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Prologo


Los Potter son tenaces.

Los Potter son valientes.

Los Potter son honestos.

Y nunca, pero nunca deben rendirse.

Y James está orgulloso de esos valores que han pasado de generación en generación en toda su familia.

Su padre, su abuelo y todos sus malditos ancestros han pasado por muchas adversidades, retos, desafíos y muchas estupideces que causaron y supieron solucionar al final.  Por ello siempre han perseverado por generaciones como la mala yerba hasta el día de hoy.

...Y hoy, desayunando junto a Lily, ve con orgullo a su primogénito comiendo rápido a más no poder a pesar de los regaños de su madre, emocionado porque hoy ira por primera vez al colegio de magia y hechicería de Hogwarts.

Aún recuerda como la puerta de su habitación fue pateada de sorpresa una mañana, gritando su pequeño de alegría y regocijo que por fin había llegado su carta de admisión, y que muy pronto se encontrara estudiando en el mismo colegio que sus padres fueron. James quiso también celebrar con Harry, sí no fuera porque anda desnudo junto a su esposa bajo las sabanas después de una noche de intimación, lujuria y anudamiento, cubriéndose lo más posible mientras que Harry brincaba encima de estas.

La mirada de Lily ya le advertía que nunca la tocaría hasta nuevo aviso, por olvidar cerrar la puerta con seguro cuando le recalco varias veces antes de ir a la cama que tenían un hijo impulsivo y podría entrar de improvisto.

Ambos padres habían acompañado a su tierno hijo omega por el callejón Diagon a comprar sus útiles, primero yendo a Ollivanders por su primera varita. Lily comenzó a recordar esos dulces momentos en que ella piso por primera vez este lugar, animando a Harry a encontrar su varita predestinada. Madre e hijo estaban encismados en su mundo, aunque no podía decirse del alfa de la familia que por la ventana del negocio miraba con ojos entrecerrados y gesto de desagrado a Lucius Malfoy que infantil mente le seguía el juego, apoyado de espalda contra la pared del negocio de al frente. Los problemillas que tuvieron en el colegio aún no se había acabado, cual guerra personal entre ellos interminable, ya estaba retirado del cuerpo de aurores, teniendo de labor como instructor en la academia, por otro lado el rubio se dedicó a lo que hacía mejor, ganar dinero y hacer más. En sus años de juventud re juraba que atraparía a Malfoy porque estaba muy seguro de tener negocios negros e ilegales, pero nunca pudo comprobarlo, era una serpiente escurridiza, y ese era un carboncillo que le seguía molestando toda su vida.

Tan pronto Harry obtuvo su varita salieron de la tienda con la promesa de venir en algún futuro cercano para seguir comprando los útiles de su hijo, con Lily dándole un pellizco al brazo de su esposo porque no quería espectáculos con su viejo rival, saludando al rubio con un asentimiento de cabeza e ir a una dirección opuesta a la que tenían prevista la familia pura sangre. Fue un largo día entre compras de libros, calderos, mascotas y pergaminos que pudieron gozar un helado antes de ir a su última parada del día, en Madame Malkins.

Por supuesto, para el desagrado de James estaba Lucius afuera del local, escribiendo en una pequeña libreta con elegancia, esperando seguramente afuera por la salida de su esposa.

A Harry le dio mucha curiosidad por el hombre, percibiendo en él un aroma a menta que se le hacía ciertamente atractivo, como si estuviera relacionado con algo que no podía adivinar, dejándose llevar por su madre al interior de la tienda. Obviamente la peliroja antes de irse le dio una advertencia al Potter mayor que se comportara.

-Malfoy- saludo con desagrado.

-Potter- exclamo el rubio con una sonrisa de lado y burlona.

-ya se me hacía raro porque los pájaros dejaron de cantar-

-ya me parecía oler a mierda por aquí-

Mientras en el interior, un pequeño Harry se veía en el espejo con una túnica puesta para su estadía en Hogwarts, algo distraído por estar viendo a su alrededor con curiosidad. Ya había visitado con anterioridad el callejón Diagon, pero no tan a menudo como quisiera, por ello, aun se maravilla cada vez que llegan.

La voz de una mujer le llamo la atención del vestidor de al lado, corriéndose la cortina negra y revelar a una elegante mujer de cabellos rubios y castaños, con un broche de tortuga esmeralda pura recogiéndolo, una gabardina elegante negra que remarcaba su figura, que, muy seguramente bajo él tenía un vestido que costo más que todos sus útiles. Ademas tenia unos zapatos de cristal verde botellas que seguramente su madre diria "estan para morirse".

Al igual que el hombre rubio de al frente, esta tenía un olor particular que le llamaba la atención, algo delicioso los aromas fresco de mentol.

Por alguna razón no podía quitar la vista de esa mujer, que, cuando poso su mirada gris en él le hizo brincar del susto, sonrojándose por ser descubierto ante la sonrisa de ternura de Narcissa. La mujer le dio un leve asentimiento para luego caminar hacia el mostrador y hacer unas consultas a Madame Malkin.

-¿a Hogwarts?- volteo su mirada hacia el vestidor vecino donde salió aquella dama elegante, encontrándose con un niño que le miraba fijamente.

Estaba seguro que tenía basiliscos en su estómago, eso le pasaba por comer mucho helado.

La tranquilidad de adentro no se podía decir lo mismo de afuera, que dentro de un círculo de personas se golpeaban a diestra y siniestra los patriarcas de la familia, todo comenzó con un leve empujón de hombro por parte del león para luego convertirse en pelea de cantina, por ahí los Longbottom disfrutaban del espectáculo como en los viejos tiempos.

La misma Narcissa fue la que paro la riña entre poniéndose y jalarle la oreja a su esposo sin importarle sus quejas, tomando de la mano a la Draco apuradamente e irse a su hogar con urgencia.

James quiso disfrutar el momento antes de voltear y ver a su esposa golpeteando el suelo con su pie, de brazos cruzados y preparando mano para lo que sería una bofetada, compraron helado otra vez, pero no para comer.

Mientras su madre le regañaba a su nervioso padre el pequeño Harry se quedó mirando por donde el rubio se había ido, quedándose con el deseo de haberle ofrecido su amistad si no fuera porque salió de repente, pidiendo de todo corazón que pudiera volver a verle.

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