Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo VIII

Cuando vuelva a casa (es que estoy en méxico lol) subiré un gif, que estoy con el móvil y no me deja ponerlos, sorry :(


VIII - CITAS

Bueno, ahora tengo un pequeño problema.

Otro más.

Tengo que convencer a Rebeca, de alguna forma, para que acuda a una cita doble conmigo, Jane y Astrid.

No es el escenario de mis sueños, no.

He llegado esta mañana al conservatorio con un nudo de nervios en el estómago y, honestamente, no me ha abandonado en todo el día. Ahora ya estamos en la hora de la merienda, y no dejo de buscar una cabeza pelirroja entre toda la marea de gente. Como no hay suerte, me rindo y me siento en una mesa cualquiera. Saco mi sándwich de pavo, le meto un bocado casi más grande que mi cabeza y lo mastico con rabia y rencor.

—Hola.

La voz ha sonado justo detrás de mí, y no es precisamente amable.

Es Jules.

Teniendo en cuenta que no hemos hablado desde que me dijo, muy simpática, que no le interesaba ser mi amiga... esto puede ser muy incómodo.

Todavía con medio sándwich en la boca, la miro por encima del hombro. Se ha parado a mi lado con las manos en las caderas, como si fuera a echarme una bronca. ¿Por qué siempre que hablo con ella siento que está a punto de darme con la mochila en la cabeza?

—Hola —digo, sin saber muy bien qué tono estoy poniendo. Supongo con uno bastante confuso.

—¿Cómo has conseguido ser su amiga? —inquiere.

—¿Eh?

—¿Cómo has conseguido ser amiga de Ashley y Astrid?

Tengo que tomarme un momento para parpadear y asumir lo que me esta preguntando o, por su tono, supongo que echando en cara.

—No somos amigas, simplemente nos llevamos bien —recalco, aunque no sé por qué le estoy dando explicaciones—. He hablado con ellas tres o cuatro veces en total.

—Pues conmigo hablaste menos y éramos amigas.

Sí, en tu cabeza.

Conciencia...

No pediré perdón por mis verdades.

—No sé que quieres que te diga —murmuro con sinceridad.

—Me dejas de lado para irte con ellas, ¿no?

—Jules..., eres tú quien no quiso saber nada de mí.

—Bueno, pues te perdono. ¡Seamos amigas otra vez!

De nuevo, necesito un rato para reflexionar sobre lo que estoy oyendo y, sobre todo, asumir que no me está gastando la broma menos graciosa de la historia de la humanidad.

—¿Qué? —Es lo único que me sale.

—Ya me has oído: te perdono.

—¿Y tú por qué tienes que perdonarme? ¿Qué te he hecho?

—¡Dejarme de lado!

Parpadeo. Parpadeo. Parpadeo.

—Oye, Jules... ¿puedo decirte una cosa sin que te enfades?

Nunca ha salido nada bueno después de esa frase.

—¿El qué? —pregunta.

—Haces cosas muy raras. Primero, me dices que tenemos que ser amigas de ciertas personas, después me apartas porque dices que no te sirvo como amiga, ahora vuelves a interesarte en mí... —No puedo evitar soltarlo así, de sopetón—. No entiendo qué te pasa conmigo, con ellas o... contigo misma, pero yo no quiero tener nada que ver con ello. Me gusta estar tranquila.

—¿Estás dejándome de lado otra vez?

—Pero ¿tú estás oyendo la conversación? ¿No te parece un poco... rara?

—Lo único raro aquí eres tú. Deberías decidirte de una vez.

Estoy a punto de desesperarme cuando, de pronto, Rebeca aparece a su lado. Lo hace con una gran sonrisa, pero se congela en cuanto nota la tensión del ambiente.

Jules la mira con suspicacia, como si le molestara que nos hubiera interrumpido.

—¿Todo bien? —pregunta Rebeca.

Teniendo en cuenta lo que Jules me estaba perturbando ya... no, no va todo bien. Pero no quiero decirlo de esa manera, así que le hago un gesto a mi amiga para que se siente conmigo.

—Sí, estábamos hablando de una cosa de clase —aseguro.

No comento nada de Jules, pero tampoco hace falta. Rebeca pilla la indirecta y viene a sentarse conmigo. Para cuando me vuelvo hacia Jules para despedirme, veo que sale de la cafetería con los puños apretados con fuerza.

Terminará encerrándote en su sótano, ya verás.

—¿De qué iba eso? —inquiere Beca con el ceño fruncido.

—Nada importante.

—Pero ¿estás bien? La cosa parecía un poco tensa.

Le aseguro que sí otra vez y, por lo menos, parece que la dejo convencida.

Hoy Rebeca lleva puesta una rebeca fina sobre un vestido corto, y se ha dejado el pelo suelto. Supongo que no le toca ensayo, pero sí clases teóricas. Se me hace raro verla sin su atuendo de bailarina, aunque siempre está espectacular.

Céntrate, que te desvías.

Sí... tengo algo que pedirle.

—¿Qué tal? —murmuro, jugueteando con lo que queda de mi pobre sándwich.

—Bien, las clases teóricas son un poco aburridas, pero sobreviviré —asegura, divertida—. ¿Y tú? ¿No te sientas con las dos chicas del otro día?

—¿Astrid y Ashley? No sé, no me lo he planteado.

—Ay, Livvie...

—Oye, ¿puedo pedirte una cosa un poco rara?

Como no se lo diga ya, creo que corro riesgo de explotar por los nervios.

—Sí, claro —dice, sorprendida—. Tus propuestas siempre son un poco raras.

—Ah, gracias.

—Es broma, Livvie. No es nada malo, ¿verdad?

—No, no... Es... mmm, es raro, pero no malo.

—Vale, estás creándome mucha expectativa.

—Es que no sé...

—¡Dilo ya, que no pasa nada!

—¿Teapeteceiraunaditadobleconmigo?

Lo he soltado tan rápido que creo que no se ha enterado muy bien, pero no he podido evitarlo. Estaba entrando en combustión espontánea, así que era eso o huir despavorida.

Por lo menos, con esta decisión hago el ridículo en privado y no delante de toda la cafetería.

Beca, por cierto, sigue mirándome, aunque esta vez con sorpresa, por lo que deduzco que al final sí que me ha entendido. Ladea un poco la cabeza, como si se estuviera planteando si voy en serio o no. Supongo que mi cara de pánico le confirma que no estoy de broma.

—¿Una cita doble? —repite en tono dubitativo.

—Ajá...

—¿Tú y yo?

—Ajaaaá...

—Pero... ¿como pareja?

Estoy empezando a entrar en pánico y, teniendo en cuenta que en general soy una persona bastante tranquila, os aseguro que no sé gestionar las emociones de pánico absoluto. Mejor que resolvamos esto antes de que me ponga a hiperventilar.

—No hace falta que lo tratemos como si fuéramos pareja —aseguro enseguida—. Es que... te acuerdas de Jane, ¿no? Pues tiene una cita con Astrid, y me propuso...

—Aaaaaaah, ahora lo entiendo.

Dejo de hablar, confusa, y la contemplo. Rebeca ha dejado de lado su cara de estupefacción y ahora tiene una sonrisa un poco rara, como si se estuviera aguantando las ganas de reír.

—¿Qué entiendes? —pregunto.

—Que todo esto es para poner celosa a Jane, ¿no?

Me sorprendo a mí misma cuando abro la boca para negárselo y, sin embargo, tengo que volver a cerrarla porque no tengo nada que decir en mi defensa.

—Jane me da igual —digo al final.

—¿Ah, sí? ¿No te llevas bien con ella?

—Sí.

—¿Y te gusta pasar tiempo a su lado?

—Sí, pero...

—¿Y te gustaría pasar todavía más tiempo con ella?

—Bueno, supongo que sí, peeero...

—¿Y no te molesta que ella lo esté pasando con otra persona?

—¡No... no es...! —Cierro los ojos, frustrada—. No es tan sencillo, ¿vale?

—Ya lo creo que es sencillo: te gusta, pero no quieres admitirlo. Aunque no entiendo muy bien el por qué.

—¡Porque no me gusta!

—Ya.

—No empieces con el ya, que es muy molesto.

—Que te digan la verdad es muy molesto, sí.

Frustrada con el universo, le doy otro mordisco a mi sándwich. Rebeca se ríe y me da un ligero apretón en el hombro.

—¿Puedo preguntar por qué no se lo pides a Tommy?

—No sé. Jane sabe que no nos gustamos de esa forma, que solo somos amigos.

—¿Y conmigo no piensa eso mismo?

Mierda, piensa rápido.

—No te conoce tanto —me justifico torpemente.

Rebeca reflexiona unos instantes, pensativa, y al final asiente con la cabeza.

—Bueno, pues iremos juntas. ¡Seguro que nos lo pasaremos genial!

—Sí, tiene pinta de que va a ser muy divertido...

El resto del día transcurre con tranquilidad y, aunque tengo una sensación un poco extraña porque Jane no me manda ningún mensaje, lo compenso contándole todo lo que ha pasado a Tommy. Él no está de humor porque ha discutido con su hermano y, aunque me ofrezco a pasar a verlo, dice que prefiere estar solo. Tommy puede parecer una persona muy abierta y expresiva, pero cuando algo le afecta de verdad, apenas habla de ello. A veces, me gustaría tener un botoncito mágico para ayudar a que se sincerara y se quitara el peso de encima.

Pero no lo tengo, así que no me meto donde no quiere que me meta y vuelvo a casa andando, como cada día.

Lo que cambia un poco... es lo que veo cuando llego a casa.

Lo primero que diviso es que papá está de pie delante del garaje, con las manos en las caderas y el ceño fruncido. Es la misma postura que tiene cuando me meto en un lío y tiene que regañarme, pero no creo que esté enfadado con mamá. Así que solo queda una opción: que haya alguien más.

Y vaya si lo hay.

Mis dos tíos por excelencia, Lexi y Liam, están dentro del garaje con mamá. Tío Liam está agachado junto a mi pobre moto destrozada, mientras que mamá y tía Lexi lo animan con gritos y vítores.

—¡Nuestro mecánico de confianza! —exclama mi tía.

—Como la destrocéis todavía más... —advierte papá con cansancio.

Me planto delante del garaje con confusión.

—¿Estás arreglando mi moto?

Mi tío levanta la cabeza tan de golpe que casi se da contra la moto. Me sonríe con amplitud, encantado de verme.

—¡Livvie Tivvie Pivvie! ¡Ya era hora de que volvieras a casa!

—Ha llegado tarde porque no tiene moto —le recuerda mi tía, y se acerca corriendo para darme un abrazo gigante—. ¡Mi niña preciosa! ¡Cuánto te he echado de menos!

Teniendo en cuenta que ninguno de los dos tiene hijos y yo no tengo hermanos, soy algo así como la mimada de la familia. Quizá no de parte de la familia de papá, que tiene a varios niños donde elegir, pero sí en la de mamá.

—Y yo a vosotros —murmuro, aceptando el abrazo.

—Van a quedarse unos días —explica mamá al ver mi cara de confusión—. Tienen que fumigar su casa.

¿He mencionado que viven juntos? Aunque no sean pareja, son algo así como un matrimonio. Es bastante habitual que se peleen, entren en crisis y alguno de los dos venga a pasar una noche en nuestra casa porque no soporta al otro. Aunque, eso sí, luego hacen las paces en cuestión de horas y es como si no hubiera pasado nada.

—¿Fumigar? —repito, confusa.

—Teníamos una plaga de cucarachas —explica tía Lexi—. Y, si ellas de por sí solas no fueran suficiente problema, tu tío les daba de comer.

—¿Qué culpa tengo yo de tener corazón? —pregunta, indignado, con una mano en el pecho.

—¡Son cucarachas! ¡Si pudieran, te comerían a ti!

—Yo confío en ellas.

—Pues van a morir —comenta papá.

Tío Liam entrecierra los ojos en su dirección y luego se vuelve hacia mamá.

—Y yo que pensaba que lo dulcificarías con el tiempo...

—Me gustan raritos —dice ella, y se encoge de hombros.

—Bueno —interrumpe tía Lexi—, ¿vamos a comer o qué? Yo me muero de hambre.

Comer con ellos dos es un poco aventura, porque hablan sin parar y, además, se empeñan en hacerlo todo. No es poco habitual que vuele un vaso al otro lado de la mesa, o que haya alguna que otra mancha de comida en la ropa de cualquiera de los presentes. Esta vez siguen el mismo patrón de siempre, y la que termina manchada de comida soy yo.

Subo las escaleras y me meto en mi habitación con un suspiro. Me estoy cambiando la camiseta cuando justo recibo un mensaje. Pelusa se lame una pata sin dejar de mirarme, muy intrigada.

Jane: ¿A las seis en el centro comercial?

Livvie: 'Hola, Livvie. ¿Cómo estás? Bien, gracias por preguntar.'

Jane: Hola, Livvie. ¿Cómo estás?

Livvie: Bien, gracias por preguntar.

Jane: ¿A las seis en el centro comercial?

Suspiro. Prefería cuando me mandaba emojis divertidos, la verdad.

Livvie: Vale.

Me quedo mirando un momento el chat. Más que nada, porque Jane tampoco sale de él. Ambas lo contemplamos en silencio, hasta que ella vuelve a escribir.

Jane: ¿Al final vienes con Rebeca?

Livvie: Sí, ¿por?

Jane: Por saber.

Nos quedamos las dos mirando la pantalla de nuevo, y entonces empiezo a escribir yo.

Livvie: ¿Hoy no me recomiendas una canción?

Su respuesta es inmediata.

Jane: Robbers, The 1975.

Se desconecta nada más enviar el mensaje, y esta claro que yo corro a escucharla. Aunque, para ser cien por cien sincera, no la entiendo del todo. No suena triste, ni tampoco alegre. Es el tipo de canción que te deja con una sensación muy extraña, como si no supieras qué sentir.

She had a face straight out a magazine,

God only knows but you'll never leave her...

Sigo escuchando y mirando a Pelusa, como si fuera a ser ella quien me desvelara los secretos ocultos de la canción.

I'll give you one more time.

We'll give you one more fight.

Said one more line.

Will I know you?

¿Qué si me conocerá? Pero ¡si ya me conoce de sobra, la cabrona! El único problema aquí es que se pone a salir con... quiero decir... ¡que es muy rara!

Now if you never shoot, you'll never know

And if you never eat, you'll never grow

You've got a pretty kind of dirty face...

¿Eso es que me llama guapa o sucia?

Ambas.

Me quedo mirando la pantalla un rato más, reflexiva y perdida a partes iguales, hasta que recuerdo el pequeño detalle de que tengo que ir a la tienda antes de acudir a la cita.

Bajo las escaleras a toda velocidad, y me acerco a la puerta de la cocina para hacerle un gesto disimulado a papá. Por suerte, los demás están muy ocupados charlando como para darse cuenta, así que solo se acerca él.

—Tienes cara de querer pedirme algo —comenta nada más llegar a mi altura.

—Y, efectivamente, así es.

Papá suspira.

—A ver, ¿qué pasa?

—¿Podría irme un poquito antes de la tienda? Sé que dijimos que mi horario era fijo, pero...

—¿Qué planes tienes?

No creo que contarle lo de la cita doble sea muy apropiado, así que decido enfocarlo por otro camino.

—He quedado con Rebeca.

—¿Y eso es tan urgente que no puedes posponerlo para un día en el que no trabajes?

—Papá... por favor...

Sé que voy a convencerlo antes incluso de que suspire, sacuda la cabeza y, finalmente, asienta una vez.

—Muy bien. Pero no te acostumbres, ¿eh?

—¡Gracias!

Las horas en la tienda se me hacen eternas, y no dejo de mirar la hora esperando a que sea la de salir de aquí. Aprovechando que no hay ningún cliente, me miro a mí misma e inspecciono mi atuendo. Me he puesto un vestido suelto de flores, cosa muy poco habitual en mí, y me he dejado el pelo suelto. ¿Me he arreglado un poco más de la cuenta? Quizá, pero no seré yo quien lo admita.

Ya lo admito yo por ti, no te preocupes.

He avisado a Rebeca con la dirección y la hora, y hemos quedado en que nos veremos ahí. Yo voy en bus, y me bajo en la parada del centro comercial con un nudo de nervios un poco estúpido. Tampoco es que vayamos a hacer nada muy especial. Lo más seguro es que estemos un rato juntas y después cada una decida irse a su casa.

Para mi mala suerte, las únicas que están en la entrada del centro comercial son Jane y Astrid.

Ambas van vestidas como de costumbre, lo que me hace replantearme mi elección de vestuario. Aun así, mantengo el mentón bien alto mientras me acerco a ellas.

Jane es la primera en verme y, en cuanto su mirada se desvía, Astrid se vuelve en mi dirección. La primera mantiene una expresión muy neutral, mientras que la segunda sonríe con amplitud.

Empezamos bien.

—¡Hola! —exclama Astrid alegremente.

—¿Qué tal? —murmuro.

—Bien —responde Jane sin cambiar su expresión—. ¿Y tu cita?

Pues ojalá que estuviera aquí, porque me ahorraría el silencio incómodo que acabamos de vivir.

—Llegará en cualquier momento —aseguro—. No te preocupes.

—No estoy preocupada.

Astrid debe notar la tensión, porque da una palmada para atraer nuestra atención.

—Bueeeeeno, ¿os apetece hacer alguna cosa mientras esperamos a Rebeca?

Morir.

Jane sigue de brazos cruzados y yo no digo nada, así que a la pobre Astrid no le queda más remedio que asumir que ninguna de las dos tiene muchas ganas de charlar.

Miro a Jane de reojo. Lleva un peto negro, una camiseta suelta y las Converse de siempre. No se ha arreglado especialmente, y aun así noto algo distinto. Quizá sea que hoy no lleva pulseras, y se ha atado el pelo de forma mucho más formal que sus moños despreocupados, o que lleva una fina capa de maquillaje que, obviamente, no suele hacerse porque no lo ha aprovechado del todo.

Y... no sé por qué estoy pensando en esto. Especialmente cuando me mira con el ceño fruncido y yo me vuelvo antes de que pueda pillarme observándola.

—Qué buen día hace hoy —comento en un tono un poco más agudo de lo habitual.

La cara de mis compañeras de cita es digna de enmarcar.

—¿Vamos a hablar del tiempo? —pregunta Jane en tono poco convencido.

—¿Se te ocurre algo mejor?

—Bastantes cosas, pero no creo que te gusten mucho.

Boom.

Me tenso un poco, y Astrid se apresura a intervenir:

—Es verdad que hace un buen día —asegura intentando fingir alegría.

—¡Hola!

La voz de Rebeca hace que se me relajen los hombros de golpe, aunque vuelven a tensarse en cuanto se planta a mi lado y me pasa un brazo por encima de estos. Sorprendida, me vuelvo para mirarla. Ella sonríe ampliamente.

—Perdón por la tardanza, es que he encontrado un atasco por el camino —explica con un tono tranquilo que contrasta muy dramáticamente con la tensión que hemos mantenido hasta ahora—. ¿Me he perdido algo?

Miro a Astrid y a Jane. La primera saluda a Rebeca con educación, mientras que la segunda apenas la mira de reojo.

—Estaba pensando en ir a por algo de comer —propongo.

—Me parece una buena idea —asegura Astrid, aliviada por tener por fin un plan.

Y así emprendemos el camino hacia un puesto de comida rápida. Nos sentamos en una de las pequeñas mesas y cada una se come lo que ha pedido. La conversación que se entabla es principalmente entre Astrid y Rebeca, porque tanto Jane como yo miramos nuestra comida y masticamos en silencio. Ninguna de las dos parece de muy buen humor, y nuestras acompañantes deciden respetarlo.

Después de la comida, nos encaminamos hacia la sala de recreativos. Jane y Astrid van liderando el camino y charlando entre ellas.

—¿De qué crees que estarán hablando? —se me escapa.

Rebeca, que va andando a mi lado, se encoge de hombros.

—¿Qué más da? Lo importante es que nos lo pasemos bien.

Quiero decirle que sí, que tiene razón, pero me toma de la mano antes de poder responderle. Dejo que lo haga, pero apenas la miro porque estoy muy pendiente de ver qué está pasando ahí delante.

Años y años esperando que Rebeca me tomara de la mano... y ahora apenas me doy cuenta de que lo ha hecho.

Ironías de la vida.

Llegamos a la sala y nos paramos junto a una de las mesas de hockey. Jane acaba de meter una moneda para empezar, y lanza dos placas en nuestra dirección, mientras que ella y Astrid se quedan con las otras dos.

—Para jugar, tendréis que soltaros de la manita —comenta Jane sin mirarnos.

Rebeca me suelta la mano, y me da la sensación de que está conteniéndose para no reír. Yo, en cambio, miro a Jane con el ceño fruncido.

—Podrías decirlo de forma un poco más amable, ¿no?

—No he dicho nada malo.

—No es lo que dices, es el tono que usas.

—¿Ahora solo puedo hablar en el tono que a ti te gusta?

—¿Ves? Ya has vuelto a hacerlo.

—Chicas, vamos —interviene Astrid—, que no pasa nada. Vamos a jugar y a pasarlo bien, ¿vale?

Rebeca se muestra de acuerdo, pero nosotras dos no decimos nada.

El juego empieza, y yo trato de golpear la ficha de la mesa para meterla en su portería, pero se me hace muy difícil porque resulta que Jane es muy buena en ello. Antes de poder reaccionar, ya nos ha metido el primer gol.

Quizá... no debería darme tanta rabia que me sonría nada más hacerlo.

—¿Qué? —espeto.

—Nada.

Y así seguimos. Ella marca, Astrid aplaude, a Rebeca se la pela completamente y a mí me entran ganas de lanzarle algo a la cabeza a todo el mundo. Y no por perder, no, sino porque la idiota no deja de regodearse delante de mí, como si lo estuviera disfrutando.

Yo también lo estoy disfrutando.

Para cuando llegamos al décimo gol consecutivo, suelto la placa sobre la mesa y me cruzo de brazos.

—Deberíamos jugar a algo en lo que tengamos el mismo nivel —mascullo.

—No sabía que tuvieras tan mal perder —comenta Jane, todavía con su sonrisa.

—Y yo no sabía que fueras tan pésima ganadora.

—Por lo menos, yo he ganado.

—Bueeeeeno —interrumpe Rebeca—, ¿y si vamos al cine, que ahí no hay peligro de que alguien gane o pierda?

Honestamente, no sé si ha sido muy buena idea. En cuanto nos sentamos en la sala oscura, esperando que empiece la comedia romántica que han elegido Rebeca y Astrid, me siento todavía más incómoda de lo que ya estaba antes. Y es porque tengo a Jane a un lado y a Rebeca en el otro. Astrid, que está al otro lado de Jane, es la única que come palomitas y pasa totalmente de la tensión que hemos generado.

Me paso tanto rato en silencio que llego a pensar que voy a seguir así durante toda la película, así que me obligo a decir alguna cosa.

—La canción que me has recomendado es... interesante.

Vale, quizá no sea la mejor frase del mundo para romper el hielo.

Jane me mira de reojo y permanece callada durante un buen rato. Después, vuelve a girarse hacia la pantalla.

—¿Lo dices como algo malo?

—Lo digo como algo confuso. No la he entendido.

—Claro que no lo has hecho...

El tono hace que me tense de nuevo.

—¿Puedes dejar de hablarme como si todo lo que hiciera te molestara? —protesté en voz baja, para que solo ella pudiera oírme.

Para mi sorpresa, Jane soltó una risotada irónica y sacudió la cabeza.

—Es que haces cosas para molestarme.

—Lo siento, pero el mundo no gira entorno a ti.

—El mundo no, pero todo lo que has hecho hoy sí que lo hace.

—¿Perdona?

—¿A qué viene lo de presentarte con ella? —musita en voz tan baja que apenas puedo oírla incluso yo—. Ni siquiera la has mirado en toda la tarde.

—Claro que lo he hecho. Y, aunque no fuera así, tampoco es problema tuyo.

—Lo que tú digas, Livvie...

—Además, ¡la idea de esta estúpida cita fue tuya!

—¡No tenías que aceptar!

—¡Pues no habérmelo ofrecido! —mascullo—. ¿Qué pasa? ¿Rebeca y yo estamos interrumpiendo tu maravillosa cita? Porque tampoco veo que le estés haciendo mucho caso a Astrid.

—Porque estoy incómoda por tu culpa.

—¿Mía? —repito, incrédula.

Y, para mi asombro, Jane dice algo en voz baja y se pone de pie. Ni siquiera se molesta en despedirse de las demás, por lo que supongo que ha dicho que va al baño o algo así. Rebeca y Astrid la observan desaparecer escaleras abajo, y luego se coordinan mentalmente para mirarme a mí.

Y... vale, quiero ir, ¿a quién pretendo engañar?

—Yo también tengo que ir al baño —digo, muy digna.

—Ajá —murmura Rebeca con una sonrisa.

Bajo las escaleras a toda velocidad y salgo de la sala justo cuando empieza la película. Miro a mi alrededor, y me sorprende ver que, efectivamente, Jane acaba de entrar en el baño. Sin embargo, cuando entro, la encuentro lavándose las manos. Solo era una excusa para salir de ahí.

En cuanto me ve aparecer, su expresión se tuerce con desagrado.

—¿No puedes dejarme tranquila? —protesta.

—¿Qué te hace pensar que estoy aquí por ti? Quizá tengo que hacer pis.

—¿Puedes dejarte ya de tonterías? —explota, mirándome fijamente—. ¡Vete con tu cita, o lo que sea, y déjame en paz!

—¡Te recuerdo que tú eres quien empezó a tener citas!

—¿Y qué? ¿Te molesta?

—¿Te molesta a ti que yo esté con Rebeca?

—Me molesta que no seas capaz de admitirlo.

—¿Admitir el qué?

Ella se pasa las manos por la cara, suelta otra risa irónica y, al final, sacude la cabeza.

—Si tú no lo dices, yo tampoco lo haré —concluye.

—Muy bien. Pues que cada una vuelva con su maldita cita y que pase un maldito día maravilloso.

—Exacto.

—Y no vuelvas a hablarme en todo el día, que no quiero seguir discutiendo.

—No me hables tú a mí —protesta—. Eres tú quien me ha perseguido al cuarto de baño.

—¡Porque tengo que hacer pis!

—Pues no te veo con mucha prisa por hacerlo. Desde que has entrado, te has limitado a discutir conmigo.

Me llevo una mano al corazón, escandalizada.

—¿Qué culpa tengo yo de que estés en medio del camino?

—Tranquila, que no me pondré más en él.

Me quito la mano del pecho, sorprendida por su tono. Hasta ahora hemos discutido, pero no había sonado tan agria como acaba de hacerlo. Jane se seca las manos con papel, lo lanza a la basura y pasa por mi lado sin mirarme.

Y sé que debería dejar que volviera a la sala. Y que no debería decir nada. Pero se me escapa un:

—Si después de la película cancelas tu cita, yo cancelo la mía.

Jane se queda de pie con la manija de la puerta en la mano y, durante un buen rato, reflexiona sobre mis palabras. Transcurre tanto tiempo que llego a pensar que decirlo ha sido un error.

Entonces, asiente sin mirarme.

—Trato hecho.

Y sale del baño sin decir nada más.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro