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Capítulo XVII

XVII - COMENTARIOS

Estoy que no me lo creo. Miro a mamá con los ojos muy abiertos, esperando que no se lo piense mejor y decida quitármelo a última hora.

Pero no. Deja mi móvil lentamente sobre la mesa y yo, a la misma velocidad, me acerco a recogerlo.

Esto parece un duelo de vaqueros.

Doy otro pasito. Uno muy pequeño. Me siento como si estuviera intentando no espantar a un animal salvaje. Otro pasito. Estiro el brazo. Mis deditos ansiosos ya tocan la encimera de la cocina. Avanzo un poco más y...

Justo cuando estoy a punto de tocar el móvil, papá lo pilla y lo levanta por encima de su cabeza. Se me escapa algo parecido a un gruñido de desesperación.

—¿Has aprendido la lección? —me pregunta, muy serio.

—¡Sí, sí!

—Dáselo, venga —indica mamá.

—¿Y qué me dice a mí que está diciendo la verdad?

—¡Yo te lo digo! —aseguro en voz chillona, prácticamente dando saltos detrás del taburete.

—Livvie, solo hace una semana que te lo quitamos.

—Pero ¡han pasado muchas cosas! ¡Soy una persona mueva!

Papá sigue sin parecer muy convencido. Por suerte, mamá lo está mucho más que él y le quita el móvil. Esta vez, me lo pone directamente en la mano.

—Estoy confiando en ti —dice en tono de advertencia.

—¡Y no te arrepentirás en absoluto! ¡Gracias, mami!

La última vez que la llamé mami fue para que me comprara las zapatillas que estaban de moda en clase. No funcionó demasiado bien, porque dijo que no hay que comprarse cosas solo porque estén de moda. Menos mal que hoy la he pillado un poco más tranquila.

Veo que papá abre la boca otra vez, así que me apresuro a dar media vuelta y salir corriendo. Si le da por cambiar de opinión, yo ya estaré lo suficientemente lejos como para que no me alcance a tiempo. O esa es la intención, por lo menos.

La fe mueve montañas. Y jóvenes adultos.

Me encierro en mi dormitorio con una gran sonrisa y, por supuesto, enciendo el aparatito. Para mi desgracia, está con la batería por los suelos, así que me toca correr otra vez para enchufarlo. Espero no encontrarme con más sustos.

Puede que solo hayan pasado siete días, pero aun así empiezan a llegarme todas las notificaciones de golpe. Me sorprende que haya tantas porque, honestamente, no tengo tantos amigos. Cuál es mi sorpresa cuando veo que, a parte de los mensajes, la gran mayoría son de Omega.

Cuando abro mi perfil, casi me caigo de espaldas al suelo. Son del último vídeo que subí y que, por algún motivo, tiene... no, imposible.

Reviso la cifra varias veces, todavía con los ojos muy abiertos. No, no. Esto es imposible. Tiene que haber un error.

¡Un millón de visualizaciones!

No sé si empezar a hiperventilar o limitarme a existir ante ese número tan vertiginoso. Al final, solo me sale contemplarlo con perplejidad.

Lo primero que hago al reaccionar es llamar a la última persona que me mandó un mensaje. Es Jane.

—Hol... —intenta decir, pero la interrumpo enseguida.

—¡¿Has visto el vídeo?!

Hay un momento de silencio confuso.

—Em... no estamos hablando de porno, ¿verdad?

—¿Eh? ¡No!

—Bien, porque... yo no lo veo.

—Pero ¿de qué estás hablando?

—No sé, ¿de qué hablas tú?

—¡De mi vídeo en Omega!

—Ah, vale. —Suena incluso aliviada. Aunque ahora no me da tiempo de burlarme, me reservo la bromita para otra ocasión—. Sí, claro que lo he visto. Te has vuelto una estrella, ¿eh? ¡Felicidades, Livvie!

—¡Muchas gracias!

—Wow, nunca te había oído tan entusiasmada.

—¿Eso es malo?

—No, no. Me gusta. Espero oírlo más de ahora en adelante.

Estoy demasiado eufórica como para avergonzarme, así que lo único que me sale es una risita un poco tonta.

—Tienes que subir otro —añade ella—. Con una de las canciones que te pasé, preferiblemente. Así ampliamos tu público objetivo a uno mejor.

—Madre mía, ya tengo manager y todo.

—Ja, ja. Muy graciosa. Pero lo de subir otro vídeo va en serio.

—Sí, debería hacerlo. —Decido ponerla en altavoz para poder revisar los comentarios que hay debajo—. Dios mío, no me lo esperaba. Es decir, he estado promocionándome un poquito, pero... ¿tanto? ¡Es increíble!

—Lo es —admite—. Deberías sentirte muy orgullosa de ti misma. Te lo has ganado.

Sonrío con alegría. En los comentarios hay un poco de todo, desde gente que habla de lo bien que suena hasta otros que comentan que podrían tocar mucho mejor que yo, pero me da igual. Nadie puede quitarme la alegría que tengo ahora mismo.

O... casi nadie.

—Estás muy callada —comenta Jane, y ya no suena tan alegre.

Tardo unos segundos en responder. Me he quedado mirando uno de los comentarios y no sé cómo reaccionar.

—No entiendo —murmuro.

—¿El qué?

—Esto. Hay una persona que me ha puesto algo muy raro. ¿Te crees que eres la única que puede tocar esa canción? —leo en voz alta—. ¿De qué habla?

Esta vez, el silencio viene de la otra parte del móvil. Frunzo el ceño.

—¿Jane? —insisto.

—A ver cómo te digo esto...

—¿Debería asustarme?

—¡No, no! —Suelta un suspiro que no me gusta nada. Oh, no—. Mira, Tommy y yo no queríamos decirte nada hasta que recuperaras el móvil, pero...

—Espera, ¿tú y Tommy? —Si él me ha ocultado algo, es grave. Mi amigo muy rara vez es capaz de callarse las cosas—. Vale, ya estoy asustada.

—¡No lo estés! Es que... te acuerdas de la chica esa de la fiesta de Ashley, ¿no? La que preguntaba a todo el mundo por ti.

—¿Jules?

—Sí, esa.

—¿Qué tiene que ver Jules en todo esto?

—Bueno, resulta que ella también sube vídeos tocando música... y empezó con la misma canción que tú.

—Vale, ¿y qué?

De nuevo, pausa. Me está desesperando un poquito.

—Jane, por favor, dímelo ya.

—Bueno..., una persona le dijo en comentarios que tú también habías empezado con esa canción. Solo eso. Y resulta que ella reposteó ese comentario diciendo que llevaba mucho tiempo recibiendo cosas así, que se sentía muy incómoda... y la cosa se ha descontrolado un poco.

Parpadeo varias veces, tratando de procesarlo.

—¿Se ha descontrolado en qué sentido? —pregunto, temiendo la respuesta.

—Digamos que ha hecho que pareciera que tus seguidores la acosaban... —explica con cansancio—. Y los suyos están por todos tus comentarios insinuando que promueves el acoso hacia ella.

—¿Yo? P-pero... ¡ni siquiera tenía móvil!

—Ya lo sé, Livvie, y sé que se está haciendo la víctima para aprovecharse de ti. La mierda es que le está funcionando, porque su perfil es mucho más grande de lo que era.

Con cara de espanto, entro a verlo. O lo intento, por lo menos, porque resulta que me tiene bloqueada y lo único que puedo hacer es leer su número de seguidores. Casi llega a diez mil. Joder. Ni siquiera he mirado los míos, pero no creo que sea mucho mayor.

—Lo siento —murmura Jane—, no quería que te enteraras tan pronto.

—Está bien —aseguro en voz baja—. Iba a enterarme igual.

—Sí..., pero quería que, por lo menos, disfrutaras un poquito del éxito.

Esta vez, me quedo en silencio. No sé qué más decir. No sé ni cómo reaccionar. Sobre todo porque vuelvo a entrar en mi perfil y empiezo a encontrarme muchísimos más comentarios como ese. Y muchos otros diciendo que debería poner un comunicado pidiendo que cese el odio que recibe Jules. ¿Por qué me están metiendo en todo este lío? ¡Yo solo subí un puñetero vídeo tocando el piano!

—¿Estás bien? —añade Jane tras un rato de silencio—. Sé que es una pregunta un poco inútil, pero... si estás mal, puedes decirlo. Es normal.

—Estoy bien —aseguro en voz muy bajita.

—Mira, déjales un tiempo. Seguro que se les pasa, o que se dan cuenta de que es una tontería, o de que la otra es una manipuladora.

No sé qué decir. Me he quedado un poco bloqueada.

—¿Te importa que hablemos más tarde? —pregunto al final.

—Claro que no, pero... no tienes por qué pasar por esta mierda sola, ¿eh? Yo estoy aquí. Y Tommy también.

Estoy a punto de insistir con que quiero estar sola, pero entonces me doy cuenta de que no, no quiero estar sola. No quiero seguir mirando el móvil, tampoco. Quiero distraerme.

—Sí, vale —murmuro al final.

—Voy a convocar al gabinete de crisis.

—¿El qué?

Media hora más tarde, estoy balanceándome de forma un poco triste en un columpio del parque que hay cerca de mi casa. Jane da vueltas con los brazos cruzados, Rebeca está sentada en un banquito de piedra junto a nosotros y Tommy cuelga boca abajo de la barra que sujeta mi columpio. No sé cómo no se ha matado.

No invoques el mal tiempo.

—A ver, es jodido —admite Rebeca, que está revisando los comentarios con mi móvil—. La chica es... lista, sí.

—Y maligna —añade Tommy.

—Sí, las dos cosas.

—No podemos hacer mucha cosa —dice Jane, todavía dando vueltas con cara de concentración—. A no ser que deshacernos de ella esté dentro de la ecuación.

—¿Y si hacemos algo legal? —sugiero.

—Las cosas legales son muy lentas. Necesitamos actuar con rapidez.

—Yo voto por el crimen —interviene Tommy.

—Yo estoy con Livvie —dice Rebeca, en cambio.

—Vale, empate —admite Jane—. Si no hay unanimidad, no matamos a nadie.

Tengo unas cuantas preguntas respecto a eso, pero prefiero no hacerlas. Si me planteo menos cosas, seré mucho más feliz. Aunque ahora no soy, precisamente, un buen ejemplo de lo que es la felicidad.

—Entonces, ¿qué hacemos? —pregunta Tommy.

—¿Tú te puedes bajar? —sugiere Rebeca con una mueca—. Siento que te vas a caer y no me dejas pensar con calma.

—¡Lo tengo todo controla...! ¡Uy!

Esa ha sido una de sus piernas resbalando por la barra. Por suerte, se agarra con las manos justo a tiempo como para no dejarse los dientes contra la hierba.

Cuando consigue estabilizarse, esboza una sonrisita inocente.

—Ha sido a propósito, para darle emoción.

—Puedo bajarte yo de un tirón —comenta Jane con una ceja enarcada—. Así ya no habrá problema.

—Vaaale, amargadas, ya bajo.

Una vez en el suelo, se queda sin saber qué hacer y termina mirándome fijamente. Pillo la indirecta y le dejo el columpio para sentarme junto a Rebeca. Oigo su chillidito de felicidad cuando empieza a balancearse.

—¿Qué procede, entonces? —pregunta Jane, que es la que tiene menos paciencia de todos.

—Podríamos no hacer nada —digo en voz baja—. Quizá a la gente se le olvide, ¿no?

—Pero eso es un aburrimiento —opina Tommy—. La gracia está en vengarse.

—¿Y qué quieres hacer?

—No sé. Si solo puedo moverme en la legalidad, me dejáis sin ideas.

—¿Y si hablamos con ella? —dice Rebeca entonces—. Quizá, si le explicamos la situación...

Enseguida sacudo la cabeza.

—La última vez que hablé con ella, solo conseguí que se pusiera a llorar en medio del pasillo y que todo el mundo se pensara que yo era un monstruo.

—Es una maestra manipuladora —añade Tommy con dramatismo.

—Sí, no podemos entrar en su juego —dice Jane, que por fin ha dejado de moverse de un lado a otro—. O... ¿y si hacemos eso?

—¿El qué? —pregunto.

—¡Entrar en su juego! ¿Y si atacamos con las mismas armas que tiene ella?

Todos la contemplamos, perplejos. Jane, en cambio, ha esbozado una gran sonrisa.

—Si no lo he entendido mal, su modus operandi es malinterpretar todo lo que hace Livvie y exagerarlo todo para parecer la víctima. ¿Y si hacemos lo mismo con ella?

—No se me ocurre ninguna forma de hacerlo —dice Rebeca, confusa.

—Bueno, su argumento es que los seguidores de Livvie la están acosando. ¿Y si Livvie dijera lo mismo de los suyos?

—Pero... no me están acosando —murmuro.

—A ella tampoco y bien que lo dice. Además, estás recibiendo el doble de mierda de la que he recibido ella en su vida —observa Tommy, que ha dejado de columpiarse y todo—. Tienes más motivos para quejarte, eso seguro.

—Podrías subir un vídeo diciendo que no sabías nada de todo esto —añade Rebeca, que ya empieza a unirse al carro—. Que acabas de recuperar el móvil y que no entiendes nada, que lo sientes por si alguien se ha sentido mal y que por favor te dejen tranquila, que no has tenido nada que ver.

—Y encima es verdad —contribuye Jane.

De nuevo, lo único que puedo hacer es parpadear como una idiota. Sé que lo que dicen tiene sentido..., es solo que todas estas cosas van tan en contra de cómo soy que ni siquiera se me habrían ocurrido sin su ayuda. No me gusta todo esto de tener que pedir que me dejen tranquila. No me gusta que gente que no conozco opine de mí. Y, desde luego, no me gusta tener que darles explicaciones.

—¿Y si me limito a ignorarlo? —sugiero con un mohín.

—Ella está echándole más leña al fuego cada día —dice Rebeca apesadumbrada—. Podrías ignorarlo, pero... ellos no se van a olvidar. No en un futuro cercano, por lo menos.

—Joder...

Repito: no me gusta nada de esto.

Tommy insiste:

—Podrías decir la verdad: hola, chicos, esta muchacha es una manipuladora.

—Para darle más motivos y hacerse la víctima, ¿no? —Rebeca pone los ojos en blanco.

—Oye, vaquera, relaja esa ironía.

Hundo la cara en las manos y me quedo así unos instantes. Para cuando levanto la cabeza, estoy un poquito más decidida.

—Vale —murmuro—. Hagámoslo.

—¿Ahora? —pregunta Jane.

—Sí, cuanto antes mejor. Vamos a acabar con esto.

—A ver —dice Tommy enseguida—, primera norma de internet: cuando intentas callar algo, hay unos cuantos días en los que se vuelve el doble de intenso y luego empieza a apagarse. ¿Estás preparada para eso?

—No, pero tampoco lo estoy para aguantar tonterías un día tras otro. ¿Lo hacemos?

Jane esboza una media sonrisa que, si no me equivoco, es de orgullo.

Le presto mi móvil y ella clava una rodilla en el suelo para encuadrarme en el vídeo. Si estuviéramos en otra situación, me permitiría empezar a soñar despierta sobre lo que podría representar esa rodillita en el suelo.

Pero no, justo tiene que hacerlo en medio de una crisis con Jules.

La vida es tan dura como la verdura, amiga.

—Cuando quieras —comenta, centrada en su trabajo.

Respiro hondo. Rebeca se ha apartado un poquito para no aparecer en el plano. Lo considero un momento y, finalmente, asiento con la cabeza. Jane le da a grabar.

—Hola a todos —murmuro en un tono un poco nervioso—. Solo quería decir que...

Y, honestamente, se me olvida la mitad de lo que he dicho. Sé que está relacionado con que esto de enseñar mi cara me pone un poco nerviosa, pero que creía que la ocasión lo merecía. Agradezco el apoyo y comento que he pasado una semana sin mi móvil. Después, digo que no se preocupen por la marca de golpe que sigo llevando junto al ojo, que fue una tontería. No sé por qué digo eso, si va a parecer que voy peleándome por la vida. En fin...

Llegada la parte de Jules, me limito a decir que lo bonito de internet es que todas podemos tocar las canciones que queramos, porque cada una tiene su propia versión. Nada más.

No sé si ha sido una buena decisión, pero cuando Jane baja el móvil tiene una sonrisa ladeada.

—Tienes un talento natural para esto de pedir disculpas —comenta.

—¿En serio?, ¿no ha sonado muy forzado?

—¡Ha sonado genial! —asegura Rebeca—. Y se ha entendido perfectamente.

—Uf, menos mal...

—A mí me ha faltado un poco de agresividad y alguna que otra amenaza de muerte —dice Tommy por ahí atrás—, pero supongo que no está mal.

Subo el vídeo al cabo de un rato y nos entretenemos mirando los primeros comentarios. Llegan a una velocidad vertiginosa, lo que me lleva a preguntarme por qué la gente está tan pendiente de esta tontería. Supongo que entretiene. A nosotros nos entretiene, desde luego.

—Parece que se lo toman bien —murmura Tommy mientras todos contemplarnos la pantalla de mi móvil.

—Hay algunos que dicen que me estoy haciendo la víctima —señalo.

Rebeca se encoge de hombros.

—Siempre habrá gente a la que no le gustes. Lo que te interesaba era dejar claro que tú no has provocado nada de esto, y eso ha quedado cristalino.

—Sí, supongo...

Me gustaría quedarme más rato con ellos, pero lo cierto es que tengo que ir a abrir la tienda de papá. Lo último que necesito ahora mismo es que se enfade conmigo y le dé para quitarme el móvil otra vez. Vete a saber lo que podría encontrarme si me paso otra semana sin mirar las notificaciones...

Les agradezco su ayuda y les aseguro que les debo un favor gigante, a lo que todos me aseguran que no es así, que no les debo nada. Y, aunque me apetece distraerme con ellos, empiezo a encaminarme hacia la tienda.

Que Jane se ofrezca a acompañarme... eso sí que me pilla un poco desprevenida.

—Esperemos que el vídeo funcione —comenta al cabo de un rato.

—No puedo hacer mucha cosa más, ¿no?

—Puedes seguir haciendo música, que es lo que te gusta. Lo demás es secundario.

Quiero creerme lo que dice, pero me resulta un poco complicado teniendo esta situación tan fresca. Igualmente, fuerzo una sonrisa.

—Gracias por ayudarme.

—No hay nada que agradecer. Tú harías lo mismo por mí.

—Sí, pero hazme el favor de no meterte en un lío internáutico.

—Tranquila, no estaba entre mis planes más cercanos.

Esta vez, mi sonrisa es un poco más sincera. Y me da mucha pena que ya estemos llegando a la tienda, porque me gusta pasar con ella y no sé cómo alargar la situación.

Jane debe pensar lo mismo, pero no se ofrece a entrar. Solo se para junto a la puerta, justo a mi lado.

—Tengo otra entrevista —explica.

—Oh, ¡buena suerte!

—Voy a copiar tu tono de disculpas, a ver si así les doy lástima.

Le doy un golpe en el brazo, divertida, a lo que ella tiene la deferencia de fingir que le ha dolido.

Y... hora de la verdad. Justo como el otro día, no sé cómo despedirme de ella. Ya tuve un debate la última vez, y no sé si voy a llegar a la misma conclusión.

—Puedes besarme —dice de golpe, y creo que la pilla desprevenida incluso a ella porque enrojece de pies a cabeza—. E-es decir... em... como la otra vez...

—No sabía si te gustaría —murmuro.

—Vaya, pensé que mis señales eran bastante más claras...

—¡Lo son! —Es mi turno para tener una pausa nerviosa—. E-es decir... em... a veces no sé si me estoy pasando o...

—No te pasas. En absoluto.

—Ah, vale.

Silencio.

—Entonces... —insinúa, un poco tensa.

—¿Eh?

—¿Vas a...?

—¡Ah, sí! Perdón.

Y, a continuación, le doy el peor beso que le he dedicado a alguien en mi vida: en la mejilla.

Silencio... otra vez. Cuando me separo, Jane me mira con una especie de mueca de horror.

—Em... —murmuro—, perdón, me he puesto nerv...

No sé si he acabado con sus nervios o qué, pero decide cortar por lo sano y me acuna la cara con las manos. Sin darle más vueltas o complicaciones, me besa en la boca.

Lo primero que pienso es que tiene los labios suaves. Y también que me gusta la presión que sus dedos ejercen sobre mis mejillas. Siempre que me toca, lo hace con suavidad. Y después del shock inicial, cuando ya soy capaz de analizar el resto de mis sentidos, me doy cuenta de que tengo un nudo de nervios muy incómodo en la parte baja del abdomen. Se separa un momento, todavía con los ojos cerrados, y yo aprovecho para carraspear y tratar de calmarme. Entonces, vuelve a besarme.

Lo segundo que pienso es que se nota que ha dado muy pocos besos, aunque eso hace que me guste todavía más. Pongo mis manos sobre las suyas para bajarlas a mis hombros, y ella se deja. Después, aprovecho para acunar su cara justo como hacía ella un momento atrás. Dibujo un círculo con mis pulgares y me pongo de puntillas, tratando de llegar mejor a su boca. Nunca me había dado cuenta de que fuera tan alta, pero, de nuevo, me gusta.

Lo tercero que pienso es que necesita un empujoncito para mejorar la intensidad, y que no tengo ningún problema en dárselo yo misma. Abro la boca sobre la suya y, aunque al principio la pillo un poco desprevenida, termina relajándose bajo mis labios. La presión de mis dedos aumenta, y noto que ella me imita sin percatarse de ello. Mis nervios crecen junto a esa misma ola. Rozo su lengua con la mía y, aunque de nuevo se queda muy quieta, sé que es por otro tipo de nervios, así que bajo una mano para tomar su cadera y acercarla un poco más a mi cuerpo.

Es justo cuando el hueso de mi cadera choca con el suyo... que oigo un carraspeo por encima de nuestras cabezas. Y sé quién es inmediatamente.

—¿No te parece que ya llegas lo suficientemente tarde? —pregunta papá.

Me separo de golpe, aunque Jane se queda ahí, medio embobada. Sospecho que ya he enrojecido igual que lo ha hecho ella hace un rato.

Papá, por cierto, nos mira con más cansancio que sorpresa.

—¿Y bien? —insiste.

—P-perdón.

—Ni perdón, ni nada. Ya habrá tiempo para darle rienda suelta a tus hormonas, ahora tienes trabajo.

—Iba a ayudarla —dice Jane, intentando defenderme.

Papá le echa una mirada de ojos entrecerrados.

—¿Con qué? ¿Con la lengua?

—¡Papá!

¿Puedo morirme ahora mismo? Porque quiero morirme ahora mismo.

—Tú, a trabajar —indica, sin inmutarse, y luego se vuelve hacia Jane—. Y tú... ¿necesitas que te lleven a casa?

Ella se queda un poco parada con el cambio de actitud.

—Em... no, estoy bien.

—Genial. Entonces, ¡venga!

La última orden hace que cada una se apresure a ir en dirección contraria, todavía con las mejillas encendidas y el corazón acelerado.


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