de sentir.

—Me voy a casa —dice, finalmente, en voz más baja—. Llámame cuando tengas claro que quieres verme.

No dice nada más. Ni siquiera se despide. Yo tampoco lo hago. Me quedo ahí plantada, viéndola desaparecer. Y entonces mi dedo vuelve a moverse en sintonía con la marea de canciones que se me están ocurriendo. Necesito tocar el piano.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro