Tantos problemas, más que problemas, son traumas que han quedado plasmados en mi memoria. Acuchillándome, ya no puedo resistirme más.

¿Ahora? Estoy escribiendo una carta, nunca he sido bueno en eso, nunca fue mi especialidad. Sin embargo... ahora es diferente.

La hoja que suponía ser cien por ciento blanca, estaba manchada con mi propia sangre. Las manos, muñecas y el brazo entero me ardían, cada movimiento leve que transmitiré ahora es solo dolor mío: físico y psicológico, que llevo guardado durante meses.

"18 de Julio, 1983... la única y última carta que escribo.

Todo ésto ha sido una maldición del diablo, literalmente, suena estúpido. Lo sé. Quién se imaginaría que hacer un trato con el de abajo sería tan difícil; vender tu alma a cambio de tu mayor deseo. La cuestión es, ¿qué es no tener alma? En estos meses he descubierto lo que significa eso: y es, ni nada más ni nada menos, que estar vivo y odiar vivir. Tener todos los lujos que desees y odiar tu vida como a tu peor enemigo, hasta el punto en que te quitas la vida y le servirás a Satanás por una absoluta eternidad.

Así me encuentro yo, llevo como cuatro o cinco meses de este fatídico modo: sin alma. Tener una vida normal de metalero, enamorarse de tu mejor amigo -por culpa del diablo, para colmo- y por las noches, no sólo soportar la sodomización; insultos, golpes, cortes que me han y me he hecho... 

A final de cuentas, vender tu alma al diablo consiste solo en... morir y servir a Satán. Listo, nada más, porque cuando das tu alma, tú mismo te destruyes. El mal siempre te va a acabar timando y eso me pasó.

Pienso en porqué hice esa estupidez y me odio cada vez más: miedo. Sólo eso: miedo. Soy un idiota, un cobarde.

Si llego a morir dentro de estos días (lo más probable es que sí, ya que odio vivir), díganle a mi madre que la quiero y a Lars... también."

Justo al terminar el manuscrito, paré de sangrar. Suspiré en alivio y decepción a su vez. ¿Me habré vuelto bipolar, como dicen vulgarmente los ignorantes? Hace unos días James compró un revólver para usar en caso de emergencia, ahora es una.

Tenía la punta ejerciendo presión contra un costado de mi cabeza, una mano a punto de tocar el gatillo, en cualquier segundo me reventaría un costal de plomo y mi sufrimiento acabaría. Una lágrima rodó por mi mejilla, y cuestioné si de verdad merecía más morir o vivir.