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23 de junio

12.

Todo había sido tomado con normalidad, mi mejor amiga me apoyaba y estaba contenta con ello. Me tomé tiempo en elegir un bikini y un vestido para la playa. Bueno, algo no tan fabuloso, para que no se viese que estaba tan colgada por él. En cierta forma, seguía teniendo miedo de que me hicieran daño, cuando bajé encontré una escena nada esperada. Mi mejor amiga estaba con Marco hablando tranquilamente, noté como se le caía la baba, pero no dije nada.

– Ya has llegado – le dije sonriente.

– Hola, estaba hablando con tu amiga Carmen – empezó diciendo, noté como se le iluminaba la cara. – Me ha dicho que está embarazada de siete meses.

– Sí, de mellizos –respondí.

–¿Ya estás? ¿Vamos a la playa? Ya he sacado a Mía – requirió ella.

– Sí, sí. Gracias – respondí algo avergonzada.

Los tres nos pusimos en marcha. Carmen y Marco se entendieron a las mil maravillas. Marco parecía mayor, si no me hubiese dicho que tenía veintitrés pensaría que rondaba mi edad. Y no digo en el aspecto físico, sino en que era muy maduro. Me había convencido en coger la tabla para hacer surf, pero él no tenía ni idea. Le di unas clases al más puro estilo Elena, se dio de leches a diestro y siniestro. Obviamente el pueblo sabía de la existencia de Marco. Lorena ya lo habría contado y aparecía algún visitante. ¡Mi madre! Si parecían paparazis intentando sacar una exclusiva. Sí, la exclusiva del pueblo. Elena tenía a otro, ¿cuánto le duraría?

– Nos están mirando mucho, ¿o soy yo? – preguntó Marco.

– Te dije que te prepararas –le respondí poniendo los ojos en blanco.

A modo de respuesta descarada me plantó un beso en la orilla, un beso inesperado, demostrando a todos los vecinos que nos daban igual los chismorreos. Sonreímos cómplices tras éste y nos abrazamos entre risas. Como ya era habitual, Marco me sorprendía con algo distinto, algo nuevo que descubrir. Para mí se había convertido en un hábito, pero al principio no podía dejar de sonreír. Había perdido la costumbre de dejar que me sorprendiesen, todo consistía en algo rápido, esporádico y sin mucha chicha y cuando la había tenido... no quería descubrir nada. Lo había tenido toda mi vida con Iván, siempre había sido así. Pero en esos instantes no pensaba en él, ni en esa relación pasada, sólo en Marco; en sus inesperados besos, en la sorpresa que me llevaba cuando nos traía a Carmen y a mí helados, en cuando sonreía y se le formaba un hoyuelo en las mejillas. Con él siempre había sido así, intenso... No lo sabía en ese entonces, pero me estaba calando mucho. Marco me gustaba mucho, eso era más que cierto, pero nunca imaginé que llegase de improviso a mi vida y que podía calar tanto en tan poco tiempo. Todo era muy intenso, muy... no sabría explicarlo. Todo brillaba cuando estaba con él, me dejaba sorprender, bajaba las barreras que había echado y le dejaba pasar gustosa y me regodeaba.

13.

La mañana de playa había dado para muchas anécdotas, como el que Carmen fuera piropeada por el socorrista, acercándose él cortésmente por ser una mujer embarazada. Conocí a los amigos de Marco, bueno a un par. Me sorprendió comprobar que él parecía más maduro que sus amigos, en ese momento comprendí que la edad sólo es un número. Descubrí que a Marco se le daba fatal el surf y que, aunque lo intentase con toda su alma, no daba pie con bola, también que se le daba mal perder, lo odiaba. Le gustaban los niños pequeños y me sorprendí ejerciendo de madre de uno de ellos, para sorpresa incluso de Carmen, que luego me lo comentó a solas. Marco tenía defectos, pero no me importaba que los tuviese, ni quería cambiárselos, me gustaba tal y como era.

La tarde fue otro cantar, Marco llegó un cuarto de hora tarde, un defecto. Marco siempre iba con algo de retraso, le gustaba tomarse su tiempo y disfrutarlo y eso le llevaba a llegar tarde. Tampoco me importó ese cuarto de hora, porque así me pude poner a hablar con Carmen con tranquilidad. A Carmen le caía bien Marco y para mí eso se había convertido en una tranquilidad. Cuando llegó Iván de nuevo, Carmen tenía sus reparos a pesar de quererlo con locura, Carol siempre había sido más impulsiva, pero Carmen más comprensiva y ese me cae bien se había convertido en una bendición sin quererlo.

Marco llegó con una camisa blanca de lino, unas bermudas beis y unas náuticas marrones, iba guapísimo.

– Estas guapísima. –Me soltó. – Vas guapísima, guapísima lo eres siempre.

– Oh, cuanto amor. – Se oyó a Carmen por ahí como si fuera una maruja.

– Vieja del visillo, luego vuelvo –le solté y cerré la puerta visiblemente avergonzada.

No quiero echarme flores, pero había buscado el mejor outfit para la ocasión, algo que dijera que iba arreglada, pero no lo suficiente para que pensase que esto era considerado una cita, aunque realmente lo era. Iba vestida con un vestido de mil rayas azul y blanco, unas alpargatas marrones, un bolso redondo de paja y un gorro que me puse porque... me apetecía. Creo que se me notaba algo nerviosa, pero no quise que se notase. Marco iba inusualmente callado.

–¿Dónde crees que te llevo? –pregunté.

– Pues ni idea, espero que me sorprendas.

Creo que él estaba nervioso, ¿y yo? Tampoco, la música empezó a sonar mientras que salíamos de mi aparcamiento. Que comenzara a sonar Cruz Cafumé hizo que me pusiera más nerviosa, a lo mejor pensaba que en el fondo era ¿una choni? Que no tenía gusto musical... Ni idea, pero esos grupos son los que o nadie conoce y al oírlos provocan un gran rechazo, como el trap, o cualquier otro. Pero como siempre Iván me sorprendió cantando.

"Que me traes loco la cabeza, por eso

Digo Mami, no, no, no

Te enralas y no sales del vacilón

Yo sé que si empiezas, que si me besas

Aaay, ya me hablaron de Coquito La Pieza"

–¿Te gusta Cruz Cafumé?

–Nada más esta canción –me respondió.

La canción pasó más rápido de lo que imaginé, y que cada vez que sonaba el estribillo me miraba y me sonrojaba. Terminé por unirme pero que dijera; que me traes loco la cabeza, me volvía loca. Estar con él hacía que todo fuese nuevo, cada sensación, aunque las hubiese pasado con otros hombres, con él era totalmente diferente. Llegamos a Vejer y el conjunto de casas blancas, y sus calles estrechas hicieron magia. Si para mí siempre había sido un pueblo de cuento, en esos momentos lo veía con más ilusión y más cuando se lo enseñaba para que lo descubriera.

14.

Vejer es un pueblo para enamorarse, y si lo estás ya, pues enamorarte aún más. La cara de Marco fue de haberle descubierto el paraíso, yo lo miraba divertida, con una sonrisa en la cara. Fuimos paseando mientras le explicaba que había en cada rincón, Vejer había sido siempre mi pueblo fetiche y cada vez que podía iba. Esta vez iba con Marco y estaba encantada, las flores que había en las calles le daban un aspecto más andaluz y los niños que corrían le daban un toque familiar.

–¿Cómo conoces esto? –me preguntó alucinado.

–Lo conozco desde pequeña. Puedes traer aquí a tus novias si quieres impresionarlas.

Era consiente que esto sería un rollo de verano, existía una diferencia de edad que quisiera o no debía tener en cuenta, además de que tendría otra concepción o lo que fuera de las relaciones... Mil cosas se me venían a la mente.

La tarde acabó conmigo llevando a Marco a casa de unos amigos y regresando a la mía. La semana pasó sin novedad, no vi a Marco, a pesar de estar en el pueblo. Me di cuenta de que tampoco me importaba, fui con Mía una de las tardes a correr por la urbanización mientras escuchaba música, la deriva comenzó a sonar cuando abrí la puerta y oí que Carmen hablaba con alguien, supuse que sería Ignacio por facetime, pero no, allí estaba Iván.

15.

Carmen me miró con los ojos de plato, pero no pude ver los de Iván que me daban la espalda. El momento en el que me enteré de lo que había pasado con Miriam supe que lo nuestro se había acabado, de hecho, lo supe antes. Creo que fue cuando fui a su casa y su madre me miró con aquellos ojos... Yo no era la misma, y él tampoco lo era. Creíamos conocernos, pero ya no nos conocíamos.

–Yo... –Comenzó Carmen.

–No pasa nada —dijo y se dio la vuelta. Me miró con unos ojos diferentes, no los conocía. –Yo ya me iba.

Lo miré y lo vi derrotado. Pero ¿por qué? Me sonrió, pero sabía que no lo hacía porque lo sintiese. Iván y yo nos conocíamos desde pequeños, podría describir cada una de sus miradas y su significado, pero ahora ignoraba totalmente lo que pensaba o qué hacía allí.

–Iván –le llamé y se giró.

–Dime —respondió.

–¿Qué haces aquí?

Esperaba que dijera que quería recuperarme o algo así, pero no lo hizo. Se limitó a sonreír, de una forma distinta, de esa forma que tenía cuando éramos dos niños, él estaba dolido por el divorcio de sus padres y el abandono de su padre.

–He vuelto a casa simplemente.

Supe que con casa se refería a la suya, la que estaba a dos calles de la mía. Grande, fría en invierno, pero acogedora en verano. Esa casa a la que iba a aprender repostería, en la que le contaba alguna confidencia a su madre y nos habíamos hecho amigas. Esa casa repleta de libros que había leído y que en cada uno le había dejado un mensaje, esperando que lo descubriese.

–Mañana vamos a la playa, por si te quieres venir –le dije con una sonrisa.

–Gracias, pero mañana no va a poder ser. Tengo asuntos que resolver.

–¿Cómo cuales? –pregunté. Os aseguro que no fue con segundas, sólo curiosidad.

–Mi padre ha muerto, hay que repartir la herencia.

–Pero si eres hijo único.

–No, no lo soy –respondió con una cara de... dolor.

Miré a Carmen y ella me respondió con la mirada. Nos entendimos a la perfección, Iván y yo necesitábamos hablar a solas. Había venido a contármelo y en vez de eso se encontró con Carmen. Yo sabía toda la historia, pero Carmen no, su madre lo estaría pasando igual de mal que él.

–Vamos– le dije. Iván me miró dubitativo. – Ven, vamos a la playa.

Cogí un par de botellas de vino y fuimos a una de las calas de Roche donde no había mucha gente. Le di una botella y le di un trago a la mía, mirando al mar que se iba oscureciendo. No lo miré, sabía que no le gustaría que lo mirase con lástima. Comenzó a llorar e hice una cosa que en una circunstancia similar me hubiese parecido brusco, lo miré a los ojos. Me abrazó y se quedó un tiempo así, mientras yo lo abrazaba para que supiese que me tenía ahí, que no me movería de su lado. Lo vi pequeño, niño, adolescente, frágil. ¿Siempre había sido así?

–Gracias –dijo.

–No tienes porqué dármelas.

–Sí, fui un capullo.

–La verdad es que sí –contesté riéndome. –Pero eres mi mejor amigo. Capullo, pero mejor amigo.

Lo vi sonreír y le devolví la sonrisa. Me cogió la cabeza y me dio un beso en la coronilla. Nos reímos y bebimos vino. Que bien sentaba estar ahí, respiré hondo el aroma del mar y él se rio. Lo miré de refilón, parecía totalmente distinto, nos habíamos visto hacía un mes y parecíamos dos desconocidos. Sopesé mis opciones, dejar todo atrás y comenzar desde el principio sería lo más sensato.

–He descubierto un grupo nuevo, bueno... lo escuchabas tú –me dijo.

–¿Cuál?

–Vetusta Morla –contestó sonriente.

–Me encanta–respondí.

Supongo que al vino no se le puede echar la culpa de todo, pero me levanté y puse la canción de 23 de junio. Él me indicó que colocara mis pies encima de los suyos, pero negué con la cabeza, ya sabía bailar, no era una niña a la que había que marcarle los pasos. Con un ademán un tanto teatral me incliné y él hizo lo mismo. Bailamos la canción, nos miramos a los ojos y sonreímos.

"Deja el equipaje en la ribera

Para verte como quieres que te vea

Deja el equipaje en la ribera

Y quémalo

Haz que este baile merezca la pena

Yo haré lo propio con esta canción

Y si al final no hay más que comedia

Deja que el río nos lleve a los dos"

Cada frase parecía estar hecha para nosotros, cerré los ojos y me dejé llevar. Nos dedicamos a bailar esa canción que en esos momentos cobraba un significado totalmente distinto. Parecía que nos decía que dejásemos a un lado lo que hubiese pasado y comenzásemos de nuevo, sin llevar a cuesta una maleta de reproches que nos consumiría por dentro. La canción nos hablaba de darnos una... ¿tercera oportunidad? Pero como todo, la canción terminó, aunque nosotros seguimos bailando pegados, como si hubiésemos pasado de ser dos niños que aprendían a bailar a dos adultos que sabían que paso tocaba en cada compás. Me separé de él un poco a disgusto, pero su sonrisa hizo que me relajase.

–El mar está precioso –le dije. El sol todavía no se había puesto, parecía resistirse a bajar del todo.

–Sí –contestó él.

–El próximo San Juan tenemos que volver y bañarnos aquí, como cuando éramos pequeños.

–Sí –respondió con una sonrisa de niño.

–Venga, que te acompaño a casa.

Iván iba bastante perjudicado, y yo quería asegurarme que llegaba bien a casa. Además, su casa no estaba muy lejos de la playa, aunque el trayecto duró más de lo que realmente correspondía. Llegamos a su casa, él con una tajada de órdago y yo cansadísima. En ese momento deseé que dijera o hiciese algo para tener un motivo para decirle un adiós definitivo.

16.

En su casa no había nadie, lo metí en la cama como a un niño pequeño. Recordaba ese cuarto que había sido testigo de nuestra primera vez, lo metí dentro de la cama y me quedé mirándolo. No sabía si me oía o no, o si era consiente de algo, pero le toqué la cara con ternura, como una madre a su hijo, luego le di un beso en la frente y me despedí.

Al bajar me encontré a su madre, solo pensé que la tierra me tragase, a pesar de que no había hecho nada con su hijo. Se quedó en la puerta y me miró, yo le devolví la mirada de forma tímida. No sé como nos entendimos, pero fuimos a la cocina, aquella que había sido testigo de innumerables confidencias.

–Te quiero pedir disculpas –me dijo.

–Si no...

–Por favor –respondió. –Quiero hacerlo. Iván no sabe que estamos manteniendo esta charla, pero bueno... He sido muy injusta contigo, no sabía que lo habías pasado tan mal.

–Teresa, no pasa nada –contesté.

Volvió a mirarme y comenzó a llorar. No sabía que hacer, pero hice lo contrario de lo que cualquiera esperaría, la abracé y la perdoné. Lo estaba pasando mal, y sabía cuánto se pasaba mal por la muerte de un familiar. Cuando mi madre murió mi mundo se vino abajo, mis abuelos entraron en una espiral de tristeza y yo no me podía dar el lujo de caer en ella, tenía que ser fuerte por ellos y por mí. Nos separamos y me sonrió.

–He dejado a Iván en la cama acostado. Ha bebido mucho, lo he puesto de lado y duerme la mona. No tendría que pasar nada malo.

–Gracias, Lena.

–De nada –dije y miré a mi alrededor. Probablemente sería la última vez que pisara esa casa.

Salí de la casa y me encontré con Marco de frente, con la intención de entrar a ella. Me quedé en shock, sin saber que hacer, a su vez me miró y sonrió. De pronto supe por qué me dio la sensación de conocerlo. Había estado el verano en el que Iván y yo nos hicimos amigos, su madre había intentado hablar con la mía.

17.

Todo había sido confuso para mí de pequeña, no le presté la mayor importancia, pero en esos momentos iba cobrando todo sentido. Él había sido un niño pequeño que apareció en mi casa cuando Iván se quedó con nosotras. Mi madre puso el grito en el cielo, más bien se lo puso a su madre. Más adelante, Lorena conoció a un chico nuevo de ojos claros y se lo llevó a la playa, ese mes que Iván no estuvo, pero Lorena y él tuvieron algo.

–Me has utilizado –le dije.

–¿Y? –contestó.

–Das pena, ¿Qué quieres, quedarte con la casa?

–Pues sí –contestó. Lo miré indiferente.

–Por encima de mi cadáver, esta casa es de Iván.

–Pues que sea por encima pues.

Me di la vuelta, ayudaría en todo lo posible a Iván y a su madre. Había sido engañada y... realmente porque Lorena quería hacerme daño y él a Iván.

–Cuando se entere Iván que me has besado, ¿te perdonará? –dijo Marco con retintín.

–¿Y quién no te dice que ya se lo he dicho? Díselo a Lorena de mi parte

Se quedó mudo, patidifuso. Mi cara se encontraba completamente estática, un hielo profundo se había adueñado de ella. Me miró con cara de asco e intentó entrar a la casa, aunque obviamente no consiguió entrar, Teresa ya habría cerrado la puerta con llave.

18.

Me fui a casa, aunque primero paseé por la playa. Para que negarlo, pensé en Iván y en como habían cambiado las cosas. Iván lo quisiese o no se trataba de una persona muy importante en mi vida. Pensé en la canción que nos había acompañado esa tarde, veintitrés de junio. Sería mejor dejar todo atrás y comenzar de nuevo, me vi a mí misma con diez, quince, dieciséis, veintiuno, veintitrés años en la playa con él. Sonreí con tristeza, ya no era la misma, Iván tampoco, nos habíamos convertido en dos personas completamente diferentes. Me dirigí con algo de pesar a mi casa, Carmen me esperaba.

–¿Qué ha pasado? –preguntó ella.

–Que Marco es medio hermano de Iván. Y el seducirme era parte de su plan para hacerle daño a su hermano, y de Lorena, para hacérmelo a mí. He sido una gilipollas.

–Tú no has sido nada de eso. ¿Lo sabe Iván? –Negué con la cabeza. –¿Se lo vas a decir?

–Mañana, a primera hora de la mañana.

Me fui a la cocina pensativa, lo que siembras es lo que recoges. A lo mejor esa fue la consecuencia de haberme acostado con Ángel, menos mal que no me enamoré de Marco. Iván estaba destrozado, su padre había muerto y se acababa de enterar que tenía un hermano.

Carmen y yo apenas hablamos ese día, yo rumiaba lo que podía hacer por Iván y me propuse que se quedase con la casa. Al día siguiente me desperté temprano, saqué a Mía y fui a la casa de Iván, la sorpresa fue el encontrarme a Macaco allí.

–Macaco, ¿Qué haces aquí?

–Darte apoyo moral. Me contó lo que pasó Carmen. También se lo daré a él.

–Gracias.

Macaco y yo tocamos el timbre y nos abrió Iván. Lo encontré derrotado, parecía que se había dado por vencido. Macaco le dio un abrazo y yo otro. Sus ojos estaban rojos de haber llorado, y lo que tenía que escuchar lo iba a complicar todo más aún.

–Iván. Mira... Sé que tu hermano se llama Marco. Macaco y yo lo conocimos esta semana en la playa. En ese momento no sabíamos, que se trataba de tu hermano, yo me enteré ayer a la noche, Macaco hoy.

–Sí, quiere quedarse con la casa y...

–Espera –le dije. Miré a Macaco. –Marco comenzó a ligar conmigo, me lo encontré en el concierto de Izal... Bueno, que nos besamos. Pero no siento nada por él, solo fue...

–Una forma de superarte. –Siguió Macaco. –No quiero meterme en medio de vosotros, pero es eso. Elena en algún momento tenía que pasar página, no podía estar fustigándose.

–Macaco... –comencé.

–No, Elena. Quiero dejar eso claro.

Iván me miró y sonrió. No sonrió como si lo hubiese traicionado si no todo lo contrario. ¿Me había superado? ¿Y yo? ¿Lo había superado?

–Es lo normal. La cagué yo, y quiero que seas feliz. No voy a estar imponiéndote con quien sí y con quien no salir.

–No estoy saliendo con él Iván. Quiero ayudarte con el tema de la casa, con todo, somos amigos.

–Lo somos.

–Pues divirtámonos este verano –respondí. Miré a Macaco, teníamos que sacar a Iván de ese agujero.

–Pero...

–Tranquilo, te ayudaremos con cualquier cosa –respondí.

19.

Esas semanas fuimos el Macaco, el Iván y la Elena de antes, aquellos amigos inseparables que iban a todas partes juntos. Se incorporaron Carmen y Candela, Iván apenas estaba solo, siempre estaba con Macaco o conmigo. A veces se quedaba hablando con Carmen, ella lo trataba como si fuera una madre, y me sorprendía las charlas tan largas que tenían. Todo el pueblo nos miraba a Iván y a mí cuando íbamos juntos, pero no me importaba, prefería sacarle una sonrisa. Carmen pasaba tardes y días con la madre de Iván pidiéndole consejo sobre recetas para bebés y otras cosas que no me contaron. Una de las tardes nos quedamos los tres.

–Quedamos los buenos –soltó Macaco. –Echaba de menos esto.

–Yo también –contesté. Miré a Iván que estaba sumido en sus pensamientos.

Hice una bola de arena y se la tiré, me miró ojiplático y me mordí la lengua. Cogió un montón de arena y me la tiró. Grité del susto y comencé a perseguirlo, luego Macaco me tiró más arena. Los tres parecíamos los críos que una vez fuimos y que nos tirábamos arena de esa misma playa. Iván terminó por tirarme al mar, yo gritar venganza y pedir a Macaco que me ayudase en ella.

Creo que necesitábamos esos días y esos momentos. Parecíamos los mismos, pero no lo éramos. Macaco había dejado de ser aquel diablillo para convertirse en un hombre de negocio, Iván había dejado de ser aquel chico que intentaba ocultar sus sentimientos por mostrarlos sin pudor y yo... yo había dejado de encerrarme en un caparazón y salir para disfrutar de cada uno de los momentos con la gente que me importaba.

20.

Fuimos al concierto de Rels B al que quería ir, instruí a Iván en el mundo de la música urbana. Él se reía cuando le explicaba de dónde salían los artistas y me abrazaba diciendo que cada vez le sorprendía más, o simplemente me decía que acababa de darle una patada a mi piano. Al concierto fuimos los cinco y no estuvo nada mal. Macaco nos había pasado gratis y nos quedamos de fiesta un rato. Terminamos por bañarnos en ropa interior en el mar, mientras que Carmen nos sacaba un video desde la orilla.

Una mañana llegó Iván a mi casa y me plantó unas entradas de un concierto de Vetusta Morla. Sonreí y como siempre fuimos a mi piano, "los buenos" comenzó a sonar y él intentaba cantarla, aunque no le saliera muy allá. Yo seguí cantando con él, aunque ninguno de los dos sonáramos armónicos, Carmen vino divertida junto con Mía. Iván intentó tocar una canción, pero no le salió muy allá. Le contó a Carmen que tenía entradas para ir a ver a Vetusta Morla y ella se entusiasmó, aunque no conocía el grupo.

Ese día Carmen se tuvo que ir a Madrid y me dejó sola con Iván, Macaco se había ido a Almería con Cande a pasar el fin de semana. Iván y yo pasamos el día en la playa bajo la sombrilla leyendo un libro.

–Chicos, ¿Qué hacéis? –preguntó la madre de Iván.

–Estamos leyendo mamá –respondió él.

–Me tienes aburrida, has dejado todo hecho un desastre –repuso ella.

–Oh, Iván se la va a cargar.

–Cállate, no seas cría –respondió él.

–Así ninguna mujer va a querer casarse contigo –respondí.

Me gané que me tirara arena en el libro, me enfadé y le tiré arena. Sin darnos cuenta estábamos enfrascados en una guerra de arena mientras su madre nos veía alucinada. De pronto pareció darse cuenta y miró a su madre. Teresa estaba llorando, no sé por qué.

–Mamá, ¿Qué te pasa? –preguntó preocupado.

–Nada, me habéis recordado a cuando eráis pequeños –respondió ella.

Iván tenía una cara graciosa, de alucinado, le lancé otra bola de arena y fue hacia mí. Me cogió, aunque yo me resistí y me tiró al mar, aunque lo arrastré conmigo. Salimos del agua muertos de la risa, lo miré y me miró, había más palabras en esos instantes que en semanas de charlas. Me dio la mano para tirar de mí y ponerme de pie, pero lo tiré con ayuda del mar hacia dentro.

Por un instante me permití ver a Iván como un hombre, como alguien con el que podría llegar a tener una relación. Me zambullí para descartar la idea, era muy mala, Iván y yo sólo podíamos ser amigos, no nada más. Una mano me cogió y sacó mi cabeza del agua, Iván me miraba con algo de preocupación.

–Oye –le dije.

–Estaba preocupado –respondió.

–Solo quería recogerme el pelo–mentí.

Fui hacia donde estaban nuestras cosas, pero su madre ya no estaba. Iván vino y me miró desconcertado, sí, la cagaba siempre. Iván me miró dubitativo, preguntándose algo. Yo hice como si mi lectura fuera lo más apasionante del mundo, pero lo cierto es que estaba a otra cosa, a pensar en cómo me había podido enamorar de nuevo de Iván. ¿Enamorar? ¡Lo había pensado! Me puse roja.

–Elena –me llamó. Me incorporé como un resorte.

–¿Sí?

–Creo que voy a cagarla, pero al menos así salgo de dudas —continuó.

–Adelante –respondí escondiendo mi cara detrás del libro.

–Necesito que me mires –contestó y bajó mi libro. Estaba roja.

–Lo siento –respondí. –La cago siempre, pero siempre. Estoy enamorada de ti.

Nos miramos, nunca hubiese podido decir esas palabras. Nunca. Habían pasado demasiadas cosas y siempre me escondía detrás de algo, de alguien, pero nunca daba el primer paso. Iván sonrió y se acercó a mí, me quedé paralizada, acercó su boca a la mía.

–Yo nunca he dejado de estarlo, desde los once –dijo y me besó.

Mis ojos comenzaron a soltar lágrimas de felicidad, al abrirlos vi los suyos igual, con una emoción contenida. Nos sonreímos y nos reímos cómplices, miramos al mar que había sido testigo de cada uno de los momentos que habíamos compartido. Habíamos cambiado muchísimo, pero seguíamos siendo iguales.

21.

Esta vez no nos escondimos, cada vez que habíamos empezado algo siempre había sido a escondidas, como si hiciéramos algo malo, pero no era así, nos queríamos y nos respetábamos. Fuimos a su casa cogidos de la mano, el pueblo habló y mucho, llegó a los oídos de Lorena, Ángel y Marco, pero no nos importó. Su madre se alegró por nosotros, yo llamé a Carmen y le conté lo que había pasado y cuando Macaco llegó se lo contamos.

Creo que ese verano fue especial por muchos motivos, pero el más importante de todos fue que fuimos sinceros con nosotros mismos y nuestros sentimientos. De alguna forma siempre quisimos ocultar lo que sentíamos, a nosotros mismos o a los demás, pero habíamos madurado y ya no éramos los mismos.

No terminamos que acabara el verano para casarnos. Los chicos vinieron de Madrid, Macaco fue el padrino y Carmen mi madrina. Nos casamos en la playa, en esa playa que nos vio crecer. Antes de caminar hacia Iván la madre de Macaco se acercó y me dio una carta.

–Tu madre la escribió, cuando murió me dijeron que te la tenía que dar cuando te casaras.

Querida Elena, esta carta lleva escrita desde que tenías quince años.

No sé por qué lo sé, pero te vas a casar con Iván, solo hace falta veros para darse cuenta de que eso es amor verdadero. Quizás esté escribiendo esta carta y te estás casando con un multimillonario, o un chico bueno que te respete. Sé que los dos os respetáis y os queréis muchísimo. Sólo hace falta ver la cara que se te pone cuando lo miras, y la cara con la que él te mira. Crees que no te vi con él mientras bailabais en la playa y de la lágrima verde que adorna tu cuello y los pendientes que no te quitas. Teresa y yo nos dimos cuenta en seguida, y de ahí que siempre os hiciéramos una u otra broma. De hecho, Teresa hizo que Manolo le diera una charla a Iván sobre sexo. Quería decirte que él no ha dejado de quererte y tú tampoco a él, aunque os hubierais puesto un caparazón muy difícil de quitar. Espero que si no te casas con él te cases con alguien como él, que te cuida y te respeta. Espero que sigas volviendo a esa playa en la que nos enamoramos tu padre y yo, esa misma que te vio crecer.

Te quiere, tu madre.

Lloré muchísimo, miré hacia las casas, al mar, a la playa y luego a él. No había otro sitio mejor en el que casarse, mientras cruzaba el camino de arena hacia él con mi vestido blanco sonaba la canción de Lover de Taylor Swift. La ceremonia fue corta, pero intensa, nos acordamos de mis padres y mi tío. Yo cada dos líneas de mis votos lloraba. Él había sido mi amigo, mi confidente, mi amante, mi compañero, no quería un anillo gigante, solo a él. Cuando él recitó sus votos me emocioné aún más, que se acordase de cada instante, de cuando tocaba el piano y me decía que lo hacía mal, cuando nos picábamos por quien era el más culto, incluso del baile en la playa, nuestro viaje a Cadaqués, o mis libros preferidos. Los dos coincidimos que nada de esto hubiese sido posible si no hubiese sido por la playa que nos vio crecer. Al terminar la ceremonia comenzó a sonar Paper Rings de Taylor Swift, convirtiendo al fin la boda en una fiesta. Unas horas antes, sin que nadie lo supiera, salvo Macaco y la madre de Iván, nos casamos en Vejer de La Frontera, en el pueblo en el que uno se enamoraba, y si ya lo estabas todavía te enamorabas más. Ese pueblo en el que mis padres se conocieron en una verbena y más adelante se casaron.

Logré que Teresa se quedase con su casa sin ningún problema, un compañero del bufete llevó el caso y prometió ganarlo como regalo de compromiso. Macaco se casó el año siguiente, él cuidó todo al detalle, no como nosotros. Los niños de Carmen, Lucas y Sofía nacieron y fuimos sus padrinos. Nos dimos cuenta de que sí servíamos para ser padres y así es como estamos aquí, escribiendo nuestra historia para que tú, Valeria cuando te cases conozcas como nos conocimos, cual fue nuestra historia y no te quedes a medias. A pesar de eso probablemente te hayamos contado y habremos contado esta historia mil veces. Lo único que, si te pedimos, como me pidió tu abuela, es que no dejes atrás esta playa que nos vio crecer tanto a tu padre como a mí.

FIN

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