Capítulo IV
IV - MORADO
Livvie: Dime una canción para pasar el rato.
Jane: ¿No se supone que deberías estar estudiando?
Livvie: ¿No se supone que deberías estar buscando trabajo?
Jane: Cabrona.
Livvie: ¿La canción? :)
Jane: So Busted, de Culture Abuse.
Sonrío y busco la canción casi al instante. No me resulta muy difícil encontrarla. Me gusta tener estos ratos libres entre clase y clase, porque puedo comer y hablar con Jane, justo como estoy haciendo ahora.
Todavía tumbada en el césped que rodea el edificio, con la espalda pegada a un árbol y los auriculares puestos para deleitarme con su canción, me preparo para seguir devorando mi sándwich de atún. El sol me da en la piel paliducha y es bastante agradable. Podría quedarme dormida con mucha facilidad.
Al menos, hasta que alguien se sienta a mi lado. Abro un ojo, sorprendida, y me quedo mirando a la chica de pelo rizado que se está sacando la merienda sin siquiera mirarme. Jules, la compañera un poco intensa de mi clase, empieza a comer mientras analiza a su alrededor.
—Eh... hola —digo, confusa, quitándome un auricular.
—Ya me he enterado de con quién deberíamos ser amigas.
Parpadeo dos veces, confusa.
—¿Eh?
—¡Que yo ya he descubierto quienes son las populares! —replica y pone los ojos en blanco, como si le pusiera nerviosa que no la pillara a la primera—. Son dos chicas que coinciden con nosotras en Interpretación musical. Astrid y Ashley.
—¿Por qué tienen nombres tan parecidos? ¿Son Kardashian?
—¿A quién le importa eso? —replica con voz aguda—. ¡Te estás perdiendo la parte importante!
—¿Que es...?
—¡Que están estudiando canto! Suben sus vídeos a Internet y se han hecho muy famosas, así que todo el mundo quiere ser su amigo. ¡Nosotras tenemos que conseguirlo, Livvie!
—Ah...
—Tenemos solo estos días. La primera semana del curso es clave para asentarse en la jerarquía popular —aclara, metiéndose una cucharada de pasta en la boca. Tiene la fiambrera llena que dudo que vaya a terminarse sola. Casi estoy tentada a intentar robarle un poco—. Sí, tenemos que hacernos sus amigas. ¿Tienes Omega?
—Eh...
—Ya sabes, la app para...
—Sé lo que es, Jules. —Intento no sonar borde, pero creo que lo hago igual. Menos mal que a ella le importa un bledo—. Sí que tengo, pero no lo uso mucho.
—¡Pues eso tiene que cambiar! ¡Tenemos que hacernos famosas en algún lado! Omega es lo más fácil.
—No quiero ser famosa —replico con una mueca.
Jules se gira hacia mí con el ceño fruncido.
—¿Y eso qué más da?
Para ella es así de fácil, supongo.
Admito que me he planteado su propuesta nada más llegar a casa, pero no por lo hacerme popular, sino porque el método de las Kardashian es una buena forma de ganar voz propia con la música. ¿Y si subiendo vídeos consigo ser alguien dentro de este mundillo? ¿Y si resulta que es la clave para tener una carrera?
Plantada delante mi piano, hago un mohín y decido colocar el móvil grabando a mi lado, de forma que se me vea tocándolo. Tras probar con diferentes tipos de luz, me decido con la natural de la ventana. Es la que queda mejor.
Tu madre estaría orgullosa de que tomes el encuadre tan en serio.
Pese a que la cámara ha empezado a grabar, no sé qué hacer. Es decir, sé que tengo que tocar el piano, pero me encuentro a mí misma colocándome más erguida, en mejor posición para el vídeo, con más elegancia... y eso me dificulta un poco el tema de tocar. Soy incapaz de permanecer relajada. Suelto un suspiro y quito el vídeo. Vale, esto no es tan fácil como pensaba.
Así que se me ocurre una gran idea: enredar a alguien para que me ayude.
Livvie: Hola <3
Tommy: ¿Tú mandando corazones? *mirada acusadora*
Livvie: ¿Me ayudas con una cosita, por favor?
Tommy: Depende de la cosita.
Livvie: Una cosita de nada, lo prometo.
Tommy: Pfffff... Quería hacerme el duro, pero meh, sabes que voy a ayudarte.
Livvie: Eres el mejorrrr.
Tommy: Lo sé
Veinte minutos más tarde, escucho que mamá abre la puerta y se queda charlando un rato con él antes de dejarlo subir. En cuanto lo veo aparecer en mi salita del piano, esbozo una sonrisa.
—Hola.
—Que sepas que tu madre ya me adora —comenta dejándose caer sobre el sofá que tengo al lado.
—Pues claro. Tiene debilidad por los idiotas.
—Tienes suerte de que te quiera lo suficiente como para dejar pasar tu humor de mierda.
De nuevo, sonrío y le lanzo mi móvil. Él lo atrapa y lo mira con curiosidad.
—¿Qué se supone que tengo que ver?
—No es eso, es que... ¿podrías grabarme haciendo una cosita?
Tommy da un brinco. Parece pasmado y... entusiasmado.
—¡¿Por fin quieres que nos grabemos foll...?!
—¡NO! ¡Eso no! Quiero que me grabes tocando el piano.
—Ah.
Enarco una ceja.
—Disimula esa alegría.
—Has jugado con mis sentimientos —protesta, pero aún así se pone de pie y busca el mejor ángulo posible para grabarme.
Me gustaría decir que lo he hecho bien a la primera, pero sería mentira. De hecho, que me relaje un poco nos conlleva casi siete vídeos de un minuto. Parece poco, pero se nos hace eterno. Menos mal que Tommy tiene paciencia y no me desanima. Todo lo contrario. Incluso hace bromas entre toma y toma para que me relaje. Me encuentro a mí misma haciéndolo no mucho después, y por fin conseguimos un vídeo decente.
Para cuando lo revisamos, ya estamos en mi habitación. Papá nos ha obligado a dejar la puerta abierta, pero por lo menos no ha vuelto a echar a Tommy a patadas. De vez en cuando, cuando cruza el pasillo, asoma la cabeza, nos mira con desconfianza y luego vuelve a bajar. Ya abajo, escuchamos la voz de mamá riñéndolo. Pero siempre termina volviendo.
Pero Tommy y yo no hacemos nada sexual. De hecho, estamos tumbados boca abajo mirando la pantalla de mi móvil y probando a editar el vídeo.
—Ese filtro es horrible —me dice, sacudiendo la cabeza.
—¿En serio? A mí me gusta.
—Pero es que tú tienes un gusto horrible. Mírame a mí, te gusto y soy horrible.
Sonrío y choco su hombro con el mío. Él, mientras tanto, sigue buscando filtros adecuados.
—¿Qué tal este? —sugiere.
—¿Blanco y negro? Parecerá un funeral.
—¿Y el sepia?
—Parecerá una peli del viejo oeste.
—Oye, no desprecies esas pelis. A mí me gustan las de John Wayne.
—Demasiado heterosexuales para mí.
Tommy suelta una carcajada ruidosa que hace que Pelusa, que dormita sobre su espalda, nos mire con desprecio antes de volver a colocarse.
Entonces, algo nos llama la atención a ambos. Una notificación ha aparecido en mi pantallita. Es un mensaje de Jane.
En cuanto lo ve, Tommy me sonríe con picardía y me clava un codazo que casi me tira de la cama.
—Vaya, vaya... ¿todavía hablas con ella? Me voy a poner celosillo.
—Cállate. Solo hablamos de música. —No sé por qué me da tanta vergüenza admitir que me gusta hablar con ella así, porque sí—. Quiere ser DJ.
—¿Para manosearte los discos?
—¡Tommy!
—Perdón, perdón. Era una broma tentadora. —Hace una pausa, mirando la pantalla con muchas ganas—. ¿Puedo verlo? ¿Por fi?
—Solo porque me has ayudado con el vídeo —bromeo.
Tommy esboza una gran sonrisa y se mete en Omega para poder leer nuestro chat. Nunca hemos interactuado de ninguna otra forma. Le decepciona un poco que todavía no le haya pedido el número. Dice que es un error de principiante.
—No estoy ligando con ella —protesto.
Tommy me mira con los ojos entrecerrados.
—Vale, ¿y esto qué es?
—Es... mmm... una conversación entre amigas.
—Yo a mis amigas no les mando canciones con indirectas.
—¡No tienen indirectas!
Permíteme reír.
—Vaaaale, fingiremos que no le mandas indirectas —replica él tranquilamente—. ¿Cuándo piensas pedirle el número?
—¿Para qué lo necesito?
—No lo necesitas, pero es una forma de dejarle claro de qué vas.
—¿Y de qué se supone que voy?
—De la que va a hacer que se chille tu nombre entre orgasm...
—¿Queréis pastelitos?
La voz alegre de mi madre hace que los dos demos un respingo y Tommy gire el móvil de forma automática, como si estuviéramos viendo algo malo.
Por suerte, mamá nos está dejando una bandeja delante y no se da cuenta. Nos ha traído pastelitos comprados y dos vasos de refresco. Es su merienda estrella.
—Espero que os guste, no hay mucho más —explica.
—Tiene una pinta estupenda, señora Garber —le asegura Tommy.
—Ay, llámame Brooke —le dice, encantada—. Lo de señora me hace sentir como si tuviera noventa años.
—¿Y no los tienes? —provoco con media sonrisa.
Mamá, todavía con su expresión alegre, me da un tirón en la oreja que me hace soltar un sonidito de protesta. Tommy se ríe disimuladamente de mí mientras empieza a zamparse un pastelito.
—¡Buen provecho! —anuncia mamá como si nada.
Tommy vuelve a girarse hacia el móvil en cuanto se aleja, pero yo la sigo con la mirada. Antes de salir de la habitación, mamá me guiña un ojo y señala a Tommy como si le estuviera dando su aprobación. Por mucho que niego con la cabeza, no me hace mucho caso y se marcha felizmente.
—Bueno —retomo el tema y me giro hacia mi amigo—, ¿por dónde íbamos?
Y es entonces cuando veo que mi móvil no sigue en la cama. Está en la mano libre de Tommy.
Y... oh, no.
Acaba de mandar un mensaje.
Livvie: Oye, ¿puedes pasarme tu número? Es que hablar por aquí es un poco raro.
Me quedo mirando la pantalla con los ojos muy abiertos.
—¡TOMMY!
Mi grito hace que casi se trague el pastelito entero sin querer.
Pelusa, enrabietado por los chillidos y porque no dejamos de movernos, decide bajarse para ir con mis padres.
—¡No me chilles! —protesta Tommy.
—¡Le has puesto la peor excusa de la historia! —me desespero—. ¡¡¡Eso es lo que dicen los pervertidos de Omega antes de empezar a pasarte fotos de sus colitas erectas!!!
—Va a funcionar, ya verás.
—¡No va a funcionar, se va a creer que...!
El sonido de una notificación hace que ambos demos un salto para mirar la pantalla.
—¿Qué pone? —pregunto con voz aguda—. ¡No me atrevo a leerlo!
Tommy hace una mueca de horror.
—Ups...
Abro los ojos desmesuradamente y le quito el móvil para ver la pantalla. Pero solo veo que Jane solo me ha mandado su número. Sin más. Se lo ha tomado bien.
Tommy empieza a reírse a carcajadas.
—¡Deberías haberte visto la cara!
—¡No tiene gracia!
—¡Pero respóndele!
—¿Eh?
—¡QUE TE HA MANDADO SU NÚMERO, DILE ALGO!
—¡AAAHHHH!
Livvie: Gracias.
Tommy me arrebata el móvil para leer el mensaje. Esa vez, su cara de horror es de verdad.
—¡¿Gracias?! ¡¿QUÉ HACES?!
—¡LE AGRADEZCO QUE ME DÉ SU NÚMERO! ¡¿QUÉ QUIERES QUE HAGA?!
—¡NO DARLE LAS GRACIAS COMO SI FUERAS EL NÚMERO DE ASISTENCIA EN CARRETERA!
—¡ES QUE NO SÉ QUÉ MÁS DECIRLE!
—¡SOBRAN LAS PALABRAS, MUJER,! ¡LLÁMALA Y DEMUÉSTRALE QUIEN MANDA!
Sin dudarlo, Tommy le da a un botón de la pantalla y entro en pánico cuando veo que está llamándola de verdad. En cuanto se da cuenta que voy directa a colgar, me quita el móvil de delante y lo levanta para darle al altavoz. Todavía en modo pánico, intento pasarle por encima para quitárselo. Es imposible. Se lo cambia a la otra mano y lo estira lo más lejos de mí posible.
Y, justo cuando voy a alcanzarlo, el pitido se corta a la mitad y se oye un:
—¿Sí?
Tanto Tommy como yo nos quedamos muy quietos, como si pudiera detectarnos con el movimiento. Al final, tiene que darme un pellizco para que reaccione.
—¿Eh? Ah, sí... em... hola.
Jane se queda un momento en silencio.
—Hola —replica, y suena como si estuviera conteniendo la risa.
—Perdona por... mmm... llamarte de esta forma. Ha sido sin querer.
—Oh, no pasa nada. La verdad es que lo esperaba.
Tommy me dedica una miradita de orgullo, casi como si me dijera ¿ves como tenía razón? y me da otro pellizco porque me he vuelto a quedar en las nubes.
—¿En serio? —pregunto.
—Sí, en tu mensaje no sonabas como tú. Era el típico mensaje de un pervertido de Omega.
Es mi turno de dedicarle una miradita de superioridad a Tommy, que pone los ojos en blanco.
—Pero como no conozco a muchos pervertidos en tu entorno —sigue nuestra interlocutora—, he supuesto que sería el único que se me viene a la cabeza. Hola, Tommy.
—Vaya, he sido vilmente descubierto —protesta él—. Hola, Jane.
Esta vez, suena divertida.
—¿Estás obligando a Livvie a hablar conmigo?
—¿Yo? Si se moría de ganas. Solo le he dado el empujoncito que le falt... mhprj.
Suelta sonidos bastante confusos cuando le clavo una mano en la boca para callarlo.
—No me moría de ganas —aseguro enseguida—. Es que estábamos aburridos y... eh... le he enseñado una de tus canciones.
—Claro, claro...
—No es para tanto.
—Claaaaaro...
—¡Estoy hablando en serio!
—No hace falta que disimules, ¿sabes? Yo también quería hablar contigo.
Eso me deja callada durante unos segundos. Tommy se deja caer en la cama, se lleva una mano al corazón y suelta un suspirito enamorado que me hace ponerle mala cara.
—¿De verdad? —no puedo evitar preguntar.
—Claro. Necesitaba volver a reclamarte el mal gusto que tienes en cuanto a música.
—Muy graciosa. Tengo un gusto excelente.
—No te engañes tanto a ti misma, por favor.
—Deberías escuchar la mía —comenta Tommy—. Es todo de One Direction.
—Necesitas actualizarte, se separaron hace más de veinte años —protesto.
—¿No volvieron a juntarse después? —pregunta Jane, confusa.
—Mmm... la verdad es que no me acuerdo. Seguro que mi madre lo sabe, ya le preguntaré.
Espera, ¿por qué estamos hablando de esto?
—Jane se cree que sabe más que nadie en todo lo relacionado a la música —le explico a Tommy, a lo que ella suelta un resoplido.
—No es que me lo crea, es que lo sé.
—Para que digan que ya no queda humildad —bromea Tommy.
Y así empezamos a hablar con Jane. Creo que mi amigo pronto se da cuenta de por qué me gusta tanto pasar el rato con ella, ya sea por mensajes o en persona, porque incluso él empieza a parecer embelesado de todo lo que decimos. Jane es de esas personas con las que puedes hablar de cualquier tema y siempre tendrá una opinión formada. No hay una sola cosa que no podría hablar con ella. Y eso es genial.
Pero se está haciendo tarde, y cuando fuera empieza a oscurecer, me doy cuenta de que me está vibrando el móvil. Jane, que no sé qué estaba diciendo, se detiene.
—Creo que te han mandado un mensaje.
Y acierta de lleno, porque es un mensaje de un número que no tengo guardado. Intrigada, lo abro para ver qué es. Tommy se asoma también, claro.
¿?: Hoooolaaaaa! <3
—Puede que sea un hacker —sugiere Tommy.
Mientras Jane se ríe, veo que me llega otro mensaje.
¿?: Soy Rebeca, no sé si tienes mi número guardado jeje
En cuanto leemos el mensaje, siento que me da un vuelco el estómago. Y en el mejor de los sentidos. Tommy también se da cuenta, porque me mira de reojo.
—¿Y bien? —pregunta Jane—. No me dejéis con el chisme a medias.
—Es Rebeca —murmuro.
Ella duda unos instantes.
—Una antigua amiga suya —explica Tommy.
—Oh.
Beca: No sé si esto será muy intrusivo, pero quería decirte que esta noche una amiga da una fiesta en casa de su novio. Hay alcohol gratis!!!
Eso último lo acompaña de un emoji de un conejito saltando de felicidad.
Beca: Es una fiesta en la piscina, así que si tienes bañador o bikini mucho mejor. ¿Te vienes?
—Me ha invitado a una fiesta en la piscina de una amiga —explico en voz alta para Jane.
—Ah, qué bien. ¿Y quieres ir?
—No soy muy de fiestas...
Más que nada, porque casi nunca me han invitado a ninguna. No sé qué se hace en las fiestas, y tampoco sé si me apetece demasiado averiguarlo.
Por suerte, tenemos al experto máximo en el tema aquí tumbado conmigo.
—¡Tenemos que ir! —exclama Tommy—. ¡Dile que llevarás a dos acompañantes!
—¡¿A dos?! —exclamamos Jane y yo a la vez.
—¡Díselo!
—¡No pienso ir! —protesto.
Una hora más tarde, Tommy frena el coche delante de casa de Jane. Ella nos espera frente a su edificio con una mochila colgada del hombro, y se sube con una sonrisa nada más vernos aparecer.
—Hola de nuevo.
—¿Preparadas para el pecado? —Tommy levanta y baja las cejas varias veces.
Lo cierto es que estoy nerviosa, así que dejo que sea Jane quien responde. Bajo un vestido sueltecillo de color azul, llevo puesto un bikini verde que me compré el año pasado pero no llegué a usar porque no fui a la playa o a la piscina. Sé que me sienta bien, de hecho, me gusta cómo me queda, pero no puedo evitar sentirme nerviosa ante la perspectiva de pasearme semidesnuda delante de tanta gente. Especialmente si no los conozco.
La ubicación que me pasa Rebeca nos lleva directos a una urbanización que no he pisado en mi vida. Está bastante céntrica, eso sí, y la casa en cuestión es fácil de encontrar. Es la única que tiene varios coches y grupitos de gente a su alrededor.
Nada más bajar, me giro hacia Jane. Y es que a Tommy ya lo han reconocido veinte personas y tiene que hacerle caso a sus fans. Sé que si estuviéramos solos no me dejaría de lado, pero ahora quiere aprovechar la excusa para darme un poco de intimidad con Jane. Incluso me guiña un ojo al alejarse.
—¡Nos vemos más tarde, portaos mal!
En cuanto se termina de alejar, Jane me sonríe y hace un gesto hacia la casa.
—¿Y si nos aprovechamos un poco del alcohol gratis?
El interior es un poco caótico. La música se mezcla con las voces de la gente que se apiña por toda la planta baja, desde la sala de estar hasta la cocina. No conozco a nadie, y casi todo el mundo va semidesnudo. Se pasean con bikinis, ropa interior o simplemente una toalla, en algunas ocasiones.
Este es el paraíso de Tommy.
Y el mío.
¿Eh?
¿Eh?
—¿Cómo es tu amiga? —me pregunta Jane una vez nos hemos hecho con una cerveza cada una. Tiene que gritar un poco para que la escuche bien—. Así te puedo ayudar a buscarla.
—Es pelirroja.
—¿Esa es toda tu descripción?
—¡No hay muchas pelirrojas!
Resulta que tengo razón, y encontrar a Beca no es tan complicado como esperaba en un principio. Está en un rincón del salón con un grupo de gente. Lleva puesto un bikini diminuto con flores que le sienta genial. Me quedo mirándolo un poco más de lo estrictamente necesario, pero me distraigo cuando Jane me toca el brazo.
—¿Es esa?
Sí que es ella. Menos mal que no se ha dado cuenta de cómo la miraba. Aunque... bueno, tampoco pasaría nada, ¿no? Ni que Jane quisiera explicaciones mías.
Nos acercamos a ella como podemos, esquivando los codazos de la gente. Una amiga suya nos ve llegar y la avisa, así que cuando llegamos ya está esperando con una sonrisa entusiasta.
—¡Has venido! —chilla, y se lanza sobre mí para darme un abrazo.
Es uno de esos momentos en los que agradezco no haberme quitado la ropa todavía. Si me cuesta respirar sintiendo su cuerpo presionado contra mi vestido, no quiero ni imaginarme lo que sentiría si fuera directamente contra mi piel.
—Pues sí. —Me separo con una mueca. Necesito un poco de distancia para centrarme—. Tommy me ha convencido. Ah, esta es Jane. Una amiga.
La aludida asiente con la cabeza a modo de saludo, aunque no se libra de otro abrazo entusiasta de Rebeca. Jane echa la cabeza hacia atrás, alarmada, pero por suerte no la aparta de un empujón.
—¡Me alegra mucho que hayáis decidido venir! —exclama con una alegría tan sincera que casi consigue contagiármela—. ¡Subid conmigo y así dejáis la ropa y el bolso en un sitio seguro!
El sitio seguro resulta ser una habitación que supongo que será del novio de su amiga. Veo varios bolsos y montones de ropa a mi alrededor, así que supongo que todo el grupito de Rebeca ha dejado sus cosas aquí.
En cuanto se deja caer sobre la cama, Jane cierra la puerta y yo empiezo a desabrocharme el vestido. Rebeca está parloteando sobre la fiesta, sobre quienes son sus amigas y amigos, sobre lo mucho que nos va a encantar estar con ellos, sobre lo mucho que les vamos a encantar nosotras...
Y yo la escucho, sí. Dudo que fuera a escuchar a nadie más parloteando tanto rato como lo hago con Rebeca. Pero no puedo despegar la mirada de ella.
Al menos, hasta que se pone de pie mirando su móvil.
—¡Bajo a por mis amigas y así las conocéis! ¡¡¡Nos vemos delante de la cocina!!!
Parece tan entusiasmada que accedo enseguida. En cuanto cierra la puerta, bajo la mirada a mi vestido y termino de desabrocharme los botones.
Sin embargo, levanto la cabeza en cuanto me doy cuenta de que Jane no ha dicho nada en un rato. De hecho, me está observando en silencio. No sé muy bien si parece divertida o pensativa.
—¿Qué pasa? —pregunto.
—Nada, nada...
—No te lo crees ni tú, ¿qué pasa?
Jane duda un momento. Se está bajando los pantalones y ya no lleva camiseta. Contemplo su bikini de rayas moradas y blancas. O, mejor dicho, en la piel oscura que deja expuesta. Tiene un tatuaje en las costillas, y otro en la parte interior del brazo. Y no puedo evitar preguntarme si habrá algún otro, diminuto, en algún sitio que siga estando cubierto.
—No sé —dice Jane de repente—. Has dicho que Rebeca es tu amiga, ¿no?
—Sí.
—¿Tu amiga? —repite, mirándome fijamente.
Sé que está implicando algo, pero una parte de mí se niega a verlo. Y es que me está mirando casi sin parpadear, esperando una reacción. No sé cuál será, pero parece que no se queda muy satisfecha.
—Es una vieja amiga —aclaro, y me bajo el vestido solo para distraerme.
Jane asiente. También ha bajado la mirada a su ropa, aunque parece un poco cabizbaja.
—Ya veo.
Ninguna de las dos dice nada cuando bajamos las escaleras para encontrarnos con Rebeca y sus amigas. De hecho, Jane ni siquiera me mira. Y siento que me ha hecho algún tipo de prueba que no he terminado de superar. Es un poco frustrante.
Sin embargo, en cuanto estamos en grupo se nos olvida pronto que estamos de mal rollo. Si es que lo estamos, claro, porque no lo tengo muy claro. Las cuatro amigas de Rebeca resultan ser encantadoras e incluso yo, que suelo pasar de la gente nueva, termino llevándome bien con ella.
A partir de ahí, la cosa se vuelve un poco confusa. Vuelan los vasos de alcohol, empieza a hacer calor, termino en la piscina con el pelo atado en un moño, jugando con una pelota de plástico. Tommy aparece en algún momento y me hunde la cabeza, a lo que se gana que Jane se le lance encima y se la hunda también. En cuanto lo consigue, se acerca y choca su mano conmigo. Tommy, muy indignado, se hace con la pelota y se aleja para seguir jugando con sus amigos.
De alguna forma, Jane y yo hemos terminado solas en un rincón de la piscina. Yo estoy en el bordillo con la cabeza apoyada en los brazos. Miro de reojo a Jane. A diferencia de mí, se ha estirado para mantener su cuerpo a flote sin necesidad de nadar. Tiene la silueta de la cara, los pechos, el abdomen y las rodillas en la superficie. El resto se difumina bajo el agua. Su piel parece cambiar de color con la mezcla de colores de la fiesta. Púrpura, azul, rojo. Lo único que no parece cambiar de color son sus ojos verdes, que permanecen clavados en el cielo.
Y, por primera vez desde que hemos llegado, me olvido por un momento de que estamos en una fiesta. En un sitio público. Lo único que puedo ver es a Jane y su perfil perfecto, con la nariz ancha y los labios carnosos. Y ver cómo mueve las manos suavemente sobre la superficie del agua para mantener su cuerpo a flote.
No me doy cuenta de que he estado mirándola fijamente hasta que, de pronto, ella suelta una risa bastante arrastrada y se mueve para nadar con normalidad. Alarmada, me giro para mirarme los brazos. Por algún motivo, tengo la cara completamente roja.
—Uy, qué mareo —escucho que dice, divertida—. Estaba flipando con las estrellas. Parecía que se movían y todo.
—Se supone que se mueven. O que nos movemos nosotras, no estoy muy segura.
—Vale, sabelotodo, espero que puedas perdonarme la ofensa.
Cuando se apoya en el borde de la piscina, justo a mi lado, me roza el codo con el brazo. Sé que lo ha hecho sin querer, pero aún así no puedo evitar preguntarme qué pasa si no ha sido sin querer. Como si eso tuviera mucha importancia.
—Gracias por invitarme —comenta con un tono más suave—. Me lo estoy pasando genial.
Por fin me atrevo a mirarla. También tiene la cabeza apoyada en los brazos, como yo. Y me mira igual que yo la miro a ella. Esbozo media sonrisa sin darme cuenta.
—Gracias a ti por venir. No sé qué habría hecho yo sola.
—Tienes a Tommy.
—No es lo mismo. A él todo el mundo le adora.
—¿Y a mí me odian?
En cuanto sonríe, entrecierro los ojos.
—Cállate, sabes que no me refería a eso.
—¿Y a qué te referías?
Dudo visiblemente. De hecho, descruzo uno de los brazos para trazar siluetas invisibles con un dedo sobre el borde de la piscina. Jane sigue mi mano con la mirada, pero no dice nada. Me deja tiempo para considerarlo.
—No suelo ser muy divertida —digo al final—. Siempre me da miedo estar a solas con la gente porque siento que se van a aburrir conmigo.
Si no fuera porque me he tomado unos cuantos vasos de alcohol, ahora mismo no sería capaz de decir esto. Pero ya lo he soltado, así que supongo que no hay marcha atrás.
Subo la mirada hacia Jane, temerosa. Pero ella no parece sorprendida, ni tampoco contrariada. Solo me sonríe de una forma que no ha usado hasta ahora. Es... tierna, diría yo. Como si ella también me estuviera viendo de una forma muy distinta por primera vez.
—Mírate —murmura sin despegar los ojos de los míos—, y pensar que la primera vez que te vi creí que era imposible que tuvieras una sola inseguridad...
—Todos las tenemos, ¿no?
—Sí. —Hace una pausa, todavía observándome, y aprieta un poco los labios antes de hablar—. No eres aburrida, Livvie.
—No te lo decía para que intentaras consolarme.
—Y no intento consolarte, solo te digo la verdad. No eres aburrida. Toda esta gente lo es —añade, señalando a nuestro alrededor, y consigue que sonría un poco—. Son todos iguales, con sus problemas aburridos y sus vidas aburridas y perfectas. Pero ninguno de ellos tiene un gusto musical tan malo que me entretiene.
—¡Oye! —protesto, divertida.
—Pero hablo en serio, Livvie —añade, sin diversión pero todavía con una sonrisa—. Eres... intrigante.
—¿Intrigante? —Intento disimular la vergüenza con un resoplido.
—Sí. Como un juego del que vas descubriendo pistas poco a poco. Haces que la gente quiera saber más de ti, pero solo das la información que necesitan para mantenerlos con ganas de más.
No sé cómo tomarme ese halago, así que vuelvo a dibujar figuras sinsentido encima del borde la piscina. Ella sigue observándome, pero no le devuelvo la mirada.
—No a todo el mundo le gusta la intriga —opino al final.
—A mí me encanta. Eres como un misterio que no puedo esperar para descubrir.
Mi reacción inmediata es subir la mirada hasta encontrar la suya. Jane no parece avergonzada por lo que acaba de admitir. De hecho, diría que está deseando que le responda. Que le diga algo. Lo que sea. Y me encuentro a mí misma incapaz de hacerlo, porque mi cerebro está muy ocupado procesando sus palabras.
Justo cuando por fin siento que voy a ser capaz de responderle, me giro automáticamente hacia la persona que se está acercando a nosotras. Jane también lo hace. Y parece sorprendida.
—¡Víctor! —exclamo, sorprendida.
Mi viejo amigo Víctor, el hermano de Rebeca, se acerca con una sonrisa entusiasta. Lleva puesta una sudadera negra y unos pantalones cortos, y no puedo evitar fijarme en lo mucho que ha crecido desde la última vez que lo vi. A mi favor diré que fue a los quince años. Desde entonces, ha pasado de ser un chico delgaducho a ser un joven fibroso con la mandíbula marcada, los ojos dorados y la melena pelirroja mal peinada que le da el toque perfecto.
Oh, el cabrón está guapísimo. Y es obvio que lo sabe. Casi me echo a reír cuando veo cómo anda. Menudo creído.
—Hola, hola —dice nada más plantarse delante de nosotras. También está mirando a Jane—. Vaya sorpresa, y yo pensando que erais jóvenes decentes... y aquí estáis, medio borrachas en una piscina.
—Que te den —le digo, divertida.
Víctor se lleva una mano al pecho, pero no parece muy dolido. De hecho, mientras Jane se ríe, me ofrece una mano para ayudarme a salir del agua. La acepto enseguida. Tiene la suficiente fuerza como para prácticamente arrastrarme a la superficie, y una vez ahí me da un abrazo sin importarle demasiado que esté empapada.
—¡Víctor, acabo de salir de una piscina! —chillo, intentando quitármelo de encima.
—¡Déjame tener mi momento dramático en paz!
Me rio y dejo que me abrace sin decirle nada más. La verdad es que es agradable. A parte de Tommy, Víctor ha sido el único chico al que consideraría de vital importancia en toda mi vida social. Más allá de mi familia, claro.
Y es que con Tommy fue diferente. Con él siempre hubo algo de atracción, no solo amistad. Con Víctor no. Para mí, él es como un hermano. Para él, yo soy como otra hermana. Hemos estado juntos en muchos momentos difíciles o cruciales de nuestras vidas. Fue la única persona a la que alguna vez le confesé que me gustaba una chica, su hermana, y él siempre me animó a intentar decírselo, aunque sin revelar nada. Siempre respetó que quisiera tomarme mi tiempo, aunque él no fuera así.
Por eso, tenerlo aquí delante abrazándome con fuerza es tan reconfortante. Pero me obligo a separarme cuando nos giramos los dos para ayudar a Jane a salir con nosotros. La sujetamos cada uno de una mano, pero Víctor no se atreve a darle un abrazo. Más que nada, porque ella le pone una mano en alto a modo de parada.
—Quietecito —le advierte.
Víctor sonríe y levanta los brazos como si se rindiera.
—Ya sé que te da miedo enamorarte de mí si me acerco un poco más, pero podrías disimularlo.
—Que te den, naranjito.
No puedo evitar una risotada que hace que Víctor entrecierre los ojos en mi dirección.
—Se supone que los reencuentros son para contarse anécdotas, no para llamar naranjito al otro.
—Puedo contarte anécdotas —opino—, pero no creo que vayan a ser muy entretenidas.
Él sonríe y Jane, que ha recogido dos toallas, me pasa una y se cubre con la otra.
—¿Has venido a la fiesta sin bañador?
—¿Eh? No, no. Acabo de tener entrenamiento —explica Víctor—. Rebeca se dejó las llaves de casa en mi coche y me ha pedido que se las traiga.
—¿No te quedas? —No puedo evitar sonar un poco desilusionada.
Víctor suelta una carcajada pícara, lo que casi hace que le dé un empujón a la piscina por payaso. Pero al final solo me pone una mano en el hombro.
—No estaría mal, pero me están esperando. Solo quería saludaros.
Casi al instante en que me lo ha dicho, mi mirada cambia de dirección por instinto. Va un poco más allá de su cuerpo. Concretamente, hacia la salida del patio trasero. Y es que ahí, de pie, veo a Ellie.
No sabría discernir si lo que siento es pánico o cansancio. Quizá es una mezcla de ambas. A ella tampoco la he visto desde que tenía quince años, aunque por su expresión diría que las cosas no han cambiado demasiado. No solo porque siga pareciendo exactamente la misma —pelo y ojos castaños, piel bronceada, cuerpo con curvas bastante envidiables, el uniforme de baloncesto, el piercing del lóbulo de la oreja...—, sino porque su forma de mirarme no ha variado ni un poquito.
Sí, diría que sigue detestándome.
Antes de que pueda decir nada, ella se gira, muy indignada, y se marcha rápidamente entre la gente.
—¿Esa persona que te espera es Ellie? —pregunto a Víctor sin despegar los ojos de la zona.
Tanto Jane como él se tensan al instante.
—¿Ellie? —repite ella—. ¿Está aquí?
—Sí, ha venido conmigo en coche, pero... —Víctor duda, mirándome—. ¿Cómo lo sabes?
—Estaba ahí plantada hace un momento.
Él suspira y se pasa una mano por el pelo.
—Supongo que pedirle que se quedara en el coche ha sido un poco inútil...
—Deberías ir a buscarla —sugiero—. No parecía muy contenta.
Ante mis palabras, Víctor echa la cabeza hacia atrás. Parece sorprendido y preocupado a la vez.
Ellie siempre ha sido su punto débil. Es una chica con un carácter un poco... complicado. No es el tipo de persona que te cae bien de primeras y, de hecho, se llevaba mal con mucha gente del instituto precisamente por eso. No era el caso de Víctor. Ella siempre fue su protegida, aunque no directamente. De frente discutía con ella todo el día, pero cuando no estaba delante y escuchaba un comentario negativo sobre ella, por pequeño que fuera, no dudaba en lanzarse a defenderla. Era más que obvio que le gustaba. Incluso cuando discutían, siempre estaba sonriendo. Y cuando ella se marchaba, indignada, siempre la seguía con la mirada, esperaba unos minutos y luego salía corriendo tras ella.
Supongo que eso tampoco ha cambiado mucho, porque parece alarmado ante la perspectiva de que pueda estar disgustada.
—Mierda —masculla—. Voy a buscarla, sí.
—Yo te ayudo —se ofrece Jane enseguida.
A mí no me apetece mucho verla, pero supongo que no me queda más remedio que ayudarles.
No obstante, media hora más tarde, seguimos sin haberla encontrado. Jane parece preocupada y Víctor no deja de mandarle mensajes que no está respondiendo. Incluso yo, que no quiero verla ni en pintura, empiezo a preocuparme. ¿Y si se ha ido sola? ¿Y si se ha metido en algún lío y necesita ayuda? Quizá sería mejor que fuéramos a buscarla por los alrededores de la casa.
En cuanto se lo propongo, parecen de acuerdo. Jane ya se ha vestido, así que ella y Víctor van a despedirse de Rebeca mientras yo subo rápidamente las escaleras en dirección a la habitación donde siguen estando mis cosas.
Sin embargo, me detengo a mitad de camino.
Y es que, de una de las salas, aparece nada más y nada menos que Ellie. Y no está sola, sino que la acompaña un chico que se está subiendo el bañador con una sonrisita satisfecha. Todo ello sumado a su cabello despeinado y su forma de colocarse el uniforme de baloncesto ya me da toda la información que necesito.
Sé que no es de mi incumbencia, pero en cuanto pienso en lo preocupados que están Jane y Víctor, la perspectiva de que ella haya pasado de todos nosotros para echar un polvo con un desconocido me pone de muy mal humor. ¿Tanto le costaba decir que estaba bien? Ni siquiera tenía que decírmelo a mí, solo a la gente que la estaba buscando.
Pero no. No le ha dado la gana.
Y debería callarme, pero no puedo hacerlo. Porque estoy enfadada. Y decepcionada. Y de todo un poco.
—Víctor te ha estado buscando por todas partes, ¿sabes? —mascullo.
No sé por qué no menciono a Jane. Quizá porque sé que quien de verdad se sentiría mal si supiera lo que ha pasado en ese cuarto de baño es Víctor. Pero Ellie no parece muy impresionada. De hecho, se cruza de brazos y levanta un poco la barbilla. Casi parece que me esté desafiando.
—¿Y por qué lo dices como si fuera problema tuyo? —pregunta, y no sé qué decirle. Quizá tenga razón. De todas formas, no espera una respuesta—. Métete en tus asuntos.
Cuando pasa por mi lado, no puedo evitar acordarme de la cantidad de veces que Víctor se puso a llorar siendo más pequeños por situaciones como esta. Y de cuántas veces ella empezó con esta misma actitud al intentar explicárselo. Una oleada de rabia me invade de pies a cabeza, y soy incapaz de callarme:
—Tres años y no has cambiado nada...
No me responde. Tampoco me giro para ver si lo quiere hacer, sino que voy directa al cuarto para cambiarme de ropa. Estoy rabiosa, y ni siquiera yo entiendo del todo el por qué. Después de todo, la situación no es tan extrema como para que me estén temblando las manos y tenga las mejillas encendidas. Pero no puedo evitarlo.
Ya con el vestido y mi bolsa, bajo rápidamente las escaleras y busco a mis amigos con la mirada. No me resulta muy difícil encontrarlos, pero no llego a su altura. Más que nada, porque unas palabras a mi espalda hacen que me detenga en seco.
—...con la cabeza contra el espejo —escucho que comenta el chico que hace un rato estaba con Ellie. Suelta una carcajada que todos sus amigos siguen, y se me forman dos puños sin que me dé cuenta—. Y a ella le daba igual, ¿eh? Deberíais haberla visto. Seguro que se lo han hecho más veces. Es de esas a las que le vale cualquiera que les haga un poco de caso.
De nuevo, sé que no debería girarme. Sé que ahora mismo la situación se me está escapando de las manos, pero soy incapaz de controlarlo. Es como si mi cerebro hubiera caído en una espiral de la que no puede recuperarse.
Me doy la vuelta. Está justo a mi lado. Sus amigos son los primeros en darse cuenta de mi presencia, y él detiene su risita para enarcarme una ceja.
—¿Qué miras? —pregunta uno de sus amigos en tono despectivo.
—¿Qué has dicho? —Yo solo tengo ojos para el que contaba la historia.
Es un chaval de mi edad, seguramente. No lo conozco mucho, pero parece el tipo de persona que hundiría a cualquiera con tal de destacar un poco. Y es lo que está haciendo con Ellie.
Y a veces la detesto, y antes me ha dado mucha rabia, pero me da igual. Me molesta que hablen así de ella. No, esa no es la palabra. Me cabrea que hablen así de ella. Sí. Me cabrea. Me cabrea una puta barbaridad.
Con los puños temblorosos, doy otro paso en su dirección. Sus amigos detectan que algo no va del todo bien, porque se apartan. De hecho, todo el mundo se está apartando y nos mira. Pero yo apenas puedo verlos. Estoy mirando fijamente al chaval, que empieza a dudar mientras yo, literalmente, tiemblo de ira.
—¿Se puede saber qué te pasa? —pregunta—. Déjame en paz.
—¿Qué estabas diciendo? —insisto con voz temblorosa.
—Nada que te incumba.
—Pues repítelo, chico valiente —lo provoco en tono siseante—. Repítelo si te atreves, vamos.
La amenaza implícita en mi voz, el odio que destilo, hace que nos dejen todavía más margen de espacio. Ya todo el mundo nos mira. Y hay silencio absoluto. Pero no veo nada de eso. Solo puedo ver una cosa. Y ni siquiera eso lo veo con mucha claridad.
—Digo lo que me da la gana —me dice entonces, envalentonado—. Si tu amiga no quiere que la traten como a una guarra, que deje de serlo.
Es automático, apenas ha dejado de hablar, me muevo hacia delante con los puños tan apretados que me duelen las palmas. Y sé lo que habría hecho si lo hubiera pillado. Sé que él también lo sabe, porque retrocede con temor. Pero no llego a tocarlo. Porque, nada más moverme, Tommy aparece de la nada y se apresura a sujetarme con ambos brazos por la cintura.
—¡Suéltame! —le grito, histérica, y le clavo un codazo del que más tarde me arrepentiré de todo corazón.
—Livvie —intenta decirme, pero no consigue que lo escuche o que deje de forcejear—. Livvie, escúchame, tenemos que irnos. ¡LIVVIE!
Ese último grito hace que me detenga de golpe. Tommy nunca me grita. Que lo haya hecho hace que me percate por fin de la situación. De que yo estoy roja y temblorosa de ira, de que el chico se ha pegado a la pared con cierto temor, y de que todo el mundo me mira como si temieran que me lanzara también sobre ellos. De que me están juzgando. Y yo solo alimento esa forma de pensar.
Con el pecho subiéndome y bajándome a toda velocidad, dejo de forcejear. Tommy no duda un segundo en moverse conmigo hacia la salida. Con un brazo sigue rodeándome la cintura y con el otro nos abre paso para poder marcharnos en cuanto antes.
Pero eso no lo veo, porque solo puedo estar pendiente de Jane y Víctor. Especialmente de la primera, que me mira como si no me conociera en absoluto.
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