Adiós hermana pequeña
DOCEAVO SUEÑO: ADÍOS HERMANA PEQUEÑA
―No puedo permanecer inmóvil ―exclamó Mariela―, el orgullo de mi apellido me obliga a pelear.
Diciendo esto, se lanzó adelante, esgrimía el bastón como un florete.
Mariko estaba aterrada, sin embargo, se obligó a abrir los ojos y mirar alrededor. Sus amigos incluyendo a Mariela combatían a los hombres que los habían emboscado en los galpones. Mariko se mordió los labios, agarró una barra de hierro que se hallaba delante y se levantó temblorosa, dio un débil grito para animarse a sí misma y se lanzó a la pelea para ayudar a los demás.
Báku y Dío estaban haciéndolo muy bien, pero se encontraban muy alejados de Mariela que luchaba hábil, la idea de que era mujer, impulsó a los cobardes atacantes a ir contra la chica. Mariela atacaba a dos tipos a la vez, pero no veía a un tercero que se aproximaba por su espalda.
Un ruido sordo se percibió y un sujeto caía al lado de la valiente chica.
―¡Gracias! ―gritó Mariela y Mariko se colocaba junto a ella, con la barra de hierro sostenida entre sus manos.
―Descuida, yo también vine a ayudar.
Bloqueó justo a tiempo el golpe de un enemigo. Mariko, tenía los ojos muy abiertos y mostraba los dientes que estaban apretados, sus cejas estaban arqueadas hacia atrás por el miedo que tenía, pero se defendía y atacaba de vez en cuando. Al final, ella y Mariela acabaron con el último de sus atacantes.
Mariko respiraba agitada, un poco aliviada, se volvía para ver a su amiga.
Un disparo resonó en el lugar, Mariko giró la cabeza y vio a Mariela desplomándose como en cámara lenta, su mano soltaba el bastón y su espalda tocó el piso antes que sus pies como si hubiese caído de un lugar elevado. El bastón emitió un ruido seco al chocar contra el piso, por el contrario, el cuerpo de Mariela no emitió ruido alguno.
―¡MARIELA! ―gritó Mariko, se agachó junto a su amiga y veía que el rostro de Mariela se hallaba rígido en un gesto de sorpresa.
Una gran mancha de sangre cubría el pecho de la niña y por la comisura izquierda de sus labios corría una delgada línea de sangre.
Parecía que todo el ruido alrededor se volvió difuso, Mariko no sabía qué hacer, quería presionar su mano contra la herida de su amiga para de alguna forma detener la hemorragia, pero también le daba miedo lastimarla más.
―¡Mariela, Mariela pero qué...! ―gimoteaba Mariko, tratando de comprender que pasó y como debería de actuar, pero parecía que tanto su cerebro como su cuerpo se negaban a responder. Giró su cabeza y buscó a sus amigos. Sus ojos se detuvieron en una figura que se hallaba en un corredor elevado, era su padre.
El hombre sostenía un revolver cuyo cañón estaba humeante, su rostro permanecía rígido y el reflejo de los lentes ocultaba sus ojos. De pronto, su padre giró a su derecha y se dirigió rápido hacia la puerta que comunicaba al exterior, cerrándola apenas la cruzó. Báku y Dío trataban de abrir la puerta, pero fue trancada de alguna manera por afuera, se disponían a tratar de derribarla por la fuerza cuando oyeron los gritos de su amiga que los llamaba.
―¡Resiste, no puedes morir! ―le dijo Mariko, que tenía el rostro enrojecido, lo mismo que sus ojos bañados en lágrimas.
Mariela alzó el brazo y acarició el rostro de Mariko para consolarla.
―No te entristezcas, aunque fue por poco tiempo, me gusto estar con todos vosotros... Entrare a sumerland... Por favor, lleva mi cuerpo donde la princesa atlante, no te preocupes..., mi cuerpo..., no se corromperá en ese lugar.
―¡No digas eso, seguro que Dío y Báku vendrán con ayuda!
Los ojos de Mariela se agrandaron y sus pupilas se contrajeron, al mismo tiempo que tosía sangre.
―No, no puedes estar con Dío..., no puedes hacer el Handfasting con él.
―¿Qué? ¿A qué te refieres, por qué no puedo estar con él? ―preguntó extrañada Mariko.
―Él..., él es tu hermano.
Pareció que todos los colores de alrededor fuesen remplazados por una tonalidad azul oscuro. Mariko notaba como la sangre abandonaba su cabeza.
―Lo siento.
―¿Qué dices? ―respondió Mariko, que se recuperaba al oír la voz de su amiga, pero de pronto sintió como los brazos de Mariela se relajaban.
Báku y Dío llegaron donde las chicas pero ya no podían hacer nada. Mariko lloraba desconsolada sobre el cuerpo de su amiga. Trataron de confortarla, pero ella levantó la mirada hacia Dío, una mirada que ni él ni Báku podían comprender.
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