"9"
"El anuncio del compromiso se hará oficial este domingo. Se te pide que uses el anillo lo que resta de esta semana y lo lleves contigo esta noche. Pasaré por ti al anochecer, tenemos una celebración que amerita tu presencia.
Edinson Becker"
Sacudí el sobre sobre la palma de mi mano, fruncí la nariz, notando el matiz amarillento y la piedra de burda imitación. Lorraine Wilssen fue la joyera con mayor prominencia en la ciudad, a mis seis años reconocía el valor de una prenda incluso con las luces apagadas, la tía Felicia decía que salimos del vientre de mamá calculando quilates.
Arrugué la hoja y la guardé en el bolsillo del abrigo. La intriga me enfrascó, ¿a qué celebración se refería? ¿Tully descubrió la manera de devolverle la vida a Melliot? En casa no se celebraba nada jamás, nunca, tendría que ser una cuestión que les beneficie en todo a ellos y en nada a mí.
El anillo pesó en mi mano. La respuesta la tenía pendiendo entre los dedos.
─¡Agnes!─chilló Yelda, robando la prenda de mi agarre─. Es un anillo hermoso, Lark tiene un gusto exquisito.
Desde la muerta de la despreciable abadesa, la hermana Glorietta ascendió, pero se hallaba tan preocupada por ser la siguiente víctima del desconocido asesino, que no se le veía por ningún lado. Podríamos saltarnos clases con la armonía de saber que no nos enviarán al maloliente calabozo.
La vez que nos conseguimos en el ala lejana a la hermana Nadine, esperamos en silencio y petrificadas que nos regresara al aula, pero recibimos un asentimiento afable en su lugar mientras me pasaba por el costado y desaparecía como un suspiro entre los largos pasillos, incautados por la soledad.
En ese preciso momento supe que, como la hermana Nastya en Rumanía, Ulrich la introdujo a este sitio. No comprendí como no me di cuenta antes, debí sospecharlo desde hace mucho, sabía lo que ocurría dentro de estas mohosas paredes a detalle. La hermana Nadine era su soplona.
Uma se ahogó con el humo del cigarro, la humarada gris le cubrió la cabeza, por lo que tuvo que agitar la mano frente al rostro para mirar a Yelda como si tuviese tres narices.
─¡¿Qué dices?! Un grano de arroz es más grande que este diamante.
─Pero lo banda es de oro, eso también importa y aporta─dijo Yelda, justo antes de que Uma le quitara el anillo de los dedos.
─Eso lo veremos.
Uma acercó la prenda a la pared, la frotó con fuerza, arrancándole un grito agudo a Yelda.
─¡¿Qué haces, chica ordinaria?!
Yelda trató que tomar de vuelta la joya, Uma levantó la prenda, las tres contemplamos las rayas doradas en la fina superficie. Bisutería. ¡¿Es que esperaban que comprara mi propio anillo?! La rabia me supo amarga.
─Esto es joyería barata, Agnes, esto es un insulto hacia ti─reclamó Uma, estaba más ofendido que yo─. Cuando veas a ese feo pelirrojo, le dirás que consiga una piedra que decente, ¿se lo dirás?
Le arrebaté el anillo de la discordia, hacían demasiado alboroto por algo que no duraría en mis manos. Hice el ademán de contestar, pero el grito de Hilde me selló los labios. La clase terminó, de lo contrario no estuviese por estos caminos.
─¡Agnes!─volteé para verla sorteando las lápidas, apurada por acercarse a nosotras. Se detuvo de pronto cuando avistó lo que sostenía en mis dedos─. ¿Qué es eso?
─El anillo de compromiso que Lark Peters le envió a Agnes─respondió Uma por mí, colocando una mano en su cadera─. Anda, puedes decirlo, un grano de maíz se vería mejor.
Hilde me miró, la confusión le inundaba los ojos verdosos.
─¿Entonces si te casarás?
Me contagió su desconcierto.
─¿Por qué lo preguntas?─mi voz sonó tensa, vibrando con recelo.
─Si hubieses entrado a clases, sabrías que Evy no ha cerrado la boca desde la mañana, ha dicho que Chiara le dijo que viajará a Italia para huir de Ulrich Tiedemann y además─sus labios se doblaron con antipatía─, que es tu amante.
Sentí la sangre escurrirse a mis pies, formando un charco de miedo entorno a mis tobillos. El viento atrajo la exhalación podrida a tabaco de Uma, en mi estado de perplejidad no puede moverme para espantar el olor.
No podía ser cierto, ¡¿Chiara tenía deseos de morir?! Estúpida lagartija del infierno, ¿quería terminar como la bazofia de Clawtilde? Fui una tonta por interceder por ella, debí prevenir que lo fastidiaría, no se quedaría callada incluso si eso le prometía la vida.
Instintivamente me rodeé el dedo con el anillo, tuve la tonta idea de que me serviría de escudo frente a la veracidad que Hilde difundía. Me habría sentido menos expuesta si me cortaran el estómago y esculcaran mis viseras. Me sentí profanada, bajo un par de miradas inquisidoras, temí moverme, mi corazón latía apresurado, signo delator.
─¿Y tú por qué crees cualquier cosa que escuchas?─le reprochó Uma, lanzando la colilla del cigarro a la tierra─. Obviamente es mentira, Agnes no sale de aquí para otro sitio que el templo, si sabes lo que le hicieron la otra mañana, es estúpido que les prestes atención.
Recordar lo que hice era terrible, escucharlo de otra boca como un juicio no tenía descripción. Hablaba de otra Agnes, no creía que se referiría a mí.
─Ulrich Tiedemann también acude al templo varias veces a la semana, todas lo saben, por eso lo vemos rondando cerca las noches de culto─dijo Hilde, dejando entrever el enojo en su inflexión─. ¿Es verdad que le quitó la vida a la abadesa? ¿Y qué quiso hacerle lo mismo a Chiara?
Parpadeé, el frío de la mañana colándose a través de mi ropa.
─Son mentiras, Hilde, jamás me metería con Ulrich Tiedemann, debe tener cinco novias a la vez y por si se te olvida─levanté la mano, puntualizando el hecho─, estoy comprometida.
Uma zarandeó las manos como si espantara moscas.
─Ya está bien, Hilde─reclamó con fastidio─. Deja de escuchar lo que esas tontas dicen, te volverán loca como ellas.
Hilde negó con movimientos de la cabeza, irradiando exasperación con su postura encorvada y puños fieramente apretados.
─Todo concuerda, Uma, ¿recuerdas que decían que Agnes y Rodrik Bauer serían la próxima pareja en comprometerse? ¿Y qué pasó? ¡Lo mataron!─musitó, su voz temblorosa alertó lo rabiosa que se sentía─. ¿Quién estuvo frente al padre Koffler cuando fue asesinado? ¡Agnes!─fijó la vista enardecida en mí─. Eres tú quien tiene que decirnos la verdad.
─Si todo eso fuese cierto, ¿por qué tendría que decírtelo?─escupí. Me ofendía su exigencia y el desprecio resaltando sus ojos.
─¡Porque somos amigas! ¡Las amigas se cuentan todo!─exclamó, apuntándome con un dedo en el pecho─. Lloramos por ti cuando te enviaron a Rumania, no paramos de escribirte, tampoco creímos cuando tu hermana nos dijo que te fuiste porque ya no eres virgen.
─¡¿Por qué te importaría si soy virgen?!─el grito me rasgó la garganta.
Era verdad, todo lo que brotaba de su boca era cierto, pero me enfurecía que se tomase la atribución de juzgarme, ¿quién se creía? Mi madre yacía en un sepulcro con la piel descompuesta, ¿quién se creía Hilde para tratarme como si tuviese la obligación de redimirme ante ella?
─¡Por que te vas a casar, Agnes! ¡Eso no está bien! ¡Nada de lo que haces está permitido!─golpeaba sus manos, enardecidos aplausos que me incendiaron el pecho de rabia lacerante─. Lo de los condones es cierto, metiste a un hombre a tu dormitorio. Agnes, ¿qué pasa contigo? Antes eras... tú, y con todo esto, siento que ya no te conozco, no sé nada de ti, no sabemos nada de ti.
El reclamo hizo mella en mi razón. Yo tampoco me conocía, no reconocía en qué momento mudé la piel, el cabello, ver mi reflejo era un acto de destrucción. Pero me concernía a mí, yo no le cuestiono cuando relata las miradas que comparte con algún siervo, ni las cartas de amor que se comparten, ni repruebo su exorbitante ambición por las prendas de diseñador. Ella transgrede, como yo, como Uma, prendiendo el tercer cigarro en la hora. Pecamos distintos, pero lo hacemos.
Tenía el reproche aferrado a las fisuras de mi garganta, no pude emitir nada más que un suspiro, el descargo de la tensión sometiendo duramente mis hombros. Los días de amaneceres en el sosiego donde sentía mi vida empezando a hilar un patrón coherente, terminaron con la carta de Edinson Becker y estos reclamos.
─Bueno, las personas crecen, no puedes esperar que sea la misma de hace años─lancé mi trenza a la espalda y encuadre la postura─. No tengo tiempo para discutir, Hilde, ¿vendrás con nosotras al centro de la ciudad o no?
Ella retrocedió un paso, pasmada y afligida por algo que vislumbró en mi semblante. No supe con certeza el qué, solo ella sabía a través de que cristal me veía.
─Es verdad, lo veo en tus ojos, nos fallaste a nosotras, a ti, ¡a Dios! Agnes, ¿qué has hecho?
Yelda se sacudió la impresión que la tuvo inmóvil como una estatua y se acercó a la perturbada Hilde.
─Tranquilízate, Hilde, son habladurías de personas malas, ¡son mentiras!
Una mueca de resentimiento se acomodó en sus facciones.
—¡Tú también le crees!
─¡Nada de eso es verdad!─grité, sintiendo la sangre retornar a mis mejillas, densa, hirviendo─. Me enviaron a Rumania porque mi padre me detesta y su mujer maldice mi alma, ¿crees que habría regresado de haber hecho eso?
El peso de las mentiras me tiraría la lengua.
Hilde me barrió de pies a cabeza, una emoción pesada y gélida germinaba en sus ojos. Un pinchazo doloroso me traspasó la maraña de sentimientos. Nunca esperé recibir desprecios de ella, de ninguna, pero tampoco anticipé que adoptaría las ventajas de mentir como arma y costumbre.
─Ya no sé en qué creer─rumió las palabras.
Inhalé la brisa infestada del humo que expedía de la boca. Era consciente del trato de paranoica que le estaba ofreciendo, me sentí mal por mi descaro, pero otra emoción se alzó por encima: el agotamiento. Estaba cansada de tener que excusarme con todos por cada mínimo paso que tome, correcto o diabólico. Quería respirar sin que me costase.
Guardé las manos dentro de los bolsillos del abrigo, contrayendo los hombros.
─No tengo nada que decirte, Hilde, si dudas de mí, puedes preguntarle a Dios si te conviene tenerme cerca.
El viento agitó las ramas de los árboles furiosamente. Hilde despegó la mirada de mi semblante rígido.
─Que Dios este contigo, espero que sea benevolente con tu castigo.
Se retiró envuelta en un torbellino de ira, pisando las tumbas. Yelda fue tras ella, me quedé con la compañía de Uma y su cigarro a medias.
☽༺♰༻☾
Hilde despreciaba que respirase el mismo aire que ella, maldecía mi presencia en grados altos, no creía nada de mis patéticas excusas y lo peor de todo, era que la certeza la profesaba ella. ¿Qué pretendía? ¿Que aceptara todas las acusaciones cuando vino hacia mí apuntándome con el dedo como si fuese el cañón de una escopeta? Yo no tenía vergüenza ni ella tacto.
El resto del día se negó terminantemente a intercambiar palabra conmigo. No quiso permanecer en el plan de caminar por el centro de la ciudad buscando una bonita cafetería para ojear revistas mientras bebemos café. Yelda decidió quedarse con ella para intentar aplacar su cólera, Uma, por el contrario, no le tomó la importancia que Hilde quería.
Después de beber la taza de café mientras nos entretuvimos con noticias banales del mundo del espectáculo, paseamos por las tiendas de ropa, de donde salimos con vestidos adornados olanes en los hombros.
Antes de partir hacia el internado, la inquieta Uma me trajo a la librería, dónde la perdí de vista de inmediato entre los pasillos.
Era extraño no tener la obligación de quedarme de pie en una esquina, apartada, callada y esperando indicaciones. Sentí el ardor del verdadero libre albedrío cuando tomé un paso al frente, dispuesta a perder el tiempo en la intrascendencia de revisar libros, a solas, y con el poder de comprar más de una obra.
Quise echarme a llorar cuando pasé de un pasaje al siguiente, el deleite de una tarde lejos de lo conocido removía y estremecía mis frágiles emociones como un barco a la deriva en una tormenta. Ni siquiera sabía como era un barco en una tormenta, pero debía de sentirse como una lucha por mantenerse flotando sobre la marea. Pero este hundimiento era sereno. Me rebasaba el sosiego y no supe que hacer con tanto más que detenerme en medio de los estantes hasta el techo de libros, esperando que las lágrimas se desintegrasen.
─¿El Retrato de Dorian Gray?─me estrellé de espalda contra una repisa al oír la voz de Ulrich detrás de mí─. Algo me dice que Las Noches Blancas te gustará más.
Parpadeé deprisa, borrando la huella del desenfreno de emociones en mis ojos.
─¿Cómo supiste que estaba aquí?─pregunté en un murmullo nervioso, mirando a los extremos del pasillo solitario, alertando que Uma no estuviese cerca.
El aroma de su perfume me impregnó, cautivó mis sentidos. Tenía el cabello más largo, amenazaba con cubrirle las orejas y pese a la incipiente barba que a cualquiera le daría un toque de descuido, a Ulrich le lucía exageradamente favorecedor. Me pregunté como luciría si la dejaba crecer, la imagen que visualicé en mi mente, alteró la cadencia de mis latidos.
Recorrió mi figura, detalló el último rastro de los moretones en mi rostro, el ardor en mi cara se extendió a mi cuello en cuanto escrutó las rodillas debajo de la falda. No me veía con morbo, su mirada manifestaba legítima preocupación.
─Me lo susurró un cuervo, vine tan pronto recibí la inaudita noticia: Agnes andando lejos de los confines de la iglesia, sin mí─ su tono era suave, tentador. Los efervescentes nervios aplastaron mi estómago en el instante que sus dedos rozaron el elástico de mi ropa interior─. ¿Llevas puesta las negras? ¿O las blancas?
Tomé su muñeca y alejé su toque de mi piel. Era lo que me hacía falta, el último clavo a mi ataúd: que Uma me encontrase con la mano de Ulrich debajo de la falda. Ya podía imaginar la reacción de Hilde si Uma le iba con el cuento de mi indiscreción.
─Mi amiga está cerca, como te vea...─negué, con la cabeza, aterrada─. Esta mañana Hilde me gritó cosas...
─¿Quieres que me encargue?─se ofreció.
─¡No!─chillé entre dientes─. Me dijo que Chiara empezó a decir que la intentaste matar a ella y fuiste el causante de ya sabes qué con ya sabes quién. Le mentí, les mentí a todas y no sé cómo sentirme.
No sabía porque barboteaba toda la parafernalia, pero Ulrich era el único con quien podía desahogarme sin esperar una bofetada.
Hundió el entrecejo, la mueca resultaba inquietante. Algo se formaba en su cabeza.
─¿Chiara Ferrara?
Quise golpearme la frente. Era eso lo que abarcaba sus pensamientos. Debía estar planeando como ahogarla en el mar mediterráneo.
En una mano sostuve el libro, la otra voló a su brazo. Ensortijé los dedos alrededor de muñeca, encima de la tela de la gabardina, pese a que la piel me pedía, clamaba el contacto con la suya.
─No le hagas nada, odio cuando te ensucias las manos, Ulrich, lo odio con toda mi alma─murmuré con fiereza.
Y menos si era la sangre de Chiara Ferrara, no quería que posara sus manos en ella, ni siquiera si eso significaba arrebatarle la vida, me revolvía el estómago de pensarlo, de imaginar que fuese sus ojos azules lo último que esa lagartija viese.
Mi rostro se incendió bajo el encuentro de sus huellas. El ruido de las pisadas invadió nuestra escueta intimidad, deseé visualizar las paredes de mi recámara en la residencia de mamá, o el horrendo dormitorio en el internado, para recuperar la valentía de besarlo.
Una emoción apabullante pisoteó el espacio debajo de mis clavículas. Un cosquilleo plácido me recorrió la espalda cuando deslizó los dedos en mi nuca y procedió a enredarlos en mi cabello. Me mantuvo aferrada a su agarre, mi espalda presionando contra los lomos de los libros.
Apoyé la mano encima de la suya, percibiendo su textura, la tibia temperatura.
─Escúchame, la única persona que amerita tus explicaciones soy yo, no tu padre, no tus amigas, no el decrépito de Dios, vas a volver...─su mirada se desvió un segundo a mi mano, su ceño fruncido se profundizó─. ¿Esto qué es?
No entendí a que se refería, hasta que tomó mi mano y la acercó a su rostro. Un poderoso letargo se apoderó de mis extremidades al vislumbrar la grosería de anillo a centímetros de su nariz.
Jalé la mano de su dolorosa aprehensión, liberándola de la incrédula inspección. Debí quitármelo apenas salí del internado, pero quise mantener la fachada con Uma y olvidé que lo tenía puesto, de saber que me encontraría con Ulrich nunca hubiese permitido que esa baratija permaneciera en mi dedo.
─Un anillo que Uma me regaló por mi cumpleaños─mentí con la experiencia que pensé tontamente tener, y de la que no le costó prescindir.
Capturó de nuevo mi mano, volvió a ejercer presión en mis dedos, mientras revisaba con exhaustiva atención los detalles de la prenda.
─Esto es una sortija de compromiso, Agnes, ¿qué carajos haces usando esta basura?─su voz sonó atropellada por la indignación.
Expiré y al tomar aire, mis pulmones quemaron tanto como su mirada iracunda en la joya, como si tratara de quebrarla evitando tocarla.
─Te estoy diciendo que es un regalo de Uma─repetí, entonando con calma, manteniendo a raya el desbarajuste que los nervios alterados me causaban.
Sentí un nudo en el pecho al verle enarcar las cejas, un desafío tácito atado a sus pupilas.
─¿Ah, sí? Vamos a confirmarlo─encarceló mi brazo, en menos de lo pensado, me arrastraba al final del angosto pasillo─. La vi cerca de la sección de no ficción, necesito saber a qué pordiosero le compró esta maldita baratija.
Planté los pies en el piso, echando mi peso hacia atrás, impidiendo que continuara avanzando, pero fue hacer una ridícula marioneta.
─Ulrich, escucha, tengo que mantener la situación en calma─dije sin volumen en la voz, canté victoria cuando se detuvo en el filo de la repisa para infundirme reproches con una sola mirada─. ¿Qué quieres qué les diga? ¡¿Qué estoy profundamente enamorada de ti y por eso no apareceré el día de la boda?!
─¡Sí! ¡Sí, maldita sea, sí!─mi corazón dio un vuelco, afectado por la ira e impaciencia de su voz─. ¡Que soy yo por el que lloras, gimes y pecas! ¡Que soy yo el que porta las manos que deseas, la boca que anhelas, los ojos que añoras! ¿Cómo te da el estómago para portar una sortija de compromiso y verme con esos ojos de anhelo? Prefiero arrancarme las manos antes de tocar a otra para permanecer limpio para ti, ¿y tú qué haces? Usas el obsequio que Peter Larks escogió para marcarte.
Respiré hondo para apaciguar mis estrepitosas emociones. Alguien nos pasó por un lado, mirándonos de reojo, esperé que despareciera del panorama para volver la mirada al ser enfurecido frente a mí.
Su cara se tiñó de rojo, la mirada le resplandecía, perjudicada por la crudeza del enfado.
─Ulrich, estás siendo irracional─musité, estirando el brazo para tocar el suyo, pero se apartó de mí como si tuviese intenciones de quemarlo vivo.
─No me toques, no me toques, joder─profirió, frotando las manos sobre su cara con tanto salvajismo que esperé que se arrancara la piel.
Un inmenso aire de pura ofensa me colmó.
─Bien, como quieras, pero baja la voz, ¡no hace falta armar un escándalo!─le reñí, sus facciones forjaron una mueca de hastío.
─No me digas que puta mierda hacer.
─Y tú a mí tampoco─repliqué, levantando la mano─. ¿Piensas que es un delirio usar esto? Es tan sencillo para ti acusarme, pero no eres tú el que señalarán como la puta, la hereje, la traidora. Tú puedes asesinar y quizás hasta recibas aplausos, pero yo tendré que cargar con el peso de la cruz.
Su torso subía y se ocultaba con rapidez. Sus ojos bebían sin apuro los detalles de mi rostro. La caída de sus hombros me decía que la calma se abría paso en el núcleo de su ira.
Era nuevo e impropio presenciar el despliegue de su molestia, como las olas rompiendo en las rocas en la tempestad. No habituaba a verlo perder los papeles, podría culparle por su actuar insólito y burdo, pero era mesurado.
Arrastró los dedos a través de su cabello, desarreglando los mechones meticulosamente peinados. No me moví cuando se acercó, no pude, no quise. Permití que levantara mi mano y con delicadeza y cautela, dejó mi dedo anular desnudo.
─No tienes que cargar con nada─me enseñó la joya antes de arrojarla al piso y patearla lejos─. Para eso me tienes a mí, para destrozar la maldita cruz y encenderte una fogata con esos pedazos.
Extrajo la billetera del pantalón, sacó un fajo de billetes, cerré los ojos cuando los introdujo a mi bolsillo y besó mi frente, un gesto limpio de malicia.
─Por favor, piensa bien lo que harás─susurré, mi tono roto por el furor de las emociones─. Me gustas, ¿bien? Me gustas, Ulrich, pero sin sangre en las manos, ya te escurre suficiente.
─Indícale a Arnold la dirección de la casa de tu amiga, él te acercará al internado─pronunció con recato─. Pasa buena tarde, Agnes.
Se esfumó de mi vista, dejando detrás la estela de su aroma y mis manos temblando.
Presioné los nudillos encima de mis labios, esforzándome a recuperar el dominio de mis respiros, pero mis latidos frenéticos no me ayudaban.
Arreglé mi cabello, sacudí la ropa y sujetando los libros, me apresuré a buscar a Uma. No fue complejo dar con ella, la encontré pálida al cruzar.
El nudo ocupando mi garganta creció y se tensó, me lastimaba horriblemente. No había forma de que el intercambio con Ulrich pasase desapercibido.
─Agnes, te estuve buscando─dijo, aturdida, desorientada.
Las manos me sudaban, limpie el rastro en la falda, sintiendo las lenguas de fuego de la vergüenza consumir mi rostro.
─Uma, yo puedo explicarlo─rompí el incómodo silencio─. Te juro que no es lo que piensas.
¿Cómo explicaría lo evidente? No tenía escapatoria, estaba enterrada en un gigantesco bache de mentiras.
Ella agitó una mano, como si espantara el humo de un cigarro. Mi postura cobró dureza en cuanto se aproximó a mí, esperé el fluir de las represalias, los gritos exaltado, apuñalados por la decepción, sin embargo, fue su brazo afectuoso el que se acomodó encima de mis hombros.
─Está bien, Agnes, ya lo sabía─su risita intrigante resonó en el pasillo desolado─. Solo tú fornicarias dentro del confesionario con Ulrich Tiedemann.
Salí de la tienda con cinco libros nuevos, envuelta en el brazo de Uma y el caudaloso llanto.
Holi😇
Paso agradecer los comentarios y votos, son siempre bien recibidos.
Por ig siempre dejo adelantos, por si le interesa☝🏻
Nos leemos,
Mar🖤
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