Jesús

Sus manos viajan por mi torso despacio. Entreabre sus labios y la beso ferozmente introduciendo mi lengua juguetona en su boca. Su cuerpo estilizado y desnudo dejan a mis ojos perplejos, abiertos como platos. La belleza irradia en cada rincón de su piel.

Alzo la vista para observar su rostro justamente cuando escucho que gime mi nombre al sentir el ardor de mis carnosos labios rozar su delicada y suave piel. Pero no consigo descubrir de qué color son sus ojos, ni siquiera puedo ver cómo se define su supuesto hermoso rostro, ¿qué sucede?

Una risa malévola inunda la habitación. Me alejo rápidamente y observo que se acerca a mí con una espada bastante afilada. Trago saliva y roza la piel de mi cuello con ella.

-¿Tienes miedo de una diosa como yo? -pregunta ella sonriendo pícara.

-No...no, ¿cómo iba a tener miedo de una belleza tan sobrenatural? -musito tartamudeando.

-Tiemblas cuando me tienes cerca y tragas saliva por miedo -dice observándome- te he observado muchísimo tiempo, conozco todos y cada uno de tus movimientos.

-¡Mientes! -grito clavando mi mirada en ella.

-¡Nunca serás libre de este encarcelamiento! -alza la voz- ¡morirás encerrado en este palacio y nunca conocerás el significado de la palabra amar!

Me despierto completamente sobresaltado. Mi cuerpo entero está bañado en sudor y mi respiración agitada acelera los latidos de mi corazón.

-Sólo era un sueño -musito- sólo era un sueño -repito aturdido.

Bajo a la cocina, algo que no debería de hacer, y cojo un vaso de agua fría. Doy leves sorbos y suspiro observando el suelo.

«No podría ser peor, una pesadilla llena de probables verdades», pienso mientras me termino el agua.

Escucho pasos detrás de mí y la dulce voz de la cocinera baña mis oídos sutilmente. Sin embargo, me sobresalto.

-¿Está usted bien joven Jesús? -pregunta dejando notar la preocupación en sus palabras.

-He tenido una pesadilla la mar de terrible y me he desvelado -digo mirándola.

-¿Quieres hablar de ello? -pregunta nuevamente.

-Se lo agradezco mucho pero prefiero intentar descansar -respondo con la sonrisa más amable que puedo esbozar en estos momentos.

-Descanse joven -dice marchándose.

Suspiro profundamente y subo a mi habitación muy despacio, mis pies casi no reaccionan y es como si tuviera que pedirle permiso a uno para mover el otro.

«El susto, supongo», pienso para mis adentros.