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Pensavo solo ai soldi


10.

Elena llegó al portal de su casa a las ocho de la tarde en un coche, era el de Carol. Salí del mío y me vio como si fuera un fantasma, sin saber si entrar corriendo, pero Carol salió del suyo.

—Tú, déjala en paz. La dejaste hecha una mierda cuando te fuiste, ¿sabes? ¿Y ahora tu madre tiene que dejarla de nuevo como una mierda? —dijo Carol.

—No era mi intención. Lena podemos hablar.

Nunca había visto a Lena así, destrozada, incapaz de hablar y de racionalizar. Una Lena devastada, incapaz de decir nada, solo de llorar, quería abrazarla y no dejarla ir. Carol me miraba como si yo fuese el mismo demonio. Obviamente Lena lo había pasado mal, muy mal, y más después de enterarse de que me iba a casar con ella. Yo había vivido creyendo que ella no sabía nada de eso, pero sí que lo sabía. Gracias a eso parte mi carga se redujo, pero en esos momentos no me quería dar por vencido con ella.

—Hablemos—dijo Lena de pronto. Su mirada era distinta, no lloraba desconsoladamente, tampoco me miraba con cara de amor, simplemente de eres un cabronazo. —Aquí. Lo que me digas a mí lo puede oír ella.

—Siento haberte llevado con mi madre, siempre os habéis llevado muy bien.

—Pues ya ves qué opinión le merezco. Una P-U-T-A soy para ella.

—Pero me da igual lo que piense ella Elena. Lo que me importa y quien me importa eres tú.

—Iván siempre te has puesto tú por delante, no me hagas reír.

—No es así y lo sabes.

—Te fuiste—me recriminó.

—Y he vuelto—contesté.

—Pero no por mí— dijo, golpe bajo, era verdad.

—Me dijiste que podía irme, sabes que si no me hubiese ido te lo estaría recriminando ahora mismo, ¿verdad?

—No tengo esa opción, además yo no iba a pedir a otra persona que se casara conmigo. ¿Recuerdas? A lo mejor me hubiese ido contigo.

—A ¿sí? ¿Haciendo el qué? —respondí. —Lena, eres una tía independiente no puedes estar esperando a lo que otra persona quiere o no quiere. Tú te vales sola, y lo sabes perfectamente. No hubieses sido feliz, ¿piensas que no lo pensé?

Se quedó muda, mirando al cielo. Sabía que tenía miles de respuesta que darme, pero no me las iba a dar. Que estúpido había sido, la conocía, ella era incapaz de comprometerse, siempre lo había sabido, solo lo había hecho conmigo. No porque yo fuese mejor, si no porque existían muchas cosas que compartíamos y en ese momento ninguno era capaz de empezar a enumerarlas.

—Carol, puedes irte —le dijo a su amiga que la miró con cara de ¿estás segura? Ella asintió y se fue.

11.

Me hizo una seña para entrar en mi coche. Nos subimos y nos quedamos ahí parados en la acera, esperando a que uno de los dos comenzara a hablar. Elena sabía marcar los tiempos conmigo y yo con ella. Sabía que ella no sabía cómo empezar la conversación, iba a decirle algo y me sorprendió, tomó las riendas de la conversación.

—Me he acostado con tíos desde que te fuiste —dijo.

—Lo suponía. Lo normal —contesté.

—No, tuve una época que cada dos semanas llevaba un chico a casa. No quería estar sola en nuestra casa, se me hacía muy duro —confesó

Me sorprendió que dijera "nuestra", sonaba tan bien... El saber qué se había llevado a bastantes tíos no me gustaba tanto, pero era porque no quería compartirla.

—De alguna forma me quería vengar porque me abandonaste. Sí, sé que no fue del todo así, pero yo me sentí así. Abandonada por el que iba a ser mi prometido. —hizo una pausa. —Probablemente tu madre me habría visto, pero nunca quise a ninguno. Un día me pregunté qué estaba haciendo y de quién me estaba vengando, si de ti o de mí. Y volví a la casa.

Sabía que era La casa, y me preocupé. La casa era de sus abuelos, que la querían un montón. Su padre había muerto cuando ella era muy pequeña y solo le quedaba su madre, que había muerto cuando tenía veintiún años en el mar con su hermano, su tío. Solo le quedaban sus abuelos y esa era la casa de sus padres.

—Volví porque si seguía en nuestra casa seguiría teniendo miedo a la soledad y no pasaría página. Me dejaste junto a un montón de recuerdos. En esa época volví a encontrarme con Ángel, no sabía si salía con alguien. El asunto es que me lo encontré cuando volví a Roche a ver la casa de mis padres—dijo y me quedé preocupado, ¿Por qué me contaba eso? —Volví a Roche básicamente porque mis abuelos habían muerto y querían que me quedara con esa casa.

—¿Tus abuelos han muerto? —pregunté asombrado. Ella sonrió de forma triste.

—Sí, un año después de mudarme con ellos —dijo y miró a otro lado. —No me queda más familia. Tu madre no lo sabe, dejamos de tener contacto desde que te fuiste, nunca volví a saber de ella. Ángel estaba allí y me lo volví a encontrar, y bueno fue un gran amigo. No hicimos nada hasta bueno... ya sabes. Pero me ayudó bastante.

—Lena, yo... —comencé.

—Espera. Cuando volví a Madrid me compré una casa ya que me ascendieron y es esta. Adopté a un perro y a un gato, además conocí a Nico. Yo no sabía que se podía volver a querer y él me demostró todo lo contrario, que sí. Pero acabó mal, él volvió con su ex y yo me quedé en un limbo en el que tenía que encontrarme a mí misma. Sabes que yo siempre he sido una tía que no necesita de nadie para ser feliz, y de pronto esta vez sí. Y el resto ya lo sabes, estabas ahí.

—No sé qué decir...

—No hace falta decir nada Iván. Estoy exponiendo unos hechos.

—Yo también salí con muchas tías, el primer año, estaba más perdido que Wally. Pero bueno, fui madurando supongo. Quería olvidarte, pero no he podido, no como tú —dije y se rio.

—No lo has entendido —contestó. —A pesar de Nico, y de los miles de tíos Iván, siempre has sido tú, desde el primer momento. Creo que Nico y yo no hubiésemos durado, probablemente acabaría comparándolo contigo. De hecho, lo hacía sin darme cuenta, esto lo hacía Iván, esto es lo que diría... A Nico lo quise, si se puede llamar de alguna forma, porque se parecía a ti. Nunca te superé, me quedé ahí sin saber cómo hacerlo.

No sabía que contestarle, quería besarla, pero ella no se giraba hacia mí. Me acordé de nuestro primer beso, no aquel que fue con veintiún años, sino con casi quince.

—¿Te acuerdas de nuestro primer beso? —Pregunté.

—¿Cuál? ¿El oficial o el no oficial? —contestó y me miró divertida.

—El no oficial— respondí.

12.

Nos miramos y nos reímos como si guardásemos un secreto que solo los dos sabíamos y que nadie tenía porqué enterarse. Me acerqué con cuidado y ella hizo lo mismo y de forma cuidadosa y dulce nos besamos. Nuestro primer beso, el no oficial, fue cuando yo ya había cumplido los quince y ella los acababa de cumplir, mi cumple era en enero, así que su cumpleaños, a principios de septiembre cerraba siempre los veranos. Fue cuando le enseñé a bailar en la playa, en la orilla.

—Iván, ¿tú sabes besar? – me preguntó seria.

—¿Cómo? — respondí confuso.

—Sí. Como en las películas— dijo ella.

—Sí— dije. Pero la realidad era que no había besado a ninguna niña-chica en mi vida.

—¿Me enseñas? —Preguntó seria.

—Elena, el primer beso tendría que ser con alguien especial—dije apartando la mirada, temiendo ser descubierto.

—Eso es lo que dice mi madre, pero prometo que de este primer beso nadie se enterará. Al fin y al cabo, no hay nadie.

Cogí aire, ella estaba sobre mis pies, mientras hacíamos que bailábamos. Solo sabía algo que me había dicho Macaco, hay que dejarse llevar.

—Tú solo déjate llevar —le dije y no le di tiempo a que reaccionara.

Cogí su cabeza entre las manos y acerqué su boca a la mía, al principio fue un beso torpe, luego fue cogiendo forma, no paramos de besarnos durante un buen rato. Cuando uno se separaba, el otro se acercaba, y así estuvimos casi una hora besándonos, disfrutando y aprendiendo. Solo cogíamos aire para volver a besarnos, de pronto noté un calor en mi entrepierna y ella lo notó.

—¿Qué ha pasado? —preguntó.

—Me voy al mar—respondí yo.

Ella siguió en la arena y se rio. Me siguió y yo no podía dejar que me viera hasta que se me bajara. Cuando ella entró al agua riéndose, la cogí en brazos y la tiré al agua.

—Chicos, ya está la cena—dijo la voz de su madre.

—Ya vamos mamá. ¿Hay chorizo al final? —respondió ella.

—Sí.

La vimos desaparecer y nos reímos. Me tiró agua y me reí, yo también le tiré agua.

—Tendríamos que irnos— dije.

—Espera. El último, y ya no habrá ninguno más. A ver si esta vez empezamos bien.

Y empezamos bien, muy bien. Nos buscamos las caras y nos besamos de forma más fogosa que antes, sobre todo ella. Yo lo disfruté y ella también, pero tenía que poner cabeza.

13.

Conseguí salir del mar y ella dio su brazo a torcer y por fin salió. En su casa estaba la famosa barbacoa que su madre nos había preparado por su cumple. Nos duchamos uno al otro con la manguera y nos cambiamos. Elena estaba contentísima, habían venido sus abuelos y su tío, que me regaló un tomo del Capitán Alatriste. Todos los veranos me traía algún libro que Elena quería luego leer. Macaco nos había estado esperando aburrido allí y nos soltó que cuánto habíamos tardado, que él quería comer. Nos reímos y Elena ni corta ni perezosa le dijo a su madre que a Macaco le estaba matando el hambre, Macaco se puso rojo como un tomate. Esa noche fue todo risas y le regalaron a Elena un discman y un montón de CDs que luego se llevaría a la playa.

—Yo ya te he hecho un regalo. Pero ya sabes, es secreto. —Me acuerdo de que le dije.

Ella se rio y me dio un beso en la mejilla, se perdió por la muchedumbre y habló con Cande y Macaco de algo. Mientras tanto yo me quedé echando un vistazo al libro que me habían regalado. Ángel apareció tarde, pero Elena no le prestó atención, a pesar de que se pasase allí con un regalo bastante grande, que ella aceptó y le dio las gracias.

—¿No ves a Elena más rara de lo normal? —me preguntó.

—Oh, Ángel hablando con alguien más pequeño que él. El mundo se termina —respondí satisfecho, yo era el culpable de esa sonrisa boba de felicidad que tenía Elena en esos momentos.

—Ya sabes que tú no eres como los demás—me respondió. Me quedé pensando qué me hacía mayor. —Pareces mayor que los demás. Macaco todavía es un crío.

—Macaco es mi mejor amigo. Y Elena también. — dije bastante molesto. Nadie se metía con ellos, Macaco era mi mejor amigo y Elena... El estómago se me cerró de pronto y la boca se me secó.

—Ya, ya. Pero ¿no la ves rara?

—Elena es rara de por sí, no le des más vueltas — dije intentando no ser descubierto.

Lo dejé ahí, Ángel hacía tiempo que ya no se juntaba con nosotros, para él éramos unos críos. Conmigo se seguía llevando, pero siempre me hablaba cuando no estaban ni Macaco ni Elena. Ahora me pregunto si era una cuestión de orgullo, Ángel estuvo enamorado de Elena, y quería hacerle ver algo, no sé, supongo que cosas de críos. Pero a partir de ese momento, Ángel siempre me hablaba de lo que había hecho por y con Elena. A mis quince parecía más maduro de la edad que tenía, mi cumpleaños era a principios de enero, y eso hacía que me hubiese desarrollado antes, no como Macaco, que cumplía en octubre. Habían venido chicas más mayores a preguntarme cosas como si iría con ellas a alguna fiesta, pero nunca lo hacía. Supongo que sería por la altura y porque siempre me encontraba leyendo algún libro de forma solitaria. Macaco y Elena se la pasaban jugando con la arena, practicando algún deporte o haciendo alguna batalla en la que luego me interrumpían descaradamente.

—Pero qué hacéis —les preguntaba cuando me veía con mi libro lleno de arena.

—Deja a tu amante —me repetía Elena, aunque creo que ni siquiera ella sabía lo que significaba. —Y vente con nosotros.

—Venga tío no seas muermo —le seguía el juego Macaco.

Me hacía el enfadado, pero al primero que pillaba le daba en la cara o en alguna parte con arena. Otras veces estábamos Elena y yo en la playa, los dos con libros y ella debajo de las sombrillas con su Discman, escuchando... ¿El Canto del Loco? ¿Simple Plan? Bueno, cada día variaba y Macaco aparecía de improviso para aguarnos la fiesta con la arena.

—Macaco te odio —dijo una de las veces. —Lo habrás roto, se lo voy a decir a tu madre.

—Tranquila, esos cacharros nunca se rompen— dijo con suficiencia.

Macaco siempre nos preguntaba por alguna chica, a Elena por su opinión femenina y a mí por la masculina. Elena siempre decía que no me escuchara, y a mí me daba por decirle que quien ligaba era yo, no ella. Eso le sentaba fatal, como si te tirase un jarro de agua fría, y no es que no se fijaran en ella los chicos, si no que ella no se les prestaba atención. Estaba tan concentrada en pasárselo genial con nosotros que pasaba de ellos. A mí me pasaba más o menos como a ella, pero a mí siempre se me acercaban las chicas.

El verano de los quince fue especial, mucho. Todavía sonrío al recordarlo. Elena salió del coche y se asomó con una sonrisa.

14.

—No te voy a invitar a subir —me dijo con una sonrisa.

—Esperaba que no lo hicieras —contesté.

—No me pienso acostar contigo hasta la décima cita por lo menos —concluyó ella socarrona. —No quiero que tu madre piense que no voy en serio con su hijo, ¡faltaría! Su honra. Si algún día te pido la mano, iré a la casa de tu madre a pedirle su permiso.

—Estaría de menos. Las mujeres como tú sois una mala influencia para nosotros. ¿Tienes una moto o algo? Para apuntarlo.

Se rio con ganas, de forma escandalosa, en esos momentos en los no tenía ninguna preocupación. Me dio un beso corto y salió hacia su casa, saludó al portero que habría estado cotilleando con una sonrisa amplia, sin esconderse, me saludó con la mano y se metió en la urbanización. Vaya sitio de pijos, me dije. Elena tendría que cobrar una pasta, yo también lo hacía, pero mi piso era pequeño, aunque estaba en el centro. ¿Pasearía al perro ahora? Probablemente. ¿Correría para que Mía se desfogase? Suponía que no, daría una vuelta de una hora y con ella se la pasaría pensando en qué hacer. No sabía lo que haría, pero tenía claro una cosa, me sorprendería.

15.

Me acosté pensando en ella y en los momentos que habíamos pasado juntos. No podía creerme que hubiese pasado todo aquello durante cuatro años. A Elena no le quedaba nadie de su familia, era triste pero real. Ella era fuerte, demasiado, pensaba a veces. ¿Macaco sabría todo eso? Sí, lo sabría, eran confidentes. ¿Por qué no me lo habría contado? Probablemente porque yo había decidido poner tierra de por medio. Apenas dormí esa noche y al despertarme fui a la oficina. Susana me saludó como siempre y me preguntó que, si quería algo, todavía me ponía nervioso ser jefe en alguna parte.

—Jefe, Leonor y Valeria le están esperando para la reunión.

—Perfecto. Gracias Susana, me reúno con ellas en nada.

Trabajaba en esos momentos en la tirada nacional del National Geographic, los reportajes que tenían que salir y cuáles no. Me había curtido esos cuatro años haciéndolos, mientras recorría el mundo. Casi toda la oficina estaba llena de mujeres y yo era uno de los pocos hombres que estaba allí. La reunión se alargó durante toda la mañana y tuve poco tiempo para comer, ya no solo existía la revista en formato papel, si no que tenía que coordinarla con la página web. Me encantaba mi trabajo, lo amaba, pero quería esa estabilidad de permanecer en un único lugar, ya había viajado mucho. Esperaba viajar más, pero siempre volver a un lugar y llamarlo hogar.

De la reunión en la que llegamos sacar el volumen del mes, fui a mi despacho, el cual no había pisado desde las nueve de la mañana. No quería que se demorara más de lo que se demoraría si no lo sacábamos ese día. No había casi nadie en ese momento y me llamó la atención que hubiese una chica de pelo largo y castaño en la planta. No trabajaba con nosotros, iba con una falda por debajo de la rodilla color camel, una camisa blanca con mangas remangadas que le hacían resaltar su moreno pero que era perfecta y formal para el trabajo, con unos zapatos y bolso del mismo color. Tenía frío porque se colocó una americana sobre los hombros, llevaba el pelo suelto hacia un lado y miraba a las fotos escudriñándolas.

16.

El resto de las chicas de la oficina se quedaron mirándola con curiosidad, oí algo así que a quién vendría a buscar. Estábamos Lorenzo y yo, así que uno de los dos. Estaba espectacular sin siquiera ver su cara, pero al mirarme y sonreír la vi más deslumbrante que nunca, vi la hora, las ocho de la tarde. Con todo el aplomo del mundo se dirigió hacia mí y le dedicó una sonrisa a Marta, la recepcionista, preguntó que si podía pasar a mi despacho. Sonreí divertido.

—¿Y esta sorpresa? —pregunté.

—¿Y esa baba que se te cae? Quería darte una sorpresa. Sigues trabajando en el mismo edificio—contestó mientras miraba la oficina. — Aunque recuerdo que antes trabajabas en ese escritorio.

—Sí. ¿Quién te lo dijo?

—Un buen periodista no rebela sus fuentes. ¿No era lo que me decías siempre? —preguntó con una sonrisa y sonreí.

—Sí, ¿Y?

—¿Y qué?

—Que haces aquí.

Me miró con los ojos en blanco, se sentó en una de las sillas y colocó el bolso en la otra. Me senté en mi sitio y me divirtió esa escena. ¿Intentaba ligar conmigo o algo? A lo mejor me esperaban unas cañas con una cena especial al final.

—¿No te acuerdas? —dijo y apoyó la cabeza en la mano. —Es lunes, y los lunes siempre hay cena con los chicos.

—Ah, es verdad —dije haciendo como que me acordaba.

—No lo sabías, y además hemos cambiado de sitio.

Quise decirle algo, pero todo lo que se me ocurría me parecía poco original y algo torpe, así que decidí no decirle nada, solo seguirla. Llegamos a un restaurante algo pijo por Colón, El Pointer. Llegamos y nos pedimos unas copas mientras esperábamos a los demás. Bueno... a los que faltaban. Allí estaban las chicas y alguno de los chicos. Noté como Carol me miraba con cara de desaprobación. Tenía que volver a ganármela, pero sería difícil.

—No te acuerdas de cuando fuimos a ver Eurovisión a casa de Lena aquel año —soltó Ricardo.

—Fue la primera vez que vimos sus bragas. Bueno la única —dijo Jaime. — Aunque Iván las vio más veces.

—¿Puedes dejar de hablar de mis bragas?

—Podemos volver a ver Eurovisión —sugirió Carmen. —Ofrezco mi casa, así si me pongo de parto tengo a Ricardo que es médico.

—A ver, tranquilidad. No soy obstetra —dijo el aludido.

—A mí me encanta la canción de España de este año —siguió Elena, mirando soñadora.

—Y la del año pasado —siguió Diego. —"Almaia" —dijo poniendo una voz aguda que provocó las risas de todos.

—Que lo hayan dejado ha sido un duro golpe — respondió Elena con cara de circunstancias.

—¿Quiénes son? —pregunté.

—Son dos chicos que salieron de Operación Triunfo. Amaia y Alfred, y eran pareja —me aclaró Miriam. —El de este año, Miki también es de Operación Triunfo.

17.

Estuvimos hablando de muchísimas cosas, Ricardo todo el rato mencionaba la vez que fuimos al piso de Elena a ver Eurovisión y quisieron fumar. Elena compartía piso con Carmen y ella los mandó al balcón, pero no se acordaba que las bragas de Elena seguían ahí. Las bragas fueron el tema de la noche, de hecho, Ricardo y Jaime se las pusieron en la cabeza. Por ese entonces Lena y yo no salíamos y el hecho de verlas me daba bastante vergüenza. En la cena Elena estaba la mar de animada junto a Carol, que me echaba miradas de voy a matarte cada vez que tenía oportunidad. Comenzó a sonar una voz masculina que parecía que arrastraba las palabras. "Como Adan y Eva tengamos nuestros pecados. Como dos ladrones, un secreto bien guardado. Un camino y un destino asegurado. Donde estos fugitivos se han amado..." Veía como Elena movía la cabeza al ritmo y la cantaba bajito.

—¿Te gusta Paulo Londra? —preguntó Miriam.

—¿Quién? —le pregunté.

—El que suena.

—Nunca lo había escuchado.

—¿C. Tangana?

—Tampoco lo he oído.

—A Elena le encanta el trapp. Y C. Tangana es uno de sus preferidos.

—Es cierto —dijo Ricardo. —Carol y ella se motivan muchísimo. Y luego le gusta uno que yo no lo conozco mucho... Elena, ¿cómo se llama ese cantante raro que te gusta?

—Rels B —dijo Carmen divertida. —A mí me gusta mucho.

—Yo no soy de trapp. —Siguió Miriam. ¿Qué estaba pasando?

Tampoco me dio mucho tiempo a descubrir nada, quitaron una mesa y subieron el volumen. Elena sonrió, estaba preciosa. Pegó un pequeño gritito y las chicas se rieron, siempre conseguía dar con las canciones a los segundos.

"Yo no quiero hacer lo correcto

Pa esa mierda ya no tengo tiempo

No vas a escuchar un lamento

Pa' esa puta mierda ya no tengo tiempo

Antes de morir quiero el cielo

El ciento por ciento

Antes de morir quiero el cielo

El ciento por ciento, por cierto"

—Ese es C. Tangana —me explicó Miriam.

Yo no era los de escuchar música, quien me enseñaba los nuevos hits siempre había sido Elena, y ella los disfrutaba. Y parecía que ese C. Tangana le gustaba, aunque también había una chica y ella solo gritaba.

—La Rosalía.

Y cambiaron de canción, como si la DJ ya conociera a Carol y a Elena.

"Di mi nombre

Cuando no haya nadie cerca

Cuando no haya nadie cerca

Cuando no haya nadie cerca

Que las cosas

Que las cosas que me dices

Que las cosas que hoy me dices

No salgan por esa puerta"

Esa me la sabía, era de una tal Rosalía que era muy famosa, nos bebimos unos cuantos Gin Tonics. Carmen cantaba también las canciones del C. Tangana y Elena la sacaba a bailar a pesar de que estuviera embarazadísima. Elena no había pasado de las dos copas de vino y yo llevaba unas seis.

18.

Sabía que había algo raro, y no era que a Elena le gustara el trap, de hecho, las canciones molaban, El veneno de C. Tangana me gustó muchísimo. Lo raro era que Miriam no paraba de rondarme, pero no de una forma disimulada. Elena miró un par de veces, pero enseguida Carol le daba una vuelta y nos miraba a los dos como si hiciéramos algo malo. Y antes de que Miriam, con ayuda del alcohol fuese a por mí comenzó a sonar una canción que definía exactamente lo que me pasaba a mí con Elena.

"Lo quiero todo, todo, todo contigo.

Apostarlo todo al color de tus ojos, al rojo de tus labios.

Los días sin entusiasmo, las maratones de amor sin descanso,

seguir la huella que va dejando tu tacto, la payasa, la loca, la amiga,

tus luces y tus sombras que siempre combinan con las mías,

escalar tu cuerpo boca abajo, anclarme contigo en el espacio,

los sueños que vienen a visitarnos, descubrir que el mundo a tu lado se hace un poquito menos raro."

Me dirigí hacia ella y la rodeé por detrás mientras me balanceaba. Ella sonrió, como si supiera quien era. Se giró y allí estaba yo.

—¿Qué haces? —preguntó entre risas.

—Eso, que quiero todo, todo contigo —le dije con voz gangosa.

—Eso me lo tienes que decir sobrio –respondió con media sonrisa.

—Elena—comenzó Carol.

—Sí—dijo y le sonrió. —Iván— me dijo mirándome a mis ojos achinados. —Hablamos otro día.

La vi marcharse, dándole besos a todos. Me sentí algo decaído, era uno más. Tenía la sensación de que mi cuerpo pesaba mucho, pero allí estaba Miriam. Me ayudó a salir de ahí y una vez que nos dio el aire de la noche me besó, no me quité ni hice un ademán de irme. Esa noche la pasamos juntos, a la mañana siguiente no tuve mucho tacto, la invité a que se fuera y ella se sintió ofendida. Ella creía haber encontrado lo que quería, aunque no había sido así, y yo solo buscaba no sentirme como una mierda. Sí, yo, que lo quería todo con ella, con Elena, empezaba haciendo las cosas mal. No me había dado cuenta de que nuestro momento había pasado hacía tiempo.

19.

De Elena no supe nada hasta el momento en el que fuimos a ver Eurovisión a casa de Carmen. Ella estaba guapísima, como siempre. Con un vestido blanco que con el poco moreno que tenía hacía que resaltara.

—Guapísima —le saludó Jaime.

—Que guapa —saludó Begoña, la mujer de Jaime. —Tienes que decirme donde lo has encontrado.

—Al final te voy a contar mis secretos. —Contestó coqueta. —Carmen, ¿dónde dejo esto?

—No te tenías que haber molestado chiqui.

Miriam llegó y ni me prestó atención, lo agradecí. Ricardo y yo nos fumamos unos cigarrillos en la terraza. Elena y Carmen estaban emocionadísimas y explicaban que La Pegatina había compuesto el tema de Miki. Me gustó mucho, de hecho, no sé por qué quedamos tan mal. El otro gran protagonista fue Mahmood y su Soldi.

—Tiene una canción con Maikel Delacalle —anunció Carmen.

—¿Sí? —preguntó Elena,

—Sí. La busco.

Y Carmen la buscó, pareció que era una versión de la canción de Eurovisión.

"Todos pensamos en dinero.

Eso le pasa a to' el mundo.

Siempre lo ponen de primero

Y el amor del segundo.

Volevi solo soldi, soldi.

Come se avessi avuto soldi, soldi."

En esos versos de la canción Elena me miró y supe que pensaba, la había puesto en un segundo plano, primero había sido el dinero. Se levantó y Carol fue con ella y comenzaron a hablar, parecía algo agitada la conversación. Ricardo se dedicó a poner música de los dos mil y Miriam se acercó a Elena. No, no, pensé. ¿Qué le diría? Fui acelerado hacia donde estaban las tres, pero ya era tarde, Miriam se lo había contado a Elena. Ella me miró y sonrió.

—Me alegro por los dos —concluyó.

"Era un domingo llegaba después

De tres días comiéndome el mundo

Todo se acaba dijiste mirándome

Que ya no estábamos juntos

Yo pienso en aquella tarde

Cuando me arrepentí de todo

Daría, todo lo daría por estar

Contigo y no sentirme sólo."

Y no hizo falta más, esos versos lo decían todo.  Se disculpó y se fue con los demás a cantar y a elegir canciones. No sabía qué hacer, cualquier cosa que se me ocurría me daba la sensación de que no iba a tener valor después de lo último que le había hecho. Me parecían todo excusas baratas para decirle y disculparme con el que consideraba el amor de mi vida. Realmente no había sido un comienzo de película, quizás nuestro momento había pasado. Y a pesar de siempre creer que éramos el uno para el otro, yo había cambiado. Ella tampoco era la misma que había conocido, había alcanzado una madurez que yo no tenía y qué me faltaba.

Miriam se acercó a mí y me miró con ojos de culpabilidad. Quiso darme unas explicaciones que yo no quería, ya había hecho bastante. En ese momento me di cuenta de que tanto Elena como yo ya no éramos unos críos. Y que, a pesar de haber vivido gran parte de nuestra vida juntos, de haber estado profundamente enamorados y aún seguir estándolo, las cosas ya no iban a ser igual. Yo seguía siendo un crio, mientras que ella ya era una mujer hecha y derecha. A pesar de no quererlo, habíamos cometido un gravísimo error. Pensar que todo seguía siendo igual que cuando terminamos había sido nuestro talón de Aquiles. Elena y yo siempre habíamos sido una pareja que se había caracterizado por respetarse una a la otra por, entre otras cosas, la confianza que nosotros nos procesábamos y que en un abrir y cerrar de ojos yo había destrozado. Aun sabiendo que el hablar con ella en esos momentos iba a perjudicarme más que a favorecerme, fui hacia donde se encontraba cuando la vi sola para disculparme con ella.

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