En el placard
Advertencia: Horror +18
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La peste del jorobado
En el asilo de ancianos no daban abasto con los enfermos. Kim Namjoon ni siquiera podía tomar su almuerzo sin atender a algún viejecito aquejado de dolores. La peste era fulminante. Y peor que eso: era su culpa.
Cuando llegó a casa, saludó a sus hijos que ya estaban acostados y se abrazó a su esposa para sentir la tensión del día disolverse. Ella lo consoló con palabras huecas, porque nada de lo que le dijese sería capaz de sofocar la angustia. Hoy murieron cinco personas más. Ayer fueron diez y mañana esperaba no duplicar las cantidades. Tenía esta ilusa esperanza de que los caídos por la peste comenzaran a ser menos día a día. O que alguien hallase la cura.
Pero no.
Y solo se atenía a ver morir uno tras otro paciente. Sus títulos, reconocimientos y honores que lo observaban desde la pared del consultorio parecían burlarse de él. Le gritaban en el silencio lo equivocado que estuvo de hacer lo que hizo. Y lo peor era que no podía defenderse.
Mas nadie lo sabía. Ni siquiera sospechaban de él. Era un simple doctor de Ilsan. Además, sabía pasar desapercibido. Y mantener el temple. La calma en medio de una crisis total. De no ser así, solito se habría delatado cuando se declararon los primeros muertos. Aunque su júbilo de entonces le cegó a todo indicio del mal.
Y la peste, como presintiendo que nadie la vería escabullirse y sembrar el terror, se esparció. Tuvo margen de semanas para alcanzar un rango de expansión importante. Se concentró en puntos de urbe densa, allí donde el flujo de personas era constante. Luego, atacó a la población de riesgo: tercera edad, personas gestantes, niños y quienes padecían afecciones musculares y óseas. Y al final, fue por todos.
La habían llamado La peste del jorobado. Un nombre completamente irrespetuoso con la que los medios, que no habían presenciado un día con pacientes agonizantes, se atrevieron a bautizarla. El mote ridículo, no obstante, parecía no tener protestas siempre y cuando fuera meramente descriptivo. Y certero como pocos nombres, la peste del jorobado explicaba elementalmente lo que esta hacía en los cuerpos enfermos.
Un primer síntoma de esta peste era el entumecimiento de las manos. Luego los pies, las piernas. Cosquilleo en los músculos al caminar. Estremecimientos como estelas de electricidad que rompían en escalofríos. No exactamente doloroso, pero la postura comenzaba a tomar una forma curva, hombros alzados y el cuello bajo. La desfiguración del cuerpo llegaba por las noches, o al pretender el sueño. Al buscar relajarse, los tendones, los nervios se tensaban. Se retorcían lentamente y el cuerpo iba acompañando el cambio para ajustarse. Así, hasta que quedabas en posición fetal.
Y allí estallaba el dolor.
Namjoon se pasaba horas escuchando los gritos, los ruegos de que el dolor se detenga. Y con la impotencia inundando su pecho, tenía que suministrar calmantes y sedantes que funcionaban por escasos minutos. Hasta la morfina perdía su tan preciada fama de efectividad ante la peste. Y tocaba mentir. Decir palabras de apoyo, de que estarían bien, mientras desplazaban a los enfermos más graves a una sala donde los dejaban morir.
—¿Deseas cenar algo? —la voz de su mujer fue brusca.
No hizo falta que la vea para saber que ella querría estar en cualquier otro lado. Le sonrió condescendiente. Aunque en el fondo le agradecía que lo acompañe, que cuide a los niños.
—No, gracias. Iré a recostarme, tengo que visitar pediatría en un par de horas.
Hyejin hizo un sonido con la garganta antes de irse. Era la mujer perfecta para él. Porque callaba cuando él volvía de sus escapadas con otros amantes. No lo juzgaba por su secreto anhelo de cuerpos masculinos, ni porque estos, rara vez, superasen la edad legal. Tampoco le reprochaba el tener que cubrirlo cuando era descuidado y la gente llegaba a su casa a preguntar. Ella, con el rostro cerrado, negaba las insinuaciones de que estuviese actuando inapropiadamente con niños, jóvenes, o forzando situaciones incómodas.
Lo hacía, no por amor y lealtad a Namjoon. Sino porque ella tenía sus muertos en el placard, si es que esta frase no fuera hoy en día tan precisa para describirlo a él. A la realidad que encerraba en su cuarto solo.
Se despidió de las ropas. Quiso tomar una ducha para estar más fresco, pero había sido un turno de nueve horas y lo extrañaba. Se sacudió de la fatiga, sintiendo un cosquilleo especial en su bajo vientre. La sonrisa que le rompió la cara larga que traía fue entrañable y espeluznante a partes iguales. Suspiró llevándose las manos al cabello, mesándolo nervioso.
¡Diablos, Namjoon, pareces un puto niño en su primera cita! Se halló riéndose encantado de aquella genuina emoción. Ni al conocer a Hyejin y coquetear con ella hasta que aceptó salir sintió lo que ahora. Esta experiencia distaba mucho de aquella con su esposa, también. Sobre todo, porque había en la primera vivencia el consentimiento de ambos para lo que sea que sucedía en su prematuro y fogoso romance.
No obstante, ahora Namjoon era otro. Un hombre maduro. A sus treinta y dos años no estaría correteando alrededor de lo que quiere. Sabe cómo obtener lo que desea, y la madurez de su edad le otorga una dote de paciencia para aguardar el momento ideal para tomarlo al fin. Y no falló en su mayor anhelo. Incluso si tuvo que renunciar a sus principios y creencias en la ciencia que lo respalda al dar un diagnóstico.
Abrió la puerta del armario, y se aseguró de cerrarla con cerrojo una vez estuvo dentro. No quería que los niños, si despertaban, fueran a su cuarto y lo pillaran. Tanteó en la oscuridad hasta que dio con la palanca que desbloqueaba la puerta secreta. Más oscuridad mientras la deslizaba y se colaba por el agujero. Tuvo que rastrear en la pared y presionó el interruptor de la luz. Apretó los párpados hasta que se acostumbró a ella.
Le dio la bienvenida el silencio. En sus días de ruido, él apreciaba el silencio y la paz de este sitio. Como un refugio. Allí donde podía prescindir de las responsabilidades, despojarse de la carga moral y de todo cuanto obstruyera el más profundo gozo.
Un cuarto apenas más grande que el armario, con una sola lámpara que proyectaba una luz amarillenta y sombras espesas. Una cama y una silla con libros sobre ella. Una cubeta con los restos de instrumental que utilizó y que apestaban la habitación. El formaldehído, la acetona eran los aromas más fuertes. Pero al respirar hondo captaba en el ambiente el perfume de la descomposición natural.
Con pasos temblorosos, el corazón saltándole detrás de las costillas y la excitación en la piel se acercó a la cama. Se sentó con delicadeza, permitiéndose un instante de contemplación. El rostro dormido tenía oscuras ojeras, los labios amoratados y venas violáceas comenzaban a marcar un mapa por debajo de la piel pálida. Mortalmente pálida. Sin embargo, podía imaginar que dormía y esta fantasía era suficiente para que se agache y presione un beso suave sobre la boca seca y helada.
—Hola, amor mío —dijo Namjoon, temblando cuando su piel caliente entró en contacto con la frialdad de su amante—. Te eché de menos, Jim.
No hubo respuestas y cerró los ojos, apretando la mandíbula mientras se obligaba a relajarse. Cuando se tranquilizó y se recordó que esto era mejor que no tenerlo, que no sentirlo junto a él, buscó con la mirada los libros sobre la silla. El que estaba encima de la pila era el único que servía ahora. Los demás cumplieron su utilidad ya.
Se separó de la cama y buscó la página marcada. Leyó en silencio hasta que sintió que podría pronunciar la oración sin fallas fonéticas. Volvió a dejar el libro en su lugar y se arrodilló junto a la cama. Miró el perfil de su amante. Nariz chata, boca voluptuosa. Un mentón redondeado que delataba la corta edad; menos de la mitad de la suya.
—Eres hermoso, Jimin —susurró y se dispuso a conjurar.
Una vez pronunció la oración indicada en el manual de nigromancia, aguardó con la respiración estancada. No pasaron más de unos minutos hasta que vio el aleteo de las pestañas, la mueca pequeña en la frente y, acto seguido, un par de ojos tan negros que parecían no hallar fin y contener un universo de sombras dentro.
Extrañaba las brillantes pupilas cafés de Jimin.
—Namjoon —una voz que pareció surgir de un tronco hueco.
—Shh, ya estoy contigo. —Trepó la cama, y asaltó la boca del otro en un beso que pecó de amor cuando era apenas el preludio de un encuentro pasional y rabioso.
La salvaje necesidad de poseerlo hizo a Namjoon un energúmeno, con la fuerza suficiente para moldear el cuerpo rígido de Jimin hasta que lo tuvo en posición. Se hundió en él, gimiendo alto. Él el único capaz de manifestar el disfrute mientras Jimin yacía inmóvil y ajeno al placer del moreno.
—Namjoon.
—Te quiero, Jim. Te quiero, te quiero —la brutalidad con la que lo poseía era tal que el cuerpo de Jimin comenzó a tener fugas. El olor dulce y pútrido le llenó el pecho, lo probó en la lengua. Pero no se detuvo. No. Tan alto como lo llevó saberse dueño de Jimin, apenas registró el destrozo que ocasionaban sus caricias.
—Namjoon —era lo único que Jimin podía decir.
Era retorcidamente poético, en cierta forma, que el último nombre que pronunció antes de morir sea el único que llame en esta vida. Como si lo acusase. Y Namjoon se deleitó de este hecho. Allí, cuando oía que su amante gritaba su nombre, perdía la noción de culpa, sus líneas de moralidad se borraban y ya no le pesaba haber jugado con fuerzas oscuras y siniestras para traer a la vida lo que la muerte reclamó. No si tenía en cuenta que él fue emisario de la muerte cada vez, con cada amante. Desafió el equilibrio natural y lo disfruta al máximo. Antes Jung Hoseok, antes Min Yoongi y el que desencadenó la peste: Kim Seokjin.
¿Quién sería el siguiente?
FIN.
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Nota:
Mis intentos de horror, bueh.
Me da risa que incluso si es NamMin, Seokjin siga teniendo tajada importante en la historia. Ojalá me leyese ese lector o lectora que me acusó de vivir escribiendo de él, para decirle que tenía razón.
Lo rescaté del especial Nammin de FlyKingSquad porque sí, porque no tengo Nammin individuales publicados (apenas en antologías). Se suponía que este año estaría completando todos los shipps que me faltan, pero soy repetitiva, ¿viste?
En fin, llegados hasta acá: ¡Gracias por leer!
:)
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