Capítulo X
X - NOCTURNAS
—Oye... ¿cuánto tiempo vamos a quedarnos así? —pregunta Jane—. No es por interrumpir el momento existencial, pero se me está durmiendo el brazo.
Bajo la mirada, confusa, y me doy cuenta de que todo el rato que hemos pasado en el banco le he estado sujetando el antebrazo con fuerza. La suelto de golpe, alarmada, y me arrastro lo más lejos posible.
—Perdón —musito.
—No lo decía para que te apartaras.
—Ah, bueno...
La verdad es que no sé qué más decir. Al final, me quedo mirando al frente y punto. Noto que Jane me observa, pero tarda en decir alguna cosa. Aun así, sé lo que le cruza la mente.
—He tenido un problema en clase —murmuro, para que se ahorre la pregunta—. En realidad... otra persona lo ha tenido conmigo.
—¿Quién? —pregunta, confusa.
—Una chica. Da igual, tampoco es que la conozca demasiado.
—Si te tiene así, no creo que dé tan igual.
Suspiro y me froto la cara con las manos.
—Siento haberte obligado a venir para nada, es que...
—Oye, estoy todo el día aburrida en mi casa porque nadie quiere contratarme —replica con media sonrisa—. Por lo menos, así estoy entretenida.
—Así que solo soy tu entretenimiento, ¿eh?
—Básicamente.
—Tú también podrías ser el mío. Creo que necesito una distracción.
—¿Y qué mejor distracción que volver a clase?
—No sé...
—Vamos, no puedes dejar que una idiota detenga tu vida. ¿Quieres que vaya contigo y le doy una patada?
—Creo que no hará falta —aseguro con media sonrisa—. Pero sí, quizá debería volver a clase.
—Exacto. Venga, ve corriendo, antes de que te lo pienses mejor.
—Si tengo que correr, prefiero quedarme aquí sentada durante lo que queda de año.
De todas formas, le hago caso y me encamino de vuelta a clase. Le ofrezco acompañarla a casa, aunque Jane me asegura que tiene que hacer unos recados y se queda donde nos hemos encontrado.
El día se me hace eterno, pero por lo menos nadie me dirige la palabra. Hago un esfuerzo por no entablar contacto visual con nadie y evito a Rebeca a toda costa. Después, vuelvo andando a casa. Supongo que Johan, el psicólogo, no ha dicho nada a mis padres; no se comportan como si hubiera pasado nada fuera de lo normal.
También podrías decírselo tú, ¿eh?
Peeeero no me interesa hacerlo.
Comer con mis dos tíos resulta ser más entretenido de lo que puede parecer e incluso me enseñan los arreglos que le han estado haciendo a mi pobre moto. No sé si está peor que cuando yo la destrocé, pero aun así sonrío y asiento con toda la convicción que puedo reunir. No quiero desilusionarlos.
Me paso la tarde en la tienda y, al volver, me encierro en el estudio para tocar el piano. No es que esté muy inspirada, pero decido grabarlo de todas formas para luego subirlo. Dudo que este vídeo tenga tantas visitas como el otro —es otra pieza clásica—, pero por lo menos me entretiene por un rato.
Para cuando termino, ya se ha hecho bastante tarde. Me doy una ducha, bajo a cenar y luego subo a mi habitación. Pelusa hace un ademán de seguirme, pero al darse cuenta de que abajo sigue habiendo comida, se apresura a abandonarme a mi suerte.
Tiene sus prioridades.
Una vez sola en mi habitación, se me pasa por la cabeza la posibilidad de mirar el muro principal de Omega, pero luego me doy cuenta de que prefiero no saber qué ha hecho hoy la gente. No después del encuentro con Jules, por lo menos. Suspiro, suelto el móvil y hundo la cara en la almohada. Si tuviera a Pelusa, podría juguetear con ella para entretenerme, pero nada, ella también me ha abandonado.
Dijo la menos dramática.
Justo en ese momento, mi móvil empieza a vibrar. Respondo sin mirar quién es.
—¿Qué? —mascullo contra la almohada.
Hay un instante de silencio.
—¿Te parece que esa es forma de responder? —protesta Jane—. Cualquiera diría que no te alegras de hablar conmigo.
—Ah, eres tú...
—Sí, doña alegría. Abre la ventana.
—¿Para qué?
—Te he dejado una bomba en el árbol —ironiza—. Venga, ¡abre de una vez!
Frunzo el ceño durante unos instantes, y luego me pongo de pie para ir a abrir. Tal y como sospechaba, está abajo, y tiene una mochila colgada de los hombros. Mi mueca de confusión contrasta bastante con su sonrisita entusiasta.
—¿Qué haces ahí? —pregunto.
—Esperar a que bajes.
—¿Ahora?
—Ahora.
—Pero... ya llevo el pijama puesto.
—¿Y qué? Ponte una sudadera y ya está.
—¡Los pantalones son de ositos!
—¡Oh, nadie se va a fijar en eso!
No sé qué pretende, pero aun así me doy la vuelta y, rápidamente, me hago con unas zapatillas. Después, me pongo una sudadera. Sigue pareciendo que voy en pijama, pero me conformo igual.
—¿Ahora qué? —pregunto.
—¿Y a ti qué te parece? ¡Baja!
—¿Para qué?
Entrecierra los ojos. Yo levanto las manos con cierto temor.
—¡Vale, vale!
No soy demasiado habilidosa, pero aun así me las apaño para bajar lentamente por el lateral de mi casa. En cuanto toco el suelo, me aseguro de que sigo teniendo el móvil dentro del bolsillo y, acto seguido, me vuelvo hacia Jane. Parece impaciente.
—¡Qué lenta eres! —protesta.
Enrojezco un poco, indignada.
—¡No sabía que era una prueba de agilidad!
—Tienes suerte de que no lo sea. Venga, ¡vamos!
—¿Dónde?
—¿Siempre haces tantas preguntas?
Frunzo el ceño y, aun así, me dispongo a seguirla. Jane se encamina calle abajo sin decir nada.
—Hoy estás muy gruñona —recalco.
—Es que hacer de niñera me pone de mal humor.
—¿Niñera? —la insinuación hace que me acerque y le dé un tirón a su coletita—. ¡No son ninguna niña!
—Una reacción muy madura, sí.
Estoy tentada a darle otro tirón, pero al final me contengo para no darle la razón. Jane debe darse cuenta, porque sonríe con aire triunfal.
La sigo sin decir nada más, y pronto me doy cuenta de que me da igual dónde me esté llevando. Con tal de no estar aburrida en mi habitación, me conformo con hacer cualquier cosa. Además, estar con ella es... entretenido.
Ajá.
No se detiene hasta llegar al único supermercado abierto en toda la calle. Se mete en él sin decir nada, y yo la sigo por inercia.
—¿Qué hacemos aquí?
—Tengo sed —dice, simplemente.
Confusa, me pregunto por qué no ha bebido en mi casa. Aun así, continúo con mi misión de perseguirla por todos los pasillos.
Lo cierto es que es un local pequeñito y el dependiente, un chico jovencito que está al otro lado del mostrador y mira vídeos en el móvil, no parece demasiado centrado en su trabajo. No sé qué puede necesitar Jane de un sitio como este, pero no creo que encuentre demasiadas cosas.
Al final, se detiene junto a las estanterías con bebidas y se pone a inspeccionarlas. Me planto a su lado, confusa.
—No hay tantas cosas como para que tengas que pensártelo tanto —recalco, cada vez más perdida.
—Shhh...
—Pero...
—Shhhhhhhhhhhh...
Frunzo el ceño, pero me callo. Jane vuelve a echarle una ojeada a la estantería y después mira al dependiente. Parece estar considerando alguna cosa, porque se incorpora de nuevo.
—¿Puedes preguntarle si tienen alcohol más fuerte que este? —dice al final.
—¿Más... fuerte? ¿Vamos a beber?
—Más o menos.
Me sostiene la mirada unos segundos y, al final, me encojo de hombros y voy directa al mostrador. El chico me contempla con desinterés.
—¿Qué?
—¿Tienes... ejem... alcohol?
—Sí. Está en la estantería.
—No, no... algo más fuerte.
Enarca una ceja, poco convencido.
—¿Cuántos años tienes? No vendemos alcohol a menores.
—¡Soy mayor que tú! —salto, indignada—. Y tengo dieciocho, para tu información. Puedo beber perfectamente.
—Ajá, ¿y tienes algo que demuestre que tienes esa edad?
Abro la boca para responder, pero luego me doy cuenta de que me he dejado toda la documentación en casa. Lo único que traigo es el móvil y cinco dólares que metí en la funda hace unos días. Nada más.
—Em... —murmuro de forma bastante patosa.
—No me hagas perder el tiempo —sentencia el chico—. Puedes comprarte un refresco. Uno con gas, si te sientes salvaje.
—¡Oye...!
Jane interrumpe mi discurso indignado al reaparecer junto a mí.
—No hay nada que nos interese —informa rápidamente—. Venga, vámonos.
—Pero...
No me deja terminar, porque me coge directamente de la mano y tira de mí hacia la salida. Sorprendida —más por la mano que por la situación—, me dejo llevar.
Al menos, hasta que la alarma de robos salta nada más cruzar la salida.
El chico del mostrador levanta la cabeza de golpe, alarmado, y yo debo tener la misma expresión. Jane no. Ella sonríe con malicia y le da un fuerte tirón a mi brazo. Antes de poder analizar la situación, se pone a correr y me obliga a seguirla.
—¿Qué...? —intento decir.
—¡NO HABLES TANTO Y CORRE!
—¡¡¡Ooooyeeeeeeee!!! —va gritando el chico tras nosotras.
Por inercia, sigo a Jane a tanta velocidad como puedo. No tardo en fijarme que su mochila va rebotando y suena a cristal, por lo que ya puedo imaginarme lo que ha guardado por ahí dentro. Sacudo la cabeza, sin saber si reír o llorar.
Vamos corriendo tan deprisa que apenas me doy cuenta de que estamos a punto de entrar en un callejón sin salida. Alcanzó el brazo de Jane y tiro de ella por una callejuela paralela. El sonido de nuestras zapatillas rechina sobre el asfalto, y lo único que oigo entre las zonas más estrechas de mi barrio es el sonido de nuestros pasos apresurados.
No sé cuánto tiempo corremos, pero empiezo a detenerme al darme cuenta de que no puedo más. Hace rato que el chico ha dejado de perseguirnos y, además, no sé dónde estamos. Nos hemos alejado lo suficiente de mi casa como para que, de noche, no sepa ubicarme. Y, para mi sorpresa, me da igual.
Miro a Jane, que se apoya en las rodillas, respirando con dificultad. Está un poco roja por la carrera e hiperventila, pero aun así tiene una sonrisita.
—¡Qué divertido! —exclama.
—¡¿Divertido?! —repito con estupefacción.
—Oh, vamos, ¡admite que lo ha sido!
—¡No es mi concepto de pasarlo bien, la verdad!
—Bueno, si tanto te importa, puedo fingir que eres decente —asegura, dándome una palmadita en la espalda—. En fin, ¿nos tomamos el botín?
No espera una respuesta, sino que empieza a andar hasta que encuentra un sitio que parece gustarle. Estamos en una especie de parque bastante desierto, así que saca una chaqueta de su mochila y la extiende por el suelo. Se sienta en ella y, sin mirarme, da una palmadita a su lado. Ocupo el lugar sin saber muy bien qué pensar, y Jane mientras tanto, se pone a sacar cosas de la mochila.
Resulta que no solo ha robado dos botellas grandes de cerveza, sino también varias bolsas con aperitivos.
—Es mi mejor recolecta —dice con una sonrisa orgullosa.
—Se lo hemos robado —replico—. Eso no está bien.
—Con los precios que tiene, el único que roba es él.
—¡Vamos, Jane! El chico no tiene la culpa de que los precios estén altos.
No creo que sea el tipo de persona que cede fácilmente ante una discusión o ante sus errores. Aun así, me mira con una mueca y al final pone los ojos en blanco.
—Bueeeeno, no volveré a hacerlo.
Prefiero no decírselo, pero mañana volveré a la tienda para pagarle todo al chico.
—Bien —digo, simplemente.
—Eres demasiado buena como para pasarlo bien.
—¿Me estás llamando aburrida? —mascullo, irritada.
—Correcta, más bien.
—¿Y eso es algo malo?
—Depende de a quién le preguntes.
—Te lo estoy preguntando a ti.
Pese a lo directa que es la pregunta, Jane se limita a coger las dos botellas de cerveza y pasarme una. Asumo que no va a responder, así que la acepto con un suspiro.
Por supuesto, se han removido tanto durante todo el camino que son casi todo espuma. Cuando la abro, tengo que apartarme con un chillido para que no me salpique todo encima. Ella suelta una risita malvada, y le meto un codazo. No parece importarle demasiado. De hecho, se limita a abrir la suya con los brazos estirados para que no le salpique como a mí.
La verdad es que la cerveza me parece asquerosa y no suelo beberla, pero no quiero hacerle el feo y, además, me apetece beberla con ella. Le doy un sorbo y contengo la mueca de disgusto. No está tan mal como recordaba. Quizá solo me sepa mejor porque es robada —hasta que la pague mañana, por lo menos— y eso le da un toque misterioso que hace que me guste más.
Jane le da un trago a la suya sin problema y luego abre una de las bolsas con patatas. Me como una, pensativa, mientras que ella se mete un puñado entero en la boca.
—¿Jane? —murmuro.
—¿Mhmprg...? —emite un sonido de respuesta, metiéndose todavía más patatas en la boca. Parece que quiere estallar o algo así.
—¿Puedo preguntar... a qué viene todo esto?
Como tiene la boca llena a reventar, se limita a mirarme con la pregunta en los ojos.
—Lo de ir a buscarme a casa, robar en una tienda, estar aquí comiendo y bebiendo... ¿a qué viene?
Sigue contemplándome unos instantes. Al menos, hasta que consigue tragarse la preocupante cantidad de comida que se ha metido en la boca. Aun después, se toma unos segundos para responder.
—Esta mañana has dicho que necesitabas una distracción —recalca entonces.
—Ya, pero... no lo decía por...
No sé cómo seguir, y ella frunce el ceño.
—¿No te gusta el plan?
—¡No! Es decir... ¡sí! —Mierda, ¿por qué me he puesto nerviosa?—. Lo que quiero decir es que no quiero que te sientas obligada a hacer estas cosas por mí... especialmente si es porque estoy mal. Estoy mal muy a menudo, como quieras consolarme cada vez, no harás otra cosa.
—Bueno, puedo vivir con ese objetivo.
—¿El de consolarme o el de robar? —pregunto con una ceja enarcada. No puedo disimular el tono de diversión.
—Ambas —asegura con la boca llena otra vez.
Niego con la cabeza y le doy otro trago a la cerveza.
Nos pasamos un rato en silencio, y yo aprovecho para mirar a mi alrededor. Efectivamente estamos en un parque, pero como no es un día festivo, por la noche está completamente desierto. Ni siquiera hay demasiadas farolas, y las pocas que hay están lo suficientemente lejos como para apenas ver a Jane en la penumbra. Creo que esto debería intimidarme un poco, pero... no. Me siento cómoda. Me gusta estar aquí.
—¿Al final has vuelto a clase? —pregunta entonces.
Ha pasado tanto rato que ya nos hemos terminado la comida. Aun así, sigo teniendo cerveza, así que jugueteo con la botella entre mis dedos.
—Sí.
—¿Y qué tal?
—Pues... ni bien ni mal. Ha ido como creía que iría. ¿Y tú qué tal?
—Tenía otra entrevista de trabajo, pero... nada.
Asiento lentamente. Su expresión ha cambiado, y ahora parece un poco más decaída.
—Un amigo me ofreció un trabajo hace poco —añade entonces—. Es como conductora durante algún que otro fin de semana. Sé que no es gran cosa, pero aun así...
—Sí que es gran cosa —aseguro enseguida—. No menosprecies lo que haces.
—Es que lo que hago no es muy importante.
—Nadie empieza siendo presidente —bromeo.
Jane sonríe un poco, aunque sin ganas. Preocupada, choco mi pierna con la suya. Aun así, no me mira.
—¿Qué pasa? —pregunto.
—Nada.
—Oye, me paso el día contándote mis problemas, lo más justo es que me cuentes los tuyos.
—¿Eso es chantaje?
—Es una proposición un poco manipuladora.
Jane sonríe y pone los ojos en blanco. Sin embargo, cuando empieza a hablar, vuelve a estar seria.
—No sé, pensé que esto de ser mayor sería más fácil —dice al final—. Se suponía que a estas alturas debería estar independizada, pero sigo viviendo con mis padres.
—¿No te gusta vivir con ellos?
—Sí, sí... el problema no es ese —asegura enseguida—. Es decir, sé que ellos no tienen ningún problema con que siga viviendo con ellos. Lo que me gustaría es ser... más independiente, ¿sabes? Tener un trabajo estable te abre muchas posibilidades.
Asiento lentamente.
—Nunca se sabe —murmuro—. Quizá tu trabajo ideal todavía no haya aparecido. Solo hay que tener un poco de paciencia.
—Nunca he tenido demasiada.
—Nunca es tarde para empezar a desarrollarla.
—Vaya, ya has empezado a sonar como una abuelita.
—Pues las abuelitas siempre tienen razón, querida Jane.
Mi contraataque hace que sonría y sacuda la cabeza.
—Si alguna vez encuentro trabajo de DJ —dice entonces—, te invitaré a mi primera sesión. A ti y a Tommy.
—Y a Astrid, supongo.
Me sorprende no haberlo dicho con acritud, sino como algo obvio. Aun así, Jane me echa una ojeada rápida que intenta disimular a toda prisa.
—Sí, a ella también... si a ti no te importa.
—No me importa. —Mi tono deja de sonar tan indiferente.
—También puedo invitar a Rebeca —ofrece.
—Ah... sí, claro...
Silencio.
Toda la cercanía que hemos ganado durante la conversación anterior desaparece lentamente. Yo miro a un lado y Jane a otro, y ella se pone a juguetear con su botella como si necesitara hacer algo con sus manos.
—Oye... —dice finalmente—, sobre Astrid...
Ay, mierda. Me tenso de forma inconsciente. No sé qué pretende decir, pero siento que no me va a gustar.
—¿Sí? —murmuro, sin mirarla.
—No sé qué te piensas exactamente que me pasa con ella...
—Bueno, habéis tenido dos citas —interrumpo de forma impulsiva—. ¿Qué quieres que piense?
—¿Dos citas?
—Sí.
—¿Cómo sabes que hemos tenido dos? Solo te he hablado de una de ellas.
Ups.
Este es el momento en que admites que cotilleas su Omega.
—Vi una foto —digo finalmente.
—Aaaah... así que miras mi perfil.
—Miro el de todo el mundo —miento descaradamente.
—¿Y cómo sabes que era una cita?
—A ver..., lo parecía.
—Podría ser una reunión de amigas.
—Amigas —repito, y se me escapa una risotada un poco irónica.
—Sí, amigas —insiste ella, con una ceja enarcada—. ¿Qué pasa?, ¿no puedo quedar con alguien sin querer hacer nada con esa persona?
—Sí que puedes, es lo que estamos haciendo ahora.
Silencio... otra vez.
¿Por qué últimamente todas nuestras conversaciones terminan así? Hasta hace unas semanas, nos llevábamos de maravilla. No sé qué... bueno, sé qué ha pasado. Lo que no sé es por qué dejamos que nos afecte hasta este punto.
Yo sí, pero mejor descúbrelo tú sola.
—No nos hemos besado ni nada —dice entonces.
Sin mirarla, asiento con fingida indiferencia.
—No hay prisa, supongo.
—No, Livvie, es que... em... nunca he besado a nadie.
Dejo de juguetear con la hierba para mirarla, sorprendida. No sé por qué me pilla tan desprevenida, si es lo más normal del mundo. Aun así, ella parece un poco abochornada con la confesión.
—¿Nunca? —pregunto.
—Nunca.
—¿Con nadie?
—Eso he dicho.
—Pero... —No, no me cuadra—. Pareces tan segura que... no... ¿Estás segura?
—Creo que, si hubiera dado mi primer beso, me acordaría.
Enrojezco un poco ante su ceja enarcada.
—Bueno, vale —accedo—. ¿Nunca te ha apetecido?
—No especialmente.
—Besar tampoco es para tanto —aseguro, como para quitarle hierro al asunto—. Yo tampoco he besado a tanta gente... de hecho, mi primer beso fue hace dos años. Y tampoco fue la gran cosa. La persona que me lo dio estaba un poquito borracha, así que no lo hizo demasiado bien.
—¿Y con Tommy? —pregunta.
—Con Tommy fue distinto —me encojo de hombros—. Besa bien, pero es que él tiene más práctica que yo.
Jane sospesa mis palabras durante unos segundos. Puedo percibir que hay algo que quiere preguntarme y no se atreve a hacerlo, así que dejo pasar un rato. Casi ha pasado un minuto entero cuando por fin murmura:
—¿Puedo preguntarte qué hay entre vosotros dos?
—¿Entre Tommy y yo?
—Sí.
—Pues... somos amigos.
—Yo no me acuesto con mis amigos —recalca ella con poca convicción.
—Oh, pero eso es... secundario.
—¿Secundario?
—Sí. Es decir, la primera vez fue porque... los dos estábamos mal y buscábamos consuelo en el otro. Luego, si ha seguido, ha sido porque sí. Podríamos quitar el sexo de nuestra relación y todo seguiría exactamente igual, pero si perdiera a Tommy como amigo... no sé qué haría.
Jane asiente con un entendimiento que, honestamente, me pilla un poco desprevenida.
—Entonces, no es una relación romántica —concluye.
—Exacto.
—Solo sois amigos que a veces se acuestan juntos.
—Sí.
—Tú y yo somos amigas, ¿no?
Esta vez, no respondo inmediatamente, sino que la miro con confusión.
—Sí... —murmuro, menos segura.
—Y... si te dijera de hacer algo... solo para probarlo... ¿qué dirías?
De todas las propuestas que esperaba, esta es la última. Me quedo mirándola, pasmada, y ella evita devolverme la mirada a toda costa. Un nudo de nervios se instala en la parte baja de mi abdomen, y me remuevo un poco para calmarme.
—Em... —Carraspeo varias veces—. A ver, si me lo pidieras...
—¿Qué dirías? —insiste.
—Yo... este...
—¿Sí?
—¿No crees... que tu primera vez debería ser con alguien especial?
Jane parpadea, y luego aparta la mirada. No sé cómo interpretar su expresión, pero no parece sorprendida. Tampoco contenta. Diría que es mas bien... un conflicto interno.
—Ya veo —dice en voz baja, pensativa.
—Veamos..., te gusta Astrid, ¿verdad?
—Supongo.
—¿Y si te enseñara a flirtear con ella? Seguro que un primer beso con ella sería muy especial.
Las palabras hacen que la garganta me arda, como si mi cuerpo rechazara por completo la imagen mental que he evocado sin querer. Por dentro tengo un conflicto bastante grande, pero por fuera mantengo una actitud bastante simpática.
Jane me mira de reojo, como si no terminara de fiarse de la propuesta.
—¿Y cómo piensas hacer eso?
—Oh, es muy fácil. Podemos hacerlo ahora, si quieres.
—¿A-ahora...?
—Vamos a fingir que tú eres Astrid y yo soy tú, ¿qué te parece?
No responde. Sigue mirándome con cierta estupefacción.
Da igual, no necesito una respuesta. Giro un poco sobre mí misma y me siento tan cerca de ella que nuestras caderas entran en contacto. Jane se tensa de pies a cabeza, pero no se mueve. Apoyo una mano detrás de ella, junto al otro lado de su cadera.
—Primero siéntate así —empiezo, y bajo la voz—. Y háblale en voz más baja, justo como estoy haciendo yo.
—Mmm... vale.
Me inclino un poco más cerca y bajo la mirada a nuestras rodillas, que prácticamente se tocan entre sí.
—Se trata de acercarte poco a poco, a ver si a ella le gusta. De este modo, le das margen a que pueda apartarse si se siente incómoda. —Jane asiente torpemente y la observo—. Tú también puedes apartarte si te sientes incómoda —añado. Está tan tensa que no sé qué pensar.
Vuelve a asentir... pero no se aparta. Supongo que no está tan incómoda como parece, por lo menos.
Dejo pasar unos segundos, y luego me acerco un poco más. Mi mano libre se mueve tranquilamente por encima de mi rodilla, y la paso con parsimonia sobre la suya. En cuanto le pongo un dedo encima, Jane se tensa todavía más.
Quizá no debería darme tanta libertad dentro de la explicación, pero como no se aparta aprovecho y bajo lentamente el dedo por su muslo, pasando por encima de su cadera y deteniéndome en el centro de su abdomen. Está muy quieta.
—Y cuando te asegures de que acepta tu contacto... —añado en voz muy bajita—, es hora de tomar el control.
—¿El contr...?
La palabra se le ahoga en un sonido de sorpresa cuando, de pronto, apoyo la mano plana en su abdomen y empujo bruscamente hacia abajo. Jane se queda tumbada de espaldas sobre su chaqueta, y yo me tumbo de costado junto a ella, con la mano todavía sobre su abdomen. Me mira con sorpresa y el pecho subiendo y bajando rápidamente, pero no se mueve.
—¿Es demasiado? —pregunto con cautela.
Ella niega con la cabeza, pero no dice nada.
—Pues ahora que la tienes tumbada... —murmuro, dejándome caer a su lado y presionando mis dedos sobre su abdomen—, te acercas y le susurras algo al oído.
—¿Algo? —repite. Su voz también ha bajado, aunque tiene la mirada clavada en el cielo. Hace un rato que evita mirarme a los ojos, y de pronto me doy cuenta de que yo también prefiero que no lo haga.
—Puedes decirle lo que te gusta de ella —sugiero—. Por ejemplo... puedes decirle que esa sudadera que lleva puesta le queda de maravilla.
Jane suelta una risa entre dientes que suena un poco entrecortada. Mientras tanto, yo sigo acariciando su abdomen por encima de la sudadera que lleva puesta.
—¿Y si lleva otra cosa? —pregunta.
—Entonces, no vale la pena.
Vuelve a reírse, y yo sonrío al tumbarme más cerca de ella. Mi nariz roza su mejilla, y veo que traga saliva. De pronto, me olvido de lo que se suponía que tenía que hacer con la mano o de la explicación que iba a darle, y simplemente la subo por su abdomen. Ella no se mueve, y yo subo la mirada a sus labios. Los tiene ligeramente separados, y noto que respira de forma un poco entrecortada. Sigo observando su reacción cuando mi mano, sin mi permiso, empieza a ascender.
—¿Qué debería hacer ahora? —pregunta, y me doy cuenta de que he dejado de explicarle lo que hacía.
—Oh, ahora... —parpadeo, tratando de centrarme—. Ahora... la acaricias.
—¿Dónde?
Es mi turno para tragar saliva. Sigo ascendiendo y, cuando paso entre sus pechos, no sé cuál de las dos contiene la respiración durante más tiempo. Sigo ascendiendo hasta que alcanzo su cuello, y ahí recorro su mandíbula con el pulgar.
—Donde creas que más le puede gustar.
—¿Y... y si no sé dónde le gusta?
Bajo la cabeza y mis labios se acercan a su hombro. No puedo evitar sonreír.
—Observa sus reacciones y lo sabrás —aseguro.
No sé qué estoy haciendo, pero de pronto me encuentro a mí misma inclinándome un poco más. Al menos, hasta que mis labios tocan la piel desnuda de su cuello. Jane se tensa de pies a cabeza, pero no se mueve. Mi boca acaricia suavemente la zona donde su pulso late a toda velocidad, y me percato de que la respiración agitada que se oye no es solo la suya, sino también la mía.
—Y cuando estés segura de que le gusta lo que estás haciendo... —murmuro—, da el paso.
—¿Qué... qué paso?
Sin siquiera dudarlo, le arrebato la botella de cristal y la dejo a un lado sin preocuparme de que no se derrame. Creo que a ella tampoco le importa demasiado. Acto seguido, paso una pierna por encima de su cuerpo. Cuando me siento a horcajadas sobre su cadera, Jane dobla las rodillas de forma instintiva y yo, sorprendida, caigo hacia delante. Consigo apoyar una mano junto a su cabeza justo a tiempo, pero mi cuerpo se queda pegado al suyo. Puedo sentir su corazón latiendo con fuerza contra mi pecho.
—¿Y ahora? —pregunta en un tono que, hasta ahora, nunca había oído en ella. Casi suena... nerviosa.
Miro hacia abajo. No sé qué decir. No sé qué estoy haciendo. Solo sé que mi instinto actúa por mí.
No respondo, sino que me acerco a ella. Mi cabello oscuro forma una cortina a su alrededor, y Jane sube una mano para recogerlo con los dedos tras mi cabeza. Su mano se queda ahí, y la presión de sus dedos hace que me incline hacia delante. Alcanzo su otra mano y me la coloco en la cadera, a lo que ella no ofrece ninguna protesta. Después, me acerco un poco más. Mi boca acaricia la línea de su mandíbula, justo como antes ha hecho mi pulgar.
Puedo escuchar el suspiro que suelta, y pego mi cuerpo al suyo de forma instintiva. La fricción de mi cadera contra la suya hace que ella apriete los dedos en la parte baja de mi espalda, acercándome de forma instintiva. Asciendo con los labios por su mejilla, y para cuando mi nariz roza la suya, nuestras respiraciones ya están hechas un desastre.
Me mira por primera vez a los ojos y le devuelvo la mirada. Nunca la he visto desde tan cerca. No solo sus ojos son verdes, como ya sabía, sino que tienen unas cuantas motas doradas alrededor del iris. Bajo un poco más la mirada. Sus labios están separados. Su respiración choca con la mía. Sin darme cuenta, subo la mano libre hasta que mi pulgar le recorre el inferior, y empiezo a sentir un cosquilleo en las puntas de los dedos que sé perfectamente lo que significa.
Espera... ¿por qué estoy sintiendo eso?
Vuelvo a mirarla a los ojos, confusa. ¿Qué coño estoy haciendo?
Más por impulso que por voluntad, me aparto de golpe, como si me hubiera dado una descarga eléctrica. Jane parpadea, sorprendida, cuando me quedo sentada sobre su regazo, con el pecho subiéndome y bajándome rápidamente.
—Y ahora la besas —concluyo—. Eso es todo. Debería... debería funcionarte bastante bien.
Tienes suerte que no sea yo quien controla tu cuerpo, porque esto no habría terminado así de rápido.
Su mirada perpleja me sigue cuando, rápidamente, me aparto para volver a sentarme sobre la chaqueta. Noto que sigue contemplándome, pero soy incapaz de devolverle la mirada. De pronto, estoy muy confusa. No sé qué me pasa, pero me he puesto muy nerviosa. No sé gestionar emociones tan fuertes, y más cuando no sé a qué se deben.
Al cabo de unos instantes, Jane se incorpora hasta quedarse sentada a mi lado. Ninguna de las dos dice nada. De hecho, cada una mira a un lado alejado de la otra. Pasan segundos, minutos..., y entonces ella por fin murmura:
—Quizá deberíamos volver.
Su voz suena diferente, como si acabara de correr una maratón.
—Sí. —Mi tono suena exactamente igual—. Se ha hecho tarde.
En silencio, cada una recoge sus cosas. Para cuando lo tenemos todo, miro a Jane como si no supiera qué hacer. Por suerte, ella toma la decisión por las dos.
—Te acompaño a casa —decreta.
No quiero discutir, así que acepto con un gesto —bastante tímido teniendo en cuenta lo que hacíamos un momento atrás—.
El camino es eterno, y ninguna de las dos dice nada. No dejo de sentir la tentación de mirarla, pero evito hacerlo a toda costa. Y, por algún motivo, creo que a ella le pasa exactamente lo mismo.
Para cuando llegamos a mi casa, me detengo en la acera para volverme hacia ella. Jane se para delante de mí, a una distancia prudente. Tiene las manos metidas en los bolsillos.
—Bueno, gracias por... pasar a buscarme. Y por todo lo demás —concluyo—. Me lo he pasado... ejem... bien.
—Si, yo también me lo he pasado... bien.
Silencio.
La miro con cierta incomodidad, intentando encontrar las palabras que quiero decir, y al final me limito a forzar una sonrisa.
—Podemos repetir algún día —digo al final.
—Sí... algún día.
Tiene la mirada clavada en el suelo y, cuando la levanta, siento que quiere decir algo más. Pero no lo hace. Más que nada, porque se queda un poco pasmada al ver la ventana de mi casa.
—¿Quiénes son esos? —pregunta con sorpresa.
Me vuelvo, confusa, y enrojezco de pies a cabeza nada más ver a mi madre y a mis dos tíos, Liam y Lexi, con las narices pegadas a la ventana para no perderse un solo movimiento.
Por un momento, se me olvida que acaban de pillarme después de escapar de casa y les hago un gesto frenético para que se escondan de nuevo. Lo hacen con una mueca de decepción.
—Perdón —digo en tono agudo y nervioso—. Son mi madre y mis tíos, no sé qué... Bueno, da igual. Ahora les echaré una bronca por cotillas.
—Ya veo. —Pese al tono de humor, la mirada de Jane sigue estando cargada de otro sentimiento muy distinto—. En fin, debería irme.
—Sí... y yo debería entrar.
Tras mirarnos la una a la otra unos instantes más, ella da un paso atrás.
—Buenas noches, Livvie.
—Buenas noches, Jane.
Me quedo plantada en el mismo lugar durante todo lo que tarda ella en bajar por la calle. En cuanto desaparece, suelto un suspiro larguísimo y por fin entro en casa.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro