PARTE II. IVÁN
1.
Me dejé puesta la camiseta y el bóxer. La esperé en la cama, preguntándome si me diría algo. Nos habíamos dicho te quiero. ¿Por qué le había dicho eso? La había dejado años atrás, iba a declararme, pero llegó la oportunidad de mi vida y no podía dejar que ella perdiera la suya. Nunca me olvidaré de la última vez que la vi, tan entera, acompañándole una sonrisa y un abrazo, menos mal que nunca vio el anillo. Vino con una camiseta XXL y unos pantalones largos que me recordaron a tiempos pasados.
—¿Qué?
—Nada —respondí muerto de la risa.
Por contestación recibí una almohada en la cara. Cerré los ojos con un resoplido. Ella empezó a reírse, su risa, cuanto la había echado de menos. Le tiré una almohada a su cara, y así empezamos una guerra de almohadas, entre risas, como dos niños. Se subió a la cama intentando que la barrera que en ese momento nos separaba se disolviese. Lo consiguió, llegó hasta mí y le sonreí, como un acto reflejo la rodeé por las piernas y ella sonrió aún más. Nos quedamos juntos, mirándonos a la cara, encontrándose en ese momento ella a más altura que yo. Quise acercar sus labios a los míos con las manos, pero solo pude acercarme a ella sin que se diera cuenta. Pareció entenderme porque cogió mi cara y me besó, fue un beso suave, casi imperceptible. No pude evitar acercarla más a mí y besarla de otra forma, más íntima, quería que supiera que la había echado de menos, pero ella paró.
— Lo mejor será que paremos —dijo.
—Tienes razón —contesté.
Se dio la vuelta como queriendo dar por concluida la conversación. Me quedé en silencio, ¿Tenía que decir o hacer algo? Opté por quedarme en silencio y meterme en la cama, sabía que ella no querría que me quedara encima de las sábanas pasando frío o en el sillón. Ella también se metió y como siempre puso sus pies cerca de mis piernas, se dio cuenta y las quitó. A mí no me importaba y acerqué mis piernas a sus pies y la miré, ella miraba hacia otro lado en una posición fetal, como siempre. Me coloqué mirando hacia la mesilla de noche, juntando mis pies con los suyos. Noté como se daba la vuelta y como se erguía. Sabía lo que le pasaba, quería pedirme permiso para que sus pies entraran de calor.
—Puedes —le dije y noté como se giraba.
—¿Seguro? —preguntó. Me giré hacia ella.
—Claro —contesté y le toqué la cara.
Puse mi brazo y ella se colocó encima de él, hundiendo su cara en mi pecho, me rodeó con el brazo y enroscó sus piernas entre las mías. Olí su pelo, olía diferente.
—¿Te has cambiado el champú? —pregunté y levantó el rostro.
—Sí, ¿te has dado cuenta? —respondió con una sonrisa.
—Claro. Ahora huele el pelo a... frutos rojos. Además, te sienta bien, te brilla el pelo —contesté.
—En qué cosas te fijas —respondió riéndose.
—Pues claro, tienes el pelo precioso —dije.
Sabía que ella se enorgullecía de él y que se lo cuidaba. Su pelo había dejado ser ondulado para ser liso y largo, aunque a veces podías encontrarte algún tirabuzón. A la luz se asomaban unos cuantos mechones rubios de la playa. Volvió a colocar su rostro en mi pecho y la olí de nuevo, a pesar de su cambio de champú seguía siendo ella, seguía usando el mismo perfume. Cerré los ojos, tranquilo, todo era...
—Parece que nada ha cambiado. Que seguimos siendo igual que antes, pero no lo somos.
—Sí —contesté.
—Supongo que el secreto es que ante todo antes de salir, durante y después hemos sido amigos, pero de los verdaderos.
—Sí. Y que siempre nos hemos respetado —respondí sonriente.
—Ese es el secreto, el respeto.
Se quedó dormida enseguida y yo ídem de lo mismo. Nunca he sido una persona que se acuerda de los sueños, pero de ese me acuerdo, fue muy vivido.
2.
La música clásica sonaba, aunque era más bien una cover de una canción que no supe distinguir, yo me acababa de despertar y no había nadie en la habitación, la puerta estaba abierta y se oía el tarareo desde fuera. Elena apareció con una sonrisa y con una camiseta que le quedaba grande, era mía y su favorita.
—¿Te acuerdas de cuando éramos pequeños y me enseñaste a bailar? —me preguntó ella.
—Sí —respondí yo rojo.
3.
La escena pasó a ser un recuerdo de cuando éramos pequeños. Ella tenía catorce años y yo quince, la encontré mohína en la orilla de la playa mirando al mar. Sabía que le gustaba Ángel, aunque yo no sabía que por ese entonces ella me gustaba a mí.
—¿Qué te pasa? —le pregunté.
—Nada —contestó. Iba con unos shorts vaqueros y una camisa larga que los tapaba.
—Vale. Nada —respondí mirando hacia el mar.
—Qué bonito es el mar —dijo.
—Sí —contesté. Yo no iba detrás de ninguna chica la verdad y podía haber dicho algo más ingenioso.
—A veces es tan bravo como un toro...
—Y otros tiene una templanza que a más de uno le gustaría tener —dije pensando hacia mí mismo.
—No sé bailar —se dijo bajito.
—¿Cómo? —pregunté creyendo que se dirigía a mí.
—No sé bailar lento —respondió.
Me levanté y le tendí la mano, me miró sorprendida y me la dio. Ahí supe que siempre estaría con ella, a pesar de que nos quisiéramos separar, éramos amigos. Mi brazo tiró del suyo y la levanté sin problemas, ella me sonrió.
—Sube tus pies a los míos.
—Peso mucho —respondió ella insegura.
—Al menos solo pon el puente —contesté.
Y los puso y nos quedamos bailando la música que dictaba las olas. Yo acababa de dar uno de los dos estirones que di y le sacaba una cabeza. Ella ya no era más alta que yo, en ese momento comenzaba a estar más fibrado y alto, pero los dos seguíamos tratándonos igual, aunque el resto de las chicas me hicieran más caso. El baile estaba siendo relajante, de esos que no quieres que termine, pero a diferencia de la realidad nos acompañaba una especie de piano. Ese piano que siempre la acompañaba a todas partes y que le encantaba, ese que se dedicaba a tocar mientras yo leía un libro, y que sin saberlo le había colocado a cada uno de ellos su banda sonora.
4.
La imagen volvió a cambiar y ahí estábamos ella y yo, en el presente. Ella dándome la mano con una sonrisa y yo tendiendo mis pies descalzos para que ella colocase sus pies sobre los míos. No se agarró a mis manos, esta vez si no que me abrazó y yo respiraba el olor de su pelo, no quería moverme de ahí, estaba en mi propio Nirvana. Levantó la cabeza y la vi despeinada y sonriendo, no pude hacer otra cosa y la besé.
5.
El móvil de ella comenzó a sonar, ¿quién sería? El beso había sido el broche de oro a un sueño espectacular. Ella me abrazaba, pero no la espalda, sino el abdomen y la espalda y con la otra mano la tenía entre mi cara y la suya. Como antes, como cuando dormíamos juntos, poniendo esa mano para poder respirar y no ahogarnos, nuestros pies estaban entrelazados. Al oír el móvil se revolvió y me abrazó más y se pegó más a mí. Noté como la erección matutina comenzaba y empecé a pensar en cosas horribles y ni por esas. Al final ella se dio la vuelta y yo hice lo mismo, no quería que lo viera.
—¿Sí? —preguntó algo confusa.
Obviamente no sabía quién la llamaba, pero sé que me miró y salió por la puerta. ¿Quién sería? Olí el olor a café, Elena nunca había sido de esas personas que se toman las cápsulas de café. Una vez hasta me hizo ir a un taller de café, de hecho, le regalé el curso que para ser estudiantes había sido todo un lujo. A Elena le gustaba el olor a café por las mañanas, decía que era lo mejor del mundo y más si otra persona lo hacía. Siempre me miraba con esa cara de: ¿Lo pillas? Eres tú. Miré el reloj, ¿La habían llamado un sábado a las nueve de la mañana?
Fui hacia la cocina en donde supuse que estaba, y efectivamente. Un bol lleno de manzana, un par de tostadas y el café mientras tanto se hacía. ¿Qué fallaba? El portátil.
—¿Estás trabajando? —pregunté.
—Sí, me han llamado para mandar un par de cosas. ¿Te he despertado? —La miré con gesto afirmativo. —Lo siento mucho.
—No pasa nada. El olor a café termina entrando por los poros e invita a despertarse —contesté, ella por su lado sonrió.
Pareció que terminaba de mandar algo y guardó el portátil.
—¿Qué quieres de desayunar?
—Lo que sea —respondí yo, ella me miró con una ceja alzada. —A ver, yo no me meto con tu trabajo, pero creo que el momento del desayuno... tiene que ser solo para ti.
—Ya estamos, lo mismo me decías antes. Dime lo que quieres y te lo hago.
—Tú no eres mucho de hacer las cosas a los demás.
—Pues busca y hazte algo, intentaba ser simpática —respondió picada.
—Nunca has sido de las simpáticas—contesté serio mirando a la nevera.
—Que te den—contestó enseñándome el dedo. Miró al ordenador, ¿iba a pasar de mí por algún video?
—Te echaba de menos —dije sinceramente. Se me escapó, fue un acto reflejo. Ella me miró sorprendida, no se movió, yo tampoco. La nevera comenzó a pitar y el momento se vio interrumpido.
—Cierra la nevera anda —contestó ella.
6.
Al final había cogido fruta y un yogurt, también me dijo donde coger un bol. Me miraba expectante, con trozos de manzana en el tenedor. La pillé mirándome, parecía que no se fiaba de mí, pero quién se iba a fiar, me había ido, y ahora volvía. Había pasado tiempo, había estado con chicas, pero ninguna suficientemente Elena para mí. Ella había estado con un chico que me había sustituido. Me daba miedo pensar que por él pudiese haber sentido cosas que no hubiese sentido por mí.
—Por él sentí cosas —empezó, ¿Cómo me podía leer la mente? Nos conocíamos muy bien... —Trabajamos juntos, así que cosas en común tenemos. Pero no ha sido un camino de rosas, aunque al principio sí. Había más espinas que flores y me las clavaba una y otra vez. El principio fue precioso, pero el resto para mí fue muy doloroso. – me miró, cerciorándose que me quedaba todo claro. – Ya sabes, apareció una ex suya y me dejó por ella. No me había sentido tan, pero tan perdida en mi vida. Me hizo dudar de muchas cosas Iván, como si no pudiese conocer a alguien que me hiciera sentir al menos una pequeña parte de lo que sentí contigo. Yo...
Me miró de nuevo y comenzó a llorar, sabía que no lloraba por él, lloraba por lo que fuimos y dejamos a un lado. Realmente yo dejé la relación, quería abrazarla, se había quitado la coraza, estaba desprotegida. Iván... que le hiciste, pensé. No pensé mucho, me levanté y la fui a abrazar, sabía que necesitaba ese abrazo y ella, que nunca daba abrazos a nadie me lo devolvió, y se quedó ahí agarrándome con fuerza, como si no quisiera que me fuera. Lloraba y lloraba y yo solo podía dejar que soltara todo eso, le tocaba el pelo, pero ni por esas, parecía que no encontraba consuelo. Yo también lloré, no sé por qué, pero me daba sensación de que la necesitaba, aunque ella a mí no. Habían sido cuatro años, cuatro años que ella había estado sola. No me necesitaba, pero le había hecho mucho daño, era consiente.
—Te ibas a casar conmigo y te fuiste —me dijo.
No me lo esperé. La aparté un poco y seguí viendo sus lágrimas, yo la miré perplejo y mis ojos comenzaron de nuevo a derramar agua. ¿Por qué me fui? ¿Por qué no le dije que me esperara? Podríamos haber seguido manteniendo el contacto y luego podría haber vuelto, como ahora. Tenía un nudo en la garganta, ella me miraba ojiplática, había dejado de llorar. Parecía saber algo que yo no sabía, como si hubiese descubierto algo. Me quise ir y apartar, pero ella no me dejó. En ese momento fue ella quien me agarró y no me dejaba ir, me giré, pero fue inútil, cogió mi cabeza entre sus manos y me besó. Ese beso estaba lleno de significado, había sido un beso salado, un beso lleno de perdón, de verdad. Un beso en el que yo le rogaba que no me dejara a un lado y ella que no me volviese a ir. Comenzó a sonar mi móvil, mi madre.
— ¿Sí?
—Hijo, ¿a qué hora vienes para comer?
—A... —comencé a decirle. ¿Y si le decía que no y estaba a solas con Elena todo el día? —Espérame a las dos, pero pon otro servicio en la mesa.
—¿Pero ¿quién...? —comenzó, pero le colgué.
7.
Elena me miraba dubitativa, como si no supiera exactamente dónde estaba. Le sonreí y le insistí que era una sorpresa. Mi madre y Elena siempre se habían llevado genial, cuando lo dejé con ella me lloró días y noches con que había cometido un error. Esos días y noches que Elena también lloró sin yo saberlo, me acordaba de cuando éramos pequeños y nos llevábamos fatal. Macaco se llevaba genial con ella y con Ángel, yo no concebía el perder a mi mejor amigo por una niña que además se iba con los mayores. Un verano me puse malo y mi madre me llevó a su casa porque tenía que ir a la ciudad. Cuando entré en su casa me miró con cara orgullosa y se fue al piano, yo me había llevado comics y algún libro. Mientras que ella intentaba tocar el piano yo intentaba leer.
—Haces ruido —le solté.
Ella me fulminó con la mirada y no me contestó.
—Tocas fatal. —Seguí provocándola.
Pasó una semana y ella seguía allí, sin bajar a la playa. Su madre se lo tenía prohibido, su pelo estaba lleno de arena y todavía no se iba. Castigada, le dijo. Sonreí con maldad, eso le pasaba por ser una creída. Un día bajó al salón y yo comencé a leer el segundo libro.
—¿Qué lees? —me preguntó.
—Esto—le respondí enseñándole el segundo libro Memorias de Idhum.
—¿Está bien? —preguntó.
—¿Quieres leer el primero?
—Vale.
Y nos quedamos ahí, leyendo durante toda la mañana. Faltaba algo, la música del piano que solía tocar. Un día llegó un hombre, nunca lo había visto, ella salió corriendo. ¿Quién era ese señor de pelo canoso? Parecía ser su tío, le dijo que había aprendido a tocar una canción. Así que era eso. Se acomodó en el banco y sonrió, tocó la canción sin problemas y me quedé asombrado. Cuando terminó aplaudí.
—Tienes un admirador —dijo él.
—Él no es ningún admirador. No le queda otra que oírme tocar, según él toco mal —contestó ella.
—Pues no te fíes de ningún chico —respondió él.
—No toca mal. —Seguí con la cara roja. El señor me miró. —Al principio tocaba mal pero ahora lo ha hecho muy bien, es ir practicando, ¿no?
—Claro —respondió él.
—Pero que no me queda otra es verdad. —Él comenzó a reírse ante mi sinceridad e inocencia. —Estoy malo y no puedo salir de aquí.
—¿Te gusta leer? —me preguntó viendo los libros que tenía.
—Sí —contesté tímido.
—Pues te traeré libros de contrabando —me dijo. —Elena, voy a ver qué tal tu madre.
—Vale.
Elena se quedó conmigo leyendo, pero para ella era poco. Ese verano aprendí a jugar a las damas y al ajedrez con Elena, además me daba unas palizas jugando al parchís. Su tío me trajo libros que él leía cuando era joven y me encantaron, fue un verano épico, al final me puse bueno y ella pudo ir a la playa. Ese verano conocí de verdad a Elena, no era una niña que necesitara la aprobación de los demás, ni sentir que primero iban los demás y luego ella. Prefería que todos fueran juntos y bien. Descubrí que era cariñosa, pero no lo demostraba, quería que la abrazasen, pero le daba pavor que la rechazasen. También pude comprobar que le importaba mucho ese tal Ángel que venía a verla todas las tardes a ver como había progresado en el piano, aunque yo hubiese estado escuchándola todo el día. Me preguntaba siempre si había mejorado o algo, también venía a mí cuando terminaba de leer un libro y como si fuese una película me lo contaba, lo gracioso es que se quedaba con los detalles, cosas que yo no me había dado cuenta. Macaco también pasaba por su casa bastante a vernos a los dos, su madre se dedicaba a hacernos palomitas y a alquilar películas del videoclub para que las viésemos. Al final del verano, cuando pisamos la arena y nos bañamos en la playa se convirtió en nuestro pequeño momento y nuestro paraíso. Macaco, Elena y yo nos dimos unas pésimas pulseritas de amistad y nos prometimos que seríamos amigos para siempre.
8.
Elena se terminó de arreglar, aunque no sabía para que era, luego pasaríamos por mi piso, que era mucho más pequeño que este, en el centro. Me duché y me vestí rápido, Elena nunca se había cortado y paseaba por mi casa como si fuera normal. Cuando terminé la encontré delante de una caja llena de libros. ¿Libros? Siempre los llevaba. Cogió uno y empezó a ojearlo.
—¿Qué haces? —pregunté.
—Veía si tenías algún libro nuevo.
—¿Y has encontrado alguno que te llame la atención?
—Sí. Éste —dijo y me lo enseñó. Sonreí.
¿Un misterio, un asesino y una historia de amor detrás? Le encantaría, se lo di insistiéndole un poco, diciendo que ya me lo devolvería. Conduje hasta el edificio en el que vivía mi madre. Ella me miró con una cara indescriptible, me empecé a reír y me dijo que no se iba a presentar con esas pintas en su casa.
— Que no Iván —me dijo desde dentro del coche.
—Si vas perfecta.
Y así era, iba con unos pantalones de pinza blancos y una camisa de flores.
—Me da igual, pero no le llevo nada, es desconsiderado.
—No sabías que ibas a venir. Es normal.
Me fulminó con la mirada, mi madre y ella siempre se habían llevado muy bien, de hecho, siempre le había tratado como si fuera su hija. A veces me picaba con ella y le decía que parecía que Elena era su hija y yo el novio que no le gustaba para ella, mi madre reía y Elena me sacaba la lengua. Subimos por el ascensor y ella miraba a los lados, como si la hubiese llevado obligada. Bueno, en parte era así, la había obligado sin quererlo, y bastante engañada, con dolo y alevosía. Mi madre nos abrió y su cara fue todo un poema. Blanca era poco para cómo se quedó.
—Hola mamá —saludé con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Esto es una broma? —Fue lo que dijo.
—Teresa cariño, saco la botella de tinto o el blanco.
Elena miró hacia otro lado, me quedé patidifuso. ¿Quién era el hombre al que pertenecía aquella voz? Entré con una sonrisa, Elena le volvió a sonreír y entró de forma tímida. ¿No se preguntaban nada la una a la otra? Cuando lo vi estaba en el comedor, Elena dejaba de forma dubitativa la chaquetilla que había llevado en el perchero y mi madre estaba detrás de mí.
—¿Eres Iván? —preguntó él.
—Sí. Encantado. Esta es Elena —respondí
—Encantada—respondió ella.
—Sentaos —siguió él.
9.
Mi madre no le quitaba el ojo de encima a Elena y yo me empezaba a preguntar que pasaba ahí. Parecía que Elena se quería ir de ahí a toda prisa y mi madre no quería tenerla ahí.
—Bueno Elena —comenzó ella. — ¿No estabas saliendo con otro chico?
—No. Bueno, salí. —Siguió. —Pero no salió bien, tenía asuntos sin resolver.
—¿Tú o él?
—Él —respondió. —Una mala ruptura, según lo que me dijo. Volvió con su ex y bueno me quedé soltera.
—Pero cuál de ellos —siguió mi madre.
—Mamá, deja la fiesta en paz—le espeté. Ella me miró con cara de voy a matar a alguien,
Yo no me fijaba en Elena si no en el nuevo novio de mi madre, se llamaba Antonio y se acababa de jubilar, había sido un importante hombre de negocios, aunque no le gustaba alardear de eso. Yo me lo tomé con normalidad, mi madre se había separado cuando yo tenía diez años, los años que tenía cuando Elena y yo nos hicimos amigos y había salido con muchos hombres. Antonio hacía partícipe a Elena en la conversación porque se encontraba tan incomodo como ella, y mi madre... mi madre parecía que no quería verla ni en pintura.
—Mamá, ¿vamos a por el postre? —pregunté.
—Yo... —empezó y me entendió con la mirada. Nos levantamos y fuimos a la cocina, una vez dentro le pregunté.
—¿Qué te pasa con Elena?
—¿Estáis juntos? —preguntó sin andarse con rodeos.
—Pues... no sé, de forma oficial no. Nos acabamos de reencontrar después de cuatro años.
—No te fíes de ella —dijo.
—¿Por? —contesté. Mi madre diciendo eso.
—No es capaz de comprometerse, probablemente cuando se canse de ti te deje.
—Pero que dices— contesté extrañado.
—La he visto. Con varios chicos, en la calle. No tiene ninguna vergüenza, si la viera su madre...
—¡Mamá! —le espeté. —Elena ha tenido unos años complicados. Y ella es la mujer de mi vida.
—Sí, sí. Os habréis acostado—dijo cogiendo un cigarrillo. —Eso es lo que hace, primero os engatusa, luego consigue lo que quiere y os deja.
—No nos hemos acostado. No sé a qué viene tanta inquina.
—¿Sabías que Ángel se casaba? —preguntó ella. —Lorena lo ha cancelado. Parece ser que cuando estuvo esa arpía en Roche, Ángel y ella se acostaron y la prometida los pilló. La saludó y todo. Que poca vergüenza, y luego él le confesó que estaba enamorado de ella.
—Mamá, no voy a consentir que hables así de ella. Elena no le obligó a nada, el acostarse juntos es cosa de dos, no pensaba que tuvieras ese pensamiento la verdad... Tú... divorciada y con un niño a cuestas diciendo eso. No lo sabía, pero ella sabía que le iba a pedir que me casara con ella, ¿Sabes lo que tuvo que sentir?
Oí la puerta, lo más probable es que fuese Elena. Antonio me miró con cara de circunstancias. Bajé las escaleras esperando encontrarla en el portal, pero no había rastro de ella. La llamé, pero no daba señales de vida, cogí el coche y fui al portal de su casa, tenía que hablar con ella.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro