"13"
El último día de abril, desperté con caricias en el rostro.
No hubo gritos ni el estruendo de golpes en la puerta, incluso tuve la oportunidad de sacudirme la pereza del sueño sobre el colchón y tomar el desayuno en compañía de Ulrich, en la habitación. Jugo de naranja, tostadas, mermelada y fruta fresca, servida por un trío de amables señoras que se tomaron el trabajo de alistar mi ropa.
Era la manifestación de un sueño perfecto, creí que estaba sumida en un cuento de hadas, estuve a la expectativa que pronto despertaría, hasta que me ahogué con un trozo de manzana.
Después de una ducha con agua caliente sin el apuro de alguien apresurándome, Ulrich esparció su perfume en mi piel húmeda y ayudó colocarme los zapatos, mientras yo me colocaba los aretes.
Me aterró sentirme cómoda con estos tratos y atenciones, pero duró poco cuando recordé que era lo más cercano al corto tiempo que tuve con mamá. No existían las presiones, tampoco recriminaciones. Era como si la vida se hubiese desviado para recoger pasajeros incorrectos, y de un empujón volviese a su riel indicado.
Ulrich estacionó en las afueras del colegio, la pobre afluencia de vehículos y estudiantes era notoria, más de la mitad de la población hacía ruido por su ausencia.
Los nervios me pellizcaron el estómago. No sabría cómo reaccionarían mis amigas, Hilde me desollaría a insultos, no me importaba, anhelaba que no, pero no podía arrancarme la tensión de la piel. Me sostenía al alivio de tener a Uma de mi lado, esperaba que no faltase o me escondería en un confín del colegio como la cobarde que era.
—¿Ves al sujeto de allá?—Ulrich apuntó a un hombre incluso más alto que él, de postura derecha y gesto sobrio—. Se llama Arnold Schwartz, estará rondando por esta pocilga, recurre a él en caso de que necesites algo.
Asentí. Correría hacia él en caso de que Hilde y Yelda me quieran crucificar. No tenía ganas de hacerme valiente esta mañana.
—De acuerdo, nos vemos luego—toqué la manilla, pero su mano me tomó del brazo, deteniéndome.
—Detente, ¿a dónde vas con tanta prisa?—volteé hacia él, abrí los ojos con horror cuando una navaja abarcó mi vista—. En caso de que se te antoje una manzana, las damas de tu alcurnia muerden exclusivamente en la privacidad.
Actuaba en automático, la presión que los nervios ejercían en mis músculos me inhibía de moverme naturalmente. Quise recibir el arma con las manos, él negó y la introdujo en el bolsillo de mi abrigo. El metal pesaba excesivamente, tiraba la tela abajo.
—¿No es una ironía que te apegues tanto a los modales? Tal parece ser que eres el chico más decente caminando por esta ciudad—sujeté la tira de la mochila y esbocé una sonrisa de agradecimiento—. Que Dios te acompañe, Ulrich.
Volví a tocar la manilla, no obstante, el numeroso club de chicas desplegándose en la entrada del colegio me retuvo en la seguridad del vehículo.
Vigilaban como arpías mi descenso, me imaginé una escena tétrica donde le nacían alas y sobrevolaban el carro, hambrientas y desesperadas. Susurraban entre ellas, ninguna reía o exhibía un atisbo de sonrisa cómplice. Eran todo ojos, miradas como cuchillas de desprecio y ofensas.
Toqué las perlas alrededor de mi cuello, las froté en mis huellas. Dios se debía burlar de mí, tenía el cinismo suficiente para pedir ser llamada su fiel cordero de nuevo, pero el rosario no serviría como escudo más tiempo.
—Permite que hablen libremente, que se les inunde la boca de desprecios, deja que se ahoguen con ellos—Ulrich presionó un beso en mi hombro—. Tú Dios y yo hacemos un equipo de élite, ¿quién contra ti?
Los días virtuosos terminaron, no era distinta a ellas, las vírgenes y zorras, ángeles pérfidos, chicas santas y siniestras. Verdaderas hipócritas que adoraban señalar a las de su misma clase. Yo también sé apuntar.
—Nadie.
A pesar del suspiro de coraje que me di, Ulrich notó los remanentes del titubeo cuando toqué la acera, puesto que me quitó la mochila de las manos y bajó del vehículo.
Los latidos bajaron la cadencia rauda, la tensión se acumuló en mis pies. Toqué mi sien y presioné los labios, le vi movilizarse a la escalinata ignorando el claxon del resto esperando desembarcar, supe que perdería el tiempo y ganaría vergüenza si le pedía que regresara y se fuera. No me opuse a que me acompañara hasta la puerta del internado, donde la madre Glorietta, circunspecta como solía ser, velaba la recepción de estudiantes.
Los murmullos se esfumaron, nadie mencionó la presencia siguiéndome los pasos.
—Señorita Wilssen, deseo en Dios que se encuentre bien—me saludó con aspereza la abadesa.
—Espero lo mismo cuando venga por ella, no hace falta mencionarlo, Gitta Schultz—pronunció Ulrich.
Estuve a punto de corregirle, entonces consideré la lúgubre expresión de la recién nombrada abadesa. No se equivocó, ese era su nombre verdadero. O podría tratarse de alguien que ella conocía, no tenía la certeza de eso, pero sí de que se trataba de una sutil amenaza.
Ulrich me tendió el bolso, abrí la mirada al ver la intención que tenía de besarme.
En los labios no, en los labios no. Rogué en silencio. Me besó en la mejilla y enseguida, sentí el fuego de la vergüenza incendiarme de pies a cabeza.
—Pasen, vamos, entorpecen la entrada—instó la abadesa, malhumorada.
Me despedí de Ulrich con un asentimiento antes de adentrarme en el corazón del colegio.
Dejé de sentir el peso de su mirada cuando crucé hacia el pasillo que me llevaría a las escaleras secundarias que guiaban a los dormitorios, necesitaba recoger las cosas que me quedaban allí.
Todo estaba bien, me repetí incansablemente, todo iría mejor.
—¡Agnes! ¡Por amor a Dios!—escuché los gritos de Yelda detrás de mí, me giré, tropezando con ella—. ¿Te encuentras bien? ¿Qué ha pasado contigo?
Me encajó las uñas en los brazos, la tela me protegía del filo. Me inspeccionó de arriba abajo, contó mis extremidades y comprobó mi cara.
—Yelda, déjala respirar—Uma rechistó, golpeándola en el brazo—.¿No ves con quién ha llegado? Todo va estupendamente, ¿no es verdad, Agnes?
Yelda retrocedió un paso, me miró con cautela.
—Lark está muerto.
—Obviamente lo sabe—replicó Uma.
—La policía busca a tu padre, eso dice mi padre, Uma y yo fuimos por ti, pensamos que estarías sola pero la casa estaba llena de gente desconocida y nadie nos decía nada—sacudió la cabeza, atormentada—. Luego en la mañana te vimos en el periódico y no lo podíamos creer, Agnes, ¿desde cuándo eres la prometida de Ulrich Tiedemann? ¿Piensas invitarnos a la boda?
No dije palabra. La observé perpleja.
—¿Eso es todo lo que te importa? ¿La estúpida boda?—le riñó Uma.
Yelda me apuntó con ambos brazos, como si eso validara su punto.
—Pues estás bien, ¿no? No te veo herida más allá de esa mancha que tienes en el cuello.
Mis manos viajaron con celeridad a mi garganta. No percibí el retiro de la trenza a mi espalda, con ella ocultaba la marca de lo que sea que Ulrich hizo en mi piel. Pintó un camino de manchas con bordes irregulares desde mi vientre hasta desembocar en mi nuca.
—Sí, me siento bien, estoy bien—inspiré una bocanada de aire—. No habrá boda, Yelda, quizás hagamos un banquete de honor, como una ceremonia simbólica de una unión, pero en un par de meses, todavía tengo que adaptarme a la situación.
Ni siquiera pensé en eso, tendría que preguntarle al padre Fredo si pudiese oficializar la ceremonia. Lejos del templo, eso sí, me apalearían si llegase a poner un pie ahí.
Retorcí los dedos con nerviosismo. Esperaba que no me echara antes de proponerle la idea.
—Ulrich Tiedemann, Agnes—Yelda pataleó, conteniendo el grito en un chillido agudo—. Tienes que disculparte con Hilde, estuvo mal en abordarte como una fierecilla, pero tú negaste la realidad.
Me crucé de brazos.
—Yelda, no tengo compromiso con ustedes, ¿alguna vez te he exigido información sobre tu vida? ¿Te he señalado las veces que te escapaste con Uma?—reproché—. Solo mira como terminó todo, Edinson enloqueció cuando decidí formalizar con Ulrich, no podía permitir rumores, ¿quién sabe qué hubiese pasado? Quizás Lark no estuviese muerte, pero yo sí.
—Supongo que tienes razón, bueno, como sea—agitó las manos, dispersando el tema—. Ahora que todo se hizo público, nos tienes que contar sí o sí como pasó todo, desde el inicio y no se te ocurra dejar ningún detalle afuera, nos merecemos esto, Agnes, ¿a qué sí, Uma? Busquemos a Hilde, se le pasará el enfado cuando nadie le dé información, vendrá corriendo hacia nosotras y hará como si nada pasó—Yelda retomó el agarre en mis brazos, los agitó hasta provocarme mareos—. ¡Agnes! ¡Que te has embolsillado a Ulrich Tiedemann! ¡Chiara Ferrara se morirá de la rabieta que le dará!
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Yelda estaba en lo correcto, destruí el enojo de Hilde desde que le mentí de nuevo.
Mentira tras inventos, no fue complejo, simplemente robé partes de libros, acomodé los trozos, cambié sus nombres por los nuestros y le di forma al desperfecto.
Nos conocimos de niños, esa parte era real. Nos reencontramos una noche, luego de que Edinson quisiera venderme a la familia de Ulrich y él, por ganarse mi afecto con honradez, se negó y me lo advirtió. No era tan alejado de lo cierto. Como un caballero esperó que regresara de Rumania, fiel y profundamente enamorado. Cometió el acto de amor de entrometerse en el templo para conocer mi religión y solo así, poder acceder a mi corazón.
Se lo ganó con flores—excluyendo la violetas que incrustó en la cuencas vacías de Clawtilde—también con cartas donde profesaba su adoración—nunca salió a colación las notas donde maldecía a mi Dios y dejaba en evidencia que me tocaba debajo de las sábanas.
Conocí la razón de la abundancia de mentirosos, era sencillo, incluso divertido, moldear falsedades que justificar la realidad.
Dije los adioses a mis amigas y me encaminé a mi dormitorio, con la tranquilidad de que Chiara no estorbaría.
Todo permanecía donde lo dejé. Las sábanas, la ropa, incluso el artefacto que Ulrich me regaló. Introduje lo más que pude en la mochila, me llevaría el resto poco a poco.
Cuando cerré la puerta, no me sentí hostigada por la nostalgia que sospeché. Fue un azote de desesperación por salir corriendo la fuerza que me impulsó a obedecer.
Bajé las escaleras rápidamente, como si alguien me persiguiera. La angustia fue insoportable y nada infundada, a esta hora las chicas cumplían labores de limpieza en los jardines, bibliotecas y capillas.
Toqué el primer piso y me aferré a la mochila. Eché un vistazo a los pasillos a mis costados. Soledad y vacío. Humedad y sombras. Fruncí la nariz y acorté la distancia con la puerta principal. No, no extrañaría nada de esta pocilga.
Empujé la puerta, me encontré con una muchacha esperando que fuesen por ella, mientras se acababa un cigarro. Por su puchero enfadoso, detestaba como yo este sitio.
—¿Dónde está tu anillo?—preguntó de repente.
—¿De qué hablas?
—Tu anillo, tonta, ¿o es que te has ido a vivir con Ulrich Tiedemann porque solo te ha desvirgado? Pobre, no sabrá como quitarse esta mojigata de encima—bufó con mofa—. Entonces tu paso por su casa no durará demasiado.
Le observé pasmada. No sabía porque aún me impresionaba la poca educación de las personas, se empecinaban en demostrar que el dinero los forja mediocres en valores.
—¿Cómo te llamas?
Alejó el cigarro de su boca, ceñuda y arisca como a un gato que le pisaron la cola.
—¿La pregunta es en serio? Estudio en este lugar hace más de cinco años.
—Si pasas desapercibida para mí, que dices caminas por estos mismos pasillos hace años, ¿por qué alguien fuera de estas paredes posaría los ojos en ti? ¿No será esa tu absurda molestia?
La chica sin nombre lanzó el cigarro al piso, lo aplastó con la punta de su zapato de charol.
—Pagarás tu arrogancia y las lágrimas de mi amiga, te lo juro.
Ah, era conocida de Chiara, he ahí la razón de no saber quién me hablaba. Nada que estuviese cerca de esa lagartija estimulaba mi interés.
—Podría decir que la obligación es con Ulrich, pero él jamás estuvo interesado en Chiara—resolví—. Tu amiga además de ser una vil mentirosa, es una ilusa.
La rabia se asentó en su cara, ella adelantó un paso lento y amenazante.
—No te permito que hables así de ella—aseveró, empuñando una mano, pensé que no alcanzaría a defenderme o siquiera soltar la mochila para cubrirme, cuando la voz de la madre Glorietta se impuso.
—Señorita Wilssen, la estaba buscando, con usted quería conversar.
La amiga de Chiara retrocedió, la presencia de la aplacó su inusitada ira. De iniciar un conflicto, nos lanzarían a ese pozo de porquerías como castigo, la madre Glorietta no era de las que se suministraba castigos crueles como Clawtilde disfrutaba.
En mi interior más retorcido quise que siguiera, que me golpeara y poder responderle. No duraría demasiado escondida en el calabozo, ella sí.
—¿Si, abadesa?—musité.
—Su padre debe los últimos tres meses de colegiatura, ¿debo tratar con su marido, debido a la situación?
Marido. Sonó grotesco y descabellado. En la congragación tener novio no era habitual, estaba prohibido. Una vez compartes con un hombre lleno de pretensiones, entonces es tu prometido.
Ninguna de nosotras podía aspirar a convivir con un hombre, además de tu padre y hermanos, si no es tu esposo.
Avisté la fachada en un segundo. Vivía en pecado, cometiendo otros más. Este sitio ya no era mi lugar. Puede que lo que Ulrich decía estuviese sucio de todo sentido. Perdía días asistiendo a este colegio.
—El trato es conmigo, me haré cargo de la deuda—respondí, austera.
Aguardó un instante antes de responder, la abadesa se mostraba dubitativa, vacilante, finalmente el auto de Ulrich se presentó y la voz de la madre superiora regresó.
—Entiendo—afirmó con la cabeza—. Regrese a casa, mañana será otro día de enseñanzas.
Obedecí una última vez.
Bajé la escalinata velozmente, quería alejarme, largarme, no me explicaba cómo es posible sentirse miserable y feliz en consonancia. Lo que me retenía, también me expulsaba.
Ulrich abrió la puerta para mí, arrojé la mochila al suelo y me quedé de pie, sintiendo los latidos retumbar en mi cabeza.
—¿Qué tal tu día?—preguntó, entre un extraño dejo casual y precavido.
—Ya no quiero volver—solté de repente—. Tomaré clases con tus profesores particulares, visitaré a mis amigas en el centro de la ciudad, en mi casa, en cualquier otro lugar.
Sentí la mirada humedecerse, revoleé las pestañas deprisa, no me permitiría llorar.
Ulrich tomó mi mentón, elevó mi rostro para encajar la mirada en la mía.
—¿Quién te ha hecho daño, criatura?
Estaba preparado para arremeter y no pude extirpar la sensación de seguridad que me anegó, sin embargo, no se esperó la respuesta que saltó fuera de mi boca. Me la desencajé brutalmente de las entrañas.
—Yo misma, me apuñalo con mi incapacidad de soltar—mi voz tembló—. Pero cada paso que tomo lejos, es un pedazo de piel que me arranco, voy a terminar desollada.
Ulrich tomó mi trenza y con las hebras limpió la lágrima que escapó.
—Qué maravilla, primor—pronunció—. Ya decidirás con qué piel te querrás vestir.
El aire ingresando por la ventana secó las lágrimas agolpadas, minutos lejos del internado, testigo de mi crecimiento, la presión sometiendo mis pulmones acrecentó. Sentía la imperiosa obligación de pedirle que volviera, que diera marcha atrás para buscar lo que faltaba en mi mochila.
Revisé el contenido del bolso, tuve el impulso de arrojar todo a la carretera para aniquilar la sensación.
Cedí al ímpetu, saqué los brazos por la ventana, sacudí la mochila hasta vaciarla y al final, soltarla también en medio de la nada.
Ulrich no dijo una palabra, no intervino. Pero el cambio jamás se presentó. No era eso lo que realmente me pesaba dejar, era sentir que abandonaba lo que alguna vez fui, como si no pudiese venir conmigo.
Ulrich mencionó la compra de un carro, ¿qué modelo quisiera? ¿De qué color lo prefería? Descapotable, seguro que sí, rojo con asientos de cuero y el mejor equipo de sonido para escuchar todas las canciones que me perdí estos años.
Podría ir a donde quisiera, las veces que me plazca. Podría atravesar fronteras y volver a casa, con el aire azotando mi cabello y los ojos escondidos detrás de unos lentes de sol. El placer de ser libre.
La chiquilla que dejaba atrás podría unirse cuando estuviese lista.
—Mira quien decidió dejar de escarbar la tierra—Ulrich le hizo señas con los dedos a un niño que descendía de las escaleras—. Agnes, este individuo de medio metro es el bastardo de la familia.
Abrí los ojos sin mesura.
—¡Ulrich! Como se te ocurre...
El niño me tendió una mano, un ademán aristocrático idéntico al de Ulrich. El insulto no evocó más que una burlesca sonrisa.
—Mi nombre es Helsen Elijah Tiedemann, seré el heredero de la empresa de mi padre—recibí el saludo y él le dio un leve apretón a mi mano—. Si te gustan los ganadores, deberías estar conmigo, no con este ser humano.
No me sorprendió que nadie nombrase a Helsen Elijah, los hijos menores en estas esferas eran concebidos con la intención egoísta de ser un respaldo.
Le di un apretón a su mano antes de dejarla ir. Teníamos algo en común, crecí recibiendo las sobras de Annette. Pero él parecía tener temperamento de acero, quizás me enseñe un poco de eso.
—¿Sabes que a Helsen no lo parieron, primor?—Ulrich jaló un mechón de cabello negro de la cabeza del niño, quien se sacudió la mano a manotazos—. Una gallina lo desenterró, lo vio tan feo que prefirió dejarlo tirado por ahí, Jörg lo recogió y lo trajo, inicialmente pensamos que sería la mascota de la familia...
—Claro que no, ese lugar estaba ocupado por ti—rezongó.
Ulrich perdió números en la edad, se tomó la discusión en serio, le respondió con alguna grosería, Helsen no se quedó callado y el intercambio pudo extenderse otro ridículo minuto, de no ser por la mujer que cumplía labores de aseo.
—Joven, su padre me ha pedido que le avise que espera que la señorita Agnes y usted le acompañen en la cena de esta noche.
Un escozor me recorrió el estómago. No me apetecía conocer a su padre, se decía que era un ser despreciable. Era mucho más odiado que Franziska, y esa mujer prefería anular mi presencia.
Me crucé de brazos en el pie de las escaleras. Me iría a vivir a la casa de mi madre antes de lo previsto, no me importaba limpiar con mis propias manos la sangre de Lark.
—Dile a Jörg que vaya a contarse las lagañas—profirió Ulrich con dejadez—. Y tú quítate de en medio, los adultos tenemos cosas que hacer.
Empujó al chiquillo a un lado y con la mano ocupando mi cintura, me iniciar el ascenso. Agité la mano para despedirme del niño.
—Nos vemos esta noche, Agnes—me dijo, sonriendo como picardía.
Ulrich le propinó un puntapié en la rodilla que lo desestabilizó. Me llevé las manos a la boca ahogando un grito, pero Helsen se echó a reír.
—Ni en mi maldita casa estoy seguro—farfulló con molestia Ulrich, pisoteando los escalones con fuerza.
Arrugué con disgusto la nariz. Solo a él le fastidiaría el inocente coqueteo de un niño. Debía sufrir un problema serio.
—Tu hermano y tú se parecen mucho—dije, recordando el cabello castaño y hermosos ojos verdes de mi hermana—. Annette y yo solo tenemos el apellido en común.
—Gloria a dios—clamó y me miró de reojo, estrechando con suspicacia la mirada—. ¿Esa verruga que tiene en el borde del labio le hablará en los sueños?
Presioné los labios, los retorcí, pero una risa ligera me asaltó. Una vez me pregunté si allí tendría la maldad acumulada. Estaba furiosamente envidiosa porque ella, incluso con esa cosa en el rostro y los aires de prepotencia, atraía toda la atención.
—¿No asistiremos a la cena con tu familia?
Observé la indiferencia ganar terreno en sus facciones.
—Tú y yo tenemos la noche ocupada.
—¿Con qué?
—Con nuestra primera cita pública y oficial—reveló.
Instintivamente aprecié mi vestimenta. El uniforme gris y blanco del internado que no sabía donde encontraron. No era grato pensar que Ulrich lo tenía reservado en uno de sus cajones.
Nunca tuve una cita, ¿aquella cena con Lark con la supervisión de Melhor contaba como una? No, no, me negaba contundentemente, y los relatos de Uma y sus escapadas con su novio me respaldaban. No estuvimos solos, ni compartimos abrazos, mucho menos besos. Fue un teatro para complacer la demanda de Edinson.
—¿Has tenido citas antes?—le cuestioné, sin saber la razón, no quería escuchar sus aventuras, me ardían las vísceras de pensarlo.
Llegamos a la tercera planta, nos detuvimos en medio del pasillo, en este punto tendríamos que tomar direcciones opuestas, él iría a su recámara y yo a la mía, provisoria en tanto renuevan la residencia de mamá.
—Cita médica, con el oftalmólogo, el dentista...
Rodé los ojos. A veces era demasiado astuto, otras, como esta, un estúpido desenfrenado.
—Con una chica, quise decir—puntualicé, tajante,
Una sonrisa invadió su expresión, con filosa mofa y puro egocentrismo. La molestia hirvió en mi corazón. No sé que le hacía tanta gracia.
Sus dedos barrieron mi cabello, despejaron la curva de mi hombro. Hundí el estómago debido a la sensación fría y severa de su mano envolviéndose en mi nuca, la respiración se me cortó con el rozar de su pulgar en mi garganta. Tomó mis latidos, los contó, perdió la cuenta y se regocijó de conocer la reacción de mi cuerpo bajo la dominancia y simpleza de su tacto.
—Querida, esta es nuestra segunda primera vez—pronunció en un murmuro ronco.
Eso... eso me complacía tremendamente.
Carraspeé y retrocedí un paso. Si tendría mi primera cita, entonces tendría que lucir espléndida, desde las uñas de mis pies hasta la última hebra en mi cabeza. Una emoción ígnea se hacinó en mi pecho, una llama que crecía sin parar. Saldría y volvería del brazo con el hombre que quiero llenar de besos, no se trataba de una ocasión cualquiera.
Esto es estar y ser en una relación. Lo más cercano que tuve de eso, fue mi fe con Dios.
Contemplé a Ulrich, sus ojos profundamente azules. Mi novio, mi amante fervoroso, ejecutor y protector. Lo más cercano a rendir culto. Lo más cercano a pertenecer a una religión y como tal, debía presentar mis respetos.
—Iré a tomar una ducha—avisé, caminando a la alcoba—, y no puedes venir.
Pero se trataba de Ulrich, después de todo.
Escuché sus pasos detrás de mí.
✦✧
—¿Cuándo fue la última vez que viste el mar?
Contemplé la ondulación del río desde la orilla. Yelda temía del agua que le cubría los talones, no sabía nadar. Cada vez que podíamos caminar por la ciudad, la idea de pasear cerca le llenaba las mejillas de llanto.
La tenue luz de la luna se reflejaba en el agua, oscura y terriblemente tenebrosa. Quise zambullirme únicamente para fortalecer el miedo y luego perderlo. Pero no éramos los únicos bebiendo la calma y el vestido verde que escogí, era demasiado hermoso para dañarlo. Quería conservarlo para rememorar la primera vez que maldije al prójimo.
No una, cinco veces. Los adinerados de la ciudad, ciertamente, no conocían la discreción.
Habría disfrutado la comida, de no ser interrumpidos cada minuto por alguien que conociera a Ulrich, le cuestionara abiertamente sobre lo ocurrido y me ensuciara la mano con la suya con un saludo bruto.
Dejé la cena a medias, me abrumaba la concentración de desconocidos y no tuve más sonrisas afables que ofrecer cuando recibí el pésame por la muerte de mi madre.
—Cuatro veranos atrás, no me agrada la sensación de la arena en la piel—me respondió, expulsando la nube de humo hacia el cielo—. Mi familia es dueña una villa en la costa de Francia, podemos pasar unos días tomando el sol.
Se infiltraba en mis planes sutilmente. Me hizo sonreír.
—Seguro la tía Felicia ha querrá conocerte en persona, ¿podrías organizar tu agenda para que estés con nosotras una semana?
Y sutil, le dejé saber que lo quería allí.
—Asumo que justo ahora no estás enfadada—descifré una sonrisa en su tono de voz.
Ni siquiera recuerdo porque lo estaba. Hundí el tacón bajo en la tierra y moví de un lado a otro la pierna. Realmente no encontré memorias, las razones no tenían peso y no sabía si era normal o estaba enloqueciendo. O Enloquecer era normal.
—Todo ha dado un giro tremendo en tres días, los planes pueden cambiar en cualquier momento también—alcé un hombro—. Como puedes ver, la espontaneidad se ha vuelto un recurrente en mi vida.
Lanzó la colilla al río y me ofreció su brazo. Regresamos hacia las calles concurridas, disfrutando cada paso de quietud, de la noche, de la vida en sí.
Recorrimos Marienplatz, segura en su brazo que no pudo contenerme cuando vislumbré la catedral principal de la ciudad. Majestuosa, imponente. Me dejé seducir por la calidez que desprendía la luz emanando de su interior.
No me aventuré más allá de la última línea de las butacas, aquí sí que los había. Tomé asiento para presenciar como una intrusa la liturgia desde mi posición.
Era distinto y tan parecido. Observé, en compañía de Ulrich y su inmutable silencio, a los alegres feligreses entonar cánticos, abrazarse y recibir la hostia, y casi esperé que el sacerdote de sotana blanca recibiera un disparo.
Me hallaba lejos de casa, de mi congregación. Un torrente me abnegó el corazón como si me hubieran hecho trizas el corazón, aún así, descubría que este cruel proceder no era un castigo, era el inicio de la redención.
—Te consideras ateo y esta imagen de Dios es un tanto distinta a la que reposa en mi corazón—susurré, apretando la unión de mis manos sobre mi regazo—. Pero frente a él, te digo que decido confiar en ti, Ulrich. Eres el único que me ha demostrado que valgo más que la pena.
Cerré los ojos y agaché la cabeza.
»Me niego a que sea verdad, pero siento que lo que me dijiste sobre esa gente malvada es cierto.
Traidora.
Apretó mi muslo con su mano. Un gesto reconfortante.
—Estás en el sitio idóneo para pedir por esas chicas—murmuró.
Pasé saliva, aminorando la tensión del nudo atravesado en mi garganta.
—Creo que tú podrías hacer más por ellas que él.
Sentí los muros, paredes y columnas sosteniendo lo conocido derrumbarse a mi alrededor, entonces hundí el rostro en mis manos y me permití llorar una última vez.
Holi😇
Paso a recordar que por ig siempre dejo adelantos de las historias.
Gracias por sus comentarios, nos leemos,
Mar🖤
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