Capítulo VII
VII - PASIVO-AGRESIVAS
Me da igual.
Me da absolutamente igual.
O de eso intento convencerme mientras sigo tecleando como una desquiciada. Porque, además de tener que aguantar que liguen delante de mí, tengo que pedirle la dichosa pieza del violín a Astrid. ¿Qué voy a hacer sino?
Además, ¿por qué no iba a hacerlo? ¿Qué mal ha hecho Astrid, si puede saberse? En todo caso, debería estar enfadada con Jane. Y tampoco tengo derecho a enfadarme con ella.
Maldita sea, ¿por qué me tengo que cabrear tanto por cosas que se supone que no deberían afectarme?
La vida, que es una mierda.
Estoy tan ensimismada que apenas oigo el sonidito de la campana de la entrada. Sigo tecleando, furiosa, y pido la puñetera pieza.
Si viene golpeada, nos lo callamos.
—Eh... ¿hola?
Me separo del mostrador de forma automática, e intento dedicarle mi mejor sonrisa —frustrada y furiosa— a mi cliente... hasta que veo quien es. Frunzo el ceño sin poder evitarlo, contrariada. ¿Qué hace aquí Jay? Y, sobre todo, ¿qué hace aquí su hermana?
—Eh... mmm... hola.
Vale, eso no ha ayudado a mejorar la situación. Nos quedamos los tres en silencio, y yo los contemplo como si fueran aliens recién aterrizados en la tierra. Jay sonríe con aspecto nervioso, y Ellie curiosea las estanterías.
Vaaaale, muy raro todo.
—¿En qué puedo... em... ayudaros? —pregunto al final.
—Necesito un vinilo —explica Jay en el mismo tono nervioso que yo.
—Pues qué bien..., tenemos unos cuantos.
Ellie se echa a reír, y ambos la miramos de forma inconsciente. Al darse cuenta, carraspea ruidosamente y se vuelve hacia los vinilos otra vez.
—¿Buscas algo en específico? —pregunto a Jay, tratando de reconducir la situación.
—Algo de los setenta.
—¿Y cómo te gusta la música? ¿Animada, triste...?
—Es para una amiga. Creo que le gusta animada.
—Oh, entonces podrías darle algo de Abba. Ven, te lo enseñaré.
Agradezco tener algo que hacer, porque no hay nada peor que estar nerviosa y quieta. Guío a Jay entre las estanterías hasta que llegamos a la sección de vinilos de los setenta. La verdad es que los de Abba suelen irse deprisa, así que tiene suerte de que todavía tengamos una recopilación de sus mayores éxitos. Se la enseño a Jay con una gran sonrisa, y él me corresponde.
—¿Qué te parece? —pregunto.
—Es... mmm... genial. Sí. Seguro que le encanta.
—¿Quieres que miremos alguno más?
—No, no, no... está bien así.
—¿Y es todo lo que necesitas?
—Sí. Todo.
Entonces, ¿por qué no se mueve? Lo contemplo unos instantes, confusa, hasta que vuelvo a guiarlo hacia el mostrador, donde Ellie lo espera con impaciencia. Paso el vinilo por el escáner y, al decirle el precio, Jay se pone a buscar en su cartera. Yo aprovecho para mirar a su hermana, que rehúye mi mirada como si tuviera la peste. No entiendo nada. ¿Qué hace aquí? ¿No se supone que me odia?
—Aquí tienes —le digo a Jay cuando paga, y le meto el vinilo en una bolsita de la tienda.
—Gracias.
—Gracias a ti... a vosotros.
—Es... genial verte otra vez, Livvie.
Las palabras de Jay hacen que me sienta todavía más confusa, si es que es posible.
A ver, no es que no le tenga aprecio a Jay, pero la verdad es que nunca tuvimos una relación muy cercana. Lo que sabía de él era lo que me contaba su hermana, y las veces que lo veía era porque iba a dormir con Ellie. Alguna que otra vez hablamos a solas si coincidíamos en la cocina, pero poco más.
Por eso sus palabras me pillan tan por sorpresa.
—Lo mismo digo —murmuro, dubitativa—. ¿Cómo va todo?
—Bien. Ellie sigue con el baloncesto, yo con el fútbol... ah, y Ty empezó con el yoga.
Sonrío al oír eso último.
—Casi siempre que os visitaba lo encontraba viendo vídeos de meditación.
—Pues sí. En fin, deberíamos irnos...
—Claro...
Y, por supuesto, no se mueve. Fuerzo una sonrisa un poco tensa, preguntándome si estoy haciendo algo mal y no saben cómo decírmelo.
Y entonces Ellie se adelanta y me habla por primera vez:
—Jay quiere saber si estás con alguien.
Oh, vaya.
A ver, querido Jay, ¿cómo te lo explicamos?
Mi sonrisa vacila, y se me instala un incómodo tic en el ojo. Aun así, intento no poner mala cara. Especialmente porque la de Jay se ha vuelto roja y siento una oleada de ternura por él.
—No exactamente —explico como puedo—. Tampoco es que tenga mucho tiempo para hacer nada, con el piano y todo eso...
A no ser que Tommy se cuele en mi habitación, claro. Pero dudo mucho que ninguno de los dos defina lo nuestro como una relación.
—Ah, claro —dice él, haciéndose el indiferente—. N-no... no quería preguntártelo, ¿eh? Se lo ha inventado Ellie.
La aludida da un respingo, ofendida.
—Oye.
—No pasa nada —aseguro enseguida.
—Tenemos que irnos —dice él, sin embargo, y está claro que desea hacerlo con todas sus fuerzas—. Gracias por... eh... por el vinilo.
—Espero que le guste.
Parpadea, confuso.
—¿A quién?
Parpadeo, confusa.
—A tu amiga, ¿no?
—Ah, sí, sí... mi amiga... Seguro que le encanta.
—¿Podemos irnos ya? —insiste Ellie con impaciencia.
Jay no se hace de rogar, y en cuanto marchan me dejo caer contra la silla y contemplo la puerta, confusa.
¿Qué acaba de pasar?
Sigo pensando en ello cuando vuelvo a casa, recojo mi habitación, voy a practicar un poco con el piano, preparo la cena para papá y mamá —ya que hoy ambos trabajan hasta tarde y no creo que tengan ánimos para cocinar nada— y me doy una duchita relajante. Cuando salgo ya han vuelto. Intento acariciar a Pelusa y, en cuanto me rechaza y sale corriendo, subo a mi habitación y la dejo con mis padres.
Ya a solas en mi habitación, me encuentro con un mensaje de Jane. Me alegra tanto que, por un momento, incluso me olvido de lo que ha pasado esta tarde en la tienda. Me dejo caer sobre la cama, ya con el pijama puesto, y abro su chat.
Jane: Necesito que me recomiendes una canción animada.
Livvie: ¿Estás triste?
Jane: No, quiero saber si escuchas música que no sea triste.
Sonrío a la pantalla y, tras rebuscar un poco entre mis listas, escribo el siguiente mensaje.
Livvie: Meet me at our spot.
Apenas lo he escrito, el móvil empieza a vibrar. Me quedo mirando el nombre de Jane en la pantalla. Me está llamando. ¡Llamando! ¡Nunca me llama!
Vale, calma, podemos enfrentarnos a esta situación.
Tardo tanto en tomar una decisión que está a punto de colgarme, pero cojo el móvil justo a tiempo para no cortar el último pitido.
—Hola —digo con una voz nerviosa que, en otra ocasión, quizá me habría dado ganas de golpearme a mí misma.
—Voy a escuchar la canción contigo —explica—. Así, si es otra canción triste de amor, podré echártelo en cara. Bueno..., en teléfono.
—Adelante, pues.
Pongo el altavoz del móvil y, mientras la canción suena, yo miro mi muro de Omega. Mi vídeo con el piano ya acumula treinta me gusta, y en cuanto veo que uno de ellos es de Ellie, frunzo el ceño de forma automática.
Sí que le ha dado con ser cordial, madre mía.
Sucesos extraños.
Le doy me gusta a una foto de Tommy en la que está con un grupo de amigos en el sofá de su casa. A todo esto, la canción ya ha terminado.
—¿Y bien? —pregunto.
—Mmm... —Jane lo considera unos instantes—. No es lo más animado del mundo, pero al menos has salido de tu línea de desamores.
—¿Qué culpa tengo yo de que las mejores canciones vayan sobre eso?
—Son las que a ti te gustan, no las mejores.
—Una cosa lleva a la otra.
Jane suelta una risita muy impropia en ella, y me encuentro a mí misma sintiéndome orgullosa de haberla provocado.
Pero ¿se puede saber qué me pasa últimamente con esta chica?
—He visto tu vídeo con el piano —comenta entonces.
Pensé que me sentiría más nerviosa, pero es la primera persona —a parte de Tommy— que me lo comenta y tengo la seguridad de que no lo hace con mala intención. Con los demás siempre hay un cierto grado de tensión, pero con ella no tengo ninguna. Y es algo que me sorprende mucho.
—¿Te ha gustado? —pregunto.
—Bueno, la canción no estaba mal. Solo le he dado me gusta por la chica del vídeo...
Espera.
¿Acaba de...?
—...que parece tan nerviosa que me ha dado pena.
Ah, vale. Es eso.
Hashtag desolación.
—La chica se siente perfectamente segura sin tu me gusta —aseguro—. De hecho, lo rechaza.
—¿Que lo rechaza?
—Exacto. Los me gusta caritativos no son bienvenidos en mi cuenta, así que te ordeno que lo retires.
—¿Y si no quiero? ¿Me vas a obligar?
Entrecierro los ojos. En parte porque me he puesto nerviosa, en parte porque me molesta que me haya puesto nerviosa.
—Quizá —digo, al final.
—Oh, me encantaría verte intentándolo.
—¿A que te bloqueo?
—¿A que voy a otra tienda de música?
—¿Me pondrías los cuernos con otra tienda?
—¡Me habrías bloqueado!
—Entonces, empate —decreto con solemnidad.
—Me parece bien.
—Recomiéndame una canción, que te toca a ti.
—La verdad es que prefiero otra tuya —murmura—. Hoy no estoy inspirada.
—Vale, pues dime un número cualquiera y será la canción que te ponga.
Jane se lo piensa un momento, y casi puedo percibir que está sonriendo.
—Cuarenta y tres.
Busco la canción de ese número en mi lista, y sonrío nada más verla.
—Vaya, ¡una canción de desamor!
—¡Quiero cambiar de número!
—Taaaaarde. Angels like you, de Miley Cyrus.
Pese a sus quejas, la pone enseguida. Y mientras empieza a sonar, yo vuelvo a investigar Omega. Más concretamente, entro en su perfil. Jane tararea la canción, ajena al hecho de que estoy cotilleándole las fotos...
Hasta que lo veo.
Astrid no solo ha empezado a seguirla, sino que le ha dado me gusta a todas las fotos. A todas. En la última foto subida incluso le ha comentado una carita con corazones y Jane, por supuesto, le ha dado me gusta a su comentario.
Mmmmmmmm...
No debería. Sé que no debería. Pero me da igual. Entro en el perfil de Astrid y me encuentro con la misma situación. Jane le ha dado me gusta a todas las fotos, y en la última le ha puesto dos fueguitos.
¡¿Fueguitos?!
A la hoguera con ellas.
¡¿Ya han alcanzado ese nivel?! ¡¡¡Si se han conocido esta tarde!!!
Ni siquiera la voz de Miley, por mucho que me guste, consigue sacarme de mis cavilaciones, y es que de pronto, sin saber muy bien por qué, me siento mal. Físicamente mal. Como si tuviera un pitido en la cabeza que no cesara. Quito su perfil de golpe.
—No está mal —comenta Jane, y me doy cuenta de que la canción ya ha terminado.
Y, por algún motivo, no respondo. Simplemente, me quedo mirando el techo con una sensación muy rara en el pecho.
—¿Hola? —insiste Jane.
Debería responder y lo sé, pero soy incapaz de hacerlo. Sigo mirando fijamente el techo, como si este fuera a darme alguna respuesta.
—¿Te has quedado dormida? —sugiere Jane entonces, y por su tono deduzco que no sospecha nada—. Dulces sueños, entonces... Buenas noches, Livvie.
○○○
Mi nueva vida en el conservatorio, ahora que Jules ya no quiere saber nada de mí, consiste en ir a clase, escuchar la lección del profesor o profesora que me toque, pasear por el campus, merendar y ver si hay alguien la sala del piano para poder usarlo. Y, menos los días en los que Rebeca tiene un rato libre para verme, lo hago todo completamente a solas.
¿Está mal que me guste estar así, sin nadie?
A ver, no es que no me guste la gente, pero... ¡hay algo tan relajante en pasar tiempo a solas! Algo que solo entiende la gente que, efectivamente, lo disfruta. Eso no quiere decir que no disfrute de cuando hablo con Tommy por teléfono, o de cuando Rebeca se pasa a verme. Simplemente... me gusta estar a solas.
Ya estoy en mi última clase del día, y entro en el aula con los auriculares puestos. Enseguida me los quito, porque el profesor Yang a veces amenaza con quitárnoslos. Me los estoy guardando en el bolsillo de la mochila cuando, de pronto, veo que Astrid me está haciendo un gesto de saludo desde el lugar que ocupa con Ashley, su amiga. Le devuelvo el saludo, confusa, hasta que me doy cuenta de que me está diciendo que me acerque a sentarme con ellas.
Ah, bueno...
¿Socializar sí? ¿Socializar no? E ahí el dilema.
Lo considero un momento, y al final me acerco por inercia. Ya estoy sola en todas las otras clases, no pasa nada por tener compañía en una de ellas.
—Hola —murmuro al llegar a su altura.
—¡Hola, Livvie! —exclama Astrid con alegría—. Mira, esta es Ashley. Creo que la última vez no os pude presentar.
—¿Qué tal? —pregunta la aludida—. Puedes sentarte con nosotras, si quieres. Hemos visto que en las otras clases estás sola.
—Oh, me gusta estar sola... de vez en cuando —corrijo rápidamente, para que no se piensen que soy un bicho raro—. Pero luego recuerdo que debería socializar si no quiero morir sola y que mi gata se coma mi cadáver.
Vaaale, quizá no he ajustado el sutilómetro de chistes macabros con desconocidos.
Por suerte, se lo toman con humor. En cuanto veo que se ríen, suelto un suspiro de alivio y tomo asiento junto a Astrid.
—¿Quién es esa chica? —pregunta Ashley, entonces.
Sigo la dirección de su mirada hasta que veo que Jules está sentada al otro lado de la clase y nos mira fijamente. Muy fijamente. De esas miradas que te hacen pensar que alguien quiere clavarte un bolígrafo en un ojo.
Hoy, en el nuevo episodio de Mentes Criminales...
—Es una chica que conocí a principio de curso —explico—. Después de lo de mi vídeo, dijo que no podía seguir siendo mi amiga.
—Pues ella se lo pierde —concluye Ashley, sin darle mucha importancia.
—¿Qué vídeo? —pregunta Astrid, totalmente perdida.
—Nunca te enteras de nada —protesta su amiga.
—¡Para eso te tengo a ti, para que me informes!
Al final, se lo cuento yo. Para cuando termino el relato, el profesor Yang ya ha entrado en clase y se pelea con su portátil, como de costumbre, porque no consigue conectarlo a la pantalla táctil.
—Ah, bueno —dice Astrid al final, con un gesto de restarle importancia—, no estoy a favor de la violencia, pero de vez en cuando está bien darle una galleta a quien se lo merece.
—¿Una galleta? —repite Ashley con una ceja enarcada.
—¡Una galleta violenta!
—Es que no te sale lo de ser mala, ¿eh?
—Yo te enseño —bromeo.
Astrid se ríe con ironía, y no podemos decir gran cosa más poque el profesor empieza con la clase.
No mentiré: me planteo varias veces si preguntarle a Astrid sobre Jane, aunque sigo sin estar muy segura de si debería importarme o no. Si la situación fuera al revés, probablemente me tomaría su pregunta como algo muy fuera de lugar.
Sí..., mejor no preguntar.
La clase transcurre tan aburrida como de costumbre, y para cuando salimos del aula me sorprende ver que me demoro inconscientemente para esperar a mis dos compañeras, que hacen lo mismo para salir las tres juntas de clase.
Mírala, socializando por primera vez en su vida.
—Qué pereza volver a casa —murmura Astrid mientras abandonamos el aula y cruzamos el pasillo.
—¿Por qué? —pregunto.
—No tiene carnet de conducir —explica Ashley por ella—. Yo sí, pero no se fía de ir conmigo.
—¡Porque la última vez casi nos comimos un semáforo!
—Yo tengo moto, pero no puedo usarla —comento con una mueca—. Tuve un pequeño accidente con... em... una amiga.
—¿Quieres que te acompañe un rato andando? —propone Astrid.
Estoy a punto de responder cuando, de pronto, noto que alguien me salta a la espalda. Durante un breve e intenso momento de mi vida, llego a pensar que es Jules en busca de venganza, pero no. Es Rebeca, que se ríe y me rodea el cuello con los brazos desde atrás.
Lleva puesto el atuendo de bailarina, por lo que supongo que está entre ensayos.
—¿Qué haces con gente? —pregunta con alarma—. ¿Ahora tienes más amigas, a parte de mí?
—Qué graciosa —murmuro—. Ellas son Astrid y Ashley, dos compañeras de...
—Oh, las famosas de Omega —adivina Rebeca, y se separa para colocarse a mi lado—. ¡Os sigo en las dos cuentas!
—¡Muchas gracias! —sonríe Astrid.
—¿Por qué no lo pedís a Livvie que se una a alguno de vuestros vídeos? Ella también toca el... ¡AUCH!
Vale, quizá mi discreto codazo no ha sido tan discreto.
Miro a Rebeca con los ojos muy abiertos, y ella enrojece de pies a cabeza al darse cuenta de que quizá la ha cagado un poco.
—Uy, ¡qué tarde llego a clase! —comenta con alarma.
—¡No, no es mala idea! —asegura Astrid enseguida—. Si a ti te apetece, Livvie.
—¿A mí? —Me pilla tan por sorpresa que, a falta de otra respuesta, asiento con la cabeza—. Eh... sí, claro.
—Habrá que encontrar canciones para tríos —comenta Astrid.
Ashley suelta una risita.
—Lo mal que ha sonado eso...
Rebeca me mira con cierta preocupación, como si no estuviera segura de si la ha cagado o no. Al final, para que sienta que no lo ha hecho, le murmuro:
—Deduzco que has visto mi último vídeo, ¿eh?
—¡Claro que sí! Fui el segundo me gusta.
Seguro que el primero fue Tommy.
Nunca nos falla.
—Bueno, tengo que ir a clase —dice, y esta vez parece que va en serio—. ¡Nos vemos, chicas!
Estoy a punto de seguir a mis Kardashian favoritas, pero entonces un gesto de Rebeca hace que me detenga en seco.
Y es que se inclina, me sujeta del hombro y me da un beso en la mejilla.
Me giro a mirarla, extrañada y avergonzada a partes iguales, pero ya está corriendo por el pasillo para no llegar tarde a su ensayo.
Supongo que me quedo mucho más parada de lo que pretendía, porque Ashley suelta un silbido bajo y sugerente.
—Detecto corazoncitos en el aire —comenta.
—¡Ay, menos mal!
Eso último lo ha dicho Astrid, y me vuelvo hacia ella para mirarla con confusión.
—¿El qué?
—Lo tuyo con Rebeca —explica, aliviada y divertida partes iguales—. ¡Pensé que tenías algo con Jane y por eso me daba cosita decirle nada!
No sé qué cara le pongo, pero noto un tic nervioso en el ojo. Otra vez. Estos días, no me abandona.
—Ah. —Es lo único que me sale.
—Perdona por no decirte nada —añade Astrid—. Es que no sabía cómo preguntártelo sin que la situación se volviera incómoda.
—¿Preguntarme... el qué?
—Bueno, ya sabes —murmura, avergonzada—. Si tenéis algo. No lo tenéis, ¿no?
Parpadeo.
—¿Eh?
—¿Tenéis algún tipo de relación... amorosa?
Parpadeo. Parpadeo. Parpadeo.
—No —admito al final.
Astrid intenta disimular su entusiasmo para no ofenderme, pero aun así esboza una pequeña sonrisa alegre.
Y yo, claro, no puedo quitármelo de la cabeza ni siquiera al llegar a casa. Lo hago con los hombros hundidos porque, además, hoy nadie podía pasarse a buscarme y he tenido que andar un buen rato para volver. Abro la puerta, saludo a Pelusa —que me bufa con desagrado— y voy a comer algo rápido en la barra de la cocina. Papá llegará en un rato y me tocará darle relevo en la tienda, y no me apetece demasiado.
Sin embargo, cumplo con mi obligación y dejo pasar las horas con bastantes clientes que, por lo menos, hacen que transcurran más deprisa. Al final del turno, mientras cierro la tienda, compruebo que he vendido bastante. Y debería estar contenta.
Debería... pero hoy Jane no se ha pasado.
A ver, sé que no debería importarme, pero es que ha llegado un punto en el que se pasa a verme cada día. Y hoy no lo ha hecho. Justo después de que Astrid dijera eso de que ya no va a seguir conteniéndose porque, aparentemente, yo le he dado luz verde a cualquier tipo de acercamiento con ella.
Intento no abrir Omega. De veras que lo intento. Pero, mientras ceno con papá y mamá en casa, no puedo evitar encender el móvil por debajo de la mesa. Curiosamente, la primera foto que me sale es de Astrid. Tiene una tarrina de helado en la mano, y hay otra justo al lado que sujeta una mano que conozco perfectamente, incluso sin la cantidad indecente de pulseras que pasea por el mundo.
¿El encabezado de la foto? Recuerdos dulces.
Date un cabezazo contra la mesa, si lo estás deseando.
—Livvie, nada de móviles mientras cenamos —me recuerda mamá.
Dejo el aparato sobre la mesa y empiezo a remover la comida sin mucha hambre. Papá y mamá se dan cuenta enseguida y, pese a que intercambian varias miradas, tardan un buen rato en sacarme el tema.
—¿Va todo bien? —pregunta papá, finalmente.
—Como siempre —murmuro.
—¿Está todo bien en clase? —insiste mamá, claramente preocupada—. Si has suspendido algún examen, no pasa nada, seguro que puedes...
—Todo está bien —insisto, con la mirada clavada en el plato—. De hecho..., hoy he hecho dos amigas nuevas.
—¿En serio? —pregunta papá, contrariado.
—Oye, ¿a qué viene el tono de sorpresa?
—¡Eso es fantástico! —asegura mamá, cortando mi acusación—. ¿Cómo se llaman?
—Astrid y Ashley. Son muy simpáticas.
—Podrías invitarlas algún día —propone ella, entusiasmada—. Y les cocinas algo, que se te da muy bien.
—Sí, mejor que no cocine tu madre —murmura papá.
Ella entrecierra los ojos.
—¿Qué dices?
—Absolutamente nada.
—Quizá las invite algún día —murmuro, aunque no estoy muy segura—. ¿Puedo subir a mi habitación? No tengo mucha hambre.
Sé que mamá está tentada a preguntarme si estoy bien otra vez, pero al final desiste y deja que suba. Aprovecho para darme un baño largo, ponerme el pijama y meterme en la cama. Hoy no me apetece mirar si mi vídeo tiene más visitas. No me apetece hacer gran cosa, en general. A parte de charlar con Tommy, aunque técnicamente nuestro chat nunca está inactivo. Aunque tardemos horas en respondernos, siempre estamos mandándonos cositas. Veo los vídeos que me manda con una sonrisa, y espero impacientemente por su reacción a los míos.
Y, entonces, aparece un mensaje de Jane.
Me quedo mirándolo un momento, sorprendida. No sé por qué, pero pensé que hoy ya no habría más noticias de ella. Primero, porque ha estado toda la tarde con Astrid. Segundo, porque anoche no le respondí y hoy no se ha pasado por la tienda.
Pero aquí está.
Abro su chat con más nervios de los que me gustaría admitir.
Jane: Por culpa tuya me estoy aficionando a Miley Cyrus.
Vaya, pues resulta que no está enfadada, cosa que me deja un poco descolocada.
Livvie: Tienes que expandir tu mente y abrirte a nuevos caminos musicales.
Solo musicales, ¿eh?
Jane: Hoy estaba en una heladería y ha empezado a sonar una cancioncita de desamor. Todo son señales.
Livvie: ¿Señales de que tienes que desenamorarte?
Jane: De que tus pésimos gustos me persiguen.
Livvie: Haber salido de la heladería, si tan poco te gustaba.
Jane: No quería dejar plantada a mi acompañante.
Livvie: ¿A Astrid?
No reflexiono sobre lo que he escrito hasta que lo leo en la pantalla. Y, para mi propia sorpresa, resulta que me da igual. Quiero que responda.
Ella intenta decir algo, pero deja de escribir al instante. Tarda unos segundos, y finalmente me manda un mensaje.
Jane: Sí.
Pausa. Ninguna de las dos escribe nada, pero estoy segura de que ambas estamos mirando fijamente la pantalla y no nos salimos del chat.
Livvie: Espero que te lo hayas pasado bien.
Que no se note el resentimiento.
Jane: Astrid es muy simpática.
Livvie: Lo es.
Jane: Me ha dicho que ayer no intentó nada conmigo porque no estaba segura de si tú y yo teníamos algo.
Sé dónde quiere llegar, pero me apetece ponérselo complicado.
Livvie: Qué curioso.
Jane: También me ha dado a entender que tú se lo has aclarado.
Livvie: Ah.
Jane: Gracias por ser tan clara
Incluso yo puedo sentir la pasivo-agresividad de esa carita.
Livvie: De nada
Más pasivo-agresividad, toma ya.
De nuevo, ambas nos quedamos en silencio absoluto, aunque estoy segura de que seguimos sin salir del chat.
Livvie: ¿Qué le habrías dicho tú si te hubiera preguntado?
Jane: Lo mismo.
Livvie: Pues perfecto.
Jane: Exacto. Perfecto.
Livvie: ¿Qué problema hay?
Jane: Ninguno en absoluto.
De nuevo, silencio. Y, entonces, Jane vuelve a escribir.
Jane: No sé si mañana podré pasarme por la tienda.
Estoy a punto de preguntarle por qué, pero se me adelanta.
Jane: Hemos vuelto a quedar.
Me quedo mirando la pantalla con la mandíbula tensa. Estoy tentada a escribir una burrada, pero al final suelto una risa irónica que solo oye Pelusa, en mi silloncito, y me pongo a teclear.
Livvie: Supongo que no me lo dices para invitarme.
Jane: No creo que fuera a ser muy cómodo. A no ser que invites a alguien más y hagamos una cita doble, claro.
Frustrada, escribo mucho antes de reflexionar sobre ello.
Livvie: Invitaré a Rebeca, entonces.
Y me desconecto sin darle opción a respuesta.
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