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6. Incondicional.

Jesús

Tras una larga conversación con mi madre y confesarle mis sueños y mis miedos más ocultos, sus tripas rugen ansiosas de probar bocado. Ha decir verdad, yo también me muero de hambre.

-¿Estará la cena lista? -le pregunto frunciendo el ceño.

-Es probable, llevamos horas hablando sin descanso. Ni siquiera me había percatado de que ya había anochecido -dice ella poniéndose en pie.

Observo la oscuridad que irradia en la habitación mientras la cálida y frondosa luz de la Luna penetra por el amplio ventanal para iluminar aún más la sonrisa de mi madre.

-Reina Elisabeth, príncipe Jesús, la cena está servida -nos comunican.

Asentimos al unísono y bajamos las escaleras de palacio juntos. Mi padre, el rey, sonríe levemente al vermos juntos y besa su mejilla cuando llega a su altura.

-Algún día te veré bajar esas escaleras con la mujer que amas bajo el brazo -dice él esperanzado.

-Tú mismo lo has dicho, George -articula mi madre haciéndole un gesto para que detenga su introspección.

Hago una mueca de agradecimiento y sonríe levemente. Se ve que la conversación ha servido de ayuda. Me acomodo en mi asiento asignado y comienzo a cenar, o más bien, a devorar cada aperitivo que abunda en la mesa.

-La cocinera tiene manos de santo, ¡hay que darle una recompensa por esta cena tan deliciosa! -digo rompiendo el hielo.

-La verdad es que sí -halaga mi padre.

-Me alegro de que les haya gustado. ¿Sirvo el postre señor? -ella sonríe levemente y mi padre asiente.

Tras servirlo, lo devoro como un poseso. ¿Mi futura mujer podría cocinar así o es mucho pedir? Si fuese posible, enloquecería, no sólo por el plato de comida, sino por ella.

-¿Sumido en tus pensamientos? -pregunta mi asesor mientras subo las escaleras en dirección a mi habitación.

-Más bien, pensando en cómo debería ser mi acompañante, mi novia, mi pareja, mi esposa, la mujer de mi vida. No tengo calificativos.

-¿Cómo te gustaría que fuese? ¿Adinerada, pobre, seductora, leal, bella? -pregunta curioso.

-Con que sea fiel y me ame incondicionalmente, me conformo -digo esperanzado- pero, a este paso, la mujer de mi vida se escapará de mis manos.

-Nunca pierdas la esperanza, lucha por tu estereotipo de mujer, quizás tengas suerte y la encuentres a la vuelta de la esquina -musita seguro de sus palabras.

Sonrío ante su inesperado comentario y me aproximo a mi alcoba real. Me acuesto en la cama observando el techo de oro y bronce y suspiro profundamente. Las palabras de mi asesor fluyen de nuevo por mi mente y la carcomen hasta tal punto de atormentarme.

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