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4. Una charla larga y tendida.

Jesús

Doy vueltas a lo largo de mi amplia habitación y suspiro con las manos en la espalda. Mi asesor real toca la puerta sutilmente y entra cuando le doy la orden.

-¿Qué desea? -le pregunto seriamente.

-Tiene visita -musita.

Le observo con los ojos furiosos de la rabia y le fulmino con la mirada.

-¡No quiero recibir visitas! ¿Le queda claro? -grito con la voz totalmente ronca.

-Pero señor, son órdenes de su padre -explica.

-Me importa un pimiento, sólo yo puedo tomar las riendas de mi vida, nadie más -respondo tajante.

-Sí...sí señor -balbucea.

Agacha la cabeza dejando la vista completamente fija en el suelo mientras camina de vuelta a la puerta, y ahogo un grito de desesperación.

-¿Por qué nadie entiende que quiero tomar mis propias decisiones sin tener que depender de una figura de mayor peso? -musito cabreado.

Me doy una cálida ducha para lidiar las tensiones y relajar la electricidad que recorre mis músculos. Me enrollo la toalla a la cintura y seco mi corto cabello con el secador.

«Ojalá pudiera salir de este estúpido palacio», pienso mientras salgo al balcón observando el océano.

-Jesús, ¿puedo pasar? -dice la voz de mi madre desde la puerta.

-Claro -musito con desánimo.

Se sienta en el pequeño sofá observando la habitación de lado a lado, aunque más bien la está inspeccionando. Suspiro profundamente antes de preguntarle a qué ha venido pero, sinceramente, conozco la respuesta.

-¿Has venido para suplicarme que baje a ver a la princesa que será el honor en persona de mi "futuro" matrimonio? -río irónico mientras hago las comillas en el aire.

-No, Jesús -masculla- he venido para que hablemos de ti.

-¿De mí? Ya lo sabes todo de mí, ¿qué más puede haber? -pregunto esperando su respuesta.

-Te equivocas, no lo sé absolutamente todo de ti.

Frunzo el ceño extrañado. Sé que quiere algo, puesto que su actitud ha cambiado repentinamente.

-Háblame de tus sueños -articula confusa.

-¿Es necesario? -espeto sin ganas.

No suelo hablar con nadie de mis sueños, ni siquiera de mis peores pesadillas o mis futuras pero inalcanzables metas. Pero, para ser sinceros, nunca he tenido una conversación de tal calibre con mi madre y quizás sea hora de hacerlo.

-Siempre he soñado con cruzar todo el océano, cada mar, cada rincón, cada lugar, absolutamente todo de este planeta -digo con ojos esperanzados- pero sé que nunca podré hacerlo realidad -murmuro suspirando.

-Los sueños sólo mueren si muere el soñador -responde ella tiñendo de dulzura sus palabras.

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